Heridas de guerra en el siglo XVI. Soldados portugueses heridos durante la defensa de Diu frente al asedio indio-otomano de 1546


En el subcontiente indio se produjo una extensión de la llamada «revolución militar moderna», protagonizada por portugueses, turcos e indios. Durante el segundo asedio de Diu [20 de abril - 10 de noviembre de 1546], la guarnición portuguesa de esta plaza del Gujarat fue asediada por un ejército conjunto gujaratí-otomano. Tanto otomanos, como gujaratíes, y evidentemente, portugueses, combatían, hasta cierto punto, a la «europea»: o sea, empleaban armas de fuego portátiles y artillería. Es este un capítulo interesante de la historia militar de la temprana Edad Moderna que conviene revisar.

Durante el asedio se produjeron certeros tiros de artillería, aunque los proyectiles eran en su mayoría de piedra, y según relataban "su pólvora era tan excelente que cualquier tiro de metal - piezas de artillería menores - pasaba una pipa - especie de tonel - llena de tierra de banda a banda".  Los cronistas que recogieron el asedio sin duda exageraban al decir que la «espingardaria» o escopetería enemiga era tan certera, que por cualquiera agujero del tamaño de dos tostones - una moneda - acertaban. Pero el caso es que turcos y gujaratíes dominaban el empleo de artillería y armas de fuego portátil.  

Es por todo ello que una nómina de heridos portugueses durante el cerco donde se detallan las heridas sufridas nos puede servir para seguir con esta serie de artículos sobre heridas de guerra en el siglo XVI, del que hemos tratado en líneas generales, y seguiremos tratando en casos particulares como este. 

Las heridas de guerra de la época nos resultan muy interesantes: por un lado, nos hablan del armamento empleado, tanto ofensivo como defensivo, así como de las técnicas y tácticas de combate empleadas. Por otro, nos dan unos apuntes de sanidad militar y de calidad de vida de los soldados implicados en dichos combates. 

Además, a partir de un listado que recoja un buen número de casos se pueden extraer ciertas conclusiones que los casos particulares, por separado, no podrían proporcionar.



Armamento empleado por los atacantes

Artillería 
  • Artillería gruesa que tiraba fundamentalmente pelotas de piedra, pero también pelotas de hierro colado
  • Artillería menuda

Fuegos artificiales arrojados a mano [«artificios de fogo»]
  • «panellas de polvora»: Alcancías de pólvora
  • «panellas de fogo»: Alcancías de fuegos artificiales (de resina, pez o alquitrán)

Minas explosivas

Armas de tiro
  • «espingardas» o escopetas que disparan pelotas de plomo
  • Flechas disparadas por arcos
  • Dardos
  • Piedras

Armas blancas
  • Lanzas
  • Terciados o alfanjes

Los fuegos articiales se usaron con fruición por ambos bandos; cuando don Joaô de Castro socorrió la plaza y desbarató a los capitanes del rey de «Cambaya» o «Soltão
Mamundo de Guzarat», les tomó 8000 alcancías de pólvora vacías grandes y pequeñas y 450 llenas. Los defensores portugueses refirieron que las «paneladas nunca cessavão de voar». Un capitán portugués, escaseando las alcancías, improvisó unas empleando dos tejas unidas con paños embreados por los costados y cabezas, con sus mechas y rellenas de pólvora. 

Las piedras parece que se tiraban tanto a mano como con hondas y ganchos de hierro. Los portugueses refieren que recibían infinitas pedradas. Dom Alvoro de Crasto recibió una pedrada por encima del capacete que se lo aplastó, provocándole un gran chichón en la cabeza, que, eso sí, no le dejó fuera de combate. Dichas pedradas llegaban a abollar los coseletes y los capacetes, llegando a producirse heridas en el cráneo; imaginemos por un momento que el infante hubiera carecido de armadura de cabeza, como pasaba en muchos casos. Las pedradas de esta suerte, recibidas en un torso sin armar, podían llegar a quebrar las costillas, y cuanto menos, a magullarlas. 

as pedradas que os jmigos tyravão [...] amollão os cosoletes pelos espigões e os capacetes fazê amolar na cabeça e arrebentar pelos lugares majs fortes e fazê feridas ate ho casco, mas se dão em parte desarmada, aleijão e quebrantão e fazem triste guerra, por que como custa pouco, não descansão nem falecem.


También podían dejar fuera de combate, momentáneamente aturdidos, a los combatientes. Manoel de Souza de Sepulveda recibió un canto en la cabeza y otro en el rostro, del cual lo «desatinaron, más tornando en sí, torno a entrar en la batalla». 

Al sacerdote de la plaza en un asalto le dieron una pedrada en el crucifijo que llevaba, de la cual le quebraron el brazo de su persona, y un brazo de la cruz.


Los «mouros» también protagonizaron varios asaltos con armas blancas, combatiendo básicamente con alfanjes o terciados. Hay una descripción del armamento que llevaban durante uno de los asaltos fallidos:

«la que gente que para aquella empresa venia parecía ser ecogida entre los mejores de todo su ejército, porque los muertos traían coseletes y corazas y terciados y adargas muy guarnecidas de plata, y eran hombres de gentil apariencia y disposición»

ha gente que para aquela jmpressa vinha parecia ser escolheita por milhor antre todo seu exercito porque hos mortos traziam cosoletes e couraças e terçados e adagas muy goarnecidas de prata e erão homens de gentys apparencias e desposisões; 


El día 22 de agosto, los sitiadores protagonizaron un asalto. Al estar lloviendo, no pudieron aprovecharse ni asaltantes ni defensores de armas de fuego, o fuegos artificiales, así que se peleó a lanzadas y cuchilladas, mientras que los asaltantes empleaban flechas tiradas con sus arcos. Aclarándose el día por la tarde, los portugueses emplearon espingardas y alcancías de pólvora, cosa que les permitió rechazar a los enemigos. 




Armamento defensivo empleado por los portugueses



Armas de cuerpo

Armaduras de cabeza
  • Capacetes, celadas o morriones
  • Cervilleras

Escudos



Coseletes portugueses, con tambor y pífano, liderados por un montantero. Tapices de las empresas de Joao de Castro, gobernador de Goa, tejidos h.1554-1560 [KHM, Wien]. Los coseletes aquí retratados llevan diversas armaduras de cabeza y cuerpo, aunque en algún caso [segundo por la izquierda] la celada o morrión es sustituida por un sombrero. Los coseletes protegen el torso, pero carecen de escarcelas que guarden los muslos. Ninguno de estos coseletes lleva brazales o manoplas, quedando los brazos desprotegidos, salvo la zona del hombro y la axila, que quedan cubiertos por un guardabrazo de launas, o un gocete de malla, como se puede ver en el segundo soldado por la izquierda, y el segundo por la derecha. Las celadas, como solía pasar, eran de diversas «suertes»: unas tenían guardanucas y viseras, otras carrilleras, pero en general dejan nuca, oreja y carrillos desprotegidos. 


