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El capitán Alonso de Peralta y el visitador Godínez en la perdida de Bugía en 1555. Un caso de justicia real en el XVI

Primero día de abril 1556 que fue miércoles de la semana santa, fueron sentenciados a muerte en Valladolid don Alonso de Peralta, hijo de don Luis de Peeralta, y Luis Godínez y un letrado, por aver entregado a Bugia a los turcos. 

Suplicaron desto ellos y después en lunes 4 días de mayo, fue degollado en Valladolid el dicho Alonso de Peralta, mancebo de veinte y siete años.
Luis Godínez, porque lo mandaron ahorcar y quartear, apeló del género de la muerte, diziendo que era cauallero.

Era rico y marrano.

Año I DLVI. Nuevas de este año, por Florián de Ocampo, cronista de su majestad.



Nunca Dios tal quiera, porque ningún alcaide ni gente que con él esté, pueden ni deben entregar la fortaleza á los enemigos si no se la tomaren por fuerza, y sobre ello debe el alcaide perder la vida conforme á las leyes de España

Razonamiento de Felipe de Pamenes, contador del sueldo de Bujía en 1555


Bugía asediada

Artillería de campaña turca. Túnez, 1535. Kunst historisches museum de Viena.


Alonso Carrillo de Peralta era gobernador y capitán de Bugía, y alcaide del castillo mayor,  al mando de 150 hombres, reforzados con otros 100 que habían desembarcado el 14 de agosto de 1555 junto al visitador Luis de Godínez.

Alonso se hallaba en el castillo mayor, del que era alcaide, y su primo, Pedro de Peralta, hermano del marqués de Falces, era alcaide del castillo imperial, a cargo de 130 hombres.
Había en Bujía un tercer castillo, llamado el Castillejo, cuyo alcaide era Juan de Bilbao, a cargo de unos 45 hombres que fue reforzado con 20 procedentes del castillo Mayor. 

Había tropas de infantería, de las que eran capitanes los respectivos alcaides, y tropas de caballería, de las que era capitán Alonso de Peralta con su alférez Diego de Bárcenas que las gobernaba. Peralta tenía otro alférez para la gente de a pie, Tomás del Castillo, y había un capitán para la gente del campo y cuadrilleros, Alonso Sánchez Crespo.


En Bujía, además de estos oficiales de gente de guerra, había varios oficiales reales: el pagador Felipe de Pamenes, el teniente de veedor Ochoa de Çalaya y el teniente de pagador Bartalomé Lavado, que eran personas de autoridad en la plaza, aunque no tuvieran cargo de guerra. El pagador Domingo de Alcibar estaba indispuesto, y apenas se le entendía cuando hablaba, por lo que no jugó ningún papel en los hechos de septiembre de 1555.

En Bujía, además, había, al menos cuarenta mujeres y niños de familia española, aunque muy probablemente fueran muchos más, pues, por ejemplo, el contador Pamenes tenía mujer y cinco hijos.


En el galeón español y la carabela portuguesa que habían aportado el 14 de agosto, había, entre marineros y pasajeros que iban a Italia - entre ellos, unos cuantos soldados - unas 300 personas, que estaban en Bujía a primeros de septiembre.

Teniendo aviso el gobernador Peralta de la llegada del ejército y armada argelinos, al menos cinco días antes de su arribada, la tuvo por incierta, y consideró que no era necesario realizar ningún preparativo.

El día que aparecieron dos galeras enemigas en la boca del río, a vista de la plaza costera, Alonso de Peralta se hallaba preparando un juego de cañas, con "sus divisas y aparejos para salir al juego galanamente". Aún a pesar de ver estas galeras, y ver parte de la caballería del rey de Argel que se hallaban vigilando la plaza, los oficiales del rey, fundamentalmente el contador Felipe Pamenes, tuvieron que insistirle para que se pusiesen en defensa de una vez, habiendo perdido cinco días estando en Babia.

Bujía fue asediada a partir del día de nuestra señora de septiembre (día 8) de 1555  por un ejército formado por bereberes, árabes, renegados y turcos, con nueve piezas de artillería de asedio, entre ellas dos cañones reforzados que tiraban balas de hierro de hasta 63 libras,  desembarcadas desde una nao con un pontón, y varias galeras y galeotas, todo a mando del rey de Argel.

Tras resistir unos días, después de haber enviado una fragata a España pidiendo socorro, Alonso de Peralta dio a partido la plaza, o sea, capituló con los asediadores la entrega a cambio de que los defensores pudieran salir con las vidas:

Lo primero que les dé libertad y lugar para que puedan pasar en España á todos, chicos y grandes, mujeres y hijos libremente, con sus dineros y haciendas, y todo lo que tuvieren y tienen al presente, y con sus armas, sin que de ninguna persona por él, ni por ninguno de sus corsarios, les sea puesto impedimento alguno.


O eso es lo que quiso creer Alonso de Peralta, pues sus capítulos, redactados por él mismo, fueron llevados al rey de Argel por Ochoa de Çalaya, teniente de pagador y Juan de Milán, mercader italiano, que hablaba la "lengua turquesca". Estos, habiendo hablado Milán con el rey sin que Çalaya hubiera entendido nada, regresaron del campo argelino con los capítulos sellados, que fueron la prueba en la plaza de que el rey había aceptado las condiciones ofrecidas por Peralta.

Según las mismas, los asediadores no entrarían en Bujía hasta pasados tres días,  dando tiempo a que los cercados se embarcasen con dinero, hacienda y armas, en navíos, con bastimentos y agua para volver a España con salvoconducto.

Eso es lo que decía el documento español.

Antes de esa rendición, habían sucedido varios episodios de importancia.



El asedio de Bugía en septiembre de 1555

1) El llamado castillo imperial estaba tan mal construido, "y desto tienen la culpa los maestros y caleros que vinieron de Secilia", que el parapeto de 18 pies de grueso se desmoronó tras solo dos días de disparos de la artillería turca, que hizo, según testigos, 663 tiros. Aunque pudieran parecer muchos, se supone que debería haber aguantado unos 15 dias, y los turcos se sorprendieron "víendo cómo las paredes

se caían cada ladrillo por sí". Quedando la plaza del castillo al descubierto, un mensaje confuso enviado desde el castillo mayor empujó a los soldados a desamparar el castillo imperial de madrugada para refugiarse en el primero sin órdenes de su capitán. Aunque Pedro de Peralta parecía querer mantener su juramento de morir defendiendo la plaza, los siguió viéndose solo. El castillo imperial quedó así en manos de los turcos, tomando la artillería y municiones que habían quedado allí, y teniendo otro emplazamiento para tirar con artillería al castillo Mayor. 


2) El Castillejo, otro castillo defensivo, fue tomado al asalto, y su alcaide y 43 hombres supervivientes, fueron llevados como cautivos a Argel.


3) El 22 de septiembre, se comenzó a batir el castillo Mayor, la única defensa que le quedaba a la plaza. El 23, los turcos habían podido emplazar sus cuatro cañones a cien pasos del castillo, moviéndolas en mitad de la noche.


4) El gobernador Alonso de Peralta, para ese momento, trabajando día y noche sin descanso en las obras de defensa del castillo mayor, parece que sufrió una crisis nerviosa y se sumió en un estado depresivo: "vino en estado de llorar como niño" y según se decía "vino el Capitán á perder parte del juicio en tal manera que no tenía constancia ni firmeza en ninguna cosa".


5) El resto de oficiales del rey, el capitán del campo, el alférez de caballería, y el alférez de la infantería de Bujía, ciertos escuderos y el teniente de veedor, eran de la opinión que era mejor rendirse, así como un cuadrillero del campo y muchos cabos de escuadra de la gente de a pie.

El contador Pamenes, el visitador Godínez, el teniente de veedor Çalaya eran partidarios de mantener la defensa, pero no eran oficiales de gente de guerra, sino del sueldo o judiciales, aunque Ochoa de Çalaya, en última instancia, mudó el parecer.


6) Pedro de Peralta quería resarcirse de la perdida del castillo imperial haciendo alguna facción de guerra  y Alonso de Peralta, aunque "estaba medio desvanecido de la cabeza y no tenía constancia en ninguna cosa y con el juicio algo trastornado", quería proseguir con la defensa, pero se trataba de un hombre muy influenciable, "flaco de cabeza".


7) El contador Diego de Pamenes, cuyo oficio era de sueldo, y no tenía mando militar, pero sí mucho empuje personal, y acudía a la defensa de la plaza,  propuso un plan para salir a clavar la artillería enemiga, que debía mantenerse en secreto de aquellos oficiales, cabos de escuadra y escuderos "medrosos y cortados", pero hallándose en la fragua con el herrero junto a Alonso de Peralta preparando los clavos, fueron descubiertos por estos, y presionado, el gobernador Peralta ordenó que no se hiciera dicha facción.


8) El rey de Argel mandó una carta avisando a los del castillo mayor que el socorro de España que habían demandado no vendrían, porque ellos habían capturado la fragata en la cual iban las cartas, entregándolas como prueba de que lo que decía era cierto. 


9) Habiendo entre la tripulación del galeón muchos vizcaínos aptos para pelear - los marineros, aún de naves particulares, debían, necesariamente saber combatir - y aún varios soldados que viajaban de España a Italia, Alonso de Peralta se negó a que participasen en la defensa, por consejo de Lavado.


