Arcabuz

Sustituto de la escopeta, el arcabuz era un arma de fuego manual, que a pesar de su sencillez mecánica y su complicado manejo, revolucionó el arte de la guerra a principios del XVI, fabricándose hasta inicios del XVIII como arma de guerra.

Arcabucero español durante el ataque a la Goleta. 4º Tápiz de la serie de Vermeyen sobre la conquista de Túnez [1535]. La coz del arcabuz tenía formas variadas, en este caso, cepillada con un acabado de caras planas. En general, la forma respondía a modas, y lo importante era que se pudiera afirmar bien al hombro y a la cara para poder apuntar bien y efectuar el disparo de manera que "la coz", el golpe que se padecía en el retroceso, no fuera muy fuerte. La longitud de la coz debía ser proporcional a las medidas del tirador; probablemente, el arcabucero debía conformarse en primera instancia con el arma que se le suministrase. 




Detalle de Los triunfos de Carlos V, tercer triunfo, asalto de Roma. Podemos ver que el arcabuz caído a los pies de los muros es mucho más corto que los representados en el tapiz precedente de la batalla de Pavía. El extremo de la baqueta que asoma de la caja baho la boca del cañón se aprecia perfectamente. La coz tiene forma de "cola de pez".

Arcabuces y mosquetes eran eminentemente armas idénticas, la diferencia radicaba en la distintas dimensiones, siendo más o menos proporcionales a su calibre, si bien el mosquete, debía ser empleado por su enorme peso, con una horquilla.

El calibre del arcabuz, medido en el peso de la bala, solía ser de una onza y media, onza, tres cuartos de onza - o 12 adarmes - cinco ochavas - 5/8 de onza [Nota 1a] o 10 adarmes -  e incluso 1/2 onza - o 4 ochavas - siendo más comunes los calibres de 1 onza o 3/4 de onza, y considerándose onza y media prácticamente un calibre de mosquete.

Ilustración detallando las secciones de cuatro piezas, dos mosquetes, de onza y media y dos onzas de calibre, y dos arcabuces, de una onza y tres cuartos de onza, según obra de Cristóbal Lechuga [Discurso del capitan Cristoual Lechuga, en que trata de la artilleria, y de todo lo necessario a ella, 1611, p.71]. La sección circular menor corresponde al diámetro de la bala, la sección circular mayor corresponde al diámetro interno del cañón del arma. La sección "ochavada" menor corresponde al perímetro exterior del cañón en su boca, y la sección ochavada mayor corresponde al perímetro del cañón en su culata. La imagen es a tamaño original; el libro impreso ofrece escala 1:1, así, que salvo deformación por pantalla del ordenador, esta es la sección de un arma de la época.

1 onza = 1/16 libra castellana = 28.75 gramos.

1 bala de plomo de 1 y ½ onza de peso tendría 19.4 mm de diámetro.
1 bala de plomo de 1 onza de peso tendría 17 mm de diámetro.
1 bala de plomo de ¾ de onza de peso tendría 15.4 mm de diámetro.



Arcabuz de menos de una onza de bala y mosquete de dos onzas de bala, según una lámina de la obra "Apuntes históricos sobre la artillería española en la primera mitad del siglo XVI" que dibuja dos piezas de museo.


La longitud del cañón era de entre unos cuatro y cinco palmos de vara castellana [80 - 100cm] y pesaba unas 10 o 12 libras [4-5 kgs], aunque los arcabuces de la primera mitad del XVI parece que alcanzaban las 14 libras de peso [Nota 1b].
Se consideraba difícil manejar un arcabuz de 12 libras.

La pared del cañón tenía un espesor variable, siendo en la boca una tercera parte más o menos, del grosor que tenía en la culata [o recámara] esto es, donde se producía la explosión de la pólvora, y por tanto, donde debía estar más reforzado. La sección exterior del cañón solía ser en muchas ocasiones octogonal [ochavada] lo que indica que los maestros armeros desconocían realmente como actuaban las fuerzas ejercidas por la ignición de la pólvora, pues una sección circular trabaja asumiendo la tensión de manera uniforme.

La caja del arcabuz – el fuste y lo que hoy denominamos culata, entonces "mocho" o "coz" – se debía hacer de madera noble: preferentemente cerezo, o nogal en su defecto, siendo esta última más pesada. El álamo blanco, aunque se usaba, no se recomendaba por no tener la calidad del cerezo. La madera debía ser seca, sin nudos ni repelos.

Arcabuceros con petronel, un arcabuz de culata curvada que fue popular en la segunda mitad del XVI en el norte de Europa, en un grabado de Franz Hogenberg. En este caso, al ser la coz curva, y no recta, no se podía afirmar al hombro. En este caso, parece que la moda se impuso a la sensatez. 

La pelota [bala] debía entrar sobradamente por el cañón, pues entre el diámetro de la bala y el del cañón había una diferencia – a favor de este último claro – que se denominaba viento. Este viento era – según Lechuga – de entre 18 y 26 partes del diámetro de la bala.

Esta holgura permitía que la pelota, pese a las irregularidades propias del interior del cañón – en una época en que la forja estaba en continuo proceso de mejora – penetrara sin excesiva dificultad, atacada – empujada hasta la recámara – con la ayuda de una baqueta o atacador.

Por contra, esta holgura posibilitaba que una parte de los gases producidos por la explosión de la pólvora no actuasen sobre la pelota, perdiéndose parte de su empuje. En piezas de artillería, se solventaba este problema conformando un taco a base de paja atacada, pero en arcabuces y mosquetes se podía resolver el problema usando un taco, si bien muchos tratados del XVI no refieren ese paso en el proceso de carga del arma.

Al menos en el siglo XVII se usaron tacos embreados dando casi total estanqueidad al conjunto, incluso se recomendaba un doble taco: taco sobre la pólvora, y taco sobre la bala.

En todo caso, con taco o sin él, la pólvora debía "atacarse", debía dársele dos o tres golpes con la baqueta para comprimirla, y después de introducir la bala, también debía a golpe de baqueta empujarse ésta hasta que estuviera en contacto con la carga de pólvora.

Detalle del tapiz nº3 de la serie de la batalla de Pavía. Podemos ver en primer plano dos arcabuceros. El de la izquierda sostiene su arma con cañón de metal [latón, aleación de bronce] y el de la diestra con cañón de hierro. Se puede apreciar claramente en el caso de la izquierda como el cañón estaba compuesto de diferentes tramos - no se labraba a partir de una sola masa de hierro. La llave que lleva la mecha a la cazoleta del arma es muy elemental, y su muelle, externo.


Alonso Martínez de Espinar - en un tratado de caza, Arte de Ballestería y Montería - recomendaba el uso de taco de soga vieja, soga fabricada con esparto.

Ofrezco, en todo caso, el testimonio de Fernando Tamariz de la Escalera, capitán de caballos corazas, que dio a la imprenta un "Tratado de la caza del vuelo" en 1654. En este caso, el taco era imprescindible, puesto que la munición para la caza era "grano" - hoy diríamos "perdigón" - y no bala, pero es el más claro testimonio que he hallado hasta la fecha de cómo debía atacarse el arcabuz y porqué debía hacerse así:

Es muy importante cosa que sepa el principiante que las más veces que un arcabuz revienta suele ser por descuido de su dueño, como es el no saberle cargar, ó el no saberle atacar, ó no limpiarle cuando es menester: así digo, que el arcabuz se debe limpiar en pasando de una docena de tiros, porque es su mayor seguridad; y se ha de atacar con esparto majado, porque además de limpiar siempre que entra, aprieta lo bastante: hase de echar el taco en tal manera que vaya en forma de pelota, y de suerte que no cueste trabajo el llegarle abajo á asentar sobre la pólvora, ni tan holgado que no apriete con moderación lo que baste á perficionar la carga. Y por que es muy importante cosa el saber esto con fundamento, digo [...] que el taco no ha de ser apretado de suerte que cueste entrarlo á baquetazos, sino que vaya de tal manera que sin apremio asiente sobre la pólvora; y en llegando abajo se le ha de dar un golpe ó dos encima con la baqueta, por dos razones: la primera, porque el taco recio ocasiona á dar coz al arcabuz, y desiguala la puntería, como sale tan violenta porque Vim vi repeliere licet, junta una fuerza á otra, la mayor ha de sobrepujar, con que arroja la pólvora sin darla lugar á que se queme toda; y así por esta razón alcanza menos, aunque arranca tan recio, por la resistencia que halla en el taco fuerte. La segunda, siendo el taco no apretado con esta demasía, sale más bien la carga y quema mejor la pólvora, y por esa causa alcanza más y está más seguro el arcabuz de no reventar. Y advierto que cuando sucede estar un arcabuz cargado mucho tiempo no es seguro el dispararle por la unión que allí ha hecho la pólvora con el cañón por ser la calidad de el hierro húmeda, y el salitre también lo es, con que se une allí en la cámara por la razón de la consistencia, y va arriesgado á reventar ó á dar una coz, con que no se consigue la perfecta puntería; y así, es mejor sacar la carga con el sacatrapos, y más seguro. También es necesario saber que si algún taco, por descuido ó ignorancia, se quedase sin llegar á la carga de pólvora, de suerte que entre carga y taco cogiese aire, en este caso reventará el arcabuz infaliblemente; y así, se debe poner particular cuidado en que los tacos lleguen á la carga, porque así, se asegura, y se debe hacer. 

En el lateral derecho de la recámara, teníamos el oído, por donde se comunicaba el interior del cañón donde se alojaba la pólvora con el exterior. A continuación, se situaba la cazoleta o polvorín, como su nombre indica, un recipiente cóncavo donde se vertía la pólvora fina - llamada polvorín - que iniciaba la ignición. Sobre esta cazoleta caía el extremo prendido de la cuerda [mecha] que era sostenida mediante una llave accionada por el disparador. La cazoleta debía ser "ancha y no muy larga, ni honda, que si hace mucha pólvora, son humosas y queman el rostro".

En este detalle de la Batalla de Pavía de Ruprecht  Heller, pintado en 1529, podemos ver los arcabuceros encamisados, uno atacando el cañón con su baqueta, y a su izquierda, otro efectuando el disparo. Efectivamente, los arcabuceros acabarían normalmente con quemaduras en el rostro. 

Como se ve en el esquema precedente, el mecanismo fijado a la pletina era sencillo: el disparador [T] accionaba el muelle real, que abatía la serpentina o serpentín [D] que sujetaba la mecha, llevando el cabo encendido a la cazoleta [P] que podía estar cubierta con la cubrecazoleta o "cobija" [B] que podía ser deslizante, o giratoria, como en este caso.

Como se puede ver en este detalle - es una selección de la ilustración que encabeza el artículo - inicialmente el mecanismo era externo a la caja. Con el paso del tiempo, el muelle y resto de piezas quedaron fijadas a una pletina, quedando protegido al hallarse alojado en la caja del arma, cuya madera había sido vaciada para permitir el encaste del conjunto. Sin duda esto protegería el mecanismo de recibir daños. Véase la entrada Escopeta/escopetero en este mismo blog, para ver sistemas manuales de ignición de la pólvora anteriores a la llave de mecha. 
Arcabucero durante la "Batalla en los pozos de Túnez", Cartón nº8 de la serie de Vermeyen sobre la conquista de Túnez.


No fue hasta la década de 1670 cuando la más moderna llave de pedernal – que no obstante se venía usando en pistolas y arcabuces de caballería desde mediados del XVI – sustituyó a la llave de mecha, más sencilla y económica, aunque de uso más farragoso [pues era necesario retirar y volver a colocar la cuerda en cada uso, por soslayar el riesgo de prender accidentalmente la pólvora mientras se cargaba el arma] y peligroso [pues se manejaba una mecha encendida que podía prender la pólvora que el arcabucero debía portar como parte de su dotación]. Finalmente, como digo, durante las décadas de 1670-1680, los viejos mosquetes de llave de mecha fueron siendo reemplazados por los más eficientes de llave de pedernal, aunque todavía a finales de siglo algunos ejércitos europeos tenían importantes arsenales de este modelo ya abandonado.

Durante el siglo XVI se implementa la cubrecazoleta o cobija: una pletina metálica deslizable situada sobre la cazoleta, que resguardaba la pólvora de ignición del viento y de los accidentes. En muchos textos aparece el nombre cazoleta para referirse a la cubrecazoleta, como el que sigue:
en descubriendo la cazoleta del fogón se les mojaba el polvorín
Luis del Mármol Carvajal, REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.

