El desembarco imperial en Túnez [1535]
Cuando el 16 de junio de 1535 las tropas de la armada imperial comenzaron a desembarcar en la costa tunecina, se publicó bando para que las tropas no se desmandasen, ni saltara nadie en tierra que no tuviera mandamiento para ello.
Las desmandadas eran un peligro, porque soldados, marineros y mozos descuidados podían ser presa fácil para los enemigos, y los demás soldados, que se hallaban «bajo bandera» podían romper el orden con tal de socorrerlos.
Por ello se publicó bando que «so pena de vida» ninguno saliera «fuera de ordenanza».
Durante el desembarco, tanto Carlos V como el marqués del Vasto, corriendo a caballo entre los escuadrones, se tuvieron que emplear a fondo para que la gente no se desmandase a robar por las huertas.
Aún así, como solía pasar, tras una tiempo embarcados con una dieta monótona basada en bizcocho, carnes saladas, tocino, legumbres y pescado en conserva, no fueron pocos los marineros, soldados y mozos que contra la orden se apartaron para buscar fruta fresca en las huertas.
Un testigo de vista dio cuenta de las bajas sufridas durante la jornada de desembarco: «y por los marineros y gente que se desmando creo que nos mataron mas gente ellos a nosotros que nosotros a ellos».
Aquello se prorrogó durante días. El 18 de junio «cada hora los alárabes venían con otros moros y cogían algunos marineros y soldados desmandados entre las huertas y olivares, que por coger fruta o hurtar algo, salían por allí».
El propio Carlos V, escribiendo a la emperatriz, su mujer, Isabel de Portugal, reconocía el día 30 que la mayoría de muertos eran «soldados de las galeras y gente inútil y de servicio que de ellas ha salido, y se desmandaban a tomar fruta y buscar agua».
El desembarco turco en Gibraltar [1540]
Cinco años más tarde, en septiembre de 1540, eran corsarios turcos con «algunos moros valençianos» quienes desembarcaban en las costas de Andalucía, produciéndose el asalto y saqueo de Gibraltar.
Álvaro de Bazán padre narró como el alcaide de Gibraltar salió de la plaza «con quinze de a caballo y prendio eftos tres y mato veinte». Los tres presos eran «tres moros que se tomaron enlas viñas que salieron muchos a coxer hubas».
Los tres moros capturados pudieron dar aviso de la composición de la armada corsaria: «tres galeras de a tres Remos, y dos galeotas de a vejnte y dos Remos y vna galeota de a vejnte y vno y dos de a vejnte / y seis fustas y dos vergantjnes». «Los nabjos venjan bjen en horden de todo syno de artjllerja que trayan muy poca las galeras y las galeotas casi njnguna». La armada «traya noveçientos cristianos al rremo. La jente que traya de cabo eran los mas turcos y algunos moros valençianos».
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Galeras de la armada imperial frente a las costas de Túnez en 1535. Detalle del cartón nº3 de la serie "La conquista de Túnez" por Jan Cornelisz Vermeyen titulado "Desembarco en la Goleta". KHM Wien. |
Por lo tanto, los desmandados no solo afectaban al orden de los ejércitos o de las armadas corsarias, también eran fuente de información para el enemigo, porque una vez capturados podían ser torturados, o simplemente coaccionados, para poder obtener de ellos valiosa información.
Por todo eso, no es sorprendente la reacción de Carlos V en Túnez: «Enojado se mostró este día el Emperador con los desmandados, diciéndoles palabras de ira, y, la espada desnuda, arremetió contra algunos, y sucedió que yendo así para herir a un soldado, el soldado huía, y como vió que el Emperador le alcanzaba, volvióse a él de rodillas, suplicándole mostrase en él su clemencia»
La querencia de turcos y moros por el saqueo para buscar comida es equiparable a la de españoles y otras naciones cristianas. Pero los primeros mostraron en Gibraltar remilgos a causa de los mandatos religiosos.
Pedro Barrantes Maldonado narra como «fueron á la playa de Mayorgas [...] y saltaron en tierra algunos turcos y fueron do estaban docientas y tantas botas llenas de vino [...] y era cada bota de veintiocho arrobas hasta treinta, y, desfondándolas, derramaron todo el vino, que eran más de seis mil arrobas».
En su obra a modo de diálogo, pone en voz del personaje «extranjero»: «Más valiera beberlo». A lo que respondía el autor: «Más, salvo que á ellos le es prohibido en su ley; y ansí quisieron ser el perro del hortelano».
Además de derramar el vino, los asaltantes mahometanos viendo «que estaban allí comiendo el borujo muchos puercos, mataron trecientos dellos á cuchilladas».
Barrantes ironizó sobre el indeseado resultado de la improductiva matanza: «Gozaron del mal olor dellos aquellos tres dias».
Poco después del combate contra los puercos, los turcos «derramáronse por entre las viñas á comer uvas, y salió la gente de caballo, que estaba en Gibraltar, y fueron contra ellos, y allí en las viñas mataron catorce ó quince dellos y prendieron tres».
Esta gente de caballo a cargo del alcaide de Gibraltar eran jinetes «con lanzas, adargas y corazas», panoplia que sorprendería al extranjero del diálogo de Barrantes, pues, según el personaje, este tipo de caballería así armada parecía «la resurrección de la conquista del reino de Granada».
Como fuera, el hambre animaba a muchos a perder la «buena orden de guerra», aún a riesgo de la propia vida, sin tener muy en cuenta ni los mandatos reales, ni la buena disciplina militar.
Fueran españoles o turcos, la tentación de la uva y la fruta fresca era irresistible para muchos.
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