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Combate singular de jinetes andaluces y árabes durante la jornada de Túnez [1535]

Este jinete norteafricano con la rodela embrazada en la zurda - recordemos el espejo en que están los cartones - lleva una lanza en la diestra, y demuestra su habilidad en la monta plegándose sobre su caballo para ofrecer el mínimo blanco a los arcabuceros imperiales. Nótese lo flexionadas que están las piernas y lo corto de los estribos. Cartón de Jan Cornelisz Vermeyen, KHMWien


«Eran tan diestros los alárabes y moros ºen el pelear á caballo, y tenían á los nuestros tan conocida ventaja en el saberse menear, y en sufrir el calor y los otros trabajos de aquella calurosísima tierra, que se conocía bien que viniendo a batalla campal se habia de tener harto trabajo en la Vitoria»

Jornada de Túnez por Gonzalo de Illescas


En los primeros días de la jornada de Túnez se vivieron encuentros singulares entre las tropas de Carlos V y las de Barbarroja. Uno de esos encuentros enfrentó a jinetes de Andalucía con jinetes árabes o moros.

Hallándose uno de los escuadrones de soldados españoles noveles cerca de la torre Cadarvella a cargo del maestre de campo Álvaro de Grado, vinieron moros y turcos a escaramuzar. Aunque los infantes tenían órdenes de no dejar el escuadrón, unos 300 arcabuceros abandonaron el amparo de la formación de picas para adelantarse a escaramuzar con los jinetes. Estos arcabuceros estaban en una ladera «muy en orden» sin que ninguno peligrase, pero hubo seis de ellos que «se metieron tanto en los moros con la codiçia que lleuauan por la ladera arriba» que se llegaron a ver casi cercados, arremetiendo contra ellos moros a caballo.

Estos seis hombres intentaron regresar corriendo al escuadrón ladera abajo, pero dos de ellos quedaron atrasados, siendo perseguidos por dos moros a caballo. 

Viendo esta escena, dos jinetes de Andalucía de la compañía del duque de Medina Sidonia acudieron en su socorro.

Escuadrón de jinetes andaluces durante la jornada de Túnez. Los hombres siguen el estandarte en que aparece el patrón Santiago. Cartón de Jan Cornelisz Vermeyen, KHMWien




Aquí vale la pena copiar a la letra el testimonio del licenciado Arcos, médico que se había embarcado en el armada de Málaga junto a la infantería nueva y los jinetes andaluces:

«Arremetieron los dos ginetes de presto por el recuesto arriba con sus lanças en ristradas a encontrarse con los moros y defender a los dos soldados que no los matasen y matar a los moros si pudiesen. 

Vista por los moros la determinacion delos ginetes y la furia que lleuauan para los encontrar, cada uno dellos bolvio las riendas a su cauallo el vno a la mano yzquierda y el otro ala mano derecha. 

Y esto fue al tienpo que se auian de encontrar. 

E los dos ginetes pasaron por ellos sin poder encontrar con ellos, mas el ginete que yua ala mano derecha Reboluio de presto sobre el un moro e lo tomo cuesta abaxo que yua bueltas las riendas huiendo: e diole por el lado yzquierdo vna lançada quelo paso de vna parte a otra: y el moro caio luego del cauallo en tierra muerto: e luego algu[n]os soldados arremetieron de presto e tomaron el cauallo e despojaron al moro. 

El otro ginete que yua ala mano yzquierda aRemetio sobre el moro que yua a su mano: mas el moro se dio tanta priesa y tan buena maña que se escapo del ginete sin que ningun daño le hiziese: por quel cauallo del christiano no se Reboluio tan presto sobre el moro como el del otro su compañero: y ansi no lo pudo alcançar por que no lo oso seguir por causa que aquella vanda por dondel moro yua huiendo estauan muchos moros que lo defendieran».

Esta escena nos aporta varios datos sobre las tropas de caballería ligera a la jineta:

1. El autor indica que los jinetes andaluces eran del duque de Medina Sidonia. Efectivamente, en Málaga se habían embarcado 101 jinetes de la compañía de dicho duque, que tenía su señorío en tierras de la actual provincia de Cádiz, aunque también tenía otros títulos en la actual provincia de Huelva.


Vemos a tres jinetes andaluces, el de la izquierda lleva las manos desnudas, pero los dos de la derecha llevan guanteletes de launas protegiéndole las manos, la zurda - el cartón está en espejo - gobernando las riendas, y la diestra asiendo la lanza, llamada lanza jineta.


2. El licenciado Arcos comenta que los jinetes andaluces cargaron ladera arriba, por un «recuesto», y aún así iban con «furia», o sea, con velocidad, para «encontrar», o sea, para darles un «encuentro» de lanza a los jinetes moros, y efectivamente, los alcanzan con rápidez. Se puede argumentar que los caballos andaluces estaban descansados - Arcos los sitúa inicialmente parados al lado del escuadrón de infanería - pero también que eran caballos ágiles y suficientemente fuertes para la carrera.