El término polvorín era empleado para referirse tanto a la pólvora fina que se usaba para cebar la cazoleta, como al recipiente que la portaba.

Este sistema ya se conocía desde 1520, imprescindible para que las pistolas de caballería fueran efectivas, pero como tantos otros sistemas no se impusieron masivamente hasta tiempo después.


Punto y mira

Como en todas las artes que acaban convirtiéndose en ciencia, del arte de la balística, en esta época, se tenía un conocimiento más empírico que matemático, aún así, es evidente que los arcabuceros apuntaban y estimaban las distancias a las que se situaba su objetivo.


La bala tiene una trayectoria recta - siguiendo el eje del cañón - que se mantiene durante una determinada distancia - denominada punto en blanco - hasta que esta, por efecto de la gravedad - y el rozamiento - empieza a declinar y a trazar una trayectoria descendente.

La mira era el elemento que más próximo al ojo nos permite junto al otro elemento situado más próximo a la boca del cañón apuntar el arma. Por contra, lo que hoy denominamos "punto de mira", entonces se denominaba punto a secas.

Arcabucero alemán en el Ataque a la Goleta, 4º tápiz de la serie de Vermeyen sobre la conquista de Túnez, llevando el ojo a la mira de su arcabuz. En una imagen de este mismo tapiz - ver más arriba - se puede ver otro arcabucero, español, con otro tipo de mira.

En un contrato de 15.000 arcabuces realizado en 1543, se determinaba al respecto que la mitad debía llevar miras de un tipo y la mitad de otro:

ítem que d los siete mil e quinientoss arcabuces a de hacer las miras Redondas sacadizas e altas que descubran bien el punto de delante e que sea mayor el punto según que se le ha dado por muestra e los otros siete mill quinientos an de ser largas las miras según el que queda en mi poder de muestra [...] 

Estas miras "sacadizas", también denominadas "postizas" en un contrato de mosquetes, eran, por lo tanto reemplazables, y podían tener unas dimensiones u otras, lo que permitiría regular la inclinación del disparo, que sin llegar a la precisión y adaptabilidad de las más modernas alzas, daba una ayuda al tirador.

En su "Discurso del capitan Cristoual Lechuga en que trata de la artilleria, y de todo lo necessario à ella", el experto artillero nos indica, tomando la voz de un arcabucero:

yo tengo ajustado mi arcabuz a dozientos passos de punta en blanco, y tomando la mira justamente doi en la señal

El arcabucero se supone que podía dar en la señal, o en el blanco, si no fuera por lo siguiente:

Apuntaba Lechuga en su tratado la linea que traza el punto y la mira montadas sobre la culata y la boca del cañón, no es recta, sino descendente, debido a esta diferencia de espesores de las paredes del cañón entre un extremo y otro, por lo cual, al igualar punto y mira, no ajustaban el tiro a punta en blanco, sino que disparaban de "bolada", esto es, trazando una parábola, o en palabras de Lechuga, una "curvica".

Vemos en la imagen la vista frontal de un arcabuz de calibre tres cuartos de onza: el primer diámetro interior es el de la bala, el segundo, el del cañón, el primer ochavado - octágono, es el perímetro exterior del cañón en su boca, y el segundo, el exterior, es el perímetro exterior del cañón en su culata. 

Lechuga da indicaciones de cómo se puede corregir este defecto en su fábrica, pero advierte que en esa época - dio a la imprenta su tratado en 1611 - de los Puntos de Arcabuzes,y Mosquetes pocos se hallạn, como deurian y que no salen, ni pueden salir los tiros, tan ciertos como saldrian: lo qual hà procedido por defecto de los maestros pạreciendoles que con qualquiera punto han cumplido, con lo que podemos asumir que los disparos podrían no ser demasiado precisos.  

Esquema del disparo con arcabuz contenido en los "Dialogos militares: de la formacion, è informacion de personas, instrumentos, y cosas necessarias para el buen vso de la guerra", de Diego García de Palacio, impreso en 1583


Alcance

Tenemos una referencia escrita bastante certera del alcance de una escopeta en el año de 1521.

Durante la guerra de las comunidades, las tropas realistas se hallaban a un lado del río Arlanzón, en Burgos, y las de las Comunidades, al otro, separados por el río en el que había un puente. Fuera el puente de Santa María [60 metros entre estribos] - lo más probable - o el puente de San Pablo [74 metros entre estribos] la distancia mínima, para un disparo efectuado por una escopeta - no un arcabuz - en 1521, es bastante superior a la de 25-40 metros que he leído alguna vez:

Estando el lunes 21 deste [enero de 1521] a despachar esta posta a los dos oras despues de medio dia hubo cierto ruido entre dos procuradores de vecindades de manera que la ciudad se alborotó y se puso en armas y fue forzado que los que estavarnos aqui nos armasemos y pusiesemos en orden y luego la gente de guerra que aqui tengo vino a la plaza de rni casa y D. Juan de Luna capitan de los continos y la gente de la guarda de S.M. de cavallo y de pie y otros muchos cavalleros que aqui estaban y personas principales del pueblo, hechos nuestros escuadrones para pelear y estando el conde de Aquilar en la guarda de la puente que esta entre el mercado y mi casa y con el Juan de Luna y los continos, unos de la comunidad que estaban de la otra parte le tiraron una saetada [un tiro de ballesta] y acertaronle en una alabarda que tenia en la mano por cerca de la cuchilla y paso la saeta y diole en el pescuezo sobre un gorjal que tenia que si no diera en dicha alabarda le matara y un escopetero de los nuestros que estaba junto con dicho conde tiró la escopeta al que le avia tirado y le mató y los otros se ritiraron que no osaron parar por todo el mercado.
Carta del Condestable de Castilla a Su Majestad, Burgos, 25 de enero de 1521



En 1538, Pedro Luis Escrivà, ingeniero que había edificado el Castel Sant'Elmo en Nápoles escribía:
la medida que conviene á la verdadera defensa, que no ha de ser más lexos de cuanto puede tirar de puntería una simple escopetta Ó arcabuz, y esto es por qué no se debe constreñir ni limitar la fortification á que solamente piezas gruessas la puedan defender. 

Y aunque no dice en su tratado la distancia de la cortina "que le conviene al tiro justo de punteria", queda la fábrica del propio castillo como testimonio de ello, siendo sus cortinas más largas de unos 85 metros. Esto, en 1538, asegurando el autor que se podía defender con una simple escopeta.

En 1607, Cristóbal de Rojas, ofrecía en su tratado "Sumario de la milicia antigua y moderna" las medidas del baluarte real. La cortina había de tener 400 pies. Fueran pies castellanos, o la antigua medida de pie romano también conocida en la época como pie geométrico, la cortina tenía entre 111 y 118 metros:


Hacia 1630-1640, esa distancia para la cortina o lienzo había aumentado hasta los 570 - 600 pies, o sea 168 - 177 metros, pero quizá se dejaba la defensa más a los mosquetes que a los arcabuces.



Tartaglia, estudioso sobre la balística enmendado parcialmente por Lechuga décadas más tarde en alguna de sus tesis, decía - en obra impresa publicada en 1538 - que una escopeta que tiraba media onza de bala [esta onza no sería castellana, claro] podría dar a 400 pasos, mientras que un arcabuz de onza de bala llegaría a los 300 pasos, si bien a una distancia de 100-150 pasos, la bala de arcabuz haría "mayor pasada", esto es, haría mayor efecto, mayor daño su disparo aumentando su poder de penetración.  

La escopeta tenía menor calibre que el arcabuz, pero mayor alcance, debido a que su cañón era más largo.

También sabemos que durante la campaña de 1547 - cuando se libró la batalla de Mühlberg - los arcabuceros de uno y otro bando - españoles del Emperador y alemanes de la Liga de Smalcalda - se disparaban, y se mataban, de un lado a otro de la ribera del Elba - un cauce de anchura tal que Vera y Zúñiga estimaba en 400 pasos - si bien los arcabuceros españoles se fueron metiendo en el agua, para acortar la distancia. Medido en Google Earth, el Elba de hoy día no tiene más de 90 metros de ancho. 

Bernabé de Busto, cronista real que se hallaba en el campo imperial, narra como el Emperador mandó que al lado de la artillería de campaña se pusiesen 1 mil arcabuceros españoles con orden de que acabando de disparar la primera vez arremetiesen y se apegasen al agua para estorbar que su puente no pasase, tirando a los que la llevauan y tanvien para que desde ay no aviendo en medio más de río cuya anchura podría ser de CCC pasos jugasen en los de la otra ribera y los avyentasen della. Ello se hizo avnque no sin mucho peligro que los españoles arremetieron con la prontitud e ánimo que sienpre y Su Magestad con ellos y tendidos por la ribera y començaron de tal manera a erir en los saxones que puesto que tampoco ellos por su parte dexauan de tirar se sintió presto la diferencia,
Fragmento de la crónica de Bernabé Busto extractada por José María García Fuentes en Chronica Nova 6, 1971


Por el extracto queda claro que los arcabuceros españoles tiraban a los protestantes - y estos devolvían el fuego - a una distancia de menos de trescientos pasos, que podían ser unos 240 metros. Era una distancia forzada por las circunstancias; otros autores recomendaban disparar a no más de cincuenta pasos, e incluso, algunos - como Blaise de Montluc - esperar a descargar las armas a dos picas de distancia. Esta instrucción se daba a los arcabuceros que estaban dentro del escuadrón de las picas, intercalados con los coseletes, para barrer la frente del escuadrón enemigo, pero el arcabuz, como vemos por los numerosos ejemplos, era útil a gran distancia. 

También de 1546 narraba Luis de Ávila y Zúñiga que el duque de Alba habia ordenado que toda nuestra arcabucería estuviese sobre aviso á no disparar hasta que los enemigos estuviesen á dos picas de largo de nuestras trincheas; porque desta manera ningún tiro de nuestros arcabuceros, que eran muchos y muy buenos, se perdería, y si tiraban de lejos, los mas fueran en balde; y así, mandó que las primeras salvas, que suelen ser las mejores, se guardasen para de cerca. 

La cita no prueba el escaso alcance del arcabuz, sino la poca efectividad de los tiros de largo alcance, a más de doscientos o trescientos pasos. Ciertamente, las armas de fuego portátiles del XVI, como la escopeta, el arcabuz o el mosquete, no eran fusiles de cañón rayado del finales del XIX, pero, no siendo precisas, su efectividad, medida en términos de alcance, dispersión del tiro y penetración, era mucho mejor que cualquier otra arma de tiro anterior, fueran ballestas o arcos.




Hay una cita no muy clara en Los comentarios reales de los incas de Garcilaso de la Vega, el cual, al narrar el enfrentamiento entre los rebeldes liderados por Gonzalo Pizarro y las tropas realistas en abril de 1548, asume que los dos escuadrones estaban a 500 pasos, "a tira más tira":

aunque los historiadores dicen que estaban los escuadrones a tiro de arcabuz, era a tira más tira, que había más de quinientos pasos en medio. 
Libro V. Capítulo XXXV. Sucesos de la batalla de Sacsahuana hasta la pérdida de Gonzalo Pizarro

Según Luis Collado, en su Platica manual de artillería, "tira mas tira" es el disparo al punto de su mayor elevación. Para un mosquete de dos onzas, con un alcance de punta en blanco de 200 pasos, el tira mas tira era de 600.

En su "Discurso del capitan Cristoual Lechuga en que trata de la artilleria, y de todo lo necessario à ella", el experto artillero nos indica, tomando la voz de un arcabucero:

yo tengo ajustado mi arcabuz a dozientos passos de punta en blanco, y tomando la mira justamente doi en la señal

[Los passos se entienden passos naturales andantes, que son de dos pies y medio por passo]

Esta obra fue impresa en 1611, y con seguridad los arcabuces de principios del XVI tirarán más corto, pero lo que he leído en más de una ocasión - probablemente, la misma "información" copiada y repetida - que los arcabuces eran efectivos en un rango de 25-40 metros es incorrecto.





Pólvora, frascos y frasquillos.

Se llevan generalmente dos tipos de pólvora alojada en otros tantos recipientes mayores, frasco y frasquillo: pólvora fina, que también recibe el nombre de polvorín para rellenar la cazoleta llevada en el frasquillo, y pólvora en grano para la carga principal contenida en el frasco.

Para la infructuosa expedición de Argel [1541] el capitán de la artillería Diego de Vera pedía 800 quintales de pólvora para arcabuceros y 30 quintales de polvorín. En otras relaciones más tardías no aparece el polvorín reflejado en las cuentas; quizá se cebase la cazoleta con pólvora en grano.