10) Uno de los soldados de la plaza, un trompeta llamado Juan Rodríguez, se salió del castillo para hacerse turco, y aconsejó a los asediadores que tirasen contra la torre de las Cabezas, pues allí había dos piezas que guardaban el lienzo del castillo que batían los turcos. Esto hicieron, y las dos piezas quedaron inutilizadas para los defensores.


11) El día de San Cosme y San Damián, 27 de septiembre, el alcaide del castillo imperial, Pedro de Peralta murió en las murallas, de un tiro de artillería que, al parecer, hizo un renegado francés que le disparó desde el castillo imperial, que había estado a su gobierno. También cayeron 42 soldados y fueron heridos 65 en un "bravo asalto que se le dio" al castillo mayor.


12) Con todo esto, los medrosos convencieron a Alonso de Peralta se votase por la rendición de la plaza, y, excepto Godínez, que se negó a votar y Pamenes, que se opuso con virulencia, fue acordado darse a los turcos en votación hecha por los oficiales del rey, de guerra y del sueldo.


13) Pamenes protestó y lanzó graves acusaciones contra los que así votaban. Se pusieron las cosas tan tensas, que Alonso de Peralta advirtió al "escandalizador y alborotador" contador Pamenes que se guardase de seguir por esa vía, pues habían ofrecido 40 ducados para que lo matasen a escopetazos, e hizo que lo tuvieran preso en su posada mientras se llevaron los capítulos del partido al rey Argel. Pamenes recibió orden de quedar en su casa, con orden de Peralta de "que si salís, os han de dar dos ó tres arcabuzazos".


En esto Ochoa de Çalaya y Juan de Milán regresaron con los capítulos redactados por Alonso de Peralta y sellados por un oficial del rey de Argel.


La rendición de Bugía el día de San Miguel


La toma de Bujía se hizo no según lo capitulado, sino a gusto del rey. No se aguardó a los tres días, sino que de inmediato se entró en la plaza.

Aunque los residentes fueron embarcándose en una nao que el rey de Argel les prestó y llenaron la nao hasta los topes, muchos fueron desvalijados, incluyendo al propio capitán y gobernador que le arrebataron un cofre con dinero de entre las manos.

En lo capitulado, podrían salir los cristianos con armas, pero el rey mandó desarmarlos.

En la dicha nao se embarcaba toda la gente, cuando el rey de Argel mandó pedir 200 hombres para retirar los cadáveres. Alonso de Peralta los concedió. No se volverían a ver en la nao.

Estando unos españoles llenando botas de agua para la nao, pasó un jeque que tomó a uno de ellos. Era Tomás del Castillo, alférez, que había votado a favor de la rendición. No se le volvió a ver.

Otra gente del rey llegó a la nao, y tomaron por la fuerza a la hija del contador Pamenes, de 13 o 14 años de edad, la hija de Ochoa de Çalaya, de 12 o 13 años, y un muchachito de 9 o 10, que fueron llevados a las tiendas del rey.

Al cuarto día de hallarse embarcados, vino gente del rey. Apartaron al gobernador Peralta, a Godínez y a otros oficiales junto a sus mujeres y los embarcaron en otra nave, la carabela portuguesa donde se hallaba Juan de Milán, el mercader platico en lengua turquesca que había llevado los capítulos de rendición al rey de Argel.

Al resto, los separaron: los hombres los echaron a las galeras, y a las mujeres y niños se los llevaron a las tiendas del rey:

"que allí se vido aquella mañana apartar las mujeres de sus maridos y los hijos de las madres y padres, con gran lloro que hacia, que era gran lástima de verlo".

Después serían llevado a Argel: los hombres a los llamados baños, donde estaba la prisión de los cautivos, y las mujeres y niños como esclavos de la casa del rey, si bien éste regaló muchas a varios jeques.

En la carabela portuguesa se embarcaron cien hombres, viejos y heridos, y con estos, catorce personas escogidas por Alonso de Peralta, oficiales reales y sus mujeres, que viajaron a España, entre los que no estaba el crítico contador Pamenes. Muchos de estos heridos, se murieron en la travesía a su tierra natal.

Aunque pudiera parecer que el rey de Argel traicionó lo capitulado, fue voy populi que Juan de Milán, cuando fue a llevar los capítulos al campamento real, y hablando en lengua turquesca con el rey, viendo que éste se negaba a lo que se le pedía, acordó que de Bujía se salvasen 120 personas. 20 que Alonso de Peralta escogería, y 100, que escogería el rey. El rey, claro, escogió a heridos y ancianos, por tener menos valor como esclavos o cautivos.



Los condenados

Vinose don Alonso de Peralta a Medina del Campo, y Luyz Godínez a Valladolid, harto tristes. Acusoseles luego ante los alcaldes del crimen de corte, diziendo que se auian rendido con facilidad, salvando solas sus personas.
Historia pontifical y católica, de Gonzalo de Illescas.


si yo pensara que esto había de ser, antes muriera defendiendo á Bugía que no entregarla á los turcos

Parecer del gobernador y capitán de Bujia, Alonso de Peralta, cuando se marchaba en la carabela.

Luis Godínez de Alcaraz era un "visitador". Alguien que el rey, en este caso, la gobernadora Juana en su nombre, enviaba para tomar visita al gobernador, o sea, evaluar el estado de la plaza y juzgar las labores de gobierno del capitán de Bujía. En teoría, en una residencia, llegado el caso, se podía incluso llegar a deponer a la persona, pero sería necesario ver con qué instrucciones fue Luis de Godínez a Bujía, aunque se mencionan sus funciones de juez de residencia.

Godínez había ido acompañado por un letrado, el licenciado Belorado, un escribano, un alguacil y varios criados. Lo normal era hacer averiguaciones sobre el gobierno de Peralta, y para ello, entre otros procedimientos, se interrogaba testigos y se tomaba nota.

El visitador tenía ciertas prerrogativas como juez, teniendo su vara de justicia.

Durante el asedio del castillo mayor, Godínez iba pregonando a los soldados que acudieran a las murallas del castillo mayor a defenderlas,  "porque acaecía muchas veces que los soldados se iban á comer y amasar á sus posadas y dejaban la muralla sola", advirtiendo de penas contra quién lo incumpliera, pero quejándose los soldados a Peralta de ello, el gobernador mandó a Godínez que no se entrometiera en ninguna cosa tocante a la guerra, y éste se retrajo. 

La visita de Godínez, paradójicamente, había sido motivada por quejas de los soldados de la plaza contra Alonso de Peralta.

El letrado que fue condenado, parece que debía ser el licenciado Belorado, que acompañaba a Godínez como su alcalde mayor, otro cargo judicial sin mando en la guerra. Es posible que se les acusara de no haber depuesto a Peralta, o no haberle forzado a mantener la defensa hasta el fin.

Don Pedro de Peralta murió en la defensa del castillo mayor, y si algo se le pudo reprochar por haber abandonado el imperial en seguimiento de sus hombres, parece que la muerte le evitó el proceso.

La rendición, considerada como ignominiosa, supuso un mazazo para la moral del reino. Cuando Peralta y Godínez regresaron, se les hizo un proceso a ambos.

Aunque se dijo que Peralta rindió la plaza contra el parecer de Godínez, este último no ejerció su autoridad, o no fue capaz de imponer su criterio, y probablemente por ello fue condenado, pero no tenía gobierno en cosas de guerra.

Peralta, siendo caballero, tenía el privilegio de ser ejecutado como tal, y por tanto, decapitado. Godínez, fue condenado a la horca - pena infamante - y a ser hecho cuartos, o sea, descuartizado su cadáver como escarnio y afrenta.

Godínez protestó, según Florián de Ocampo, no por la condena a muerte, sino por el método. Deseaba ser decapitado como caballero que era, pero Ocampo dice de él que era 1) rico - cosa que un caballero no puede ser, a no ser que haya ganado su hacienda en servicio del rey, pues de otra manera, haciendo negocios, no podía ser rico y caballero a la vez  -y 2) marrano, indicando que no podía ser hidalgo siendo de ascendencia judía.

A pesar de todo esto, el visitador apeló y pidió disculpas y se le moderó la pena.  Mientras el proceso para depurar sus responsabilidades seguía "el Godínez tuvo por cárcel la casa del corregidor de Valladolid, y sin haberse declarado su proceso murió de enfermedad en noviembre de 1557".

Según un bien informado Gonzalo de Illescas - su hermano había sido escribano del proceso - la sentencia se pronunció después de su muerte, " y fue dado por libre, sin que su fama ni sus bienes, padeciesen pena ninguna".

Y es que, aún después de muerto, a uno lo podían condenar e incluso ejecutar en efigie.