3. El autor indica que los jinetes «enristran» sus lanzas para el «encuentro». La terminología empleada por Arcos no es precisa, aunque sí comprensible: para enristrar hace falta un ristre, una pieza de apoyo volante atornillada al peto del arnés, y los jinetes no llevaban arnés ni ristre, pero se entiende que la lanza estaba en una posición análoga a la de la lanza de armas de la caballería pesada; esto es, con el brazo doblado y el asta de la lanza en el costado derecho bajo la axila, sosteniendo la lanza en una posición más o menos paralela al terreno. Las representaciones que tenemos de los jinetes de la conquista de Orán en 1509 [pintados por Juan de Borgoña hacia 1514] nos representan a los jinetes castellanos con adarga y lanza de mano en la misma posición que combatían los árabes: con la lanza sostenida con el brazo elevado sobre el hombro, pero cargar con esta posición de enristre que declara Arcos era posible, del mismo modo que lo hicieron caballeros medievales en el siglo XII armados con cotas de malla y sin ristre, o lanceros de las guerras napoleónicas vestidos con casacas. 
  • Jinete andaluz durante la jornada de Túnez. Nótese la adarga llevada al brazo, aunque sin embrazar, o sea, sin tenerla en posición defensiva. Aunque no se aprecian otras armas defensivas que la celada emplumada, se podía llevar la coraza bajo la ropa.
4. Los dos jinetes moros esquivan el encuentro «revolviéndose», pasando de largo los jinetes andaluces que cargaban contra ellos, pero al menos uno de los jinetes andaluces es capaz a su vez de «revolver» sobre su trayectoria, y perseguir a su presa a la que alcanza ladera abajo. Vemos una monta muy ágil en las sillas a la jineta de arzones bajos y estribos cortos, en la cual el caballo es capaz de girar completamente casi ipso facto. Un caballo «corsier» o «destrero» que hubiera ido al galope no hubiera sido capaz de ello, ni el hombre de armas montado en silla de arzones altos y estribos largos hubiera sido capaz de gobernar a su montura para que se «revolviera».

5. El jinete moro que es encontrado por el andaluz, «recibe vna lançada quelo paso de vna parte a otra». Amén de que el andaluz tenía la ventaja de ir tras el moro cuesta abajo, buena parte de los jinetes berberiscos solían acudir al combate sin armas defensivas - aunque algún autor refiere la popularidad del «jaco de malla», llevado en secreto bajo la ropa -  por lo cual, la profundidad de la lanzada, aunque impresionante, tampoco es increíble. Cabe tener en cuenta, por comparar, que en otro combate, el marqués de Mondéjar, capitán general de los jinetes de Andalucía, recibió una lanzada que le pasó las corazas un jeme [la distancia entre las puntas del pulgar y el índice]. Aunque en el caso de Mondéjar, la lanza, una lanza corta y no una lanza jineta, fue arrojada, es evidente que si el moro hubiera llevado una coraza o un jaco de malla, aunque quizá no hubiera salvado la vida como la salvó el marqués, no hubiera sido pasado de una parte a otra. 


Este otro jinete norteafricano lleva lanza y adarga, con la adarga protege el costado izquierdo y la diestra maneja la lanza. El caballo es gobernado con los pies, para lo cual, el estribo ha de ser corto para picar los flancos del animal y dirigirlo a voluntad. Evidentemente, tal destreza, tanto de jinete como de caballo, no se adquiere en un día.

6. El armamento del jinete andaluz consistía en esta época de “corazas, mangas de malla, morriones o casquetes, gorjales, faldas y lanzas con sus adargas”. Estaban, por lo tanto, bien protegidos, tanto en torso, como en brazos, como en cuello y cabeza, quedando únicamente sin defender piernas, manos y rostro, aunque en los cartones de Vermeyen podemos ver guanteletes defendiendo las manos de dicho jinetes. Es en esta profusión de armas defensivas en lo que se distingue el jinete andaluz cristiano del norteafricano, pero también en la lanza: no se menciona el uso de lanza arrojadiza por parte de los jinetes andaluces, que parecen combatir siempre con una lanza jineta, apropiada para «encontrar» con ella, pero no para arrojar.


Este jinete moro o alárabe, alancea a dos manos un arcabucero español durante la llamada "batalla en los pozos de Túnez". fechada el 19 de julio de 1535. La lanza era muy larga y flexible: los españoles las llamaban «bimbrantes», y tenían dos hierros teniendo la posibilidad el que la llevaba de herir al perseguidor si la sabía jugar bien.