No obstante esta distinción, ambas pólvoras eran “finas”, en contraposición a la pólvora empleada en artillería, que no solía estar tan refinada [la pólvora se molía en un molino] y era de grano más grueso.

Cuanto más fina fuera la pólvora, mejor prendía y hacía su función: con pólvora fina, bastaba una carga de la mitad del peso de la bala, mientras con pólvora gruesa, eran necesarias las dos terceras partes de peso de la bala [como refieren Lechuga y Eguiluz en sus tratados]. Pero aún así, no podía ser tan fina como el polvorín, debía ser algo granada, formar granos con algo de peso para que bajasen bien el cañón abajo a la hora de ser cargada.

La pólvora empleada en artillería era pólvora gruesa, no pólvora fina, que era la que debía emplearse en el tiro de arcabuces, pues quemaba mejor:

100 Quintales de Pólvora delgada , porque la gruesa de la Nueva España , no servia si no pera la Artillería , pues cargaba á las Armas menores tanto, que á quatro Tiros , no cabía la Bala en el Cañón
Petición de pertrechos a la Casa de Contratación para La Florida en 1703

En este ejemplo dado, la bala en las armas menores no podía caber en el cañón tras realizarse solo cuatro disparos, porque al ser pólvora gruesa no quemaba bien, quedando los restos que obturaban el cañón del mosquete, arcabuz, escopeta o carabina [que estas cuatro armas aparecen mencionadas en dicha relación]. De ahí la necesidad de disponer pólvora de grano fino.

Con una libra de pólvora de doce onzas, se tiraban entonces 18 disparos en un arcabuz de 1 onza de calibre, cargando las piezas, como recomendaba Lechuga, con 2/3 del peso de la bala en pólvora, pero sabemos que la mayoría de autores - y las compras de pertrechos lo confirman - recomendaban cargar con 1/2 del peso de la bala, pudiéndose disparar por tanto 24 tiros con 1 libra de pólvora.

Un frasco típico tenía dos libras, y 50 balas era la cantidad que debía llevar un arcabucero el día de batalla. 

En este detalle del tapiz nº3 de la serie sobre la batalla de Pavía podemos ver los accesorios que llevaban los cinco primeros arcabuceros de la escena. Al de la izquierda, que se halla atacando con la baqueta  el cañón de su arcabuz - un cañón de metal, aleación de bronce - le podemos ver las cargas en bandolera. A segundo por la izquierda, que sostiene un arcabuz con cañón de hierro, le podemos ver una bolsa colgada a la cintura, que llevaría las balas, mecha, elementos para encender el fuego, etc. Al segundo por la derecha le podemos ver un frasco en forma de cuerno para llevar la pólvora de carga de su arma.


Durante la defensa de Corón 1533-1534, el capitán general de la artillería, Luis Pizaño, daba tres libras de pólvora [de quince onzas, peso de Sicilia]  por mes a los 1.180 arcabuceros que defendían la plaza. Al final de la contienda, cuando en agosto la plaza fue socorrida por las galeras de Andrea Doria, asumiendo una onza consumida por disparo, las cuentas de consumo de pólvora determinan que los arcabuceros habían hecho 156.000 disparos, a 45 disparos por barba al mes; no parece mucho, pero seguramente racionaban. Cabe tener en cuenta que los hombres se turnaban en la defensa de los muros cada tres días [3].

El mismo Pizaño, planificando los pertrechos necesarios para defender Rosas en 1544, calculaba 11 disparos al día:
para 600 arcabuceros 100 quintales de pólvora de arcabuz, y de plomo 135 quintales, porque en treinta días, tirando 11 tiros por día cada hombre, tiran los de arcabuceros los 100 quintales de pólvora. 

Lo cual nos ofrece una proporción pólvora/plomo de 100/135, o 0,74, bastante más alta que la propuesto por Lechuga en 1611.

En un contrato de 1561 para la fábrica de mosquetes de 1 y 1/2 onzas se establecía que el frasco había de tener una capacidad de 2 libras y carga de 1 y 1/2 onzas. O sea, que esos mosquetes se tiraban con igual cantidad de pólvora que de plomo.

Amén de este frasco de pólvora, se solían llevar unos frasquillos ["cargas"] con la carga exacta de pólvora que debía usarse [proporcionada a un medio del peso de la bala como hemos dicho] colgados de unas cuerdas en una bandolera cruzada sobre el pecho. 


Al arcabucero de la izquierda, representado en uno de los tapices conmemorativos de la batalla de Pavía, le podemos ver en la espalda, colgados en bandolera, la mitad de las cargas con la pólvora dosificada. Los frascos tenían un muelle, de manera, que en teoría, se podía ajustar la cantidad de pólvora que se volcaba en el cañón, pero la maniobra era imprecisa. También en la primera imagen que ilustra este artículo se pueden apreciar dichas cargas de pólvora.


En la ilustración de estos arcabuceros del manual de De Gheyn [h.1608, grabado original sin colorear] podemos ver el frasco principal en forma de cuerno, la bolsa para llevar las balas, mecha prendida al cinto, y el fraquillo trapezoidal bajo la cuerda.

Había frascos redondos, trapezoidales, cuernos y con formas irregulares. Los arcabuceros representados en la batalla de Pavía que ilustran el comienzo de este artículo llevan dos cuernos con la pólvora.


La pólvora negra, compuesta de salitre, azufre y carbón [vegetal, preferentemente de sauce] producía una gran cantidad de humo, que acababa convirtiendo las zonas del campo de batalla donde había más acción en una zona cubierta por una niebla ácida, que irritaba gargantas y ojos, y limitaba la visión.

Para labrar cien libras de pólvora recogemos una fórmula adoptada el 9 de mayo de 1568 por la Artillería del Ejército de Flandes [recogida por el “Tratado de la Artillería y la Fortificación”, Cristóbal Lechuga]:

75 libras de salitre [nitrato potásico]
15 libras y 10 onzas de carbón
9 libras y 6 onzas de azufre

Vauban, en una fórmula un siglo después, da esta proporción, con igual proporción de azufre y carbón:

75 salpetre
12 ½ soufre
12 ½ charbon

Si se cargaba el arcabuz con más pólvora, nos advertía Lechuga que la bala llegaría más lejos y con más potencia, pero que el tiro no sería más alto o más bajo, pues eso venía condicionado por el punto y mira del arma:

el dar mas poluora de la ordinaria, ò dar la ordinaria no harà por eso que se alçe, ò se abaje mas el tiro, sino que por la mayor quantidad de la poluora se alargue, ò acorte, airuiendo aolo de hazer mayor, ò menor el golpe en el resistente

También había que atacar la pólvora y la bala con una baqueta, de manera que estando más apretada, se disparaba con mayor potencia:

però quien le diese demasiada carga,y apretase muy bien la poluora, y el bocado tras la bala, podria ser que viesse notable mutacion de la manera del cargar nos darà señal el arcabuz; porque si la carga fuere reforzada, y la bala entrarè bien apretada, recula mucho mas que si estuuiesse cargado ligeramente;


Pelotas

Las balas eran de plomo y esféricas. Generalmente, como los calibres no solían ser uniformes, junto con el arcabuz se entregaba una turquesa, molde a modo de tenaza para conformar las balas.

Turquesa y cuchara para fundir balas de plomo, en este caso, "pelotas en rosario" para preparar balas enramadas. Platica manual de artillería [1592], Luis Collado
A los soldados se les entregaba – salvo en expediciones de calado importante, donde se les podían entregar balas ya fundidas – plomo en pasta [o lingotes] que ellos mismos debían fundir en un recipiente, llenando estas turquesas con la cantidad justa, enfriando rápidamente la bala en agua para abrir la tenaza, dejarla caer y coger otra cantidad de plomo para continuar fabricando balas.

Los herreros hacían moldes con planchas de cobre o metal - latón - para que los fundidores fabricasen balas a granel, de 28 o 32 pelotas.

Se recomendaba que se portasen 50 balas ya hechas, y por tanto, la cantidad equivalente de pólvora necesaria [la mitad en peso]. En ningún caso debía reclamarse a viva voz pólvora o balas durante la batalla en caso de quedarse sin, puesto alertaría al enemigo de la flaqueza que se padecía.
En una bolsa de cuero se llevarían estas balas, junto con cuerda, pedernal, eslabón y yesca, para prender la dicha cuerda o mecha.

cierta cosa es, que para el arcabuz la bala de plomo es la mejor para yr mas veloz, y hazer mayor passada, como nos lo muestra la experiencia; y esto procede de la graueza del plomo,

Efectivamente, el plomo era más denso que el hierro o la piedra, de los cuales se labraban los proyectiles de artillería, pero nos decía el autor - Cristóbal Lechuga - que las balas de estaño, y los dados de hierro cubiertos de plomo podían penetrar un peto a prueba cuando la bala de plomo no era capaz, debido a su blandura, pues se deformaba contra la chapa de acero. También atribuía al plomo cierta ductilidad, en contraposicíón a otros minerales como el oro, que hacía que la bala pudiera entrar muy justa - a pesar del viento, la diferencia entre el calibre del cañón y el calibre de la bala:

la qual se haze entrar por fuerza en el arcabuz, y cierra todas las salidas à la fuerza del fuego,y haze cierta vnida resistencia al primer instante de su mouimiento, lo qual no puede hazer la bala de oro por su dureza, y que quando entrase tan cerrada, el arcabuz se romperia, porque no cederia como la de plomos es eųidente, que entrando mas vana iria con menos presteza. Y esta es la razon porq se tiene,que los arcabuzes rayados lleuan mayor carga, porq la bala entra mas forzadamente, y de manera que cierra todos los respiraderos, que puede tener el fuego de la poluora, lo qual en los otros no es ansi

Lechuga calculaba que cada día un arcabucero consumía de 4 a 6 libras de plomo, si había escaramuzas o se asistía en trincheras. Siendo el arcabuz de más calibre en sus tratados de 1 onza, esto suponía desde 48 [4 x 12] a 72 [6 x 12] disparos por día. Si no había plomo en barra, se podía tomar, por ejemplo, de las balas que disparaban los enemigos, sobretodo de las piezas de artillería menor, como falconetes, como narra Bernardo de Aldana en 1551.

Se podían usar, amén de las balas esféricas comunes, invenciones como las pelotas de alambre, dados enramados, dados de hierro o bronce o perdigones: "muy a propósito para ofender al enemigo y desordenar la infantería, o una batalla de caballos".




Cuerda

La mecha o cuerda se hacía de lino o cáñamo, y se bañaba la totalidad en una solución de agua y salitre, dejándose secar. También se podía bañar el cabo [extremo] con pólvora disuelta en agua o aguardiente, dejándose secar y quedando las fibras impregnadas de pólvora, que había de ser muy fina [del polvorín con que se llenaba la cazoleta] de manera que fácilmente prendiera a la chispa dada.

Recuperación de la isla de San Cristóbal por Félix Castello, 1634. Podemos ver como el arcabucero del centro sujeta en su mano un trozo de cuerda, con los dos cabos entre los dedos de la mano. Podemos ver también los frascos.

Se consumía mucha cuerda [dependiendo del prensado de las fibras y de lo impregnadas que se encontrasen quemaba con mayor o menor rápidez]: las centinelas debían tener siempre su cuerda encendida, y cuando se caminaba por tierra que se sabía hostil, al menos uno de los arcabuceros de la fila debía llevar su cuerda encendida para pasar la mecha al resto de compañeros de la hilera.
Cuando el enemigo estaba próximo, todos debían llevar sus cuerdas encendidas, y caminar así, con los arcabuces con las cuerdas encendidas era símbolo de combate inminente.

Arcabuz perdido en la batalla de Pavía, con la mecha enrollada en su parte central.

Antes de la mecha, se usaba un trozo de hierro al rojo [2] u otro elemento incandescente.

Varias de las imágenes que ilustran este artículo, tanto de la batalla de Pavía como de la conquista de Túnez no muestran cuerda o mecha alguna prendida al serpentín de la llave; se usaba una yesca [en alguna ilustración se puede ver el humo que desprende] sujeta a las mandíbulas del serpentín, que se prendía, eso sí, con la mecha [4]. Con el tiempo, no obstante, se pasó a usar directamente la mecha.

Arcabucero alemán durante el ataque a la Goleta: ¿avivando la yesca prendida al serpentín, o quizá limpiando la cazoleta de restos de polvorín?
Arcabuceros alemanes durante el ataque a la Goleta, con la mecha enrollada en sus arcabuces.