El gobernador de Goa, Joaô de Castro, armado de punta en blanco, aunque con morrión y sin guanteletes. Pocos hombres irían armados de pies a cuello como dom Joaô, que lleva brazales, quijotes, grevas y escarpes de hierro, con las piernas y los brazos totalmente protegidos. Al contrario, veremos que las heridas en las extremidades son las más comunes. 



La nónima de heridos

La nómina de heridos presenta una lista de 97 hombres que recibieron, al menos, una herida de importancia, o que sufrieron quemaduras. En general, la mayoría presenta múltiples heridas.

Las más comunes son:
  • Quemaduras
  • Disparos de espingarda
  • Flechazos
Heridas sufridas tras voladura de mina, como la del baluarte de San Joaô
  • La mayoría son quemaduras
  • Otros aparecen clasificadas como herido tras haber volado
  • En algún caso se espicifica que se quebró las piernas al caer, o quedó maltratado de las piernas tras volar





Veamos, por ejemplo, el caso de Antonio Botelho:
Antonio Botelho quejmado nas pernas e hûa espimgardada na cabeça e hûa frechada é huû braço.

Antonio Botelho recibió heridas típicas de la guerra en la Europa continental occidental, pero también de las que se tenían en enfrentamientos con naciones como los turcos o indios, donde el empleo de arqueros era algo habitual:

  • Resultó quemado en las piernas
  • Herido de un tiro de espingarda/escopeta en la cabeza
  • Y de un flechazo en el brazo

Amén de esta nómina, aparecen algunos que recibieron mercedes, como Antonio de Brito, que resultó quemado en el cerco de Diu, y quedó ciego de un ojo por quemaduras de pólvora.



Heridos de arma blanca

Tan solo aparecen dos listados heridos por «cutiladas» o cuchilladas, la típica voz que se empleaba para los cortes producidos por armas cortantes como espadas o alfanjes cuando herían de filo. En caso de herir de punta, se empleaba el término «estocada».

Soldado gujaratí con alfanje y rodela. Detalle de uno de los tapices de la serie mencionada.


En la crónica, las «cutilladas» aparecen acompañadas de «lançadas»; sin embargo, en la nómina de heridos no se refiere ninguna de estas últimas heridas producidas por armas de asta. 

Evidentemente, para poder llegar a dar un cuchillada con un terciado o alfanje, había que llegar a combatir a las manos. Aunque los sitiadores protagonizaron varios asaltos, en general fueron repelidos con fuego de espingarda y alcancías de fuego, y fueron menores los combates cuerpo a cuerpo. Aún así, el 28 de julio, los portugueses rechazaron un asalto con lanzadas y cuchilladas y alcancías grandes de pólvora que hacían gran «chamusco en los enemigos». En dicho asalto, murieron tres portugueses, y fueron heridos y quemados más de treinta.

Amén de la nómina, aparecen varios hombres que padecieron heridas diversas. Jorge de Meneses quedó «todo atasajado de cuchilladas y con una espingardada en la cadera muy ruin», por lo cual fue enviado a curarse a Goa, y es quizá por ello que no aparece en la nómina de heridos.

Otros quedaron muy maltratados y murieron al momento. En el último combate que se dio, en el socorro del 10 de noviembre liderado por el gobernador Joaô de Castro, a Cosme de Paiva le cortaron la pierna por el muslo de un golpe, golpe que hizo saltar un pedazo de carne. A Vasco Fernandez no le valió el sayo de malla, pues un golpe por la espalda le cortó el sayo y el cuerpo. A otro hombre le cortaron media cabeza de un golpe. Evidentemente, las armas pesadas tajadores como los alfanjes manejadas con fuerza y destreza podían infligir heridas terribles. 



Heridos por disparos de artillería

Fernaô Llopes y Vasco Preto quedaron lisiado de sendas «bombardadas» que recibieron en una pierna. Gonçalo Fernandez fue herido por otra «bombardada» en la cabeza, de lo cual quedó «mal tratado». Bertolameu Coelho recibió otra «bombardada» en una pierna, Bras Jorge en un brazo.  

André Lopez fue herido en el rostro por una pelota de cañón

Las bombardas y cañones empleadas por los atacantes disparaban tanto balas de hierro - normalmente, hierro colado - como balas de piedra. 

Los atacantes tenían un basilisco que disparaba 66 libras de pelota cuyo viento - o sea, el aire que desplazaba la pelota tras ser disparada - ya provocaba daños. Los portugueses tenían varias piezas cuyas bocas eran de palmo a dos palmos y medio, y un cuarto de cañón que disparaba una pelota de 8 palmos de perímetro, lo que da, más o menos, esos dos palmos y medio de boca. 

Cabe creer que esos portugueses anteriormente listados serían heridos por piezas de artillería menor, o fragmentos de las pelotas de piedra que se rompían al impactar. En todo caso, no se nos ocurre defensa alguna contra dichas armas, más de allá de estar convenientemente parapetados tras un muro o una almena. 



Quemaduras 

Los 48 quemados - algunos, con varias partes del cuerpo afectadas - lo son en piernas [16] y pies [3] así como en manos [28], que reciben la mayoría de quemaduras. También el rostro [12 ocasiones] y el pescuezo [7] aparecen mencionados. 

Solo en un caso aparece el torso quemado, el de Gregoryo de Vascogomçellos:

Gregoryo de Vascogomçellos quejmado no pescoso e ê hûa jlharga e ferydo na cabeça e hûa espjmgardada per hûu braço de que he maltratado. 

Gregoryo de Vascogomçellos sufrió las heridas siguientes:
  • Fue quemado en el pescuezo o cuello y en un costado, lo cual nos indica del empleo de algún tipo de fuego artificial, fuera de resina, alquitrán o pólvora por parte de los atacantes. Además, podemos inferir que ni el cuello ni el torso se hallaban protegidos, como veremos. 
  • Fue herido en la cabeza; no sabemos la arma que lo produjo ni el alcance de las heridas.
  • Un tiro de espingarda [los portugueses tardarían décadas en usar la voz arcabuz] le causó daños importantes en el brazo. 
Además, Jorge Pereira quedó «todo asado», indicando el breve apunte que las quemaduras fueron generalizadas. 