7. El segundo jinete moro logra huir y ponerse a salvo, porque, según el licenciado Arcos, el caballo del jinete andaluz «no se Reboluio tan presto sobre el moro como el del otro su compañero». Aquí se atribuye la falta al caballo, aunque bien pudiera ser cosa del jinete, pero en todo caso, queda claro que la monta a la jineta debía ser suficientemente ágil como para «revolverse» y cambiar el sentido de la marcha casi de inmediato, porque tanto los jinetes moros como el compañero andaluz que cazó a su oponente, lo pudieron hacer. 


Bibliografía: 

“Historia y conquista de Túnez” por el licenciado Arcos. CAP. XXVIII, f50r [p,53d]

Los soldados que conquistaron Túnez para el emperador Carlos V: las tropas de la Armada de Málaga, Rafael Gutiérrez Cruz. Baética: Estudios de Historia Moderna y Contemporánea, nº43, 2023

Imágenes:

Cartones de la serie “La Conquista de Túnez”, por Jan Cornelisz Vermeyen. KHM,Wien


Carlos V como general, capitán y hombre de armas. La escaramuza del 19 de junio de 1535 durante la empresa de Túnez, desde el punto de vista del licenciado Arcos.

El 19 de junio de 1535, cuarto día desde el desembarco de las tropas que transportaba la armada imperial, tuvo lugar una escaramuza entre las tropas de Carlos V y las de Barbarroja. 

El licenciado Arcos, médico que se había embarcado en la armada de Málaga, recoge, como testigo presencial, un momento de dicho día.


Carlos V al frente del escuadrón real, escoltado por alabarderos de la guardia española, armados con partesanas y rodelas donde se pueden ver las columnas de Hércules, emblema personal de Carlos. Nótese la mandíbula prognática y el collar de jefe de la orden del Toisón de Oro. Según el licenciado Arcos, médico embarcado en la armada de Málaga, Carlos V era uno de los trece hombres de armas que se plantó delante del escuadrón de españoles noveles comandado por el maestre de campo Álvaro de Grado para hacer frente a las tropas de Barbarroja durante la escaramuza. [Cartón de la serie sobre la Jornada de Túnez en 1535 por Jan Cornelisz Vermeyen, KHMWien]

Antes de leer al propio licenciado, pongámonos en situación. El ejército imperial estaba en aquel moment repartido entre las llamadas Torre del Agua y Torre de la Sal, pero trece banderas de los «españoles noveles» que sumaban 4.300 hombres a cargo de Álvaro de Grado guardaban la torre que el licenciado llama «Cadarvella».

Esta torre estaba en «lo más alto de todo el campo», «señoreando» el terreno situado entre el «real» o campamento y la Goleta, la fortaleza que guardaba la bahía de Túnez que debía tomarse antes de marchar sobre dicha ciudad. Además, el escuadrón de españoles bisoños guardaba dos cisternas de agua potable aladeñas. Su emplazamiento elevado permitía controlar visualmente el terreno, y plantar allí artillería de campo era importante para el control y seguro del real.

La torre Cadarvella, no obstante su privilegiada posición, estaba «a dos tiros de piedra» de un gran olivar, y por él habían llegado «moros y alárabes» de Barbarroja para atacar a los soldados recién reclutados en Andalucía, Extremadura y Castilla La Nueva.

Estas compañías, aunque de soldados noveles, tenían en ellas muchos «soldados viejos» y eran gobernadas por «capitanes ordinarios de su magestad» y no se arredraron ante la ermbestida musulmana. Salieron contra los enemigos, bajando al valle y con tiros de arcabucería les hicieron retirarse momentáneamente.

En este momento, nos explica el licenciado Arcos, llegó el emperador con cuatro de caballo, y subió a un alto, pudiendo comprobar que había muchos más enemigos de los que habían trabado escaramuza inicialmente. Hecha esta comprobación, Carlos V se acercó al escuadrón mandado por Álvaro de Grado, llegando en aquel momento «ocho caualleros bien armados con sus arneses».


Nobles, caballeros, cortesanos y quizá algún servidor de la casa real, pasan muestra en la revista de tropas en Barcelona hecha en mayo de 1535, antes de embarcarse para la jornada contra Barbarroja. La mayoría lleva el yelmo puesto con la vista alzada y la lanza en la diestra [el cartón está en espejo], pero el caballero que sujeta el martillo de armas lleva una gorra negra. Será su paje quien le lleve el yelmo, las manoplas y la lanza. A esta imagen, Juan Molina me comenta en FB: «Probablemente el tipo del martillo ostenta una posición de mando, ya que usualmente los hombres de armas que ostentaban un mando se les representa con martillo, maza o hacha. Además lleva un sayo de medio cuerpo sobre la armadura, típico de torneos, pero también símbolo de mando».


Entre estos ocho caballeros estaban el duque de Alba, el conde de Benavente y don Luis de Ávila, «gentil honbre de la camara de su magestad». Juntándose los ocho recién llegados, los cuatro que acompañaban al emperador y el propio Carlos, Arcos considera que «todos eran treze honbres de armas».