La cuerda – como la pólvora y el plomo – aparece en los inventarios recogida en quintales [100 libras] aunque asumiendo que su peso sería poco, sería mucha longitud la que se consumiera.

De los pretrechos previstos [que no los realmente embarcados] para la empresa de Inglaterra, podemos establecer una relación proporcional:

Pólvora para la arcabucería y mosquetería: 6.000 quintales
Cuerda de arcabuz: 10.000 quintales
Plomo para balas de arcabuz y mosquete: 12.000 quintales

De la coincidente relación recogida en el "presupuesto" plomo-pólvora 2:1 con el teórico, hemos de entender que la proporción de cuerda es asimismo válida, siendo entonces de 5:3 cuerda-pólvora.
Según el francés Vaultier, el consumo de mecha estando de ronda en una muralla era de una libra por soldado al día, consumiéndose más rápidamente en la muralla que en el cuerpo de guardia, debido - deduzco - a la acción del viento. Una libra de mecha, tendría, al menos, unos 10 metros de longitud.


Arcabuces de horquilla

En la cabalgata del Emperador Carlos V en su ingreso en Bolonia en 1529 - obra impresa en 1530 -  se puede ver en la lámina donde aparece la infantería española, unos arcabuceros que portan horquillas. Son solo dos, pero se pueden apreciar con claridad.


Vannoccio Biringucci en sus Diece libri della pirotechnia impresos en 1550, menciona "gli archibusi di mura da forcella & da braccia", o sea "los arcabuces de muro, de horquilla y de brazos".

También sabemos que en 1522, el Emperador lleva consigo de regreso a España 3000 "culevrynes" y 1000 "hacquebutes a crochetz" del arsenal de Malinas: 3000 escopetas y 1000 arcabuces de horquilla.

Parece que en 1528, preparando, precisamente, el viaje para coronarse en Italia, el Emperador demandó a Margarita de Austria, gobernadora de Flandes, 20000 coseletes, 16000 picas y 15000 "hacquebute à crochet", si bien la referencia es de una crónica de  Robert Macquéreau, y no un extracto de una correspondencia, y las cifras de armas demandadas - incluso para los coseletes - parecen muy elevadas para esta época [5].


Reventones

Por los consejos de Tamariz respecto a cómo debía atacarse el arcabuz, vemos que podían reventar habiendo hueco entre la pólvora y la pelota, pero también reventaban por defectos de fábrica, sobretodo más de un siglo antes de que el capitán de caballos corazas escribiera su tratado.

El arcabuz - o el mosquete - debía ser probado con doble carga de pólvora del peso de la pelota, cuando en uso lo normal es que se cargara con entre una mitad o tres cuartos del peso de la bala. Además, la pólvora, para asegurarse que el armero no usaría alguna carga floja, debía ser suministrada por la corona, y debía hacerse la prueba bajo supervisión de un oficial real.

De dos pruebas que conocemos, vemos que reventaban entre el 6 y el 11% de las armas probadas, y que no se probaban todas, así que no sería infrecuente que armas defectuosas acabaran en manos de soldados que acabarían damnificados por la mala fábrica de los armeros.

En 1565, don Alonso de Pimentel demandaba armas para municionar la fortaleza de la Goleta:
Doscientos arcabuces , que sean de Milán , de maestro Gaspar, de á 3/4 de pelota, porque no hay ninguno en la munición que sea de servicio, ni lo serán los que fueren de otros maestros, porque revientan si no son destos ó de España. 


Sobre este tema, véase un artículo sobre la fábrica de arcabuces y mosquetes


Agua

Evidentemente el principal enemigo del arcabuz era la inclemencia del tiempo: agua y viento podían impedir su funcionamiento. Durante la malograda jornada de Argel, en 1541, los arcabuceros no pudieron usar sus armas debido a una gran tempestad:
como los ltalianos no pudiessen en ninguna manera aprouecharfe de losarcabuzes,porque se les auian muerto las méchas con el agua,y por átenian mojados los fracos de los arcabuzes, solos vnos pocos piqueros hizierón cara,y los demas boluierón las espaldas, y dierónse a huyr.
Historia general de todas las cosas succedidas en el mundo en estos 50 años de nuestro tiempo. Libro XL. Capítulo XXV. Paolo Giovio

El problema seguía décadas más tarde:
y con la ocasión de una niebla muy espesa y de una aguanieve que se les ofreció favorable, los acometieron por diferentes partes dando grandes alaridos; los soldados no se pudiesen aprovechar de sus arcabuces, porque á unos se les apagaron las mechas que llevaban encendidas , y á otros en descubriendo la cazoleta del fogón se les mojaba el polvorín
Luis del Mármol Carvajal, REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.


Notas

[1a] El calibre, como vemos, se podía expresar en onzas, ochavas [1/8 de onza] o adarmes [1/16 de onza]

Así, un calibre de 12 adarmes equivale a 3/4 de onza o 6 ochavas y un calibre de 10 adarmes es igual a 5/8 de onza o 5 ochavas.

Cristóbal de Lechuga, que trata brevemente de las medidas y pesos de arcabuces y mosquetes, da las diferentes magnitudes en medida de Brescia [libras de 12 onzas].

Aunque desconozco la correspondencia, después de haber consultado algún título [“Proporcion de monedas, pesos, i medidas… “ de Antonio Bordazar] entiendo que no debía existir una diferencia enorme entre unas y otras libras, pero cabe tomar la equiparación por mi efectuada con cautela, y en toda ocasión a modo orientativo. Había libras de 320 gramos [como la de Nápoles] o de 460 gramos [como la de Castilla] pero la una era de 12 onzas a 26.66 gramos y la otra de 16 onzas a 28,75 gramos.  

Antaño se usaba indistintamente el término “onza” para denominar cada parte en que se dividía tanto una libra [medida de peso] como un pie [medida de longitud]. En el segundo caso, que ahora nos ocupa, una “onza” se correspondería a lo que hoy día conocemos como una “pulgada”, esto es, un doceavo de pie. Puede verse el pitipie o escala gráfica al pie de la imagen.

[1b] En un asiento de 1535, se establece la fabricación de 2000 arcabuces de 3/4 de onza de bala y 14 y 3/4 libras de peso [6.785 kgs].

En un contrato de 1538 se fija el peso del arma a fabricar, de un calibre de 3/4 de onza, en un total de 14 libras [6.44 kgs]

En un asiento de 1543, los cañones de los 15.000 arcabuces a fabricar, habían de ser de 3/4 de onza de calibre, una vara y tres dedos de largo y 9 libras de peso [4.14 kgs] con 2 o 3 onzas más.

En un contrato de 1558 se establecía que el cañón de un arcabuz de calibre 5/8 de onza y una vara de largo debía ser de 6 libras o 6 y 1/2 libras [2.76- 2.99 kgs], si bien indicaba que en los asientos viejos - los contratos anteriores - se habían encargado cañones de entre 6.5 y 7.5 libras [2.99 - 3.45 kgs].

En 1592, se consideró que los arcabuces fabricados habían de tener 1 onza de bala, 5 palmos de longitud de cañón, pulgada más o menos, y cañones reforzados de 9.5 libras [4.37 kgs] y un peso total de 12 libras y 8 onzas [5.75kgs, libras de 16 onzas].nza de bala, 4 y 1/2 palmos y cañón de 7 u 8 libras [3.22 - 3.68 kgs] con un peso total de 10 libras y 4 onzas [4.715 kgs] que tenía el mismo alcance y era más fácil de manejar y se compararon con el modelo que se había venido fabricando por 20 años, uno de 6 ochavas de bala y 7 libras de cañón, pero de cañón más corto.


[2] Recuerdo haber leído - no me viene ahora a la memoria donde, tal vez en la obra de Clonard - el término en castellano para este elemento de ignición.

En literatura en lengua inglesa se denomina "igniting iron". Véase un interesante artículo de Michael Trömmer, respecto a la posición del fogón u oído [touch hole] en los cañones.

[3] Primo ay en defensa y guarda de esta cibdad de coron en la infantería que al presente se hallan mil y ciento y ochenta arcabuceros para ofender y defender los cuales arcabuceros es necesidad dalles tres libras de pólvora cada un mes por razón que van de tres en tres dias a la guardia y es menester estar alia noche y día y los demás todos los otros dias quedan al muro estando los enemigo en ¿campo? y esto digolo porque si les paresciera ques mucho y no es nada porque de la sobredicha pólvora no se tiran mas de cuarenta y cinco tiros al mes por hombre a razón de quince onzas por libra porque tira cada arcabuz a una onza uno con otro es menester quitarles qq." decisiete irrotules sesenta de peso de Cicilia, de manera que por tres meses seria menester quintales cincuenta y tres y rotules diez


[4] Véase artículo de Michael Trömmer, donde puede contemplarse muestras de cuerda conservadas en diversas colecciones, y apreciarse el grosor, forma y textura de la misma: Rarest Early Ammunition Accouterments: MATCHCORD/SLOW MATCH

[5] En una carta dirigida a Luis XII de Francia, en la que el autor comenta la llegada de la armada a cargo de Pedro Navarro en la isla de los Gelves en 1510, se explica que los 8500 - 9000 hombres llevan picas, "hacquebutes à crochet &  colevrines a main" así como 9000 espadas y puñales y 14 piezas de artillería.



Bibliografía

Apuntes históricos sobre la artillería española en la primera mitad del siglo XVI. Segunda parte

Sobre la fabricación de arcabuces y mosquetes, artículo de Ramiro Larrañaga publicado en Gladius, 1986


Artículo revisado, corregido y ampliado a junio de 2017

Espadas y dagas

Espada
Amén de, evidentemente, el arma que le daba nombre y sueldo, los piqueros, arcabuceros, mosqueteros y alabarderos portaban la sempiterna espada, generalmente hermanada con una daga.

Se esperaba que en batalla en campo abierto no hubiera el soldado de recurrir al arma blanca, a no ser para dar alcance al enemigo derrotado, pues se confiaba en que el combate quedara resuelto antes, pero era imprescindible disponer de una espada para cualquier lance que pudiera darse, pues no todo era luchar escuadrón contra escuadrón.


cerraron animosamente con los rebeldes, y por no se poder aprovechar los unos ni los otros de las armas de fuego por la mucha agua que llovia , lo hicieron de las picas y espadas, que es la antigua pólvora y escaramuza de los españoles. Alonso Vázquez

Los más muertos y heridos de ambas partes fue con las espadas, cosa que ha años que no se ha visto en ninguna guerra; porque, al cerrar los nuestros por los dos costados, les vinieron a apretar de manera y a juntarse tanto con ellos que, no pudiéndose aprovechar por la estrechura del sitio, con los muchos arboles y setos de las huertas, de los arcabuzes vinieron a las espadas, combatiendo con ellas gran rato. Bernardino de Mendoza


La espada no debía ser larga, a lo sumo de cuatro palmos de hoja, para facilitar la movilidad, muy distinta de las roperas, o espadas de duelo, que los matasietes usaban para dirimir sus lances. No había que ir “fingiendo haberle dado a un chulo una mohada con la lengua de un jifero” para obtener el respeto de los camaradas de milicia, antes al contrario, se juzgaba que quien portase uno de estos hierros, propios de tahures y rajabroqueles, era alguien contrario al espíritu del soldado.

Espada ropera, o estoque, de largos gavilanes - en los que apoyando los dedos se podía hacer fuerza - y guarnición de taza para la protección de la mano que la maneja, propia para el duelo, o para la vida civil, pero no para la milicia, pues su longitud suponía un estorbo al movimiento ágil.

La espada en infantería frecuentemente se llevaba en talabarte esto es, cogida al cinto por unas cinchas [tal como el del soldado atravesado de la imagen] antes que en tahalí, o bandolera cruzada, que estorbaría en muchas facciones.

Este arma tenía un gran simbolismo para el hombre de la época. Quien la portase tenía partes de caballero e hidalgo, aunque hubiera nacido hijo de porquero. Tanto era así, que cuando se rendía una plaza fuerte por pactos, existían condiciones de salida de la guarnición rendida, acerca de si llevar o no los arcabuces con las mechas encendidas, o no llevarlos en absoluto. Pero por restrictiva que fuera, no se le negaba a un hombre el derecho a salir portando su espada, por mucho que hubiera sido derrotado.