Antonio Pesoa, Antonio Moniz, Jeronimo Butaca, Garcia Roiz de Tavora, Dom Alfonso de Môroyo, Ruj Daraujo, Manoell Daraujo y Gonçalo Fernandez, sufrieron quemaduras en manos y rostro.

Luis de Sousa fue dos veces quemado en piernas y rostro. Antonio Pacheco recibió idénticas heridas, pero solo una vez.

Antonio Gil, quzá de modo más signiticativo, recibió quemaduras en rostro, manos y piernas. 

Las quemaduras parecían - con la excepción de Vascogomçellos - evitar el torso. Quizá las personas que eran totalmente abrasadas morían, y no hay relación de ellas, pero también es harto probable que las armas defensivas como coseletes y corazas, cuyo metal es ignífugo, protegieran de las quemaduras en una época y un cerco, en el que hemos visto que las alcancías de resinas o de pólvora eran muy usadas por uno y otro bando. 


Aquí vemos a otro grupo de soldados portugueses en otro tapiz de la misma serie de triunfos de Joaô de Castro. En este caso, estos soldados armados con armas de asta corta - presumiblemente, las lanzas que tanto aparecen en la crónica de Nunes - llevan los torsos protegidos con corazas - lo que en la literatura actual se denomina brigantina - la típica arma defensiva de peón de finales del siglo XV y principios del XVI en la península ibérica, que seguían usando los jinetes españoles y los soldados embarcados en galeras. En un cuerpo de cuero, se roblonaban o remachaban internamente unas láminas metálicas horizontales; son las cabezas de los remaches lo que destacan en el cuerpo de cuero. Estos soldados llevan tipos parecidos de celadas o morriones, algunos, con una corona de rama ceñida, símbolo de su triunfal campaña. El primer soldado por la derecha lleva una armadura de cabeza algo más arcaica para esta época. 



Flechazos

Además de escudos de diversas suertes, estos soldados gujaratíes portaban arcos largos. Detalle de un tapiz de la serie de empresas de Joaô de Castro.



Las 14 flechadas se reciben en cabeza [1], rostro [1], boca [1], pierna o muslo [6], brazo [5], barriga [1], cadera [1] y costado [1]. Como vemos, la mayoría de heridas se producen en extremidades, piernas, muslos y brazos, partes poco o nada defendidas. Solo en un caso se refiere la cabeza, y en ese caso, el herido es un «padre de misa», que no llevaría armadura de cabeza, claro. Las flechas que dieron por el rostro y boca no pueden ser protegidas por las armaduras de cabeza típicas de esta época que dejan el rostros a descubierto. El torso - barriga, cadera y costado - sí que puede ser protegido, tanto por un peto, como por un coselete, como por las corazas; así que es probable que se tratase de soldados que no los llevasen. En todo caso, parece acertado pensar que las heridas mayoritariamente se recibieron en partes desprotegidas del cuerpo, como son piernas y brazos, amén del rostro.



Disparos de espingardas 
Mem Lopez quejmado e ferydo nûa jlharga e hûa espimgardada por huû joelho de que he mall tratado.
Mem Lopez recibió varias heridas:
  • Resultó quemado.
  • Resultó herido en un costado.
  • Un disparo de espingarda / escopeta le pasó la rodilla, herida por la cual quedó en mal estado.


De las 24 heridas producida por disparos de espingarda, la mitad se recogen en la parte superior:  cabeza [7], boca [2], ojo [1] rostro [1] y cuello [1]. Esto podía deberse a que es la cabeza lo que suele asomar de un muro a la hora de efectuar el disparo, o simplemente, a la hora de otear y vigilar las acciones del enemigo, y por lo tanto, se hallaba con más frecuencia a tiro del enemigo. 

Las extremidades, sobre todo, las inferiores, reciben casi todo el resto de heridas: muslo [4], pierna [1], rodilla [1], brazo [4].

Amén de una herida en un lugar no identificado, tan solo un Francisco de Moraes recibió un disparo en el pecho: «hûa espimgardada pelos pejtos». 

Esta distribución, que, como en el caso de los flechazos, parece esquivar el torso, tiene dos posibles explicaciones no necesariamente contradictorias:

1) Las heridas de bala en el torso o abdomen suelen afectar a algún órgano; son difíciles de tratar y las complicaciones suelen ser inmediatas deviniendo en muchos casos en la muerte temprana.

2) El uso de armas de cuerpo como el coselete, el peto, o aún la coraza, podría disminuir la cantidad y gravedad de heridas de armas de fuego, máxime cuando estas parece dispararse casi todas desde posiciones de cerco, alejadas de la plaza, y por lo tanto, susceptibles de haber perdido potencia al hallar su blanco en los muros y baluartes de la plaza fuerte. A esto último se le debe oponer más que una tesis, una certeza, el defensor por excelencia de una plaza fuerte durante un asedio es un arcabucero; el coselete, en todo caso, estaba para defender los muros de asaltos, por lo tanto, y dado que los arcabuceros no solían emplear armas defensivas de cuerpo, quizá la anomalía estadística se deba a lo expresado en el punto número 1. Esto también explicaría la gran cantidad de heridos en cabeza, rostro y cuello, heridas que en otras tierras y ejército se solventaron con el empleo de celadas y morriones.  


Buena parte de los soldados portugueses eran «espingardeiros» o arcabuceros, como los de este tapiz de la misma serie. Aunque algunos podrían llevar algún «capaçete» o morrión, como el último de esta escena, buena parte iban al combate sin armaduras de cabeza, con gorras a la moda portuguesa, algo más ceñidas y recogidas que las españolas. Se recomendaba que el arcabucero llevara, amén de sus «calças e jubaô», un coleto o cuero, como el que lleva el tercero por la izquierda, entre cuyas faldas destaca la típica prominente bragueta de la época. Como curiosidad, llevan frasquillos de pólvora colgando del pescuezo - «cornjnhos de cevar dos pescoços».  



Vale la pena recoger el juicio del cronista, Leonardo Nunes, al respecto de la poca defensa que ofrecían las armas defensivas frente a las espingardas:

«[el] acometimiento de los enemigo causó que con la multitud no se pudiesen todos cubri, por la cual razón, de las torres y del cubelo fueron muchos los muertos, porque aunque estuviesen muy bien armados, para bombardadas y espingardadas, no aprovechan armas [defensivas]»

acommetimento dos ymigos causou que com ha multidão não se podessé todos cobrir, pela quoal rezão, das torres e do cubelo forão muytos deles mortos, porque, posto que viesse armados muyto bem, pera bombardadas e espingardadas, não aproveitão armas. 