La ventana del Landgrave. Proceso, tormento y ajusticiamiento del soldado Juan de Padilla en 1552. Ejemplo de justicia militar del XVI

El duque [de Alba] partidos ellos [Mauricio de Sajonia y marqués de Brandemburgo] hizo meter en una camara [de la posada del duque] a Landgrave y encomendo su guarda a don Juan de Guevara capitan del tercio de Lombardia con todos los soldados de su bandera. El landgrave se allo tan turbado, triste y lleno de congoxa que en toda la noche tuvo rreposo ni sosiego ni hazia sino como frenetico y furioso levantarse de la cama, andar de una parte a otra y de rrato en rrato acudir a las ventanas con fin segun creyan de ver si podia por ellas descolgarse

Hechos del 19 de junio de 1547 narrados por Bernabé del Busto, capellán y cronista de su majestad



"Die Spanichsen Kriegs Leyt". Soldados españoles en 1547. Códice de trajes. Biblioteca Nacional de España. Arcabucero y coselete, como los 137 soldados que formaban la compañía a cargo de Antón de Esquivel en 1551-1552


La guerra de la liga de Esmalcalda [1546-1547] tuvo como resultado, entre otras consecuencias, la prisión del landgrave de Hesse, Felipe I el Magnánimo, uno de los príncipes protestantes que había encabezado los ejércitos de la liga. Siendo su custodia asunto de estado de primer orden, se trasladó al prisionero a los Países Bajos, primero a Audenarde, y después a Malinas, a medio camino entre Amberes y Bruselas, ciudad que en el plano militar se distinguía por ser sede del más importante arsenal, además de ser sede de la principal fundición de artillería del país.

La custodia del landgrave quedó en 1547 en manos de una compañía de infantería española que había participado en la guerra, a cargo del capitán Juan de Guevara, que le trasladó de Alemania a los Países Bajos. La misma pasó luego a Sancho de Mardones, y por último, desde octubre de 1551, quedó a cargo de Antón de Esquivel:

Esta en Malinas preso Philippo Lanrfgraue de Heffen , que le truxeron alli dela villa y fuerça de Aldenarda, que es vna delas veynte y quatro Castellanías y Iurisdiciones, que ay en Flandes Germanica , donde le auia tenido en guarda don Juan de Gueuara, y le tuuo en Malinas , y despues dé Sancho de Mardones quales sacó de alli la Imperial Magestad para Maestres de Campo,y le tiene agora Antón de Esquiuel, que es de los principales Caualleros de la Ciudad de Siuilla, con ciento y treynta y siete soldados Españoles Cosseletes y Arcabuzeros.

El Felicissimo viaje del Muy Alto y Muy Poderoso Principe Don Phelippe ... Joan Cristòfor Calvet d'Estrella [1552]


En dicha compañía del capitán Guevara había en 1547 un soldado llamado Padilla, caballero e hidalgo, que hizo una copia manuscrita del  Comentario de la Guerra de Alemania hecha por Carlos V, máximo emperador romano, rey de España, en el año de 1546 y 1547 de Luis de Ávila y Zúñiga, bien por encargo, como escribano, o más probablemente, para congraciarse con el cortesano

En 1552, un soldado Padilla, del cual no se dice fuera hidalgo o caballero, fue ajusticiado por sus compañeros, pasado por las picas por traidor a su rey.

Veamos su historia


Se puede leer "este libro es del señor padilla soldado de la compañía del señor don Juan de Guevara". Y debajo del abecedario: "cauallero padilla hidalgo". El libro en cuestión es una copia del Comentario de la Guerra de Alemania hecha por Carlos V, máximo emperador romano, rey de España, en el año de 1546 y 1547 escrita por Luis de Ávila y Zúñiga. Teniendo en cuenta que fue la compañía de Juan de Guevara la que custodió al Landgrave de Alemania a los Países Bajos, parece probable que fuera el mismo Padilla que fue ajusticiado. Aunque Padilla tampoco es un apellido infrecuente, desde luego no es García. En todo caso, había muchos casos de parientes que servían en una misma compañía. Por lo tanto, no es seguro que fuera el mismo que hizo una copia manuscrita de la obra de Luis de Ávila y Zúñiga, obra que se llevó a la imprenta por primera vez en Venecia en 1548. Cuando encontré el manuscrito en el catálogo en línea de la Biblioteca Nacional de Francia me surgieron varias preguntas. Tras cotejarlo con el 'original' publicado, me asaltó la duda de porque alguien copiaría un libro a mano. Deduje luego que quizá era copia del manuscrito que se había de dar a la imprenta tiempo después, pues los escritores se hacían copias a mano, entregando algunas para la revisión por colegas o patrocinadores, y otras para los impresores, guardando el original. Paulo Jovio, el célebre historiador italiano, enviaba copias manuscritas de sus obras a sus protagonistas: por ejemplo, al propio Emperador, el cual le encargó a Luis de Ávila que le enmendase la parte referida a la campaña de Túnez, para mayor gloria de Carlos. 


Estar a cargo de un prisionero de la categoría de Felipe de Hesse suponía servir a Su Majestad en negocio de gran importancia. Tanto era así que Guevara en 1548, y Mardones, en 1551, habían sido nombrados maestres de campo tras su servicio guardando al landgrave, recompensa que aguardaba también Esquivel, y esperanza de la que hacía befa el prisionero; "por una manera de scarnio dize a los soldados que ya soy maestre de campo".

Fuese por la esperanza de promoción, o por vocación de servicio, Esquivel guardaba con celo al Landgrave, teniéndolo siempre en su cámara, con una sola ventana que daba a la calle, que se abría a las diez de la mañana y se cerraba a las cuatro de la tarde.

Disponía la habitación donde estaba encerrado el Landgrave de otra ventana, por la cual Esquivel podía vigilar a Felipe sin que este lo percibiera. Tenía además el príncipe protestante "dos centinelas tan pegados que no tiene lugar de resollar sin que todo lo vean y entienda".

Esta dura vigilancia de Esquivel, "trayéndolo más estrecho que los otros capitanes", provenía, amén del celo del sevillano, de un suceso tenido lugar en diciembre de 1550. Esto fue, un complot para la fuga del Landgrave en que hubo implicados decenas de personas, pues el Landgrave era prisionero, sí, pero siendo príncipe del Imperio, había vivido su prisión rodeado de sirvientes que permitían al Landgrave comunicarse con el exterior. El Landgrave, además, había dispuesto de dinero "para comer o dar limosna o otras cosas que compraba" y con aquel dinero, andaba "sobornando todos los más de los soldados, metiéndoles dineros en las manos". Esquivel acabó o creyó acabar con aquella práctica, pues aunque se permitió a Felipe mantener cierto caudal, "en su misma cámara y en una arca", el capitán español tenía la llave "para que no pueda sacar un real sin mi licençia".

Pero no era la prisión del Landgrave tan estrecha como Esquivel pudiera preciarse en su correspondencia. Felipe seguía haciéndose visitar por diversas gentes, entre ellas, un sastre que con la excusa de hacerle ropa nueva, introdujo 3000 florines en su cámara y además enviaba cartas suyas. El sastre fue descubierto, pero cabe creer que Felipe dispuso de otras cantidades, por lo que se verá.


Felipe de Hesse, llamado el magnánimo, en un retrato anónimo del XVI. En el momento de los hechos que aquí se relatan contaba con 47 años, siendo 4 años más joven que su némesis, el emperador Carlos 

El 25 de enero de 1552 Esquivel informaba de como había tenido aviso de que un soldado español de calzas rojas había hablado con un zapatero de Amberes para enviar una carta a la tierra del Landgrave. Este zapatero le puso en contacto con un correo, el cual recibió un florín por el porte de la misiva. Sospechando el zapatero y el correo de la historia del soldado español, que aseguraba venir de Londres donde había recibido la carta de un artillero que había servido a Felipe, acudieron al margrave de la ciudad para informarle del suceso, entregándole la carta. La carta, una vez abierta, se comprobó que no era de ningún artillero alemán exiliado en Inglaterra, sino del propio Felipe de Hesse dirigida a su hijo.

El zapatero dio las señas del soldado, y, aunque esto no fue suficiente para identificarlo, sospechando Esquivel de uno de los centinelas, el soldado Juan de Padilla, lo hizo prender, llevándolo a su cámara, donde el zapatero, vestido "con una ropa de noche y un sombrero, cubierta la cara con un tafetán" para no ser reconocido, identificó al soldado como el de las calzas rojas que le había contactado días atrás.

Metido en prisión el traidor, Esquivel le hizo dar tormento. 

Aquí nos detenemos un momento. 

Aunque la decisión de someterlo a tormento parece proceder del propio capitán, éste declaró haberlo hecho por consejo de "dos consilleres y un letrado" por los cuales se hizo asesorar por "no fiarme de mi parecer por no ser letrado" y con presencia de dos burgomaestres de la villa de Malinas. O sea, que aún perteneciendo el soldado al estamento militar, el capitán Esquivel prefirió que las autoridades civiles interviniesen, quizá porque el caso era de extrema importancia y prefería tener testigos versados en leyes en caso de que se complicara el asunto.

El caso es que "tras averle dado rezio tormento", el pobre Padilla confesó que el Landgrave le había ofrecido la suma 200 o 300 escudos para irse a España y para que enviase la carta.

Posteriormente, al ser interrogado por el capitán en presencia de su alférez y un soldado de la compañía, Felipe reconoció haberle dado a Padilla 30 florines de 23 placas cada uno.

Teniendo en cuenta que un escudo equivalía a 36 placas, y que el sueldo de un arcabucero o de un coselete de infantería española era de 4 escudos, Padilla vendió su servicio al Landgrave por poco más de 19 escudos, o sea, el sueldo de cinco meses.