Que todos los soldados [...] puedan salir [...] que no sea con otras armas mas de espada y daga [...] si no fueren los capitanes, los cuales puedan sacar todas sus armas. Capitulación de la villa de Mons, 1572


1 palmo castellano = 1 cuarto de vara = 20.8 cm

Clavar cañones

Por clavar un cañón, se entiende la operación que consistía en inutilizar los cañones del enemigo introduciendo precisamente un clavo por el fogón de la pieza de artillería, de manera que este quedaba inutilizado, pues era precisamente este fogón - agujero en el cañón - por donde se prendía la pólvora alojada en la recámara.

En la primera escena de la película Alatriste se entiende que la encamisada tiene como uno de sus objetivos, precisamente, el inutilizar las piezas de los rebeldes holandeses.

Era una facción de guerra que no era infrecuente, por los testimonios que nos han dejado distintos cronistas:

Bernardino de Mendoza
Los rebeldes de la villa [de Harlem], entre otras salidas, hizieron una con seiscientos alemanes por la Sylporta, con disignio (a lo que refirieron prisioneros) de desalojar a los nuestros del rebellín, [...] viniendo por las espaldas de las trincheas a clavar la artillería, ayudados de la niebla que hazía, con la cual llegaron sobre la misma artillería con tanta osadía algunos rebeldes que, peleando junto a los cañones, murieron, hallándoles los clavos y martillos que traían para efectuarlo.

Alonso Vázquez
peleando con mucha gallardía le habían muerto casi seiscientos hombres, y le ganaron tres piezas de artillería, gruesas , y dos culebrinas ; y con honroso trabajo las retiraron dentro de Roam , dejándoles enclavados otros tres cañones , y arrasados más de doscientos pasos de trinchera.

Carlos Coloma
Con todo eso, entraron algunos soldados nuestros, que murieron procurando enclavar la artillería enemiga

Las piezas de artillería eran el elemento clave en el asedio de una plaza fuerte. En las dos piezas de la ilustración se puede ver el fogón perfectamente.

Salida que hacen los de la guarnición de Los Gelves sitiados por los turcos en 1560, en la "Relación de la jornada que hicieron á Trípol de Berbería las armadas católicas, años 1560 y 61":
A 2 de junio, primero día de Pascua de Espíritu Santo, salieron por la parte de Levante 600 hombres de todas naciones, y llegados á las trincheas de los enemigos, se las ganaron, matando y hiriendo muchos, hasta hacerles desamparar el artillería. Enclaváronle dos piezas della, con punteroles, por no llevar recado de otra cosa. Pudiéranles quemar la pólvora: no osaron hacerlo por no quemarse ellos también

Los punteroles, según el DRAE, eran almaradas - agujas grandes - para coser alpargatas. No disponían de clavos, así que usaron las herramientas de que disponían para llevar a cabo su propósito.

También en la misma relación se explica que una compañía de soldados sicilianos - la de Lope de Figueroa, no el homónimo Lope de Figueroa que fue maestre de campo - se amotinó, y antes de abandonar el galeón que les transportaba en unas barcas, clavaron la artillería del mismo para que no se les disparase:
En el galeón de Cigala iba una compañía de sicilianos del Capitán Lope de Figueroa y otra de gastadores. En viéndole surto, hicieron lo mesmo que los calabreses, y aún más, porque mataron al Sargento y llevaron al Alférez ligado en tierra, y trataban de tirarle con las escopetas. El Capitán de la compañía había quedado en Malta. Primero que salieron del galeón enclavaron el artillería porque no les tirasen con ella, y no pudiendo caber todos en las dos barcas, quedaron de los amotinados hasta 24 ó 30.


En la defensa de Bugía en el año de 1555, se quiso hacer una salida para clavar la artillería turca. Aunque la empresa se consideró fácil, porque en la guarda del artillería no había más de hasta cien turcos, que á pedradas bastaban á desbaratarlos, se abortó porque otros oficiales del rey, acobardados, lo impidieron. En todo caso, es la descripción más detallada que he encontrado, y vale la pena reproducirla aquí, pues hasta nos explica que los clavos fueron fraguados ex profeso para la empresa:
mi parecer sería que se enmendase para delante y se mandare abrir esa puerta de la ciudad, y que la noche que viene ó la otra siguiente saliésemos á ellos á media noche, ó cuando más descuidados estuvieren, y yo saldré por la puerta con treinta ó cuarenta de caballo, y que salgan doscientos hombres de pie, escogidos, por la tronera donde dan la batería, lo más secretamente que se pudiere hacer, y entre ellos han de ir veinte hombres de hecho con veinte clavos de acero del tamaño que yo daré y veinte martillos, cada uno el suyo, y éstos han de llevar solamente sus espadas y rodelas y armaduras de cabeza y otras armas defensivas, y éstos no han de tener otro cuidado más de cuando arremetieren los de caballo y de pie, estos veinte han de arremeter derechos al artillería y cada uno á su pieza meterles los clavos por los fogones cuanto pudieren y luego quebrarlos, y esto entre tanto que la gente de caballo y de pié anduviéremos revueltos con los que guardan el artillería 
[...]
y así con este concierto se fueron de allí y luego el Capitán mandó traer unas barretas de acero para hacer los clavos, y dende un rato se metió el Capitán con el contador Pamenes solos en la fragua y se comenzaron á hacer los clavos

Parecer del contador Pamenes y respuesta del capitán don Alonso Carrillo de Peralta, alcaide de Bugía, durante la pérdida de la plaza asediada por los turcos en 1555.

Los clavos, claro, debían ser de hierro fundido para poder quebrarse con facilidad y no poder ser atenazados para posteriormente ser extraídos con herramientas. 



Inutilizar los propios cañones

Cuando una plaza fuerte estaba a punto de capitular, o bien había capitulado ya, un engorro que se podía causar al ejército que había de entrar en ella vencedor era clavarle los cañones que en ella estaban, para dejarlos inutilizados, aunque fuera temporalmente. También - como ejemplifica Lechuga en el caso de la plaza de Calais - cuando se abandonaba la defensa de un circuito de la plaza fuerte - en ese caso, la ciudad - y la guarnición se retiraba a otro - en ese caso, el castillo - era imprescindible inutilizar los cañones, siendo muy dificultoso, sino imposible, retirar las piezas llevándolas consigo a la posición última de defensa.

Reutilización del cañón enclavado

Los cañones quedaban inutilizados, aunque no eran irrecuperables del todo. Cristóbal Lechuga, en su "Tratado de la Artillería y Fortificación" da un método para desclavar un pieza: haciendo prender una carga de pólvora, habiendo taponado previamente la boca del cañón - dejando un agujero para prender la pólvora mediante mecha o reguero. Teóricamente, la explosión producida expulsaría el clavo.
En caso contrario, debía intentarse golpear el clavo para sacarlo por el ánima del cañón - meterlo dentro - o trepanar la pieza para abrir un nuevo fogón, método que - según Lechuga - era rápido de llevar a cabo, siempre que se dispusiese de un fundidor con su taller.

Método detallado por Cristóbal Lechuga en su tratado para desneclavar una pieza de artillería
Lechuga proponía que un fundidor abriera un nuevo fogón junto al clavo, como método más rápido y eficiente para solventar el enclavamiento de la pieza de artillería

Herramientas necesarias para hacer el fogón

Desde luego, el hecho es que la pieza podía quedar inutilizada al menos durante un periodo de tiempo, y dado que los asedios se realizaban con muy pocas piezas, este objetivo cumplido podía significar un revés importante para el enemigo.

La Guerra de Devolución, 1667-1668

LA CAMPAÑA EN FLANDES.
EL "PASEO" MILITAR
La guerra se inicia formalmente con el cruce de la "frontera" el 26 de mayo de 1667. El Ejército de Flandes no disponía de un ejército de campaña, y las tropas se dedicaban básicamente a la guarda de plazas fuertes.

Las primeras acciones supusieron un paseo para los franceses: toman Binche el 31 de mayo, villa que carecía siquiera de guarnición. Charleroi el 2 de junio, fortaleza en construcción y sin guarnición. Los franceses evitan Cambrai, bien guarnicionada y fortificada, avanzando por el neutral Obispado de Lieja. El 19 de junio los franceses toman Ath, que había sido abandonada el 17 por las tropas a cargo del Conde de Rennebourg. Se ocupa el 28 de mayo Armentiers, abandonada el 23 de mayo por órdenes de Castel Rodrigo, habiendo sido previamente desmanteladas las obras de defensa de la villa.

Bergues - ciudad cuya defensa estaba mal acondicionada - se rinde el 6 de junio a los franceses tras dos días de cerco. Furnes [defendida por 3 compañías de infantería y 1 de caballería - cae el 12 de junio después de 3 días.

Los franceses continuaron avanzando, a pesar de haber dejado plazas bien defendidas a sus espaldas, como la mencionada Cambrai, entre ellas Saint Omer y Aire sur le Lys.
Dirigieron entonces su acción hacia la plaza de Tournai - defendida por cuatro compañías de infantería irlandesa y 160 hombres de caballería, que contaban con 10 piezas de artillería para todo el perimetro de la villa - iniciándose el asedio el 21 de junio. Estando los burgueses remisos en la defensa de la ciudad, hacen que el gobernador de la villa se retiere a la ciudadela, entregando la villa a los franceses el 23, siendo asaltada y perdida la ciudadela el 24.

Castel Rodrigo no disponía de un ejército de campaña que pudiera sacar en socorro de una villa cercada, y apenas si disponía de tropas suficientes para guarnicionar todas las plazas, quedando muchas de ellas con una guarnición insuficiente, y en algunos casos, inexistente. Los burgueses - con una noción de patria poco desarrollada - preferían la entrega condicional de su villa y ver respetadas sus vidas y haciendas, que no participar en una defensa - las necesarias y continuas reparaciones de los muros de tierra - que no había de ser apoyada desde el exterior. Hasta el propio Castel Rodrigo, enfermo de gota, tuvo que pasear por Bruselas para ser visto por los villanos, ante la extensión de los rumores que afirmaban que la ciudad iba a ser abandonada a su suerte.

Douai- con 300 hombres a su defensa - cae el 6 de julio, tras seis días de asedio, presionada su guarnición por los burgueses. Courtrai cael el 17 de julio tras tres días, siendo la ciudadela el último punto de resistencia de la guarnición, mueriendo en su defensa el propio gobernador de ella.

Ante las sospechas que la siguiente plaza que había de ser asediada por los franceses era Lille, se envían desde Gante vía Ypres, 1000 hombres de refuerzo, por lo que los franceses abandonan el proyecto.
Oudenarde cae el 31 de julio entregada por sus naturales a los dos días de iniciadas las hostilidades. Los burgueses de la vecina Alost, sin guarnición, abrieron las puertas a los franceses el día siguiente.


RESISTENCIA
Dendermonde aparecía a vista de franceses y españoles el próximo objetivo lógico. Defendida por dos compañías - una española y otra valona - ve incrementada su defensa con 1.000 infantes y entre 300 y 500 de a caballo.
Aumont, Turenne y hasta el propio rey Cristianísimo participaban en el ejército de asedio.
La protección de Dendermonde, más allás de sus muros medievales apenas reforzados por obras según la traza italiana, era el agua que la rodeaba, pudiendo quedar convertida en una isla gracias al sistema de esclusas de los canales que la circundaban.
Después de rodear la plaza con trincheras, los franceses preparan un asalto a la villa por el lado del camino de Malinas – desmontando para participar en el asalto incluso muchos de los Guardas Reales y así lucirse ante su amo - defendido este puesto por los 300 españoles del Tercio del Conde de Monterrey, rechazándolo en todos los intentos que se produjeron ese día, 4 de agosto.
El 5 de agosto los franceses levantan el sitio y abandonan con tanta precipitación el lugar, que dejan a su suerte a 2.000 hombres aislados tras demoler el puente sobre el Escalda que ellos mismos habían construido para comunicarse, siendo capturados o muertos por los defensores.

Los franceses mantenían – como era típico en esta época – tropas que corriendo la campiña iban imponiendo sus contribuciones – exacciones – a las villetas y núcleos más indefensos. Conocedores de la existencia de una partida de unos 600 jinetes en la zona de Brabante.
Las tropas de Claude Lamoral, príncipe de Ligné – 1.000 caballos entre ellos, croatas, valones y alemanes a sueldo de España y un Tercio de caballería a cargo de Felipe de Maella – salieron en su busca, chocando con ellas, rompiéndolas y dándoles caza cerca de Jodoigne.

Animados por los recientes éxitos, hasta el gobernador de Cambrai se animó a tomar la iniciativa, entrando en territorio francés y saqueando Ribemont.