En todo caso, este juicio no invalida lo anterior; el episodio que narra el cronista es el de un asalto a la batería, y se combatía cerradamente. La defensa que apuntamos pueden ofrecer las armas defensivas frente a la espingardería o escopetería enemiga es a distancia de defensa ordinaria de una plaza fuerte. O sea, generalmente, a tiro de artillería, a cerca de 300 pasos, distancia a la cual, la pelota de una escopeta ya ha perdido parte de su energía cinética.


En el mismo tapiz, vemos varios coseletes - el primero, sin armadura de cabeza - y un piquero que defiende el torso con un típico gorjal de malla a la tudesca. Aunque las modas portuguesa y española diferían en detalles, las tipologías de armamento defensivo y ofensivo eran bastante equiparables. El tercer coselete, que porta un morrión con carrilleras dorado - símbolo de que se trata de un oficial, caballero o soldado aventajado - se protege el inicio de los muslos con unas faldas de malla, solución más ligera que la de las escarcelas, que además protege el pubis y la entrepierna. 





Voladuras de minas

Las minas, claro, no eran un «arma» comúnmente usada, pero dada su potencia, podían causar estragos importantes, afectando una sola detonación a decenas de defensores.

Cuando los atacantes volaron la mina del baluarte de Rama, el cronista Leonardo Nunes recogió como aquellos que estaban en medio del baluarte, volaron tan alto con la fuerza de la pólvora que cayeron dentro de la fortaleza, mezclados en la voladura con las piedras que les acabaron enterrando. Otros cuerpos cayeron hechos pedazos sobre los enemigos, los cuales, les tomaron las cabezas como trofeo. Murieron en dicha voladura más de cincuenta hombres, muchos de ellos «fidalgos e cavaleyros mujto honrrados», y lograron escapar veintitrés con vida con heridas de diversa gravedad, de los cuales, tres murieron después. 

Por contra, «los hombres que estaban con las lanzas sobre los escombros fueron lanzados en la cava (foso) en los costados y en el campo, los cuales, como no cayeron de muy alto, unos con los brazos quebrados, otros con las piernas torcidas, y otros pisados, con los ojos y el rostros descalabrados, unos por la puerta, y otros por el baluarte, se recogieron dentro de la plaza». 

Luis de Mello y Antonio Roiz se hallaban con dos o tres soldados en el baluarte del mar, volaron con sus lanzas y rodelas en las manos; en el vuelo «cayeronles las espadas y los cuernecillos de cebar de los cuelos, y los capacetes de las cabezas y los zapatos de los pies». Aún así, sobrevivieron, y maltratados se refugiaron en la fortaleza, donde Mello moriría de enfermedad durante el cerco.

De Antonio Dazevedo sabemos que «voló y cayó por la banda de los moros y hubo una herida en la cabeza y muchos moretones por el cuerpo de que está mal tratado»

«avoou e cayo pera a bamda dos mouros e ouve huã feryda na cabeça e mujtas pisaduras pelo corpo de que he mal tratado». 


Alv.º Paez «cuando reventó el baluarte quedó enterrado todo debajo de piedras, de que hubo muchas magulladuras, e anda mal dispuesto». 

«quamdo arebêtou o baluarte ficou écravado todo debaixo de pedras de que ouve mujtas pisaduras e he ajmda mal despostoFernaô Llopes aleijado dãa bôbardada dúa perna. ».  



Las minas que volaban los lienzos y baluartes de la fortaleza afectaban a los soldados que las defendían, lanzándolos por los aires. Si la explosión no los mataba, las quemaduras, contusiones y huesos rotos tras la caída eran algo habitual.  


« »

Jorge Nunez de Lyaô «voló y se quebró un brazo y tuvo muchas contusiones en el cuerpo y en en rostro de lo cual ha quedado lisiado». 

Johaô Mjz Fr. «voló y tuvo muchas contusiones en el rostro y quemadas las manos, y un brazo quebrado de lo cual está maltratado». 

Alvaro Páez quedó enterrado debajo de muchas piedras con la voladura del baluarte, de lo cual recibió muchas contusiones y andaba mal dispuesto. Varios quedaron «maltratados» o lisiados de las piernas, como Antonio Mor, «aleijado dâbas as pernas». 


Aparte de la relación de heridos, bastante breve, como solía pasar, los que sirvieron en esas jornadas hicieron relación de méritos y servicios, y cuando fueron heridos, relataron su suerte como un mérito de guerra en servicio de su rey. Diego Ortiz de Tavora escribía en 1549 que fue «fui muito queimado com polvora e ferido». 



Relatos de muertes notables

«e assy foy morto Baltazar Jorge, juiz da alfandega, de hum só golpe de traçado, que lhe deu hum mouro por cima de hum hombro, com que lhe cortou huma saya de malha e o braço com toda a espadoa». 

Este Baltazar Jorge, a pesar de llevar un sayo o camisa de malla, recibió un golpe con arma cortante sobre el hombro que le cortó la camisa y el brazo con parte de la espalda. Esta arma, que el escritor llama aquí «traçado», en otras aparece como «terçado» o terciado, que no sería otra cosa que un alfanje, como podemos ver en los tapices de las empresas de Joao de Castro:

Buena parte de las tropas gujaratíes tendría, como este caballero y este infante, armas tradicionales, de asta - como los dardos que ambos llevan - o de mano, como el alfanje o terciado que lleva el caballero pendiente del cinto. No obstante, para llegar al cuerpo a cuerpo, antes había que realizar un asedio en el que únicamente las armas de tiro tenían capacidad de ofender. Durante un asalto, 40 caballeros «moros» subieron a un baluarte; armados de terciados, los portugueses los rechazaron lanzándoles alcancías de pólvora que les abrasaban vivos. 

Coju-Sofar, el napolitano renegado que se hallaba a cargo del contingente turco, cuando estaba oteando la fortaleza el 24 de junio por la tarde, día de San Juan, recibió un tiro perdido de bombarda portuguesa que le llevó la mano y la mitad de la cabeza, de lo cual, claro, murió.