Esquivel, "castigó" al Landgrave cerrando la ventana de su cámara por todo el día, y poniéndole un mozo gallego que, lejos de querer agradar al noble protestante y congraciarse con él, le decía en español y con cierta insolencia: "áblame claro, si queréis que os entienda"

Escribiendo Esquivel a Nicolás Perrenot de Granvela, monseñor de Arras, el principal ministro de Carlos V en los Países Bajos, le indicó, el 31 de enero:

"Hanse corrido tanto los soldados que me ruegan que les de el que tengo preso para pasarle por las picas".

Tratándose de un asunto de cabal importancia, Granvela lo consultó, como no podía ser de otra manera, con la gobernadora de los Países Bajos, María de Hungría, y con el hermano de ésta, el propio Emperador.

Éste, desde Innsbruck, el 7 de febrero de 1551 respondió sobre ello en lengua francesa:

habiendo dicho soldado confesado el caso [...] habiendo los otros soldados de la dicha guarda pedido al dicho capitán les sea entregado para castigarlo y hacerlo pasar por las picas, lo cual, el dicho capitán no ha querido acordar sin previamente advertir y entender mi voluntad. Y habiendo considerado el hecho, yo encuentro bien, que el dicho castigo se haga de esa suerte. Entonces, se podrá ordenar al dicho capitán de entregar aquel delincuente en manos de los dichos soldados para hacerlo pasar por las picas con orden expresa que se haga en la calle donde se aloja el dicho Landgrave, y que se le abra la ventana de su cámara, permitiéndole ver el espectáculo, si verlo quiere.

Aunque la carta parece que fue redactada por el secretario Eraso, o uno de sus escribanos francófonos, es difícil albergar dudas de que el Emperador, que tenía una notoria animosidad hacia Felipe, fue quien incluyó la clausula de la ventana.

Esquivel aprovechó el proceso para lucirse acudiendo a la corte en Bruselas, e informar personalmente a la Reina María y pedir que el caso fuera visto por el Consejo Real, pero el presidente del mismo le respondió "que estas heran cosas de soldados que yo [Esquivel] las devía de entender". 

O sea, que las más altas autoridades civiles no quisieron inmiscuirse en un caso de jurisdicción militar, aunque la reina seguía el caso personalmente, como no podía ser de otra manera.

Así que Esquivel, habiendo recibido órdenes de la reina, del Emperador por vía del secretario Eraso y del secretario de la Torre, y por el propio presidente del Consejo que días atrás se había querido exonerar y, punto importante "en conformidad y voluntad de todos los desta compañía" sobre el modo en que se había de ejecutar al soldado, esto es: "pasarle por las picas", procedió a cumplir la sentencia ese mismo febrero, apenas nueve días después que el Emperador diera su visto bueno sobre la ejecución, y apostillase la propuesta de los soldados. Los cuales plazos demuestran que el caso tuvo notoria importancia, pues los correos se despacharon con suma presteza [de Bruselas a Innsbruck hay cerca de 800 kms]. 

El día 20, desde Malinas, Esquivel escribió:

Martes a 16 deste por la mañana se le notificó la sentencia, y a las dos del día lo truxo mi sargento con 20 arcabuzeros y pífano y atambores a la misma calle delante de las ventanas de Langrave, las quales se abrieron para hazer que viese lo que pasaba, y allí lo pasaron por las picas los soldados, y con tanto impito que no pudiera reçevir muerte más presta; púsose luego en una horca junto al mismo lugar que murió a donde lo podía muy bien ber Langrave pero no hazía sino llorar diziendo que no le pesara tanto si le viniera nueva que uno de sus hijos sigundo hera muerto. Allí estuvo ahorcado hasta la noche que lo llevaron a enterrar. La sentencia y relación della envio a Heraso para que lo sepa Su Mgd.

Antón de Esquivel a Granvela, Malinas, 20 de febrero de 1552. Extracto del relato de los hechos. 

Vemos que al soldado Juan de Padilla, después de ser ajusticiado severa y rápidamente por sus compañeros armados de picas, se le manda ahorcar, para escarnio, pues la horca era una pena infamante, reservada a los más bajos criminales. Así pues, a la muerte, hasta cierto punto honrosa, del ser pasado por las picas, le sumamos la infamia de la horca, para deshonrar al traidor que ha servido a un enemigo del señor natural. 

Cinco meses más tarde de la ejecución, y habiendo huido. o retirado, el Emperador de Innsbruck acosado por las tropas lideradas por Mauricio de Sajonia, Carlos se avino, para congraciarse con los protestantes, a satisfacer una de sus principales demandas: liberar a Felipe de Hesse

Antón de Esquivel, que había prometido a Felipe "dalle de puñaladas y hechalle por la ventana abajo" en caso de que vinieran a sacarlo por la fuerza, tuvo que, a regañadientes, plegarse a la autoridad real el 3 de septiembre de 1552, recordando al final de su servicio como carcelero del eminente preso que sus predecesores en el puesto habían "salido de aquí como maestres de campo", pues, como sucedía en la época, reclamar recompensas por los servicios prestados era lo normal y esperable de los buenos y leales servidores. Los que deservían a su señor, no podían esperar otra cosa que la horca y la infamia, salvo si, como en el caso del Landgrave, tenían a media Alemania a su favor. 



NOTAS

Sobre el 19 de junio de 1547, una versión resumida, con una ligera diferencia:

A eso de las 4, S. M. en su solio Imperial, acompañado de muchos Príncipes y Señores, el Landgrave, arrodillado, manos juntas y la cabeza en tierra, por su Canciller se puso en manos de S. M. y a su voluntad. El Consejero Seldt respondió que, en consideración a las súplicas de los Electores, le indultaba de la pena de muerte y de la prisión perpetua, conforme a los artículos del tratado. Hecho esto, el Landgrave fue entregado al Duque de Alba, el cual le llevó al Castillo de Halle, le dió de comer, como también a los Príncipes electores, y después fue puesto en una Cámara bajo la guardia de D. Juan de Guevara y dos banderas de Españoles.

Estancias y viajes del Emperador Carlos V



FUENTES:

Carlos V, Una nueva vida del emperador. Geoffrey Parker

El secuestro que ordenó Carlos V: Introducción, documentos inéditos y notas. Júlia Benavent BenaventM. José Bertomeu Masiá

Cartas de Antón de Esquivel al Cardenal Granvela, Biblioteca Nacional de España MSS/20210/57/1-13

Correspondenz des Kaisers Karl V: aus dem königlichen Archiv und der Bibliothèque de Bourgogne zu Brüssel mitgetheilt, Band 3

Bibliothèque nationale de France. Département des manuscrits. Espagnol 188

El Felicissimo viaje del Muy Alto y Muy Poderoso Principe Don Phelippe ... Joan Cristòfor Calvet d'Estrella [1552]

Los tres albaneses y la gracia real. Un ejemplo de vida moral y material y de administración económica en un ejército del XVI.

Tres caballeros albaneses, con sus típicos bonetes altos, llamados capeletes, en el Códice de Trajes de 1547 [Biblioteca Nacional de España]

Aunque son fundamentalmente las crónicas - que no solo dan vivacidad y realismo al relato, sino, sobre todo, continuidad - y la correspondencia, tanto de soldados como de oficiales del rey, las fuentes que más información proporcionan sobre hechos y campañas de los ejércitos de la época, también las fuentes contables nos hablan de aspectos organizativos que quedan normalmente en segundo plano, por lo que es imprescindible acudir a ellas para intentar trazar un boceto de la vida de aquellos hombres, que en todo caso, quedará siempre incompleto.

A veces, como es el caso, se encuentran pequeñas joyas como esta, que hacen volar la imaginación y al mismo tiempo, nos aportan datos valiosos acerca de la organización económica de un ejército de mediados del XVI. 

Redactada con lenguaje burocrático, esta pieza, alberga, sin embargo, escenas que podrían ser sacadas de las novelas de Alejandro Dumas:


El Rey


Don Rodrigo de Mendoça, gentilhombre de nuestra boca y comendador de la Moraleda [? roto] y Bernaldino de Romaní, nuestro criado, que por nuestro mandado entendeys en rescevir las cuentas de los gastos de nuestro exercito:


Quintin Brunink nos ha hecho relacion que el año pasado de quinientos y quarenta y tres viniendo un criado suyo que se llamaua Martin VandeScuren de Cambresy a Valencianas · trayendo en su poder dozientos y cinquenta y quatro escudos de Italia de cierto vino que había vendido de la municion que estava a su cargo · tres albaneses cauallos ligeros q estauan alojados en la dicha Cambresy saltearon y mataron en el camino al dicho Martin VandeScuren y le quitaron y robaron los dichos dozientos y cinquenta y quatro escudos / los quales no se pudieron cobrar de los dichos albaneses / aunque se hicieron todas las diligencias possibles y Luys Perez de Vargas hizo justicia del uno dellos por hauer pasado los otros dos a Francia con los dichos dineros / ny vosotros selos haueys querido pasar en cuenta de su cargo / y nos suplico y pidio por merced q pues los dichos dineros eran del vino que hizo vender de lo que estaua a su cargo y fueron robados por nuestra gente q estaua en la dicha guarnicion y no se perdieron por culpa ni negligencia suya mandasemos que se les resceviesen en cuenta · o como la nuestra merced fuese / y Nos, acatando lo sobre dicho y por q hauemos sido certificado ser assy verdad havemoslo hauido por bien / por ende yo vos mando q rescivays y paseys en cuenta al dicho Quintin Brunink los dichos dozientos y cinquenta y quatro escudos de Italia y por cada uno de ellos treynta y seis placas solamente por virtud desta nuestra gracia sin le pedir otro ningun recabdo por q asy nescessario es yo le hago merced dellos,



fecha en Colonia. A nueve de mayo de 1545


Yo, El Rey


Por mandado de Su Magd


Francisco de Erasso


Fuente: AGS, CMC, 1ª Época, legajo 587, folio 50

Editado: expansión de abreviados



Aunque los hechos referidos no están fechados a día y mes, sabemos que a 8 de noviembre Carlos V dio orden de hibernar a su ejército y que el tercio de Vargas pasó a acantonarse en la provincia de Cambrai junto a tres mil alemanes. Por eso, asumimos que el robo se produciría en noviembre o diciembre de 1543. 