LA TOMA DE LILLE
A mediados de agosto, tras unas semanas de inactividad, los franceses se decantaron por acometer la empresa de Lille. Desde la plaza, fuera de no ofrecer resistencia, se realizaron salidas contra los sitiadores. El 19 de agosto los franceses inician las labores de zapa, y el día 21 pueden plantar la batería. El día 24 intentan los franceses un asalto, sufriendo unas 800 bajas. El 28 no obstante, una puerta de la villa es tomada. El desánimo cunde, y los burgueses apelan a la rendición, que se concede. Un nuevo revés tiene cuando tropas de caballería españolas que acudían al socorro de la ciudad son atacadas por la caballería francesa, sufriendo importantes bajas y capturas, no sin ofrecer resistencia.

Las importantes lluvias de primeros de septiembre, el hecho de que los franceses veían mermado su ejército de campaña – por las bajas sufridas así como por el hecho de que debían guarnicionar las plazas ocupadas * – y la incipiente resistencia española redujo el impetú de la ofensiva francesa.

(*) Por ejemplo, la desguarnicionada Alost que había sido tomada por los franceses el 2 de agosto, fue dejada sin presidiar a mediados de ese mes, cosa que aprovechó el capitán Arizavala, para con sus 50 jinetes volverla a ocuparla en nombre del rey de España, para posteriormente el 12 de septiembre rendirla a los franceses que la sitiaban, dejando 100 bajas francesas tras el asalto del día 11.

LA HIVERNADA
Los campesinos belgas, hartos de los robos de las tropas francesas comenzaron a organizarse y a colaborar con la caballería española en la localización de estos saqueadores de grano y forraje, iniciándose ese otoño una especie de guerrilla.
En octubre los franceses optaron por hacer sus cuarteles de invierno.

Durante el invierno se produjeron hostilidades no tácticas: encuentros no buscados que no respondían a ninguna estrategia.
A primeros de noviembre, 1300 infantes valones y españoles caminaban de Valenciennes a Bruselas para tomar sus cuarteles de invierno, escoltados por 350 jinetes alemanes, cuando fueron sorprendidos por unos 3500 franceses, entre caballería y dragones. Tras ser rota la escolta alemana, la infantería formó cuadro, resistiendo todo aquel día los embates de la caballería hasta que por la noche huyeron por los bosques cercanos.

Los franceses iban avanzando en su imposición de contribuciones, hasta el punto de que las exigencias requeridas por el ejército eran muy superiores a las que podía atender el campesinado de la zona. Ante algunas resistencias, se ejemplificó el poder real quemando algunas villetas a modo de ejemplo, saqueándose incluso la abadía de Afflinghen.
En esta rapiña, el control de los canales, arterías por las que fluía el comercio en los Países Bajos, pasó a formar parte de las prioridades francesas.

En diciembre, después de desistir en el planificado ataque a la bien pertrechada villa de Genap, los franceses se afianzaron en su estrategia de atacar plazas mal defendidas. Antes de intentar Charlemont, los franceses asaltaron la vecina villa de Givet a la escalada, siendo rechazados por la población, que comenzaba a comprender la diferencia entre estar sometido a uno u otro amo.


LOS ÚLTIMOS COLETAZOS

Transcurridos los meses de diciembre y enero en pequeñas operaciones, en febrero los franceses formaron un nuevo cuerpo de operaciones con refuerzos procedentes de Francia y tropas sacadas de sus cuarteles de invierno. En marzo se asedió Genap, pero habiéndose firmado la paz, la plaza se devolvió al mes siguiente.

LA CAMPAÑA EN EL FRANCO CONDADO
El príncipe de Condé por su parte, realizó en este territorio borgoñón una entrada el 4 de febrero con un ejército de 14.000 hombres. Las plazas de Besançon, Dole, Grai y Toux, eran defendidas por 644 soldados viejos y 1000 recién levados. Sin encontrar apenas resistencia, en 2 semanas todo el Franco Condado quedó ocupado por Condé.

CONCLUSIONES

Respecto a la Guerra de Devolución, se puede afirmar sin lugar a dudas de que la Monarquía Habsbúrguica, y con ella todo su sistema, incluido evidentemente el militar, estaba no ya en crisis, sino en plena decadencia.

En ningún caso es desacertada la afirmación de que fue la sola amenaza de la Triple Alianza - que no llegó a concretarse en hechos bélicos concretos, ni un mero envio de tropas de refuerzo - la que puso fin al conflicto, pero aunque Francia no tuvo dificultades en los primeros meses para ocupar muchas plazas fuertes, no se puede considerar la guerra en su conjunto como un paseo militar, y tampoco se puede minusvalorar la resistencia española, máxime cuando las fuerzas - humanas y económicas - eran muy menguadas, aunque en los primeros meses, debido a una escasez de fuerzas suficientes siquiera para mantener una defensa de las plazas fuertes existentes, se produce un repliegue dejando a su suerte muchas villas del sur.
Se opta por maximizar los pocos recursos a disposición, y en esta estrategia, zonas enteras han de abandonarse, a riesgo de perderse todo. La actuación española puede ser vista como pobre, pero dados los recursos con los que contaba Castel Rodrigo, aún obtuvo España de esta guerra, que luchó y mantuvo ella sola sin ayuda, un balance positivo.
Antonio José Rodríguez Hernández realiza la estimación, a partir de los datos del número de compañías [515 compañías de infanteria de naciones y 132 compañías de caballería] y la muestra de 1661 - de la cual extrapola el número medio de soldados por compañía - de 20.000 infantes y 7.000 jinetes para mayo-junio de 1667, frente a 60-70.000 franceses del ejército invasor.
Probablemente de no haberse producido la Triple Alianza, Francia hubiera continuado arañando el sur de los Países Bajos, y con el paso de los años, hubiera acabado ocupandolos al completo. Pero como a España le sucedió en su tiempo, Francia no se encontró con un enemigo solo, sino que sus ambiciones despertaron los recelos del resto de países europeos, que preferían mantener el status quo.



·

Duiveland, 1575

En este tiempo se continuaba la empresa de ganar las islas de Zelanda. Las personas conocedores de los canales de esta provincia dieron aviso de que desde la isla de Tolen [Landt van der Tolen] se podía llegar en barcas a Philipe Landt, una isla desde la cual se podía vadear andando en horas de marea baja, cruzando el canal y llegando a la isla de Duyvelandt, desde la cual, y cruzando un canal, se podía entrar en Schowen, isla donde se ubicaba Zierickzee, que era la villa y puerto que se pretendía tomar, pues daba el dominio de este grupo de islas.



El Comendador Mayor, Luis de Requesens, gobernador y capitán general de Flandes, acompañado por Sancho Dávila, Chapin Vitelli, el coronel Mondragón y Juan Usoria de Ulloa partió de Amberes a Bergen op Zoom, de allí a la isla de la Tola [o Toleno] de allí a la villa Saint Annelandt.

Las tropas: seis banderas de españoles que habían venido de Holanda del tercio de Julián Romero y cinco del de Valdés, la compañía de Isidro Pacheco y cien soldados del castillo de Amberes y algunas banderas de valones de las coronelías del Conde de Rus, Cristóbal de Mondragón y Francisco Verdugo, la compañía de alemanes altos de Francisco de Montesdoca, gobernador de Maastricht, otras banderas de alemanes del Conde Haníbal y dos de gastadores, siendo número de mil soldados de cada nación y tres mil en total, doscientos gastadores y cuatro compañías de caballos, que servían de hacer guardia en la Tolen.

Se enviaron cuatro compañías [dos de españoles y dos de valones] a reconocer el paso, “a tentar el vado”. Yendo en barcas hasta la isla de Philipslandt, aguardaron la menguante, y comenzaron a cruzar el vado que había de pasarles a Duiveland, recorriendo la mitad del camino, donde la armada de los rebeldes salió a defenderles el paso. En este punto se dieron la vuelta, y viendo la dificultad física del paso, y el impedimento que les ponía la armada rebelde, informaron al Comendador que “serían más los soldados que se perderían al vadear que los que pasarían en salvo”.



Juan Osorio de Ulloa, empeñado en recibir el mando de esa misión, no quiso oir las voces que descartaban la factibilidad del paso, así que envió a Juan de Aranda, sargento de la compañía del capitán Juan Daza a reconocer el vado de noche, junto con 12 hombres y dos guías que certificaban el paso, con el empeño personal de traer tierra y hierba del dique de Duiveland, o morir en la empresa.

Así, haciendo el camino indicado, con barcas hasta Philipslandt, y caminando a la menguante, pasaron de noche entre las dos partes en que se dividía la armada rebelde, cada una a cada costado del bajío por el que caminaban. Pasando dificultades por haber de caminar la mayor parte del camino en el agua, consiguieron poner el pie en el dique Juan de Aranda, Lezcano y Francisco de Marradas, pero descubriendo una guardia a Marradas, tocaron alarma, y tuvieron que volver a hacer el camino. [1]

Teniendo éxito en el reconocimiento, lo comunicaron, y la decisión de efectuar el cruce se tomó, no sin que se presentaran varios pareceres, algunos de ellos discordantes, basados en el testimonio de los primeros cuatro capitanes, que tuvieron problemas para cruzar, por la existencia de la armada rebelde, que aquello “era más locura que deseo de acertar”.

Pero el recuerdo del cruce de Targoes, junto con el reconocimiento de Aranda, fueron los puntales para sostener la idea de que el cruce era posible, hubiera armada rebelde o no.

La víspera de San Miguel, 28 de septiembre, llegaron al fuerte de Saint Annenland los 1500 hombres de las tres naciones que habían de cruzar el vado. Allí se les dio un par de zapatos, y unas alforjas a cada uno, para que llevasen dos libras de pólvora y otras dos de queso y bizcocho.

El comendador mayor habló a los soldados, visitando cada cuartel en particular, que mostraron gran contentamiento de que los quisiese honrar tanto como elegirlos entre los demás que tenía Su Magestad en los Estados para tal jornada.

A las once de la noche del 28, reunió el Comendador a los cabezas de la expedición. A Sancho de Ávila le encomendó el cargo de las galeras con que cruzaría la gente a Philippeland. A Mondragón, el mando de los alemanes y valones, y a Juan de Osorio los españoles, y con ellos, el mando de la gente que había de cruzar.

De vanguardia, le tocaba a Juan de Osorio con los españoles, seguido por los alemanes y valones, y tras ellos, los gastadores, y cerrando la marcha, Gabriel de Peralta, con su compañía de españoles, haciendo los efectos de escoba.



El objetivo, llegar a Duiveland, donde los rebeldes tenían hechos fuertes [Oostduiveland] y trincheras en el mismo dique que daba vida a la isla, cruzando de una isla a otra un vado de mar de legua y media, en el espacio temporal de la menguante, entre dos armadas de los rebeldes, y hecho el cruce, asaltar las posiciones de los rebeldes, que se encontraban en posición firme y descansados, y esto, hecho por hombres cansados y desnudos.

Desnudándose [quedándose en medias calzas y camisa] Juan Osorio de Ulloa, el resto de capitanes y hombres que habían de cruzar el vado le imitaron, y se metieron en las barcas con que habían de cruzar a Philippeland. Hecho el desembarco, atravesaron la isla, y llegando ya al bajío, comenzaron a caminar en fila de uno, con los arcabuces, picas y espadas en las manos, metiéndose en el agua, la cual les llegaba primero a las rodillas, luego a la cinta, y luego a los pechos, caminando sobre un lecho enlodado que entorpecía el paso.

Apercibida de ordinario la armada rebelde para vigilar las aguas, más aún después de la expedición de Aranda, aguardaban el cruce: 38 navíos gruesos y 200 barcas, a banda y banda del bajío o banco por el que transitaban las tropas del rey de España, haciéndoles un paseíllo por ser el paso inexcusable.

A pesar de ser de noche, y ser cumplido el silencio en la marcha, el chapoteo del caminar en el agua dio noticia a los rebeldes de la presencia de los soldados del rey, los cuales empezaron a recibir fuego de artillería y arcabuces. El único factor positivo de todo era que el bajío impedía a los navíos artillados aproximarse, pero la menguante había acabado ya, y comenzaban a crecer las aguas, arrimándose de tal manera las barcas que desde las mismas, con unas batidoras de trigo [tres palos unidos a una vara por unas correas de cuero, una especie de rudimentario pero efectivo nunchaku] golpeaban a los soldados, y con ganchos los atrapaban, sin que estos pudieran aprovecharse de sus armas, ni detenerse a defender, pues lo único que había que hacer era caminar, caminar y no ahogarse antes de llegar a tierra firme, al dique que debían asaltar.