Muertos de enfermedad

os omês com o trabalho e com o vegiar de dia aa calma e de noite ao sereno adoeçem cada dia e convaleçem muyto mall. 
 los hombres, con el trabajo y con vigilar de día al sol y de noche al sereno, adolecen cada día y padecen mucho mal

Nesta fortalleza ha mujtos doemtes e asy ferydos
como queymados e os majs doemtes saô de feveres e
camaras; 
  
  En este fortaleza hay muchos dolientes, así como heridos y quemados, y los más dolientes son de fiebre y de cámaras




A finales de julio, Nunes narraba que habían muerto ya 150 defensores durante el cerco «a ferro e de doença», o sea, «a hierro» - durante el combate - y por dolencias o enfermedad; otros cincuenta hombres se hallaban dolientes. A mediados de agosto, la nómina era de 250 muertos. 

A primeros de octubre, Mascarenhas informaba que había más de 200 dolientes en dos hospitales, y otros 170 fuera de ellos. Al final del cerco eran 550 los muertos, la mayoría a hierro, pero también muchos habían fallecido por enfermedades.  

En algunos casos se trataba de heridos que estaban recuperándose. En muchos otros, eran dolientes de hospital, o sea, personas que habían enfermado y se hallaban dolientes «de grandes febres». El día 5 de septiembre, Vasco da Cunha refería que eran 1300 hombres en Dio, de los que había 300 dolientes, la mayoría, de fiebres. 

Se habló de las dolencias causadas de «maus comeres e trabalhos». El cerco provocó una escasez y carestía de alimentos. A los tres meses de comenzado ya no había carne sino de gatos, y la gente se alimentaba con arroz, grano y lentejas, complementadas con dátiles, pasas y almendras que fueron llegados en naves que socorrían la plaza. Cuanto menos, los aportes de fruta desecada prevenían de enfermedades como el escorbuto, algo que se podía producir durante un cerco, como les sucedió a los franceses cercados en el castillo de Milán entre 1522 y 1523.

Además de la mala alimentación, se consideraban los «trabajos» sufridos durante el cerco la causa o agravantes de las dolencias: el agotamiento físico del combate y de las obras para reforzar las murallas con el continuo acarreo de piedras y de tierra, agravado por hallarse en muchas ocasiones durmiendo al raso bajo la lluvia, o insolados bajo el sol tropical veraniego, por tener que estar en lugares expuestos para realizar las vigilancias. En muchos casos, también los hombres debían descansar al raso, dado que parte de los edificios habían sido derrocados para construir caballeros [«cubellos»], contramuros y reparos interiores para disponer de una segunda línea de defensa interior. Todo ello estaba causando estragos y debilitaba a los hombres que eran presa de enfermedades tropicales comunes, fiebres e intestinales. 

Nunes también habla del agotamiento nervioso provocado por los continuos asaltos o rebatos con infinitas pedradas, que desinquietaban el juicio: «desenquietado ho juizo».  El cronista refiere que no hallaban otra consolación ni placer que desplegar las banderas el día del combate, porque les daba dios gloriosa victoria. Es probable que esto fuera más allá de la retórica heroica, y que, efectivamente, la adrenalina generada durante el combate les hiciera olvidar momentáneamente todos los males, tanto los físicos, como los emocionales, cosa que indica Idan Sherer en su trabajo sobre los soldados españoles durante las guerras de Italia. 

A los dolientes se les trataba en hospital, y como era típico en la época, se les daba caldo de gallina, remedio que se consideraba valía para muchos males, pero la duración del cerco hizo escasear, encarecer, y a última hora - mediados de octubre - agotar este recurso. A primeros de septiembre, el gobernador de la India, Joaô de Castro, envió a Dio un socorro en que viajaba Symão Alvares boticario con medicinas y cosas de botica para curar los dolientes, pero a 5 de octubre, el gobernador Mascarenhas reclamaba que se enviaran más remedios, pues Alvarez no había venido muy bien provisto. A finales de septiembre, fray Paulo de Santarê, franciscano encargado en el hospital, reclamaba el envío de algunos maestros para curar enfermos, alegando que uno o dos solos - se refería, probablemente a Symaô Alvarez y Joaô Garces, boticarios -  no podían acudir a todos. 

Los apuntes anteriores nos indican que había una cierta atención sanitaria, aunque insuficiente en medios humanos y materiales. En los hospitales, sino recibía un tratamiento médico óptimo, al menos, el enfermo podía reposar y ser consolado por enfermeros y parientes.  


Para saber más





Apéndice. Las heridas de las mujeres portuguesas durante el asedio de Diu en 1546 por las tropas del rey de Cambaya o sultán de Gujarat.





Tampoco hay por qué pasar con silencio la excelente virtud y el hermoso espíritu de las virtuosas mujeres casadas y de todas las otras mujeres solteras e de cualquier estado que sea, que en este año en el cerco se hallaron [...] porque nunca tal se vio en ningún tiempo, las cuales durante todo el cerco con sus familias trabajaron en acarrear piedra y tierra, y servir en los combates sin miedo alguno, ya que con ánimos y corazones varoniles repartían alcancías de pólvora a los soldados que con ellas peleaban. 
E acontecía que las flechaban algunas veces por las piernas y otras por los brazos, y por todo el cuerpo, de que morían algunas y otras quebraban las flechas y las sacaban fuera de sí, y vendadas las heridas con un paño, tornaban a sus trabajos. 
Y había algunas dellas que se detenían en sus maridos muertos y en sus hijos heridos, y otras personas de su afinidad y parentesco, cuyos males tenían razón de sentir, más andaban tan prontas en servicio de Dios y del Rey Nuestro Señor, que hasta que no era acabada la pelea no trataban con ellas, ni hasta después de haberlas enterrado las lloraban [...] 
Y acabada la batalla, ayudaban a los soldados con cosas para esforzarlos, cada una con lo que mejor podía, y dabánles de comer con las manos, con mucha buen agua fría [...] 
Y creo que esta su piedad parecía verdadera religión de gentes que votaron castidad y humildad y paciencia y amor fraternal [...]

Entre esas mujeres se mostraron por principales en este servicio Isabel Madeira, mujer del maestre Johã, muy moza y hermosa, y Gracia Roiz, mujer de Ruy Freire y Caterina Lopez, mujer de Antonio Gil, factor que era desta fortaleza e Isabel Diaz, mujer de Gaspar Roiz, factor del capitán, las cuales, amén de sus trabajos, sus asuntos eran verdaderamente espirituales, y sus haciendas eran gastadas en servicio de Dios y del Rey Nuestro Señor, y otras que no por no nombrarlas pierden su mérito. 

Leonardo Nunes, Do acontecido en Dio, sendo capitam desta fortaleza Dom Joham
Mascarenhas e governador da India Dom Joham De Castro ho anno de 1547.