El 24 de noviembre, el tercio de Vargas estaba en Cambresis para serle tomada la muestra y recibir la paga de octubre. 



En los ejércitos del XVI había multitud de oficios que a día de hoy llamaríamos logísticos y de los cuales, entonces, no se encargaban militares, sino oficiales del rey:

Tenedor de los bastimentos, despensero del hospital, comisario de las barcas, aposentador o municionero, eran oficios imprescindibles para el buen funcionamiento del ejército. 

A estos oficiales, en ocasiones, simples agentes privados contratados para una sola actividad, que necesitaban comprar bienes – trigo, harina, ganado vivo, carne salada, vino, cerveza, etc – o contratar servicios – molienda, panadería, carreteros, construcción de hornos... – se les daban unas libranzas en moneda sonante o en especie, por las cuales debían responder 'al maravedí', o mejor dicho, a la mínima unidad de moneda que se usase en la zona. Cuando lo que se les entregaba no era dinero, sino productos de la munición del ejército imperial, los oficiales habían de responder por cada saco de harina, por cada bota de vino, por cada caja numerada y acerrojada de pan cocido que se les entregaba hasta que era vendido, y a partir de aquel momento, por el dinero recaudado con la venta a los soldados de los productos, pan, vino o carne. 

A Quintin Brunink, del cual no se menciona oficio en la carta, se le había encomendado la venta del vino en el Cambressy [probablemente, Chasteau en Cambresis], esto es, en la provincia de Cambrai. 

El vino que gestionaba Brunink, 'de la munición de su majestad', sería vendido a los soldados que se hallaban en esa provincia, unos 3000 lansquenetes alemanes y unos 2400 infantes españoles del tercio de Luis Pérez de Vargas, que era su maestre de campo.

En la provincia también había varias compañías de hombres de armas y caballos ligeros, fundamentalmente italianos, pero también, como hemos visto, albaneses.

Brunink vendía el vino a los soldados de infantería y caballería. Lo hacía con ganancia para el Rey: el vino se compraba al por mayor, y se vendía a un precio superior al de adquisición. Lo que ganase, descontados los gastos en su tenencia y distribución – su sueldo, el de sus ayudantes, los carreteros y carros cuando se alquilaban, etc – debía entregarlo a los oficiales del sueldo, que, por lo que parece, y para infortunio de su criado Martin Van De Scuren, debían estar en Valenciennes, a unos 30 kms de Chasteau en Cambresis [o Le Cateau Cambrésis]. 

A Valenciennes había de llevar Van De Scuren, [quizá Van Der Scure] el dinero ganado en la venta de vino por su amo, al tiempo que presentaría los números de la venta del vino, y los oficiales del rey, a cambio, le darían un recibí y anotarían en sus libros el 'alcance' de la cuenta de Brunink debidamente finiquitado. Este alcance era la diferencia entre lo ingresado y lo gastado, que era, por lo que vimos en este caso, de 254 escudos, una cifra baja para el rey, pero importante para un oficial menor, como había de ser Brunnink De no ser satisfecho dicho alcance por los oficiales del sueldo, el rey le podría reclamar dicha suma, considerada una deuda que no prescribía jamás, y que se podía adeudar por toda la vida de Brunink y la de sus herederos.


Grupo de capeletes, caballos ligeros albaneses en 1535. 4º tapiz de la serie La conquista de Túnez. 

Algún avispado soldado albanés de la caballería ligera del ejército imperial, o tuvo noticia del traslado de la moneda sonante, o simplemente, conociendo al criado de Brunink, que quizá vendía él mismo o asistía a la venta del vino en la plaza señalada para tal fin, barruntándose la carga que podía portar, se conchabó con sus camaradas, lo siguieron, asaltaron, robaron y asesinaron. 

Martin VandeScuren, sin duda iría armado y si no se defendió dejando herido a sus asaltantes, sería porque no tuvo ocasión, tomado por sorpresa y superado en número, armamento y habilidad en el oficio de las armas por parte de los tres albaneses.

Porqué uno de dichos asaltantes pudo ser apresado por Luis de Vargas mientras los otros dos habían huido a Francia es cosa que no sabemos. Pero dada la baja probabilidad en la época de descubrir el culpable de un crimen cometido en un camino, a no ser que hubiera testigos, o que los asesinos tomaran ropa o algo que les relacionase con el difunto - quizá la misma bolsa en que VanDeScuren llevaba el dinero - es probable que regresasen con el botín a la plaza donde se hallaba su compañía, a seguir con su vida de soldados como si tal cosa, a la espera de la nueva campaña que llegaría con la primavera de 1544. 

Quizá una indiscreción, - aquí comienzo a especular - como gastar más dinero de la cuenta, dio indicios a otros compañeros del delito, que lo delataron. Los dos más avispados o prudentes se fugaron a Francia. Aquí intervino la justicia militar de la mano del maestre de campo Luis Pérez de Vargas y se ajustició a uno de los culpables, lo más probable, siendo un robo con asesinato, es que el albanés fuera ahorcado. Por lo general, en la época, se daba tormento, esto es, se torturaba al sospechoso hasta que hubiera confesado su crimen, delatado a sus compinches y explicado todo lo que sabía.

Por lo que parece, no se recuperó su parte del botín. ¿Le traicionaron sus compañeros huyendo con su parte? El relato es incompleto, y la especulación puede dar lugar a multitud de historias que por verosímiles, no dejan de ser una mera invención.

También cabe tener en cuenta, que los ladrones, en esta época, amén de avariciosos, podían ser descuidados:

Al principio deste gobierno robaron en una quinta valor de veinte ducados una cuadrilla de seis ó siete, que iban á vengarse de unos hombres que los habían maltratado. Hice mucha diligencia por saber quien eran 

[...] 

Dos dias después pareció una ropilla de un soldado de los que allí se hallaron, y habia mudado el traje, y por el rastro della pesqué dos, y otro dia los hice ahorcar, y no les habían tocado cuatro reales de parte. 

Don Juan de Silva a Don Cristóbal de Mora. Julio de 1594

Como vemos en este ejemplo, los ladrones no solo les robaban el dinero sino la ropa, que acaban usando o guardando o vendiendo, cosa que pudo suceder en nuestro crimen, pues la ropa era una de las posesiones más valiosas que una persona, como en este caso, un criado, tenía.  



Quistiones

¿Por qué huir a Francia?


La caballería ligera albanesa, también conocidos como estradiotes o capeletes, eran soldados que iban con poca o ninguna armadura; a veces servían con solo cotas de malla y sin celada para protegerse la cabeza. Eran soldados cuyos cometidos eran explorar, hacer guardias y si acaso, hostigar a tropas de infantería o incluso 'picar' en la retaguardia de un escuadroncillo de caballos ligeros, para huir rápidamente. Aunque podían participar en las batallas, normalmente, dispuestos en retaguardia, no se esperaba de ellos que pudieran oponerse a soldados armados con arneses de tres cuartos – hasta la rodillas – como iban los caballos ligeros italianos o españoles.

Para la mayor parte de las personas extranjeras lo habitual era, no solo no adoptar las modas de vestimenta locales, sino hacer gala de las propias de su nación. Para los soldados, lo mismo: uno no adoptaba galas de labriego siendo soldado. Para dos soldados de caballería albaneses haber caminado por tierras del imperio vestidos con las ropas propias de un soldado albanés, era haber ido llamando la atención a cada paso. Y aunque la comunicación era lenta, y entre enviar y recibir mensajes, los albaneses podían haber llegado a su tierra sin que de ninguna ciudad libre o imperial se hubiera recibido en el ejército notificación de su paso, la probabilidad de que alguien les hubiera retenido, y pedido información e incluso documentación escrita de que habían sido licenciados por el ejército era alta, pues un oficial cualquiera de cualquier villa podía retenerlos. Evidentemente, un correo profesional podía hacer en sus jornadas 120 quilómetros a la posta, esto es, cambiando de montura en emplazamientos habilitados para ellos, pero es poco probable que se hiciera tal esfuerzo por un crimen tan bajo. 