Los 13 se pusieron delante del escuadrón de infantería novel «haziendo rostro a los moros», estando allí «buena pieça» de tiempo. Pasado un rato, Carlos encomendó al maestre de campo Grado y a los otros capitanes de las trece compañías de bisoños que guardaran aquel puesto, sin avanzar, y marchó para comprobar los movimientos de su ejército. Por su parte, el marqués del Vasto - esto no lo explica el licenciado, porque no tenía noticia de ello - se hallaba también escaramuzando con los moros a cargo de los españoles «viejos» que vinieron de Italia.

Aún con las órdenes de Carlos V, los arcabuceros de este escuadrón de infantería salían a escaramuzar tirando sus arcabuces contra «la multitud de moros que tantas flechas y pelotas descopeta les tiravan». Tampoco es que esto contraviniera las órdenes recibidas, porque el escuadrón, por entonces, no se movía. Pero los enemigos recibieron refuerzos, y los capitanes Lope de Xeres y Pedro de Videa rogaron a Grado que avanzasen contra ellos, porque al permanecer estáticos perdían la capacidad ofensiva.


Arcabuceros españoles escaramuzan con alárabes a caballo durante la jornada de Túnez. [Cartón de la serie sobre la Jornada de Túnez en 1535 por Jan Cornelisz Vermeyen, KHMWien]

Grado mandó a Gonçalo de Bonilla, alférez de Lope de Xeres que tomase a todos los arcabuceros y los pusiera delante del escuadrón. Los arcabuceros avanzaron disparando sus armas, con el escuadrón de pica siguiéndoles en orden «amparando» a los tiradores.

Los arcabuceros se envalentaronaron, y comenzaron a ir «muy adelante metiendose mucho en los moros con el grande animo y esfuerço que lleuavan», siendo seguidos por el escuadrón de picas e internándose todos en el olivar. 

En esto, apareció de nuevo en escena el emperador.

Hallándose el licenciado Arcos «que estaua a la sonbra de esta torre curando a un soldado de una flecha que le auian dado por vna pierna», ve llegar a Carlos V a caballo, acompañado solo por un paje, que le lleva el yelmo, la lanza y las manoplas, armas defensivas y ofensivas que el hombre de armas tomaba para cargar al enemigo:

«Estando en esto llego su magestad con vn paje que le traia la lança y el hielmo y las manoplas encima de un cavallo corriendo. E paro junto a la torre Cadarvella a la sombra della porque hazia muy rezio sol».


Paje en la Revista de tropas en Barcelona, segundo cartón de la serie de Vermeyen sobre la jornada de Túnez.
El jovencito lleva las manoplas, la lanza y el yelmo a su señor, y probablemente, cabalgue el caballo destrero de su señor, reservando al animal de la fatiga de llevar a su amo con el arnés justo para el combate.

[Cartón de la serie sobre la Jornada de Túnez en 1535 por Jan Cornelisz Vermeyen, KHMWien]




El emperador, que no solo no ve a la infantería española nueva donde la había dejado, sino que no la ve por ningún lado porque ya se ha internado en el olivar, le pregunta al licenciado Arcos dónde está el escuadrón de soldados noveles comandado por el maestre de campo Álvaro de Grado. 

El licenciado Arcos, habiendo venido a la guerra por ruegos del «señor Lope de Xexas, capitan ordinario de Su Magestad» siendo «util viaje» para acrecentarse en su oficio de médico «por la diversidad de heridas que en la guerra ay», se convierte, por un momento, en protagonista de la historia de la conquista de Túnez.

El médico le explicó a su señor lo sucedido, como los capitanes del escuadrón se habían visto obligados a cargar contra los moros ante el temor de verse sobrepasados. Al tener noticia de esto, Carlos ordenó que del escuadrón de los tudescos marchasen los arcabuceros para socorrer a los de Grado, y que los piqueros alemanes les siguiesen amparándoles.

El protagonismo de la historia vuelve pronto al rey de España, claro, que pasa de ejercer su oficio de «alférez de Cristo» en la empresa contra Barbarroja a capitán de su escuadrón de hombres de armas:

«Estando el emperador proveiendo esto subieron por el altura arriba hacia la torre Cadar vella donde su magestad estaua: todos los caualleros honbres de armas puestos en esquadron a galope. E su magestad quando oyo el tropel que los cauallos traian bolvio el rostro para ellos y dando con la mano y dando bozes dixo abaxo abajo. E como los caualleros y gente de armas vieron lo que su magestad mandava de presto boluieron las riendas a los cauallos y fueron por la ladera abajo donde su magestad mandava. E luego el Emperador se fue tras de ello al mas correr de su cauallo por la cuesta abajo e los alcanço e se puso delante del esquadron en las primeras hileras como buen Capitan. E ansi llegaron donde estauan los esquadrones de ynfanteria españoles soldados viejos e italianos»


