Socorro de Targoes.

Entre otras hazañas memorables y dignas de eterna memoria, se verán aquí
aquellas dos nunca assaz loadas: que esta nación y las demás por dos vezes, con
escuadrón formado del modo que se pudo, vadeó el mar océano desde tierra firme a las
Islas de Zeelanda, de noche y con frío, por distancia de dos leguas, con agua a los pechos,
a la garganta y a ratos más arriba, por donde algunos se anegaron en ella; y llegados de la
otra parte, hambrientos, desnudos, mojados, tiritando de frío, cansados y pocos,
cerraron con los enemigos, que eran muchos más en número y estavan hartos, armados
y descansados y atrincheados, y los hizieron huir a espadas bueltas

Fadrique Furio Ceriol, censor de los “Comentarios” de Bernardino de Mendoza.

Sitio de Targoes

El 26 de agosto de 1573, partían desde Flesinga [Vlissingen] 50 naves con siete mil hombres, la mayoría de ellos hugonotes franceses, pero también ingleses y escoceses levados por la reina de Inglaterra y flamencos. Su propósito, desembarcar en la isla de Walkeren, donde pondrían sitio a la villa abastionada de Targoes, entendiendo que caída esta, caerían después Middelburg y Ramua.

Por gobernador de la villa e isla estaba el capitán Isidro Pacheco, con su compañía de españoles y asimismo, con soldados valones. Desembarcados los rebeldes a una legua de Targoes, Pacheco envía a reconocer al enemigo, que se aloja a una cuarto de legua de la villa, escaramuzando los defensores a campo abierto con el campo invasor. Abriendo trinchera, al cabo de seis días pudieron plantar su batería [8 piezas de bronce y 4 de hierro colado] . Batieron por unos días por la cara de la puerta de la Cabeza, y arruinando la defensa en esta banda, mudaron el puesto, desplazando la artillería a la puerta del Emperador, donde estuvieron atacando hasta que abrieron una batería por donde pudieron dar asalto, acometiendo 3000 hombres “de todas naciones” equipados además con 30 escalas, durando el combate dos horas, siendo rechazados los asaltantes.

Los atacantes solicitaron un refuerzo, y Monsieur de Lumay les envió 2500 alemanes a cargo de un teniente [de coronel]. En esta ocasión, acometieron por la cara de la puerta de Sirquerque, abriendo trincheras de nuevo para poder plantar la artillería lo más próxima posible. Teniendo ahora tres baterías [brechas en la muralla] abiertas, planearon un asalto masivo por los tres lados. En tanto dilataron el asalto un día, Pachecho hizo trabajar a los de la villa construyendo un caballero [un bastión] frente a la batería de Sirquerque. Reconocidas las defensas [podían tener hasta 50 soldados en él] por el enemigo, este decidió postergar el asalto hasta que las circunstancias le fueran más propicias, y variaron el operativo: arrimando barriles de brea quisieron quemar el rastrillo de la puerta de Sirquerque.

Este intento fue rechazado por la defensa, y 20 soldados de la villa atacaron las trincheras, haciendo desampararlas a los franceses. Al día siguiente, hicieron una nueva salida, esta vez sobre las trincheras flamencas, tomando 7 prisioneros que ahorcaron en las murallas, y carne salada que robaron en los cuarteles de estos.

Intentaron asimismo una mina, pero al oir la construcción de la contramina que los defensores realizaban, desistieron de su propósito. Intentaron sangrar el foso – quitar el agua abriendo canales para desaguarlo – y de nuevo lanzar un ataque contra los rastrillos de las puertas para quemarlo, pero fueron de nuevo rechazados.

Socorro de Targoes

El duque de Alba había ordenado a Sancho de Ávila y a Cristóbal de Mondragón que acudieran a la defensa del sitio desde Amberes, pero tras dos intentos de llegar a la isla embarcados, en los cuales fueron rechazados por la armada rebelde.

La gente de la tierra dio aviso a Sancho de Ávila de que Targoes había sido tierra firme y no isla, pero que un temporal tenido lugar hacía décadas había inundado la lengua de tierra que unía la ahora isla con la tierra firme, y que ese terreno, aunque ahora bajo el mar, era de aguas bajas, especialmente en la menguante.
De aquí se dedujo que el terreno inundado era lo bastante elevado como para poder ser vadeado a pie en hora de marea baja, a pesar de la distancia [tres leguas y media: más de 14 quilómetros en total, y 2 leguas >8 km de vado sumergido] y de la existencia de tres canales que cruzaban esta lengua de tierra.

Juntó Cristóbal de Mondragón tres mil hombres, españoles, alemanes y flamencos, y haciéndoles cargar pólvora, cuerda y bizcocho en unos saquillos de lienzo, para colocárselos sobre la cabeza, y siendo el maestre de campo de edad casi 60 años, se metió en el agua para dirigir la marcha.
Las mareas en el mar del norte implican una variación en el nivel de las aguas de varios metros: los españoles la midieron en una pica [unos cinco metros]. Había por tanto que darse prisa en cruzar el vado antes de que el agua creciera.
Tardaron en recorrer la distancia total unas cinco horas, ahogándose 9 hombres. Llegados a tierra firme, hicieron los fuegos prometidos que servirían de señal de llegada para los que quedaban en Brabante, y descansaron, para al día siguiente, llegar hasta Targoes para atacando a los sitiadores, socorrer la villa.
Pero los enemigos tomaron la vía prudente, y haciendo ellos mismos señas con fuegos para avisar a su armada para que los viniera a recoger, se retiraron esa misma mañana levantando el campo para embarcarse y huir.
Desde Targoes, Isidro Pachecho no salió con su gente para dar en la retaguardia de los sitiadores, por no tener noticia de la llegada del socorro y considerar la retirada un ardid para atraer a sus pocos hombres a una trampa, pero conociendo la llegada de Mondragón, le pidió 400 arcabuceros de los que este traía para atacar a los que todavía estaban por embarcar, matando unos 700 hombres de los que quedaban en retaguardia.

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