Marchando a Francia, los dos albaneses, además de que podían escapar a la jurisdicción imperial, que abarcaba, en teoría, todas las tierras al norte y este de Cambrai, se hallarían en tierras del rey Francisco I, a la sazón enemigo del Emperador con el que se combatía en Luxemburgo y otras tierras de frontera. Los albaneses, que eran mercenarios, podrían encontrar entre las huestes de Francisco I un capitán de su nación al que servir, o sino, en una compañía de estradiotes griegos o incluso croatas, donde serían bienvenidos por sus habilidades militares equiparables a las de los croatas y griegos. Por otro lado, desertar para huir de la justicia y pasarse al servicio enemigo era algo relativamente habitual en la época, y los desertores solían ser bien acogidos porque eran ganancia para el propio ejército y merma para el contrario.

Es probable que en Francia incluso les admitieran en otro servicio, en alguna compañía de caballos ligeros italianos, si estaban convenientemente armados, o si se armaban a la ligera, no como estradiotes, sino como celadas o lanzas, adquiriendo material - armaduras de tres cuartos, lanzas de ristre, celada, etc - con el dinero robado. 


¿Por qué no fue Van De Scuren escoltado a Valenciennes?

Con una pequeña escolta, de 4 caballos ligeros – en la que no hubieran estado estos tres albaneses, claro – Van De Scuren podía haber hecho el camino de ida y vuelta en dos jornadas yendo al paso, y haber regresado a Cambresis con vida para seguir distribuyendo vino de la munición del rey sirviendo a su amo Brunnink.

Sin embargo, vemos que muchos correos del rey - oficiales de cierto rango, pues los despachos reales eran algo de suma importancia - a los cuales se les encargaba el transporte de importantes sumas de dinero, incluso de varios miles de escudos, cantidades para pagar a varias compañías o incluso dar un socorro a un tercio entero, se desplazaban por territorio amigo sin escoltas.


Pequeñas escoltas de imponentes hombres de armas, parece que solo se reservaban para grandes cantidades de dinero, y eso, si se temía la presencia de enemigos. Hombres de armas españoles pasando revista en Barcelona, año de 1535

En otra apunte de este legajo, vemos, por ejemplo, que Jofre de Goycolea, correo real, fue escoltado por 12 hombres de armas de Mosieur de 'Beltangle', cuando llevaba 4000 escudos – 13,52 kgs de oro - a Metz, 'por recelo de franceses' el 11 y 12 de mayo de 1544.

Pero ojo, a estos hombres de armas hubo que pagarles por sus jornadas. 

Los correos y otros muchos oficiales del rey no tenían un sueldo fijado al mes: se les pagaba a tanto la jornada, o a tanto por la tarea encomendada. 

Esta escolta de 12 hombres de armas incrementaría los gastos del transporte de dinero realizado por el correo, pero en el caso dicho parece que fue Juan de Argarayn, comisario del ejército, quien decidió ordenar la escolta. Por dos días de escolta, estos hombres de armas percibirían un escudo por cabeza, lo cual excedía con mucho a su sueldo, de 12 florines al mes en caso de hombres de armas alemanes [8 escudos y 1/3 al mes], sueldo que seguían gozando, y que sería librado por el pagador del ejército. O sea, que una escolta de 12 hombres de armas costaría 12 escudos, una suma nimia, para proteger 4000 escudos del rey y conducirlos en salvaguarda. 

Si a un correo del rey se le oponían ciertas dificultades burocráticas para el transporte de dinero y sobrecostes, ¿qué problemas no se encontraría un criado de un tenedor del vino? ¿Y quién pagaría la escolta? Pues, probablemente, de haberla necesitado, su amo Quintin Brunink. Podemos pensar que o ni se pensó en la posibilidad, o se descartó por evitar los costes asociados a ella, que podían ser, como digo de apenas 4 escudos por dos jornadas pagando a 4 caballos ligeros. 

En todo caso, la mayoría de ejemplos de transporte de dinero de sumas medianas y grandes se hacían sin escolta, o no consta que la hubiera.



¿Por qué, teniendo una parte no menor del ejército imperial alojado en Cambrai, no había oficiales del sueldo a los que entregarles la suma en dicha plaza?

En la época los ejércitos tenían pocos oficiales militares, y muchos menos oficiales del sueldo u oficiales que hoy diríamos de logística, como eran los comisarios y furrieles. Las funciones administrativas las ejercían unas pocas personas asistidas por secretarios y escribanos, siendo las atribuciones de cada oficial bastante claras, aunque no tanto como a finales del siglo XVI con un ejército permanente, como se puede ver en Flandes [1]. 

El ejército de Flandes en 1543 disponía de un contador, Iñigo de Peralta, encargado de emitir y registrar las libranzas, un veedor, Sancho Bravo de Lagunas, que ratificaría las cuentas, y un pagador, Gonzalo de Molina, que haría efectivas las libranzas. 

Después, esa estructura se podía replicar en cada arma: infantería, caballería y artillería. Y también cada tercio, por ejemplo, podía disponer de su contador. También podían designarse comisarios, que tendrían funciones tales como realizar las muestras. En el caso de la infantería española era Gutierre de Cetina, el célebre poeta. 

Así pues, en Cambresis se encontraría el contador del tercio de Luis Pérez Vargas y en Cambrai los oficiales del sueldo de la coronelía alemana, pero, por lo que parece, ningún oficial que tuviera mano en los cargos del vino de munición. El resto de oficiales mayores del sueldo es probable que estuvieran cerca de la persona del capitán general, Fernando Gonzaga, o en su defecto, con el Emperador, y acaso ambos coincidieron en Valenciennes, en la provincia de Hainaut, donde sabemos que Carlos V estuvo entre el jueves 15 y el lunes 19 de noviembre

Como fuese, esta estructura centralizada y algo rígida, hacía necesario el desplazamiento de correos y otros oficiales reales, transitando por caminos con cuantías de dinero no menores, hasta de varios quilos de oro, para poder pagar a las distintas unidades acantonadas en plazas diversas, o poder hacer pagos para adquirir mercancías básicas como el grano con que hacer el pan. 


¿Por qué los oficiales no quisieron admitir la cuenta de Quintin Brunink?

Como vemos, tuvo que ser el rey Carlos quien le hizo la merced de dar por perdido el dinero robado por los tres soldados albaneses. Los puntillosos Mendoza y Romaní no quisieron hacerlo, incluso con el supuesto del asesinato de quien portaba los doscientos cincuenta y cuatro escudos y el ajusticiamiento del albanés que confirmaría toda la historia.

Los oficiales del sueldo, pues, le apretaron las tuercas a Brunink negándole la admisión de la cuenta: o sea, que Brunink debía aportar el dinero que 'había perdido', aunque hubiera pruebas del robo violento por parte de tropas que servían al Emperador. Brunink, claro, protestó y reclamó, y hubo de ser el Emperador quien concediera la gracia de perdonarle la deuda, eso sí, año y medio más tarde.

Las personas a las que el rey encomendaba su hacienda y posesiones debían responder hasta las últimas consecuencias. Y evidentemente, cuando más abajo se estuviera en el escalafón, más riesgos se corría de que la exigencia se transformara en intransigencia, y viceversa, la indulgencia podía pasar a ser manga ancha si el cargo y la persona que lo ejercía era de alta cuna o de reconocido prestigio: 

El embajador veneciano Alvise Mocenigo explicó que alguien le había hablado al Emperador del latrocinio llevado a cabo por Juan Jacobo de Medici, marqués de Marignan, capitán general de la artillería en esta campaña, en la cual se estimó gestionaba unos sesenta o setenta mil escudos al mes. Interpelado, el Emperador respondió: 'Yo conozco bien la naturaleza del marqués, y aún así, con aquel defecto, me place" [2].


¿Qué suponían dos cientos cincuenta y cuatro escudos a repartir entre tres albaneses?

Pues ochenta y cuatro escudos y un tercio por albanés [3].

Un soldado de caballería ligera italiana ganaba en 1543 seis escudos y medio al mes; quizá los caballos albaneses algo menos, pero no mucho menos, porque un soldado de infantería ganaba 3 no siendo arcabucero ni coselete, y el mantenimiento del caballo no era un coste menor. Los caballos que estaban a cargo del barrachel de campaña del tercio, por ejemplo, cobraban 5 escudos al mes, haciendo funciones de policía militar. 

La cuestión es que los tres albaneses mataron al pobre VandeScuren por el sueldo de poco más de un año. Una buena presa, tampoco para retirarse, pero más de lo que ahorrarían durante toda una campaña, y desde luego, un buen botín en caso de haber tomado una ciudad por asalto, en una época en que amplios sectores de la población no tenían ahorros en metálico. 

Según se mire, un botín por el que no valía la pena matar, ni arriesgarse a morir en la horca, o una pequeña fortuna.

Quizá, simplemente, como dijo el duque de Alba, había hombres que habían nacido para el remo – para ser condenados a galeras – o para la horca.



