El reparto de las presas obtenidas en combate de galeras y la tasación de los corsarios apresados. Los forzados en combate naval.

En el siglo XVI uno de los incentivos para que los súbditos del rey de España armasen galeras era el reparto de las presas. 

De lo capturado a las naves enemigas se hacían cinco partes: el quinto real para el rey, otro quinto para el capitán general de la escuadra, y las tres quintas partes restantes se repartían entre la gente de cabo y los remeros, siendo el doble para la gente de cabo que para la gente de remo.





Los remeros a los cuales correspondía una parte de la presa eran los llamados «remeros de buena boya», gente que remaba voluntariamente [y llegado el caso, combatía] a cambio de un sueldo inferior al de la gente de cabo.


Disposición real para el reparto de las presas tomadas por las galeras en que se indica que a la gente de «buena volla» - buena boya - les corresponde una parte justa. 



La gente de cabo de las galeras eran tanto los «compañeros» o «sobresalientes» o soldados - toda la gente de pelea embarcada - como los oficiales, artilleros y marineros de la galera. Los galeotes o «forzados» - hombres condenados a galeras por crímenes diversos en todos los territorios de la monarquía - y los esclavos - generalmente, musulmanes capturados en combate naval o en «cabalgadas» - no tenían derecho alguno.


Galeras disparando sus piezas de proa. Detalle de uno de los cartones sobre la conquista de Túnez en 1535, obra de Jan Cornelisz Vermeyen. 



Una parte importante del botín eran los enemigos capturados, que en caso de ser musulmanes eran esclavizados ipso facto.


Llegados a puerto, se hacía una «apreciación» - hoy diríamos tasación - de estos corsarios capturados ya convertidos en esclavos y una «partición», repartiéndose lo capturado en derechos de cobro después de que hubiera sido establecido dicho precio justo. Se valoraban todos los esclavos capturados en moneda de cuenta, el maravadí, ya fueran sanos o heridos, se sumaban y se obtenía un importe. A cada uno de los actores implicados en que las galeras salieran al mar - desde el rey hasta el remero de buena bolla, pasando por los arcabuceros o los «lombarderos» o artilleros - le correspondía la parte correspondiente.


Los listados de tales particiones nos permiten conocer con mucho detalle, desde la parte española, la organización de las armadas y las dotaciones de las diferentes naves implicadas en las capturas. Pero también, por la parte contraria, de las tripulaciones de las naves enemigas apresadas, muchas veces integradas, como hemos comentado, por corsarios.


De los corsarios «apreciados» se recogía el nombre, la «nación» y los orígenes geográficos y su valor en moneda de cuenta: el maravedí. En ocasiones, también se tomaban, como a los soldados españoles cuando hacían el alarde, las «señas»: distintivos físicos para reconocerlos.


En una «apreciación» sencilla se podía recoger: «Mahami turco de Costantinopla doze mill mrs» o «Diego renegado morisco de tierra de Almeria a çinco mill mrs» o «Ayet moro viejo de Argel a dos mill quiºs mrs».


Evidentemente, la gente joven y fuerte valía más, pues podía tener una larga vida echado al remo. 


El destino final de la mayoría de corsarios capturados era ser echado al remo en las galeras del rey, o vendidos a capitanes que armaban galeras particulares. Por motivos de seguridad, no se consideraban aptos para el servicio agrícola o doméstico, destino habitual para habitantes norteafricanos capturados en cabalgadas. Detalle de uno de los cartones sobre la conquista de Túnez en 1535, obra de Jan Cornelisz Vermeyen. 




Entre las categorías más generales - moro, turco, negro, renegado - cabían otras más sutiles, como «moro alarve» - bereber arabizado - «moro negro» o «moro azuago».


Algunas referencias ponían en evidencia su origen peninsular, como «moro natural de Gandía» o «moro del Reyno de Valencia», y otras, resultan curiosas para mediados del XVI, como la terminología múdejar, empleadas para un «Abda Ramen mudexar» o un «Avdala mudexar de Segorbe».


Otros tenían categorías redundantes, como un «Mahamed morisco mudexar». Algunos de estos mudéjares se reconocían con nombres cristianos, como un «Gironimo de Aldobera mudexar». Algunos negros tenían también nombres cristianos, siendo el de Pedro el más popular.


Algunos caían de Guatemala a Guatepeor, como un «Fran[cis]co esclavo». De esclavo cristiano de los turcos o corsarios berberiscos a esclavo de los españoles sospechoso de haber renegado sin propósito de enmienda, pero eso sí, con nombre católico.


Algunos turcos eran jenízaros, como «Mostafa turco geniçaro de Celemque». Respecto al aspecto físico se recogían señas evidentes, como era el color del pelo o de la barba: «Hamete de Coron barbirroxo».



Turcos, el primero con una alborotada cabellera pelirroja. El segundo con el cabello corto, pero con una «guedeja» o coleta en la coronilla, típico peinado otomano. Detalle de uno de los cartones sobre la conquista de Túnez en 1535, obra de Jan Cornelisz Vermeyen. 


Algunos no tenían barba cerrada, y se destacaba esta condición, como la de un «Ali» al «que le apuntan las barbas».


Aspectos físicos poco destacables como ser moreno se podían apuntar. Si el corsario capturado era negro siempre se señalaba. Curiosamente, aparece un «Cara Culeyman turco de color de brenbillo».


Muchos de los corsarios eran jóvenes, como un «Ali de Desmer turco de hedad de diezeocho años» apreciado en 10.000 mrs, y otros ya tenían sus años, como un «Mahoma moro natural de Gandia» de 56 años «barbicano» y «mediano de cuerpo» apreciado en 4000 mrs.