El escuadrón real, a veces también llamado escuadrón imperial, estaba formado por grandes, nobles y caballeros de la corte de Carlos V, así como por las guardias, formando todos como hombres de armas. [Cartón de la serie sobre la Jornada de Túnez en 1535 por Jan Cornelisz Vermeyen, KHMWien]


 

La escaramuza acabó con el siguiente resultado: «Tomaron este dia cativos en esta escaramuça diez moros de caualllo: huvo muertos mas de ochenta y muchos heridos»

No fue un episodio trascendental, pero sí que resulta curioso darlo a la luz por varios aspectos:

  1. Por lo que parece, Carlos V ejerce de capitán general, o simplemente de general, moviéndose a caballo por el campo acompañado por pocos hombres. En un caso con cuatro de a caballo, aunque pronto se le suman otros ocho caballeros, entre los que podemos encontrar «personas de cuenta», como el duque de Alba, el conde de Benavente o Luis de Ávila. Pero la segunda ocasión aparece solo con su paje de hombre de armas. Carlos contaba con varios pajes; uno de ellos, por cierto, le llevaba un arcabuz.

  2. Carlos se mueve por el terreno tomando lo que hoy se denomina «conciencia situacional». Puede ver lo que hacen las tropas de Barbarroja que se encaminan contra la torre defendida por los soldados noveles a cargo de Álvaro de Grado, pero también puede abandonar la escena - el licenciado Arcos no sabe para qué, pero nosotros sí, dado que hay más fuentes sobre el tema - para ver lo que hace Del Gasto con los españoles viejos, o dónde están los alemanes e italianos, o dónde está el llamado «escuadrón real» o «escuadrón imperial», formado por caballeros de la corte, nobles y hombres de armas de las guardias.

  3. Carlos transmite órdenes firmes, pero los capitanes de infantería, así como el maestre de campo Grado, deciden “desobedecer”, tomando la decisión que consideran más oportuna para su limitado escenario de confrontación, careciendo de una visión de conjunto, pues únicamente están al tanto del enemigo directo que les ronda.

  4. Por último, Carlos se convierte en «capitán» de su escuadrón, y también en «hombre de armas», tomando posición en las primeras hileras. Esto es algo que veremos en otras ocasiones durante la campaña en Túnez. Carlos está armado para el combate y toma posición de combate. 


Juan Cortés, compañero recreador, me apunta, además, la siguiente reflexión que incorporo prestada:

«Otro aspecto a resaltar en este texto, en el que se menciona dos veces y que se repite en crónicas ya muy posteriores, es que la batalla se da con los arcabuceros y las picas van detras dando amparo. La imágen que tenemos por las películas y las recreaciones, de grandes choques de picas no se corresponden con lo que hacían los españoles o en su caso las tropas imperiales. En muchas de las crónicas se puede ver que las batallas las ganaban por maniobra y potencia de fuego de la arcabucería.»


Víctor Manuel Lázaro Escudero me comenta que le parece que escuadrón es un término utilizado para denominar orgánicamente un conjunto de compañias: «Me ha llamado la atención que en todo momento las dos unidades de infantería reciben el nombre de " escuadrón " . No sólo como tipo de formación para el combate , sino como grupo orgánico y jerárquico articulado» Era ese el nombre de la Unidad desde principios de los 20 hasta su cambio paulatino o inducido por la redacción de la " Instrucción de pago de 1536"?Veamos lo que comenta el licenciado Arcos:

«Otro dia jueves de mañana el sargento maior y los maestres de canpo repartieron los esquadrones desta manera. Los soldados viejos que vinieron de Italia que eran quatro mill los dividieron en tres tercios: al uno llamaron el tercio de Santiago: al otro el terçio de Sant Jorje: al otro el terçio de Sant M[art]in. Delos italianos hizieron dos esquadrones: y de los tudescos se hizo vno. Delos españoles que de España fueron nueua mente se hizieron dos esquadrones y todos los capitanes del vn terçio destos eran capitanes ordinarios y muy vsados en la guerra. en el qual auia muchos Soldados viejos. Deste esquadron era Maestre de campo Aluaro de Grado honbre principal: y del otro esquadron era maestre de canpo don Phelipe Ceruellon cauallero Catalan muy valiente honbre y buen capitan. Hechos todos estos esquadrones y puestos en orden: luego començaron a uenir mucha cantidad de moros de Cauallo y de pie que [...]»

Por lo que parece, tenemos dos términos para denominar una agrupación de soldados o de compañías: «tercio», en el caso de la infantería vieja que venía de Italia [de los reinos de Nápoles y Sicilia] y «esquadron», en el caso de la infantería nueva que vino de España. La infantería nueva queda dividida pues en dos «esquadrones» cada uno al mando de un maestre de campo: Álvaro de Grado, y el catalán don Felipe de Cervellón. La infantería vieja queda agrupada en tres «tercios», pero en este caso, esta agrupación era para organizar las tropas en campaña; una vez acabada, las compañías regresaron a sus "bases" en Italia organizadas territorialmente con sus sendos maestres de campo por cada reino.