Caballos corseres, jinetes y mulas. Las cabalgaduras de la casa del duque de Gandía, Juan de Borja y Cattanei, en 1494

En 1493, Juan de Borja y Cattaney, hijo de Rodrigo de Borja, papa con el nombre de Alejandro VI, se trasladó a sus tierras en el ducado de Gandía.


En un interesantísimo documento se recogen los nombres o los oficios de 111 servidores de su casa: la gente ordinaria que comía en casa del duque; 74 del señor duque y 37 de la señora duquesa. Además, se relacionan las cabalgaduras de servicio que recibían ración de la casa de los señores duques de Gandía.


Hay que tener en cuenta que no todos los miembros de la casa del duque tenían ración para su cabalgadura. De hecho, en una instrucción ordenada por Alejandro VI - que costeaba dicha casa - se indica que se diera dinero para comer a los escuderos, sus mozos y sus cabalgaduras.


Además, los parientes, gentileshombres y pajes, aunque comerían del plato del señor duque en la posada del señor duque, recibirían una quitación en dinero para sus cabalgaduras y servidores.


Por lo tanto, la caballeriza del duque debió ser mucho mayor de lo que tenemos listado, lista que solo recoge aquellos animales que recibían cebada comprada por la casa del duque.


Aún así, siendo imparcial, esta relación es sumamente interesante, porque nos aporta muchos datos sobre la caballería del periodo, y aunque es mayormente de uso civil, se pueden extrapolar algunos datos para el caso militar.


El cardenal Cisneros, regente de Castilla durante la toma de Orán en 1509 a lomos de una mula. Se aprecian las largas orejas del animal, que no es mucho más pequeño que los caballos en los que montan los hombres de armas que le siguen. Pintura de Juan de Borgoña, h.1514




Alejandro VI tenía en mente organizar la casa de su hijo en "el estilo de los otros grandes residentes en aquella corte" - «lo stil dels altres grans residents en aquella Cort», y al mismo tiempo, mantener las finanzas controladas en un cierto «quiero y no puedo». Como sea, si tomamos la casa del duque como ejemplo, la caballeriza de la casa de un noble en la España de finales del siglo XV estaba constituida por diversos tipos de animales:


  • Muchas mulas para los desplazamientos de sus señores y sus principales criados; el resto de criados - como el gallinero, la lavandera o los diversos esclavos y esclavas negros y moriscos - haría el camino a pie, o se quedarían en casa.

  • Algunas acémilas para el transporte de ropa, vajilla y otros elementos.

  • Caballos «corseres» criados para la guerra o para justar.

  • Caballos jinetes, que podían servir para la guerra o para ejercicios nobiliarios como los juegos de cañas, como veremos.

  • Caballos específicos para la caza.


El viaje desde Roma a Valencia se hizo en cuatro galeras que partieron de Civittavechia el 4 de agosto de 1493 haciendo escala en Barcelona. Por lo que parece, no se llevó ninguna cabalgadura desde Italia, y se tuvieron que comprar todas ellas en España, país en el que se criaban todos los animales antes mencionados. 


En la instrucción dada por Alejandro VI se especificó que si los escuderos no tenían capacidad para poderse encabalgar, se valorase la posibilidad de comprar cabalgaduras para ellos, bien fuera en Barcelona, bien en Valencia. 


Como muestra de la importancia social de las cabalgaduras, en la instrucción de Alejandro VI a su hijo Juan, se indicaba que debía ganarse la voluntad de algunas damas de la reina Isabel la Católica mediante presentes, para que fueran trabajando las orejas reales - «que hajen la orella sua» - de manera que algún día el duque de Gandía alcanzara la gracia real y pudiera, como hacían los grandes de España, cabalgar a su lado - «si per los grans se acostuma com vol cavalcar».


Por lo tanto, el duque, aunque no parece que llegase jamás a cabalgar junto a la «Sra Reyna», debía estar, si la ocasión se presentaba, encabalgado de la mejor manera posible.


Más allá de estos planes o ensoñaciones de engrandecimiento familiar, lo que sí está claro es que la organización de la caballeriza del duque, tanto en la selección de animales para los señores y para sus servidores, así como en las guarniciones de dichos animales, debía proyectar la imagen de poder pretendida en cualquier ocasion propicia para ello: desde un simple desplazamiento a ir de caza, pasando por ocasiones especiales como eran los torneos y justas, o los menos solmemnes pero más populares juegos de cañas.




Las mulas para caminar


de todos sus reinos de Castilla y León, para la guerra de los moros, a duras penas podian llegar diez o doce mil hombres de a caballo. y había más de cien mil encabalgados en mulas


Historia de los reyes católicos D. Fernando y Doña Isabel. Andrés Bernáldez 



Iba el ama del Príncipe encima de  una muía en una albarda de terciopelo, é con un repostero de brocado colorado llevaba al Príncipe en sus brazos: 


Historia de los reyes católicos D. Fernando y Doña Isabel. Andrés Bernáldez 



Mujer caminando en mula ricamente guarnecida, en albarda. Detalle de uno de los tapices de Van Orley sobre la batalla de Pavía. 


Si nos centramos en las cabalgaduras se puede ver que la mayoría - 27 animales - eran mulas, «mulas de silla» para «caminar» con ellas, o sea, para los desplazamientos, tanto de los señores, como de sus principales criados: «pera el servey», o sea, para el servicio, y para «als gentils homens», que parecen ser el barón de Proxita y mosen Pertusa, los únicos que tenían a cargo «escuders» y «pages».


Las mulas del duque disponían, al menos, de una guarnición de terciopelo carmesí y otra de terciopelo verde, además de riendas de seda negra y riendas de hiladillo, y dichas guarniciones se hicieron para participar en un juego de cañas. Evidentemente, no para correr con dichas mulas en el juego, pero sí para llegar a dicho juego montado en ellas, reservando a los caballos «jinetes» para el juego.  


El duque, por su parte, disponía de 20 pajes, pero solo 4 tenían mula que tomaban ración de cebada de la casa del duque. Esto no quiere decir que los criados no disponieran de otras monturas, pero en ese caso, deberían costearselas ellos mismos.


Cabe tener en cuenta que la mula era entonces la cabalgadura principal para viajar y desplazarse a diario en España, y que las pragmáticas que los Reyes Católicos promulgaron limitando su uso fueron cumplidas por un tiempo, pero después quedaron en desuso.  De hecho, en 1534, Carlos V, preocupado por la escasez de caballos en el reino, promulgó una nueva pragmática para limitar el uso de mulas, salvo excepciones, como era el caso de los eclesiásticos y las mujeres, pragmática que indicaba que la orden de los RRCC no se llegó a cumplir a rajatabla.  