El capitán Isidro Pacheco, que había defendido Targoes de los rebeldes, y que había sido liberado por una expedición como en la que ahora él mismo participaba, fue muerto por la artillería de la armada.

Don Gabriel de Peralta, del cual dijimos que llevaba la retaguardia caminaba lo aprisa que podía, llegando incluso a mezclarse su compañía con los gastadores que habían de empujar, ahogándose ya muchos con la creciente. Por no haber hecho ni la mitad del camino, y ver que el agua les comía, y que el paso lento de los últimos de la cola le entorpecía, tuvo que darse la vuelta, retornando al comienzo de su camino.
Llegaban ya los españoles encabezados por Juan Osorio al dique, que era defendido por 10 banderas de ingleses, franceses y escoceses dirigidos por Monsieur de Boissot, y tomando 20 soldados, que eran los que con él iban a la cabeza, con espadas y picas en la mano, por no tener otra cosa que hacer que ocupar el dique, se subieron a él, y atacaron a los rebeldes que lo defendían, desamparando estos sus puestos, y retirándose a los fuertes que sobre el mismo dique estaban hechos, o a sus navíos.

Retirados los rebeldes, y ganada este cabeza de puente, tan “sólo” quedó ocupar la isla. Un proceso que no se completó hasta el 2 de julio de 1576, amotinándose a continuación las tropas que en esta durísima empresa habían participado, y dando lugar a los sucesos de ese año.

No tenemos el detalle de las bajas que sufrieron las tropas, pero de los 200 gastadores no quedaron sino 10 vivos. La mayor parte de las bajas fueron valonas y alemanes, y los españoles sufrieron menos en el cruce, probablemente, por el hecho de ir primeros.


Por si se les ocurre buscar en un mapa actual la situación geográfica en la cual se desarrolló esta acción encontraran que la acción del hombre ha convertido en península este antaño grupo de islas. Para que se hagan una idea adjunto un mapa de algo parecido a lo que se pudieron encontrar las tropas del rey: un conjunto de islas, y agua, mucha agua.



Pasando de Lant van der Tolen a Phillipe Landt, para cruzar a posterioridad al dique de Duivelandt, en la misma Oostduivelandt, o cerca de esta villa.

Ziericzee en 1576

Cabos de escuadra: soldados viejos o nuevos.

Alonso de Contreras narraba acerca de su nombramiento como alférez en 1603:

Dí mi memorial en el Consejo de Guerra pidiendo me aprobasen, y en consideración de mis pocos servicios fuí aprobado.

Recebí dos tambores, hice una honrada bandera, compré cajas, y mi capitán me dió los despachos y poder para que arbolase la bandera en la ciudad de Ecija y marquesado de Pliego; tomé mulas, y con el sargento y mis dos tambores y un criado mío, tomamos el camino de Madrid, á donde llegamos en cuatro días. [...]

Toqué mis cajas; eché los bandos ordinarios; [b]comencé á alistar soldados [/b]con mucha quietud, que el Corregidor y caballeros me hacían mucha merced por ello. [...]

Compré cuatro arcabuces que puse en el cuerpo de guardia, además de doce medias picas que tenía, y dejé pasar algunos días, con que se aseguraron y entraban en el cuerpo de guardia; yo tenía más de 120 soldados, aunque los 100 estaban alojados en el marquesado de Pliego, y conmigo tenía veinte, gente vieja á quien socorría; y un día que estaban en el cuerpo de guardia muy descuidados hice encender cuerdas y que tomasen los arcabuces y se entrasen tras mí.


Él mismo da noticia de que tenía veinte soldados viejos de un total de 120. Evidentemente, nombraría cabos de escuadra - aunque no lo relata - a estos soldados viejos antes que al resto.

Las recomendaciones respecto a lso cabos siempre eran de nombrar gente experimentada. Marcos de Isaba apunta la cifra de 5 años de veteranía necesaria para poder adquirir el grado de cabo, que a mí me parece más tiempo del que estaría gran parte de los soldados en servicio en zonas de guerra viva como en Flandes.

Pero otra cosa es que estos soldados viejos se encontrasen efectivamente en las zonas de reclutamiento en España. Lo habitual era que no hubiesen desmovilizaciones, que las tropas se reclutasen, y viajasen hasta Italia o Flandes, y allí - por lo menos como unidad - pasasen el resto de sus días.

Evidentemente, existía la posibilidad de conseguir una licencia, que generalmente era temporal - por seis meses o un año - pero que podía acabar derivando en continua por no retorno del licenciado o en otros casos, el hacer dejación de su puesto sin licencia, o sea, desertar directamente.

Parker da la cifra de 854 licencias para Flandes entre 1582 y 1586, para un total de 11.570 bajas. La mayoría de la gente que pedía y conseguía licencia, eran soldados - u oficiales reformados o con plaza - que marchaban a la Corte a obtener prebendas o ascensos que en su lugar de servicio no podrían obtener tan fácilmente, como por ejemplo, que les diesen algún cargo en alguna compañía que se levase, o simplemente, una pensión o entretenimiento con la que mantenerse en virtud de los servicios prestados.

¿Cuántos de estos licenciados volverían voluntariamente a enrolarse como soldados? No lo sé. ¿Habría suficiente número de ellos para cubrir las plazas de cabos de escuadra necesarios? Imagino que el reclutamiento iría a rachas. Quizás a los que volvieran a España para gozar de sus entretenimientos, añoraran la vida de soldado, o simplemente, malvivían con las "pensiones" que podrían conseguir, y el volver a enrolarse sería una nueva oportunidad, pero puede que muchos de los soldados viejos que campasen por España hubieran hecho dejación de sus puestos sin licencia.

En 1568 se levó como indiqué el Tercio de Flandes en España, realizada la leva por entretenidos del Duque de Alba, que recibieron sus patentes de capitán en Madrid, yendo por el Mar del Norte vía Laredo-Santander a Flandes.
Como no indica que viajasen con sus alféreces y sargentos - o personas como ellos sin cargo que habían de ser nombrados al llegar a Madrid - se puede pensar que iban sólos, o que por el contrario, hubieran llevado gente de confianza, soldados viejos de Flandes para esos cargos. O tal vez los nombraron en España entre algunos que se decían soldados viejos o que lo eran realmente, fueran de confianza o no, con la posibilidad de reformarlos a la llegada, y nombrar allí sargentos y alféreces de entre los soldados de los otros tres Tercios existentes. Y esto - y es ahí donde quería llegar - se podía hacer también con los cabos de escuadra, porque con licencia de los capitanes y de los maestres de campo, un soldado podía mudar de compañía y de tercio si lo solicitaba el capitán adonde debía alistarse, y como algunos tratadistas advierten contra lo contrario - los "fichajes" sin consentimiento - se puede entender que esto era común.
Así, un Tercio recién levado y con oficiales mayores y menores y cabos de escuadra sin experiencia, podía viajar hasta una zona donde hubieran tropas viejas - Flandes o Italia - y allí reforzarse con soldados viejos, sin tener que recurrir al procedimiento de la reforma, sin disolver la unidad nueva por completo en la vieja.

En una instrucción de 1538 se indicaba respecto a tres tercios que fueron reformados en uno sólo:

Ansimismo, se le ordena que de aquí adelante, ningún capitán haga alférez ni sargento ni cabo descuadra , que no sean muy buenos soldados, conoscidos y personas beneméritas para los tales cargos, á nuestros contentamientos, porque si no fueren tales, yo nombraré y proveeré cuáles convienen al servicio de Su Magestad. Se manda á los dichos capitanes [b]señalen sus cabos descuadras en esta muestra, para que sean conoscidos[/b] y para que, si alguno dellos no fuere para el tal cargo, se nombre y provea otro suficiente: é mando al contador que si los capitanes no lo quisieren nombrar, no les libren sus ventajas, y, así bien, le mando que desta primera paga en adelante, no libre ni pague ningún alférez ni sargento ni cabo descuadra nuevamente criado por los dichos capitanes, sin aprobación mia; con apercibimiento que si lo libráre, le hiciere pagar con el, cuatro tanto de las pagas de los tales oficiales.

"Señalen sus cabos de escuadra" ¿O sea que normalmente no los señalaban en la muestra? Respecto a los alféreces y sargentos no indica otra cosa sino que su nombramiento esté a sometimiento de aprobación por parte del Capitán General, lo cual puede indicar o bien que no eran oficiales de la calidad esperada, o que el Capitán General pretendía reforzar su autoridad sobre los capitanes, o una mezcla de los dos, pero respecto a los cabos de escuadra hace esta indicación muy específica.

Marcos de Isaba - "especialista" en las guarniciones de Italia - alertaba de que cuando marchaba un Tercio de Italia, algunos soldados no iban, sino que se quedaban pululando, y que cuando una nueva unidad venía relevarlos, estos soldados sentaban plaza en las compañías recién llegadas:
"Que venida orden de su majestad que la primavera que viene hayan de pasar en Flandes o ir a la Armada o a otra parte [...] luego se huyen y ausentan de sus banderas [...] y después salen [...] [y] los capitanes que nuevamente han venido en aquellos presidios [...] los recogen [...] en sus compañías".

A mí sinceramente, no me parecen estos los mejores instructores, y sigo apostando por la reforma - dilución de unidades nuevas en viejas - como la mejor escuela posible, amén, claro está, del servicio en zona de guerra viva, pero las variantes serían muchas y las circunstancias [oportunidad y necesidad] marcarían el camino a seguir.

·

"Instrucción" o entrenamiento

Respecto a lo que indican varios autores sobre el adiestramiento militar, he extractado algunos pasajes que nos pueden servir de orientación. Al fin y al cabo, no todos coinciden ni en esto, ni en otras materias. De todas maneras, son recomendaciones para asegurar una milicia “perfecta”, un ideal, si lo prefieren. No son norma universal aplicada, sino consejo particular teórico.
Como escribió Francisco de Valdés: “tras lo perfecto andamos, que lo imperfecto a cada paso se halla”.

Desde luego la extracción de las citas que siguen es parcial, producto de una ojeada sobre libros que leí antaño, y alguna cosa se me habrá sin duda escapado.

Martín de Eguiluz, Discurso y Regla Militar:

[El cabo de escuadra] ha de procurar tener su escuadra bien ordenada, y mostrarles a tirar con el arcabuz, y con la pica hacer que la jueguen, y tenerla cumplida de soldados.

[El sargento] obligado es enseñar a los soldados de su compañía, a ponerse bien cada uno sus armas con que sirven, como el Sargento Mayor en todo el tercio.


Los capitanes de ordinario, con cuidado deben enseñar, lo que han de hacer sus soldados, así a tirar, y regir un arcabuz, como mandar una pica, y escaramuzar, y hacer su escuadrón de su compañía, que aprendan el ejercicio de las armas, que es importante cosa.

[El sargento mayor] en todas las cosas que ocurren en ejercicio de las guardias, cuidados, y descuidos de ellas, hacer armar, y enseñar a los soldados […] debe adiestrarlos, y fatigarse en esto muy mucho; pues es el maestro que les ha de enseñar y guiar, y esto está a su cargo, y le conviene mucho para hallarlos disciplinados, y acostumbrados […] y hacer con ellos todo género de escuadrones -…- y en hacerles escaramuzar de diversas maneras, y hacer que aprendan a jugar de pica […] ha de mostrarles a los soldados, a cada uno con sus armas, cómo han de estar en la centinela, y cómo la han de hacer, y cómo han de tenerlas, y tomarlas en las manos para su guardia, y seguridad, y estar alerta.

[Tambor Mayor] que sea maestro para enseñar a todos los tambores del Tercio.

Desde luego, el sargento mayor para Eguiluz y otros autores, era el esqueleto del Tercio: organiza las marchas y los alojamientos, los puestos de guardia, rondas y centinela y el escuadrón a la hora de combatir, y además, parece recoger en su persona la obligación de adiestrar a los hombres.

Bernardino de Mendoza, Teórica y práctica de guerra

En este libro no he hallado ninguna referencia al adiestramiento de los soldados.

Sancho de Londoño, “…Disciplina militar…”

[…] que los tambores sepan tocar todo lo necesario, como recoger, caminar, dar arma, batería, llamar, responder, adelantar, volver las caras, parar, echar bandos…

Son necesarísimos los Atambores Generales, pues es claro, que no los habiendo en paz, se olvidaría el arte como se olvidarían otras cosas menos difíciles

Marcos de Isaba, Cuerpo enfermo de la milicia española.