Bibliografía 



Ajusticiamiento de un soldado durante la jornada de Túnez en 1535

En una escena de uno de los detallados cartones que Jan Cornelisz Vermeyen, testigo presencial de los hechos que detalla, pintó sobre la jornada de Túnez en 1535, podemos ver el ajusticiamiento de un hombre del ejército imperial.




Dos alabarderos encabezan la comitiva seguidos por un soldado en mangas de camisa que guía la bestia que arrastra al hombre que ha de ser ajusticiado.




El hombre está atado de pies y manos, y es conducido a la horca arrastrado por un dromedario - la nota pintoresca de la escena - que le tira por una cuerda anudada a los tobillos. Es harto probable que en otras latitudes se hiciera lo propio empleando un caballo o una mula. 

En la "Historia y conquista de Tunez" del licenciado Arcos, médico embarcado con la infantería española nueva en la armada de Málaga, se puede leer el siguiente pasaje acerca de la ejecución de un moro que había traicionado a Luis de Presenda, embajador de Carlos V:

«Al qual aRastraron a cola de vn camello por todo el campo y lo hizieron quartos e los colgaron con su cabeça en vna horca»

El arrastrar al reo era algo normal, y podemos entender que ejemplarizante para el resto de miembros y seguidores del ejército.




El hombre se halla en mangas de camisa; podemos ver perfectamente lo que llamaban la «blancor» del lino, y lleva la cabeza descubierta. Evidentemente, no lleva ni cinto, ni talabarte, ni puñal ni espada. Las ropas que vistiera originalmente pudieran ser como las del galano soldado del cartón nº7 de la misma serie, que se cubre con bonete emplumando y arma una partesana de hierro corto y dorado:




El condenado no es un mozalbete, porque se le pueden ver perfectamente las barbas, así que no puede ser un mozo o criado, sino un soldado o marinero, siendo lo más probable que fuera soldado, porque los marineros de la armada recibieron órdenes reiteradas de no desembarcar, aunque algunos lo hicieron. 


Por las calzas, con un corte bastante ajustado al muslo natural, parece que no se trata de un soldado alemán, sino italiano, o lo más probable, español, dada la mayor proporción de soldados de esa nación en el ejército imperial sobre Túnez.


Un clérigo regular, puede que un fraile fransciscano, le amonesta cruz en mano, quizá oyendo su última confesión o encomendándole para que la realice antes de ser ahorcado. 

La religión no era un asunto baladí en esta época. Aunque se condenara la carne, el espíritu se podía salvar y los ajusticiados recibían asistencia espiritual hasta el último momento, de manera que el reo pudiera confesarse y hallar medio con que salvar su alma. 



Tras el fraile, hay tres hombres a caballo con varas de justicia. Aunque había varios cargos en el ejército y la armada que podían llevar varas de justicia, como los alguaciles de las armadas, o los alcaides de corte, es más que probable que alguno de estos hombres fuera un «barrachel» o «capitán de campaña», un oficial encargado de la justicia y policía militar, y que también asistiría a las ejecuciones, pues de él dependía el verdugo.

También es probable que una de esas tres figuras fuera uno de los alguaciles del ejército. En Túnez había un alguacil Salinas, que sabemos asistió a una de las particulares ejecuciones que trataremos aparte. 



Para el ejétcito de Italia, según se establece en la ordenanza de Génova de 1536, había «dos barrachelos de campaña» encargados de la «ejecución de la nuestra justicia y castigo de los delictos» dependientes del capitán general, así como alguaciles que dependían de los maestres de campo.


En 1529, Chistoph Weiditz, un dibujante alemán, viajó por España realizando dibujos costumbristas que recogió en su Trachtenbuch. En la lámina 63 aparece un alguacil español del reino de Valencia: Ein spanischer Polizist - Spazierritt der Bürger zu Valencia. Aunque este alguacil aquí retratado era lo que se denominaba «justicia ordinaria» y tenía un carácter civil, parece evidente que las justicias militares empleaban los mismos distintivos: la inconfundible «vara de justicia» que identificaba al portador como brazo ejecutor de la justicia real, en este caso, aplicada al ámbito militar.



Para la jornada de Túnez, Carlos V señaló a dos jueces y alcaides de corte, Mercado de Peñalosa y Bernardo de Sanches Ariete «para las cosas de justicia», ocupándose el doctor Ariete de aplicar la justicia a los súbitos de los reinos de Nápoles, Sicilia e islas de la corona de Aragón, asi como a los italianos, mientras que el licenciado Mercado se ocupaba de la justicia sobre los españoles, así como sobre los criados de la casa del rey y los cortesanos. 