Conclusión


Las estructuras administrativas de los ejércitos imperiales eran imperfectas e infradotadas, pero muy meticulosas en lo que a control económico se refiere. La razón más plausible de porque todos los oficiales mayores del sueldo y gran parte de los menores eran españoles, reside en la tradición administrativa heredada de los Reyes Católicos, cuyas armadas y ejércitos de ultramar - las campañas del Gran Capitán - sentaron las bases de una administración moderna. Moderna, respecto a la edad medieval, claro, y sin parangón en otras tierras imperiales, con experiencia en la organización de ejércitos multinacionales, como se pudo ver en las jornadas de Túnez [1535] y Argel [1541], o en la practica diaria de los ejércitos de Italia, fundamentalmente, del de Lombardía. 

Aún así, sabemos perfectamente que se cometían fraudes y robos a la hacienda real, desde los capitanes de las compañías a los capitanes generales de las distintas armas, pasando, inevitablemente, por todos los oficiales del sueldo, cuya connivencia, interesada, era imprescindible para escamotear el dinero de las arcas reales.

Al final, cuando años más tarde el contador mayor de cuentas del reino ratificaba que las cuentas eran buenas, era porque los números cuadraban. Si las dos mil cuartas de trigo que se compraron en Nancy costaron, efectivamente, 1000 escudos o el comisario pagó 900 y se repartió la diferencia con el Bailyo de la ciudad, que le firmó un papel que sostenía que efectivamente habían costado 1000, es algo que nadie podía saber. Lo que contaba era el papel.

El papel, como se suele decir, lo aguanta todo. Y si no había papel que lo justificase, es que había malversación. En todo caso, no todo se decidía con la "celeridad" de este caso. Al contador Francisco de Pantoja se le otorgó otra merced real el 16 de agosto de 1564, dando por recibido y pasado en cuenta un alcance no liquidado de 67 escudos y 1/2 por la compra de ganado en el dicho ejército de Flandes ese mismo año de... 1543.


Por otra parte, poner tales cantidades de dinero ante la vista de un grupo de hombres, profesionales de la violencia, en muchas ocasiones, sin muchos escrúpulos, y ávidos del oro y la plata que era, para bastantes, la única motivación para servir, podía, efectivamente, espolear aquella violencia por la que se les contrataba, pero, en sentido adverso. Si estaba bien robar, asesinar y saquear al adversario, ¿quién decía que hacerlo con los propios estaba mal, quién marcaba el límite de lo bueno y lo malo?

Pues el rey, claro. 

Vemos que el maestre de campo Luis Pérez de Vargas es, en Cambrai, la autoridad encargada de hacer las pesquisas y averiguaciones sobre la perdida del dinero, y el encargado de ejecutar la justicia. 

Aunque sabemos que en el ejército de 1544, era Sebastian Schertel el preboste general o capitán de justicia con 136 caballos a su orden para imponer la ley y que había dos auditores generales, entre ellos, el español Juan Duarte, cuando el ejército se hallaba disperso, debían ser las estructuras particulares las que tomasen el mando. 

Vargas disponía en su tercio de un barrachel, Juan Curi, que con 6 caballos ligeros hacía la función de policía militar. La caballería ligera debería contar con una estructura equivalente, y superior, pero con la dispersión de la hibernada, quizá se hallaba en otro lugar, junto a su capitán general Francisco de Este.

Como sea, parece claro que el albanés apresado no tuvo audiencia - lo que equivaldría a un juicio de hoy - ni se le reservaría otra cosa que justicia sumarísima. 

Como sea, una breve noticia administrativa nos aporta mucha información y nos da pie a explicar aspectos menos divulgados de la vida militar.



Notas


[1] Véanse los trabajos de Alicia Esteban Estríngana, especialmente, Guerra y finanzas en los Países Bajos Católicos. De Farnesio a Spínola (1592-1630)].

[2] E questo S°r molto auaro, et ha fama di hauer robbato assai nel carico, che'l ha hauuto dell'artegliaria hauende hauuto gran commodita di farlo, perche la spesa di quella era di 60 in 70m. scudi al mese, et un tratto, che fu detto a Cesare, che'l robbaua, Sua Mta. rispose, lo conosco bene la natura del Marchese, ma esso mi piace anco con quel diffetto. 

Relación de Alvise Mocenigo, embajado de Venecia ante el Emperador Carlos V, en 'Dos años en la vida del emperador Carlos V [1546-1547], por Vicente de Cadenas y Vicent

[3] Haciendo una equivalencia, que no está basada en ningún cálculo económico, más allá del sueldo de un mes, pero que a mí, me ha servido para hacerme una idea, equivaliendo un maravedí a un euro actual, 1 escudo de 350 mrs. serían 350€. Y por lo tanto, un soldado de infantería española o italiana, pica seca, ganando 3 escudos al mes, sería un mileurista: 1050 maravedíes al mes. 

Así pues, los 84,5 escudos de la parte del botín podían suponer casi 30.000€. 

A peso de oro, los 84,5 escudos eran 285,61 gramos del metal precioso a 3,38 gramos la pieza, oro de 22 quilates. A 45€/gramo, cotización de hoy en día, suponen 12.852,45€.


La disciplina en los Tercios a mediados del siglo XVI. Ordenanza para el ejército sobre Metz [1552] Ordenanza para el ejército de Italia [1555]

porque los soldados no se desmandasen ni corriesen la comarca o la villa donde los vecinos tenían sus ganados y haciendas, el Emperador les mandó dar paga [...]
y aunque a los soldados se mandó no corriesen la tierra se desmandaban mucho y hacían grandes excesos, y aunque el Duque de Alba quiso disimular con algunos no aprovechó, porque le fueron tantas querellas y el Emperador le mando que lo castigase, que de necesidad le convino ahorcar algunos para aplacar a los que recibían daño y castigar los culpados y poner temor en el campo a que otros no se desmandasen. 
Y mandaba poner en las espaldas del que ahorcaban, de letra gruesa que todos lo pudiesen leer, un rótulo que decía: 
Este soldado se mandó ahorcar porque iba a correr. 
Historia de la guerra de Alemania, Pedro de Salazar 1548



¡Quieta ahí esa mano!, quizá diga el soldado de la izquierda al que está arrodillado.

Soldados españoles jugándose unas cautivas tomadas en Túnez a los dados. Cartón nº9 de Jan Cornelisz Vermeyen de la serie 'La conquista de Túnez', elaborados entre 1546 y 1554.
Excepto por parte de algunos piadosos capitanes como Marcos de Isaba, el juego jamás se prohibió, salvo en los cuerpos de guardia. Según Isaba, el que era 'tocado de esa llama', tenía 'mil quiebras, faltas y trampas' y por 'este abominable y diabolico vicio' mataban 'muchos millares de Españoles en corredurias y trauesuras, y malos recaudos'. Las pendencias, cuestiones, desafíos e injurias eran otro de los problemas.


Vamos a proceder a analizar dos ordenanzas de una misma época [1552 y 1555] y un mismo reinado [el de Carlos I de España, V de Alemania] para dos ejércitos diferentes: el gobernado por el Emperador que tuvo por objetivo fallido la toma de Metz, y el gobernado por el duque de Alba en la sempiterna lucha con Francia por los territorios de la península itálica.

Vale la pena el ejercicio de transcribir las primeras - adaptada la caligrafía y expandidas las abreviaturas del manuscrito para facilitar la comprensión - y copiar las segundas, para apreciar las diferencias, aunque al lector con poco tiempo le recomiendo leer únicamente las primeras ordenanzas, por ser más completas que las de 1555 y además, estar comentadas.
A las segundas les faltan los artículos que yo he enumerado como 13, 18 y 21.
También ofrezco una reproducción de la ordenanza de 1543, más escueta, con solo 22 puntos por 30 de la de 1552, pero que ofrece información interesante complementaria.

Muchos de los artículos están copiados unos de los otros casi a la letra, o, al menos, mantienen la misma idea. 
En algunos casos, las diferencias son sutiles. 
Por ejemplo, el hecho de que en el ejército sobre Metz se hallase la persona del Emperador, imponía que el estilo formal impusiera el mayestático, y que se hablase de la 'corte y ejército'. Las ordenanzas no eran solo para los soldados, sino también para los cortesanos que seguían y servían a su rey, aunque no estuvieran vinculados como la infantería o la caballería en los libros de sueldo del ejército, sino como criados y servidores del rey, bien como miembros de su casa - con cargo y sueldo - bien como servidores de un noble que a su vez tenía un vínculo de tipo feudal con su señor. El caso era que todas las personas que seguían y servían un ejército estaban sometidos a un régimen general, incluyendo las esposas, las prostitutas, los mozos, los vivanderos, los panaderos, los carreteros, en fin, como queda dicho, cualquiera que 'siguiera y sirviera'.

Las ordenanzas son de tipo disciplinario, es decir, prohíben ciertas acciones, enumeran faltas y delitos, y a continuación describen las penas: desde ser desvalijado, ser expulsado o ser desterrado, hasta ser pasado por las picas, pasando por recibir 'tratos de cuerda'.


Castigos individuales

Los castigos que se aplicaban a los que 'seguían y servían' el ejército podían ser de pérdida de propiedad, pérdida del oficio, expulsión del ejército, destierro, inhabilitación para ejercicio de oficios, destierro del ejército... A los soldados también se les podía condenar a galeras o meter en prisión y había castigos pecuniarios: pérdida de sueldo o confiscación de bienes.