Había además 8 acémilas para transportar lo que fuera, como los equipajes en los viajes: «per a portar la roba». Aunque, normalmente, en grandes traslados, se alquilaban bestias de carga para ese menester.  




Los corseres para justar


De las fiestas ordinarias que se hacen la justa es la mas galana y mas hermosa y mas bizarra

Del justador, Miscelánea de Luis Zapata



Juan de Borja tenía dos «coseres» o «corseres», esto es, caballos pesados de guerra para combatir como hombre de armas, o caballos que en paz podían servir para el torneo. 


La intención de Alejandro VI era que la casa del duque sostuviera un par de singulares justadores que recibieran sueldo para el ejercicio de las armas, y que combatiesen llevando las armas de los Borja en España, y dejando el pabellón de su casa bien alto:


«un parell de singulars justadors, com seria mossen Alegre e mossen Crespi [oferin los sou] al exercici de les armes»


Estos dos justadores están ataviados para entrar en lid, con sus arneses de punta en blanco, y sus lanzas con hierros de justar, diseñados sin punta para descabalgar al contrario sin matarlo. Llevan sayos y tarjas forradas a juego con las cubiertas de los caballos, en los cuales pondrían sus colores y sus divisas y las armas de sus casas. 



Quizá estos fueran los «gentils homens» mencionados, los «dos gentiles hombres prácticos y ejercitados en las armas en Castilla o en nuestras partes» que recomendaba Alejandro VI que tuviera el duque en su casa para hacerse cargo de un contingente de jinetes [1].


Estos gentileshombres debían reunir el siguiente aparejo para porder justar: armas, sillas, arneses y lanzas. De lo único que hay relación que se compró, fueron tres cubiertas de caballo de diferentes suertes - de brocado o terciopelo - aunque todas carmesíes, y una de ellas, con las armas del duque. 


Por uno de estos «corseres» el duque pagó 262 libras y 10 sueldos, moneda de Valencia, que fue algo más de lo que le costó vestir a todos sus pajes [más de 227 libras]. 


Se compraron mulas en dos partidas: una de 184 ducados y 1 sueldo, y otra de 401 ducados. Con un cambio de 1,05 libras por 1 ducado, podemos asumir que el dicho córcel costó la mitad que las mulas de la casa del duque, unos 14 animales, que tampoco eran bestias cualesquiera. 


Por tener otra cifra para comparar, en cinco meses, la casa del duque gastó 2.498 libras, un sueldo y dos dineros. 




Los jinetes para el juego de cañas


Todos ellos yuan con tocas blancas en la cabeça a la morisca.Trayan todas las quadrillas plumas conformes a las colores q cada vna d'ellas lleuaua. Despues que vuieron hecho la entrada y corrido el campo muchas vezes de vna parte a otra a manera de escaramuça partiendose en dos partes, tres quadrillas en cada puesto y teniendo sus adargas dexaron las lanças, tomaron varas en las manos y luego començaron a jugar con mucho concierto y ligereza assi de los Caualleros en reboluerse y adargarde en la silla, como de los cauallos en la carrera


El Felicissimo viaje del Muy Alto y Muy Poderoso Principe Don Phelippe, Joan Cristòfor Calvet d'Estrella [1552]



La caballeríza del duque de Gandía disponía de 10 caballos «ginets» o caballo «ginete»; esto es, caballos ligeros españoles para montar a la jineta. De estos, aparece uno mencionado aparte, un «cavallo de Segura», siendo este Segura un servidor de la casa del duque del que desconocemos su oficio. 


En los juegos de cañas, unas cuadrillas atacaban, lanzando unas cañas o varas a modo de venablos, y otras cuadrillas defendían, huyendo a la carrera defendiéndose con adargas; a la izquierda se puede ver a un jugador que toma una nueva caña de manos de un mozo. Los contendientes se vestían a la morisca, con marlotas y capellares, o con aljubillas y albornoces. Además, se escaramuzaba corriendo con lanzas, como se puede ver en el detalle inferior. Carlos V e Isabel de Portugal asisten a juego de cañas en Toledo. Marzo de 1539. Obra de Jan Cornelisz Vermeyen. Detalle jinetes a la morisca 






Es interesante remarcar que Juan de Borja, nacido en Roma en 1474 y criado en la corte romana, adquiriera tantos caballos a la jineta. Aquí cabe destacar lo siguiente: en un alarde de grandeza, su padre le dejó indicado que en España dispusiera de 60 o 70 «ginets». Pero tantísimos jinetes no eran caballos, sino soldados de caballería, debiéndoles pagar a cada uno de los dichos «ginetaris» 60 ducados al año, «como así se acostumbra a pagar aquí en la Italia semejante gente, como sabe Guillem Ramon de Borja, que ha tenido, entre estradiotes y ballesteros a caballo setenta u ochenta de caballo» [1].  


En todo caso, más que crear una compañía para servir a sus reyes en la guerra, el destino de estos diez caballos jinetes fue el juego de cañas. 


Entre los pertrechos que adquirió el duque, hay varios elementos destinados al «joch de les canes»:

  • Terciopelo verde y damasco blanco para forrar adargas

  • Adargas

  • Aljubillas y albornoz para poder ir vestido a la morisca a dicho juego

  • Jipo o Gipo

  • Atavío

  • Alpartaz

  • Caparazón, una cubierta destinada a resguardar la silla y aderezo del caballo


¿Y para qué disponer de 10 caballos de la jineta? Pues la respuesta también está en la contabilidad de la casa del duque: parece que en las pascua de junio o segunda pascua, se adquirieron sedas «per al Joch de canyes» en que participó el duque con los «gentils homens que ab sa Senyoria anaren». 


Los señores no participaban solos en estos juegos, sino que entraban por cuadrillas. A veces las cuadrillas eran todas nobiliarias; por ejemplo, para que el rey jugara a cañas acompañado de nobles selectos, pero en otras ocasiones, cada noble lideraba una cuadrilla de servidores de su casa. 


Ese era la causa para disponer de tantos caballos «ginetes», y el motivo que impulsó a Juan de Borgia a gastar «CCCCLXXXIII liures, XIIII sous, V dîners» en «lo atavío del Joch de les canes del Illra° Sºr Duch», gastos que le supusieron una reprimenda paterna, y una carta exculpatoria, en la que argumentaba que el «joch de canyes que fiu en Valencia per la venguda de la Duquessa ma muller» fue una «cosa que nos devia escusar».