La infantería alemana, asimismo, disponía de su propia estructura judicial; cabe tener en cuenta que para cada nación se debían resolver las causas en su propio idioma, y si era fácil que el doctor Ariete hablara italiano, es más difícil hallar doctores españoles en leyes que hablaran alemán. Además, era preferible que cada nación fuera juzgada por un natural, para que sus compañeros no se agraviasen en exceso si la justicia era demasiado severa.


Tras los oficiales de justicia a caballo, van otros soldados a pie con armas de asta corta - se vislumbra una alabarda - y, al menos uno de ellos, con una rodela embrazada.  

  

Junto a la estructura de la horca, al hombre llevado a rastras le aguardan unos soldados armados con alabardas y partesanas de hierros largos. 




Tratándose de una ajusticiamiento en la horca, podemos aventurar que el soldado no era hidalgo ni noble, pues la horca - salvo excepciones ominosas - no se podía aplicar a nobles, caballeros e hijosdalgo, que debían ser decapitados. 


Había numerosas causas por las que un soldado o marinero podía incurrir en pena de vida. Las ordenanzas militares se pregonaban en los cuatro idiomas del ejército, casa y corte - español, italiano, alemán y francés - y se hacían copias para que dispusieran de ellas los oficiales encargados de la justicia, así como los coroneles y maestres de campo. Además, se pregonaban órdenes específicas, o se hacía recordartorio de ellas, de manera que nadie pudiera alegar desconocimiento. 


En uno de esos pregones particulares, según recoge Prudencio de Sandoval, «mandó el Emperador pregonar que ninguno fuese osado, so pena de la vida, de quemar casa, ni pajar, ni talar árboles ni panes, porque muchos se habían ya desmandado sin respeto de Su Majestad a lo hacer, y robado las aldeas vecinas».

Aunque la orden pudiera parecer rigurosa, la buena disciplina exigía que los hombres no se «desmandasen» a su voluntad, pues no solo se ponían en peligro ellos, sino que podían generar el desorden total al poner a sus compañeros en la tesitura de acudir a socorrerlos si eran, como fue el caso en repetidas ocasiones, emboscados por los enemigos.



Agradecimientos: a  Emilio Sola, del Archivo de la Frontera, que me compartió amablemente el nombramiento de Bernardo Ariete como alcaide de corte del ejército y armada de la jornada de Túnez.  


Imágenes: Cartón nº7, titulado «Asedio de la Goleta», de la serie «La conquista de Túnez en 1535» por Jan Cornelisz Vermeyen. KHM Wien. 


Par saber más sobre la justicia militar de la época:

La disciplina en los Tercios a mediados del siglo XVI. Ordenanza para el ejército sobre Metz [1552] Ordenanza para el ejército de Italia [1555]




De huertas, viñas, puercos, turcos y soldados desmandados. Dos desembarcos accidentados [Túnez 1535 y Gibraltar 1540]

El desembarco imperial en Túnez [1535]

Cuando el 16 de junio de 1535 las tropas de la armada imperial comenzaron a desembarcar en la costa tunecina, se publicó bando para que las tropas no se desmandasen, ni saltara nadie en tierra que no tuviera mandamiento para ello.

Podemos ver a los soldados del ejército imperial desembarcando en las playas de Túnez, cerca de Cabo Cartago, transportados a tierra por los bateles de las naos y los esquifes de las galeras. Esta escena condensaría varios días de desembarco. Sabemos que el día 16 de junio los únicos caballos que pisaron tierra fueron los de Carlos V, el marqués del Vasto y el del cuñado de Carlos, el infante Luis de Portugal. Detalle del cartón nº3 de la serie "La conquista de Túnez" por Jan Cornelisz Vermeyen titulado "Desembarco en la Goleta". KHM Wien.


Las desmandadas eran un peligro, porque soldados, marineros y mozos descuidados podían ser presa fácil para los enemigos, y los demás soldados, que se hallaban «bajo bandera» podían romper el orden con tal de socorrerlos.

La fortaleza de los ejércitos, en especial de la infantería, residía en el orden cerrado. Los soldados que se desmandaban del escuadrón podían poner en riesgo a sus compañeros, pues convirtiéndose en objetivos fáciles para la ágil caballería árabe, no solo se ponían ellos mismos en peligro, sino que podían empujar a sus camaradas de armas a socorrerlos, pudiéndose producir un desorden en los escuadrones.


Por ello se publicó bando que «so pena de vida» ninguno saliera «fuera de ordenanza».

Durante el desembarco, tanto Carlos V como el marqués del Vasto, corriendo a caballo entre los escuadrones, se tuvieron que emplear a fondo para que la gente no se desmandase a robar por las huertas.

Carlos V en Barcelona, asistiendo al alarde de los hombres de armas que se embarcaron para la jornada. El emperador actuó ya no como general de su ejército, sino como verdadero «capitán de campaña» acudiendo a todas partes procurando mantener el orden entre sus tropas. 