El capitán […] para que sus soldados entiendan la disciplina, ha de hacer un alférez y sargentos muy prácticos en el arte cursados y sus cabos de escuadra diligentes y experimentados y con estos ha de dar comienzo en el oficio […]

El soldado viniendo a la guerra no se puede admitir en ella de menos edad que veinte años: los primeros cinco aprenda a tratar sus armas, hacer sus guardias, respetar sus oficiales, obedecer las órdenes, conservar los bandos: de veinte años de edad hasta veinticinco ya lo hemos hecho soldado.

De 8 en 8 días saldrá el dicho capitán de ordinario con su compañía en plaza o campaña y la pondrá en escuadrón o batalla, haciendo tocar los atambores en diferentes sones, para que el soldado entienda que es lo que ha de hacer y puesta en orden su compañía, mandarles a marchar con pasos concertados, guardando la orden, calar las picas, volver las caras con mucha presteza y concierto, y que alguna gente fuera de orden los acometan por todas partes y el dicho capitán, muy vigilante sobre ellos, mostrándoles donde han de cerrar, donde se han de retirar, como han de cargar y donde han de hacer frente para que salgan maestros, sin que a voces y golpes del sargento y oficiales lo hagan.

[Reparto de levas entre la gente vieja]
Recibida y entregada esta infantería, el maestro de campo y sargento mayor repartirán y darán a cada capitán de los viejos tantos que lleguen a tener el número de 250, de manera que no de haber ni entretener banda de gente nueva de por sí, sino mezclarlos y meterlos entre los soldados viejos, porque de la plática, ejercicio, y costumbres y maneras de éstos serán luego los bisoños prácticos, diestros y obedientes, lo cual si están de por sí, no lo serán en mucho tiempo.

Francisco de Valdés, Espejo y disciplina militar, que trata sobre el oficio de Sargento Mayor.

[los escuadrones] debe procurar poner en práctica antes que la necesidad lo constriña a ello, pues caminando el Tercio, así al salir del alojamiento, como al llegar a él, puede ejercitar su gente, y ver con la experiencia y la práctica lo que la teoría le enseña.

[…] decir también como se debe excluir la confusión que muchas veces acontece, y particularmente entre los españoles, sobre el querer cada uno ponerse en la primera hilera de la vanguardia, y así ha acontecido muchas veces, pasarse mucho tiempo que ni el Sargento Mayor ni los Capitanes juntos han podido formar el escuadrón;

[Tocando alarma en la plaza de armas]
En necesidad urgente sólo se debe atender, ante todas cosas, a la presteza de formar escuadrón, conviene que el Sargento Mayor […] haga formar aquel cuerpo de gente confusa y desordenada.

RESUMIENDO
No sé si con lo anterior aclaro, o genero más confusión. De todas maneras, el lastre de la cita es precisamente la parcialidad de las mismas. Quizás leyendo más detenidamente el conjunto de las obras se entendiera otra cosa.

Respecto al adiestramiento, el colofón de la cita de Isaba me parece perfecta: los soldados se adiestran, se hacen pláticos con mayor rápidez al lado de los veteranos. En el caso de Flandes, finalmente fue norma que tan sólo hubieran tres Tercios, y que los que llegaran fueran diluidos entre los existentes - fueran veteranos o bisoños.

¿Qué mejor que aprender el oficio al lado de un veterano?

Eguiluz es quien más detalla las responsabilidades personales, las atribuciones de cada cual en el adiestramiento de la gente. En una compañía recién levada, en la que el cabo de escuadra es un recién llegado al mundo de la milicia, ¿cómo ha de enseñar a sus compañeros? ¿Dónde se adquiere la escuela necesaria?

Por esto me refería al "adiestramiento a patadas": no había nada que estableciera exactamente qué debía conocer un soldado, y como debía aprenderlo. La necesidad, el sentido común, el buen oficio de la oficialidad - cuando esto era posible - las circunstancias, determinarían la manera en que un soldado recibiera una formación básica, pero está claro que no habia "sistema", aunque sí hubiera "escuela". No digo ni por un momento que no hubiera adquisición de conocimientos, sino que esto no estaba regulado de forma alguna.

El soldado que hacía oficio de tambor, cuando se le encomendaba esa plaza, en una compañía nueva, hasta que no se reuniera el Tercio, no podía "encontrar" a su maestro, que parece ser era el TamborMayor, que le enseñaría los distintos sones de instrucción. Quizás el capitán o el sargento le podía, que sé yo, tararear. Pero y en el caso de esos capitanes por cartas que ni siquiera habían sido soldados, ¿qué podían enseñarle a sus hombres?

Francisco de Valdés habla de Tercios que no tienen oportunidad de hacer escuadrón de manera ordinaria, y de aprovechar cuando se marcha, para formar escuadrón. Efectivamente, todos los tratadistas repiten la idea que en los alojamientos, al salir y al llegar, se formará escuadrón en la Plaza de Armas, y que la marcha se organizará por compañías y por especialidades [piqueros y arcabuceros]. Era un entrenamiento, sí, pero solamente si había necesidad de marchar se llevaba a cabo.

¿Cómo formar un escuadrón del Tercio de Nápoles [en Italia] si de ordinario la unidad estaba repartida en distintas villas del reino? Los reclutas que formaron el Tercio de Flandes en 1568, ¿cómo habían de combatir al llegar a Flandes si ni siquiera se reunieron como unidad hasta llegar a Amberes, embarcados en grupos, en distintos puertos y fechas en España? Pues no lo hicieron de inmediato, sino que fueron alojados en Amberes, y allí cabe suponer que recibieron instrucción de alguna manera. ¿Pero y si la necesidad hubiera sido perentoria, y no se hubiera podido prescindir de las tropas? Quizás se hubiera recurrido al consabido proceso de reforma de unidades: mezclar soldados nuevos con viejos, como recomiendan muchos autores de tratados, y aún narradores de sucesos particulares.

Y sin embargo
Llegaban a hacerse maniobras, pero parecía que se ejecutaban cuando se tenía ocasión, o sea, cuando se reunían la cantidad de tropas necesaria para ello, y con motivo de alguna expedición, y evidentemente, siempre en tiempo de paz o mejor dicho - pues apenas hubo lugar para ella - cuando las hostilidades no eran inmediatas:

Todo el tiempo que estuvimos en Palermo no se entendió sino en ponernos en orden para la jornada , y casi cada dia salia ahora un tercio, ahora otro, á hacer sus escuadrones con muy grande orden , y salian los arcabuceros contra el escuadrón de picas , guarnecido por la mayor parte de sus mangas de mosqueteros , y hacian una muy hermosa especie de batalla. Hallábase ordinariamente Su Alteza en estos escuadrones , y todos los maeses de campo y coroneles.
"Relación de los sucesos de la Armada de la Santa Liga..." de Miguel Serviá

Socorro de Targoes.

Entre otras hazañas memorables y dignas de eterna memoria, se verán aquí
aquellas dos nunca assaz loadas: que esta nación y las demás por dos vezes, con
escuadrón formado del modo que se pudo, vadeó el mar océano desde tierra firme a las
Islas de Zeelanda, de noche y con frío, por distancia de dos leguas, con agua a los pechos,
a la garganta y a ratos más arriba, por donde algunos se anegaron en ella; y llegados de la
otra parte, hambrientos, desnudos, mojados, tiritando de frío, cansados y pocos,
cerraron con los enemigos, que eran muchos más en número y estavan hartos, armados
y descansados y atrincheados, y los hizieron huir a espadas bueltas

Fadrique Furio Ceriol, censor de los “Comentarios” de Bernardino de Mendoza.

Sitio de Targoes

El 26 de agosto de 1573, partían desde Flesinga [Vlissingen] 50 naves con siete mil hombres, la mayoría de ellos hugonotes franceses, pero también ingleses y escoceses levados por la reina de Inglaterra y flamencos. Su propósito, desembarcar en la isla de Walkeren, donde pondrían sitio a la villa abastionada de Targoes, entendiendo que caída esta, caerían después Middelburg y Ramua.

Por gobernador de la villa e isla estaba el capitán Isidro Pacheco, con su compañía de españoles y asimismo, con soldados valones. Desembarcados los rebeldes a una legua de Targoes, Pacheco envía a reconocer al enemigo, que se aloja a una cuarto de legua de la villa, escaramuzando los defensores a campo abierto con el campo invasor. Abriendo trinchera, al cabo de seis días pudieron plantar su batería [8 piezas de bronce y 4 de hierro colado] . Batieron por unos días por la cara de la puerta de la Cabeza, y arruinando la defensa en esta banda, mudaron el puesto, desplazando la artillería a la puerta del Emperador, donde estuvieron atacando hasta que abrieron una batería por donde pudieron dar asalto, acometiendo 3000 hombres “de todas naciones” equipados además con 30 escalas, durando el combate dos horas, siendo rechazados los asaltantes.

Los atacantes solicitaron un refuerzo, y Monsieur de Lumay les envió 2500 alemanes a cargo de un teniente [de coronel]. En esta ocasión, acometieron por la cara de la puerta de Sirquerque, abriendo trincheras de nuevo para poder plantar la artillería lo más próxima posible. Teniendo ahora tres baterías [brechas en la muralla] abiertas, planearon un asalto masivo por los tres lados. En tanto dilataron el asalto un día, Pachecho hizo trabajar a los de la villa construyendo un caballero [un bastión] frente a la batería de Sirquerque. Reconocidas las defensas [podían tener hasta 50 soldados en él] por el enemigo, este decidió postergar el asalto hasta que las circunstancias le fueran más propicias, y variaron el operativo: arrimando barriles de brea quisieron quemar el rastrillo de la puerta de Sirquerque.

Este intento fue rechazado por la defensa, y 20 soldados de la villa atacaron las trincheras, haciendo desampararlas a los franceses. Al día siguiente, hicieron una nueva salida, esta vez sobre las trincheras flamencas, tomando 7 prisioneros que ahorcaron en las murallas, y carne salada que robaron en los cuarteles de estos.

Intentaron asimismo una mina, pero al oir la construcción de la contramina que los defensores realizaban, desistieron de su propósito. Intentaron sangrar el foso – quitar el agua abriendo canales para desaguarlo – y de nuevo lanzar un ataque contra los rastrillos de las puertas para quemarlo, pero fueron de nuevo rechazados.

Socorro de Targoes

El duque de Alba había ordenado a Sancho de Ávila y a Cristóbal de Mondragón que acudieran a la defensa del sitio desde Amberes, pero tras dos intentos de llegar a la isla embarcados, en los cuales fueron rechazados por la armada rebelde.

La gente de la tierra dio aviso a Sancho de Ávila de que Targoes había sido tierra firme y no isla, pero que un temporal tenido lugar hacía décadas había inundado la lengua de tierra que unía la ahora isla con la tierra firme, y que ese terreno, aunque ahora bajo el mar, era de aguas bajas, especialmente en la menguante.
De aquí se dedujo que el terreno inundado era lo bastante elevado como para poder ser vadeado a pie en hora de marea baja, a pesar de la distancia [tres leguas y media: más de 14 quilómetros en total, y 2 leguas >8 km de vado sumergido] y de la existencia de tres canales que cruzaban esta lengua de tierra.

Juntó Cristóbal de Mondragón tres mil hombres, españoles, alemanes y flamencos, y haciéndoles cargar pólvora, cuerda y bizcocho en unos saquillos de lienzo, para colocárselos sobre la cabeza, y siendo el maestre de campo de edad casi 60 años, se metió en el agua para dirigir la marcha.
Las mareas en el mar del norte implican una variación en el nivel de las aguas de varios metros: los españoles la midieron en una pica [unos cinco metros]. Había por tanto que darse prisa en cruzar el vado antes de que el agua creciera.
Tardaron en recorrer la distancia total unas cinco horas, ahogándose 9 hombres. Llegados a tierra firme, hicieron los fuegos prometidos que servirían de señal de llegada para los que quedaban en Brabante, y descansaron, para al día siguiente, llegar hasta Targoes para atacando a los sitiadores, socorrer la villa.
Pero los enemigos tomaron la vía prudente, y haciendo ellos mismos señas con fuegos para avisar a su armada para que los viniera a recoger, se retiraron esa misma mañana levantando el campo para embarcarse y huir.
Desde Targoes, Isidro Pachecho no salió con su gente para dar en la retaguardia de los sitiadores, por no tener noticia de la llegada del socorro y considerar la retirada un ardid para atraer a sus pocos hombres a una trampa, pero conociendo la llegada de Mondragón, le pidió 400 arcabuceros de los que este traía para atacar a los que todavía estaban por embarcar, matando unos 700 hombres de los que quedaban en retaguardia.

·