Pero como la mayoría ya tenía sus tiros pegados, buena parte tenía cicatrices que permitían identificarles. Así, un turco de 42 años tenía una «señal vieja de pelota de alcabus que le pasa la mano derecha» y otras dos señales redondas en el brazo izquierdo y la muñeca derecha.


Otro tenía una «herida de xara en el molledo del braço derecho» provocada por un disparo de ballesta. A un turco de Argel de 33 años otra jara le había dejado dos heridas en el muslo, de entrada y salida, fácilmente reconocibles por los oficiales que hicieron la «apreciación».

Y por si había dudas, dicho turco era «moreno y tiene en la cara hoyos», provocados por alguna viruela.


Casquillos de saetas de ballesta de distintas «suertes». Cada arma dejaba en la piel una cicatriz característica, fácilmente reconocible por los oficiales reales encargados de hacer la «apreciacion» de los corsarios capturados, a los cuales se les reconocía desnudos o en paños menores.


Otros tenían alguna «señal larga» o «señal grande de herida de cuchillada» recibida por espada de corte, quedando señalada la piel por el tajo recibido. Otros tenían señales «redonda de fuego». Otros tenían heridas de pedradas, o de espada, pero hecha de punta: «de punta de espada en la mexilla yzquierda cerca del ojo».


El catálogo de heridas era amplio, pero limitado, aunque un turco de 28 años tenía «cortada la mano derecha de una pieça de artilleria».


[Para saber más sobre las heridas provocadas por las armas de esta época: Heridas de guerra en el siglo XVI. Combates por mar y tierra de los tercios españoles]



Entre los presos, había heridos del combate naval sostenido; o sea, no se trataba de heridas cicatrizadas de lances pasados, sino de heridas frescas aún por curar. Algunos eran verdaderos supervivientes. Un turco de 41 años tenía una herida de arcabuz que le pasaba la barriga, otra de arcabuz que le pasaba el muslo derecho y una herida de jara junto al hombro izquierdo. 


Una cosa que permitió establecer señales, fue la costumbre de muchos bereberes de tatuarse. Estos tatuajes, vestigios de la época en que practicaban el cristianismo. Así, un «moro azuago» de 41 años tenía «una señal de crus + azul en el carrillo derecho» además de una herida de pica en el brazo izquierdo. Otro «Haçan de Bona» de 19 años tenía «rayas azules ençima de la mano derecha». Algunos se habían escarificado, dejando marcas «en la frente de la p[ar]te derecha f[ec]ha con una caña»


Aunque solo fuera por motivos prácticos, para identificar a los corsarios capturados y gestionarlos como una propiedad, estas listas tienen muchos detalles, y permiten conocer aspectos variados, desde lo puramente militar a lo etnográfico.




Los forzados en combate naval


Aunque la vida de los galeotes era muy dura, la condena a galeras te podía proporcionar la oportunidad de obtener la libertad por méritos de combate. 

En la batalla de Lepanto hubo «muchos forzados de nuestras galeras, que habiéndoles desherrado han peleado como leones».

Los forzados que así habían combatido fueron liberados y exonerados de sus penas, de manera que don Juan de Austria escribía al rey poco después del encuentro que «a causa de los muchos que se desherraron el dia de la batalla y otros que murieron, hállanse estas galeras muy faltas de chusma».

Pero para obtener la libertad no bastaba con que a uno le quitaran los hierros y le dieran una espada: había que probar que uno había actuado «como hombre de bien peleando con los dichos turcos», por lo cual era necesario hacer una «informacion» con testigos de vista.

Esclavos y forzados de una de las galeras de la armada para la empresa de Túnez [1535].  Detalle de uno de los cartones sobre la conquista de Túnez en 1535, obra de Jan Cornelisz Vermeyen. KHMWien



En dicha información el veedor de las galeras y su teniente recogían testimonios jurados de soldados que acreditasen que galeotes concretos habían contribuido a la victoria contra los enemigos. En 1540, el soldado Juan Pachecho de la galera Trinidad del capitán Enrique Enrríquez prestó juramento hallándose en el puerto de Gibraltar a bordo de la galera nombrada Ángel. 

Pacheco atestiguó que algunos forzados de los que se desherraron pelearon e «hizieron aquello que devian para aver la dicha libertad» y que cuando la Trinidad embistió con una fusta turca, vio como entraron en dicha fusta «peleando con los dichos turcos» los forzados Nicolás de Montesdoca, Juan Izquierdo, Pedro Bruego y Pedro de Escobar, y pelearon entre soldados y lo hicieron «como hombres de bien». Y rendida dicha fusta, la Trinidad embistió contra una galeota turca que se hallaba peleando contra una galera española, y que allí vio como dichos forzados actuaban bien. 

Otro soldado, apellidado también Pacheco, pero de nombre Francisco, pudo dar testimonio de la acción de otro forzado en la batalla, en este caso de un tal Juan Borgoñón flamenco.

El dicho Juan Borgoñón, flamenco de nación, no entró a pelear entre soldados en la fusta enemiga. Como había sido «lonbardero», o sea, artillero, Enrique Enrríquez le prometió «que sy ayudase bien al disparar e armar del artilleria a los lonbarderos» él le prometía la libertad.

Por lo tanto, si un forzado combatía «a la buelta de los soldados» y era «de los que se señalaron entre todos los otros forçados», o como en el caso del artillero flamenco, había trabajado bien «a lo que convenia al servicio del artilleria», uno podía obtener la libertad y el perdón de su pena. 

Es paradójico que se confiara en estos hombres hasta el punto de ponerlos a servir en el artillería, pero haciendo de necesidad virtud, el día de batalla, en el cual se arriesgaban las propias vidas, cualquier mano útil y potencialmente leal, era bienvenida.



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