Caballos de caza


Además, el «Sºr Duch» disponía de 2 caballos específicos para la caza - «cavallos para caça» -  los cuales pudo emplear durante los tres días que se dedicó «a caça de porchs», o sea, a la caza de jabalíes, junto a otros 13 caballeros. 


Por último, recibía ración un caballo de un criado llamado «Perico el loco».




Servicio de caballeriza


Entre el servicio relacionado con dichas cabalgaduras encontramos un par de de oficiales y gran cantidad de mozos:


  • 1 caballerizo [ «cavallerizo» / «cavalleris»]

  • 1 «barberestador» o domador, que enfermó de peste y no viajó con el duque

  • 6 mozos de espuelas. Los mozos de espuelas eran criados que se encargaban, entre otras cosas, de cuidar los caballos. Parece que los podían montar, por ejemplo, para llevarlos a herrar, o para llevar un animal de un aposento a otro durante un viaje, preferentemente, montándolos a pelo. Podían llevar librea, y de hecho, el señor duque les hizo comprar seis pares de calzas negras para que fueran a juego. 

  • 1 mozo de escala. Parece que era el encargado de disponer la escala para que las damas montasen a la mula; por causa del largor del vestido, subirse a la mula, fuera en silla o albarda, era más complicado que para los hombres.

  • 3 acemileros




La ración de cebada


Si vemos la ración de cebada que recibían dichos animales, y la ordenamos por volumen de grano, vemos otra categorización:

  • Corseres: tres almudes de cebada al día

  • Ginete de Segura: tres

  • Acémilas: tres

  • Caballos ginetes: dos almudes y medio de cebada al día

  • Caballos de caza y el caballo de Perico el loco: dos almudes de cebada por día

  • Mulas de los duques y caballeros de su casa: dos almudes de cebada por día

  • Resto de mulas: un almud y medio


Vemos pues, que se daba diferente ración a los animales, categorizándolos por tipo, pero también por servicio o por usuario. 


Si vemos los caballos: los corseres comían un 20% más que los jinetes, y un 50% más que los caballos de caza. Esto nos puede dar un indicativo de su tamaño más que de su trabajo. Es probable que los caballos de caza, empleados por tres días en la caza del jabalí consumieran más energía que los corseres que estarían normalmente en sus establos, pero, a su vez, estos caballos de caza fueran más pequeños - pues no habían de cargar el peso de las armas de su señor ni de las bardas. Indudablemente, los caballos jinetes eran caballos ligeros, pero, si nos atenemos a la alimentación, la diferencia es solo de un 20%. 


En cuanto a las mulas, vemos  que las mulas de servicio de los duques y caballeros de su casa recibían un tercio de cebada más que el resto de mulas. Es probable que fueran animales más seleccionados y de mayor porte que el de los otros servidores.


Por último, la ración de las acémilas, de igual cantidad que la de las cabalgaduras más caras, nos indica que la categorización debía ser por tamaño o por necesidades alimenticias fruto del mayor trabajo que realizaban estas bestias de carga, y que la categorización por valor del animal era secundaria, si es que se daba, a la hora de otorgar más o menos cebada a cada uno de los animales.  




El documento original


Copia de las cavalgaduras que han cevada de la casa del Ill[ustrissimo] S[eñ]or Duch de Gandía.

[el texto entre corchetes es añadido al editar la lista como aclaración]


Primo. Onze cavallos del Sºr Duch, dos coseres (corceles) y nou ginets;

—Tres mulas del Sºr Duch, y cuatro mulas de la Sª Duquessa;

—Dos mulas del varón de Proxita [a cargo de dos escuders, un page y dos moços]

—Quatre mulas de mosen Pertusa y de sus fijos [Mosen Jaime de Pertusa era procurador general del duque, y tenía a cargo un escuder, un page y un moço]

—Dos mulas de Tristan [de Villaruel] y de su fijo [el bachiller]

—Una mula de mossen Fira [secretario, con un moço]

—Una mula y una azemila del mayordomo de la Sª Duquesa

—Una mula de Remiro, moyordom

—Dos cavallos para caça del Sºr Duch

—Una mula de Artes

—Un cavallo de Segura [un caballo jinete para el criado de dicho nombre]

—Una mula de Gomez, maestresala de tinelo

—Una mula del cavallerizo

—Una mula de Olaso

—Una mula del comprador [Domingo, tenía un mozo a su servicio]

—Quatro mulas de pages, una de Castelvi, otra de Ricart, otra de Romeu, otra de Vibas [estos pajes tenían mozos a su servicio]

—Una mula de Socarats, armero de su S[eñor]ia

—Una mula del barbero de su S[eñor]ia

—Una mula de Anton, moço de capilla

—Una mula del sastre de la Sª Duquesa

—Un cavallo de Perico el loco

—Set azembles de su Sª [acémilas, para ser conducidas por tres acemileros]

—Una mula de Felib Juan, e altra mula del civadero.


Las mulas del Sºr Duch y Duquesa, y de mossen Pertusa, y de Tristan, y de mossen Fira, y del baron de Proxita, la del comprador han de cevada cada dia dos almudes, y los coseres y el ginete de Segura y las azemilas a tres almudes, y los ginetes a dos almudes y medio, y los cavallos de caça y el de Perico el loco a dos almudes, todas las otras mulas a un almud y medio por dia.


Suman las cavalgaduras que preneen ración de cevada e palla de casa el Ill. Sºr Duch, LVI.


[1] Aunque esté entrecomillado, el original es en valenciano:

«E lo semblant portará per sa persona lo dit Duch de Gandía, y encara es de veure, sis trobassen, dos gentils homens pratichs e exercitats en les armes en Castella, o en nostres parts, que volguessen venir ab lo Duch ab sixanta o setanta ginets, offerint los per cascuna de ses persones quatrecents ducats lany, e sixanta ducats per un any cascu deis ginetarís, com axi se acostumem de pagar açi en la Italia semblant gent. C que ha tengut entre stradíots e ballesters a cavali setanta o LXXX de cavall».


Este Guillem de Borja aparece en la lista de la casa del duque en Barcelona, pero en Gandía no. 




Bibliografía:


Algunos documentos y cartas privadas que pertenecieron al segundo duque de Gandía, don Juan de Borja, Sanchis y Sivera, José - editor literario. 1919


Prematicas nuevas sobre las mulas e sobre los brocados y telas de oro y plata y bordados las quales se pregonaron en esta civdad de Toledo d.d. 12. Março 1534


Las pragmáticas del reyno: recopilacio[n] de algu[n]as bulas de nuestro muy sancto padre, concedidas en fauor de la iurisdicion real, con todas las pragmáticas... 1520