Aún así, como solía pasar, tras una tiempo embarcados con una dieta monótona basada en bizcocho, carnes saladas, tocino, legumbres y pescado en conserva, no fueron pocos los marineros, soldados y mozos que contra la orden se apartaron para buscar fruta fresca en las huertas.

Un testigo de vista dio cuenta de las bajas sufridas durante la jornada de desembarco: «y por los marineros y gente que se desmando creo que nos mataron mas gente ellos a nosotros que nosotros a ellos».

Aquello se prorrogó durante días. El 18 de junio «cada hora los alárabes venían con otros moros y cogían algunos marineros y soldados desmandados entre las huertas y olivares, que por coger fruta o hurtar algo, salían por allí».

El propio Carlos V, escribiendo a la emperatriz, su mujer, Isabel de Portugal, reconocía el día 30 que la mayoría de muertos eran «soldados de las galeras y gente inútil y de servicio que de ellas ha salido, y se desmandaban a tomar fruta y buscar agua».


El desembarco turco en Gibraltar [1540]

Cinco años más tarde, en septiembre de 1540, eran corsarios turcos con «algunos moros valençianos» quienes desembarcaban en las costas de Andalucía, produciéndose el asalto y saqueo de Gibraltar.

Álvaro de Bazán padre narró como el alcaide de Gibraltar salió de la plaza «con quinze de a caballo y prendio eftos tres y mato veinte». Los tres presos eran «tres moros que se tomaron enlas viñas que salieron muchos a coxer hubas».

Los tres moros capturados pudieron dar aviso de la composición de la armada corsaria: «tres galeras de a tres Remos, y dos galeotas de a vejnte y dos Remos y vna galeota de a vejnte y vno y dos de a vejnte / y seis fustas y dos vergantjnes». «Los nabjos venjan bjen en horden de todo syno de artjllerja que trayan muy poca las galeras y las galeotas casi njnguna». La armada «traya noveçientos cristianos al rremo. La jente que traya de cabo eran los mas turcos y algunos moros valençianos».


Galeras de la armada imperial frente a las costas de Túnez en 1535. Detalle del cartón nº3 de la serie "La conquista de Túnez" por Jan Cornelisz Vermeyen titulado "Desembarco en la Goleta". KHM Wien.


Por lo tanto, los desmandados no solo afectaban al orden de los ejércitos o de las armadas corsarias, también eran fuente de información para el enemigo, porque una vez capturados podían ser torturados, o simplemente coaccionados, para poder obtener de ellos valiosa información.

Por todo eso, no es sorprendente la reacción de Carlos V en Túnez: «Enojado se mostró este día el Emperador con los desmandados, diciéndoles palabras de ira, y, la espada desnuda, arremetió contra algunos, y sucedió que yendo así para herir a un soldado, el soldado huía, y como vió que el Emperador le alcanzaba, volvióse a él de rodillas, suplicándole mostrase en él su clemencia»

La querencia de turcos y moros por el saqueo para buscar comida es equiparable a la de españoles y otras naciones cristianas. Pero los primeros mostraron en Gibraltar remilgos a causa de los mandatos religiosos.

Pedro Barrantes Maldonado narra como «fueron á la playa de Mayorgas [...] y saltaron en tierra algunos turcos y fueron do estaban docientas y tantas botas llenas de vino [...] y era cada bota de veintiocho arrobas hasta treinta, y, desfondándolas, derramaron todo el vino, que eran más de seis mil arrobas».

En su obra a modo de diálogo, pone en voz del personaje «extranjero»: «Más valiera beberlo». A lo que respondía el autor: «Más, salvo que á ellos le es prohibido en su ley; y ansí quisieron ser el perro del hortelano».

Además de derramar el vino, los asaltantes mahometanos viendo «que estaban allí comiendo el borujo muchos puercos, mataron trecientos dellos á cuchilladas».

Barrantes ironizó sobre el indeseado resultado de la improductiva matanza: «Gozaron del mal olor dellos aquellos tres dias».

Poco después del combate contra los puercos, los turcos «derramáronse por entre las viñas á comer uvas, y salió la gente de caballo, que estaba en Gibraltar, y fueron contra ellos, y allí en las viñas mataron catorce ó quince dellos y prendieron tres».

Esta gente de caballo a cargo del alcaide de Gibraltar eran jinetes «con lanzas, adargas y corazas», panoplia que sorprendería al extranjero del diálogo de Barrantes, pues, según el personaje, este tipo de caballería así armada parecía «la resurrección de la conquista del reino de Granada».

Como fuera, el hambre animaba a muchos a perder la «buena orden de guerra», aún a riesgo de la propia vida, sin tener muy en cuenta ni los mandatos reales, ni la buena disciplina militar.

Fueran españoles o turcos, la tentación de la uva y la fruta fresca era irresistible para muchos.