En muchas ocasiones, se les condenaba sin haber sentencia alguna y se les ejecutaba ipso facto, pero en general, se hacían 'informaciones' por parte del auditor, había un pequeño proceso, y el condenado pasaba unos días en prisión antes de ser ajusticiado, pero no había un proceso largo con recursos y apelaciones como entendemos la justicia hoy día:

El caso fué tan feo y tan atroz, que merecía un castigo muy ejemplar, y así vistas las informaciones que el auditor del tercio hizo, y las confesiones de todos ellos, ordené que se ahorcasen diez soldados, los cinco el martes, y los otros cinco hoy miércoles
El duque de Alba al rey. Lisboa, 5 de abril de 1581

La justicia militar solía ser sumarísima, aunque aplicada la pena, se podía seguir indagando sobre el caso:
Por sin dubda tengo que pues mandastes cortar la cabeza al capitán italiano y alférez de Benitez , y ahorcar los cuatro soldados, debió ser conforme á justicia y á las leyes de guerra ; pero todavía holgaré que me aviséis mas en particular del delicto de los unos y de los otros para lo tener entendido. 
Carta del rey al duque de Alba. Badajoz, 26 de julio de 1580

Los condenados recibían asistencia religiosa, y confesaban antes de ser ejecutados. 

Además había castigos físicos, con pena de vida - lo más habitual - o sin ella. 
En el memorial que el coronel Rengifo escribió en vida del rey Fernando el Católico, pero que acabó remitiendo al regente cardenal Cisneros [h.1516] se pueden leer los tipos de penas de muerte y los castigos corporales de la época:

ser pasado por las picas
ser hecho cuartos

recibir estopadas de cuerdas
recibir tratos de cuerda
recibir azotes

Veamos a continuación los castigos típicos del siglo:


Trato de cuerda

De castigos físicos sin muerte tenemos el 'trato de cuerda': se ataban las manos a la espalda, se pasaba la soga que ataba las manos por la rama de un árbol o por una polea, entre dos o tres soldados o con un caballo se izaba al condenado, levantándolo del suelo, y se le dejaba caer sin que llegase a tocar tierra, con lo que todo el peso del hombre actuaba sobre las articulaciones de los brazos en un solo impacto.
Esto podía llegar a descoyuntar los hombros, y cuanto menos, era muy doloroso.
Se pueden leer ejemplos de penas de dos, tres o seis tratos de cuerda, o sea, que la operación se repetía un par de veces, tres o seis.


Pasar por las picas

Se podía pasar al soldado por las picas, siendo en parte un castigo moral, pues había un cierto ceremonial, y además se llevaba a cabo por los compañeros del ejecutado, y no por verdugos y oficiales de justicia del ejército, a la par que físico, en el que lo normal era acabar muerto, con rapidez o lentamente.

La ejecución se desarrollaba así: se formaba un batallón o escuadrón de picas, dejando un pasillo en medio de la anchura de dos picas. Los piqueros calaban sus picas, o sea, las ponían en horizontal en posición de combate. Al condenado se le ponía en medio, y arrodillado, pedía perdón tres veces. El capitán tomaba la bandera de su alférez, estando recogida en el hasta, y con esta golpeaba en la cabeza al condenado. Salía el capitán de la ordenanza, y el condenado pasaba por el pasillo hecho.

Había dos versiones: una donde se calaban las picas al revés, siendo golpeado el condenado con el regatón de las picas. El regatón, cuento o contera era metálico, y aunque no estaba diseñado para penetrar un cuerpo, sino para clavarse en tierra, podía provocar heridas graves, y acumuladas, no cabe pensar otro resultado que el de la muerte.
En la otra versión, se pasaba por las picas con el hierro adelante, siendo el castigo entonces mortal de necesidad, y mucho más rápido que el anterior, porque cabe suponer que el penado no aguantase muchos 'botes de pica'.
En otras partes he leído que no se formaba escuadrón, sino tan solo dos hileras de picas, lo cual reducía el número de participantes en el castigo, pues en escuadrón tanto las segundas como las terceras hileras podían fácilmente dañar al soldado que por delante pasaba.

Por las relaciones de hechos de armas parece que el castigo era mortal y no se esperaba otro resultado, como este ejemplo de la muerte de un tal Manzano, preso en el asedio de Maastricht en 1579, que había servido al príncipe de Orange, hereje y enemigo de Felipe II durante cinco años:

los soldados españoles pidieron después por merced al Príncipe les permitiese que ellos lo castigasen, y se lo concedió, y preguntándole que muerte quería, respondió que le matasen como á soldado, y así lo pasaron por las picas, con que dieron ejemplo á los demás para que se eche de ver la lealtad y valor desta nación y cuan justificadamente procede, deseando castiguen los que por vivir con libertad dejan la obediencia española y se van con los herejes. 
Sucesos de Flandes... Alonso Vázquez [Año de 1579]

A los soldados de caballería ligera se les hacía pasar por las lanzas de sus compañeros.


Ahorcamiento

La pena de ahorcamiento era degradante e ignominiosa: al castigo de la muerte se le añadía la deshonra de morir de mala muerte - en términos morales, no de padecimiento físico - pues la horca estaba reservada para los criminales infames y de baja estofa.
El soldado, que se había visto simbólicamente ennoblecido por el oficio de las armas, pasaba a ocupar de nuevo el más bajo escalón social.
Por la abundancia de ejemplos, parece que fue la forma favorita de ajusticiamiento en el ejército en esta época

Subieron al Gobernador á lo alto de la torre para ahorcalle , y envió un recaudo al Príncipe, suplicándole, que pues era caballero, le mandase cortar la cabeza y no dalle aquella muerte tan afrentosa; no se lo quiso conceder [...] y como el Gobernador vio era forzoso morir ahorcado, tuvo por mejor desesperarse, y se arrojó de la torre abajo, y dio dentro del foso, que por estar tan lleno de agua no se mató. Volviéronle á subir á la torre para ejecutar la sentencia [...] 
Sucesos de Flandes... [Año de 1578]

Véase también el ejemplo relativo al punto anterior, donde el traidor Manzano escoge morir como soldado, siendo pasado por las picas.


Ahorcamiento masivo de soldados hacia 1633. Los desastres de la guerra, por Jacques Callot. Wellcome Collection


Alonso Enríquez de Guzmán, en su vida, explica de manera jocosa como un soldado huía de la batalla, y preguntándole el caballero a donde iba, le respondió que a por unos zapatos, pues se hallaba descalzo. Lo mandó prender, ahorcar en una higuera y colgarle un cartel para dar ejemplo, aunque lo hizo con su particular estilo:

Ya que íbamos á pelear, no sé cómo volví la cabeza y veo el mi dicho soldado camino de la ciudad, quebrándose como conejo. Echo aparte el alguacil, como que queria otra cosa, que andaba en un caballo, y encaminé el escuadrón por donde habia de ir, y voyme al soldado, y hícele tomar y llevar á una higuera que se parecia, por donde habíamos de pasar, y mándele ahorcar della, y una cédula á los pechos que dijese: — 
«Este mandó D. Alonso ahorcar porque no tenía zapatos. Quien tal hace, que tal pague.» — 

Se les podía ahorcar de un árbol o de una horca construida a propósito para el caso, y para añadir infamia, en ocasiones se ordenaba que fueran ahorcados de árboles secos.

A los soldados también se les ahorcaba de las almenas de los castillos, para dar ejemplo quedando a la vista de todos por unos días.
Y otro día de como llegaron porque contra el bando un soldado bisoño soltó un arcabuz, con la pelota del cual, sin lo querer hacer, mató otro soldado, Don Garcia le mandó colgar de un almena del castillo de Alcalá, de dónde quedó ahorcado, para visto por todo el ejército ninguno fuese inobediente a los bandos que se echasen, lo cual puso gran temor y espanto.
Hispania Victrix. Toma de la fuerza del Peñón de Vélez

Mientras a unos, caballeros, se les decapita a golpe de montante, a otros se le reserva la horca, en una horca, o colgados directamente desde la almenas del castillo. Sucesos de la historia de Europa. grabados de Franz Hogenberg. 



Estando embarcados, se les ahorcaba de las antenas de los navíos.

En todo caso, se recomendaba que hubiere en el real - en el campo o campamento - una horca plantada a la vista de todos, como recordatorio de la justicia militar imperante y de los castigos que se podían sufrir. 
Era una pena ejemplarizante, en el que el cartel detallando el motivo por el cual era ahorcado se ponía siempre al pecho del penado.


Decapitación

La decapitación era el castigo que se reservaba a oficiales, caballeros e hidalgos que servían en la milicia, aunque se podía decapitar también a soldados - quizá como gracia - o ahorcar a oficiales, a modo de afrenta:

Hoy he hecho cortar la cabeza á uno de los capitanes  italianos llamado Ascanio Gavelina, de la coronelía de Garlo Spinel, y mañana se la cortarán á un alférez de la del capitán Miguel Benitez , y se ahorcarán cuatro soldados de doce que me trujo presos D. Gabriel Niño 
Carta del duque de Alba. Setúbal, 19 de julio de 1580

Decapitación del conde de Egmont. 5 de junio de 1568. Nouus de leone belgico (1588)

La decapitación se efectuaba normalmente con espada de dos manos, espada de mano y media, o alfanje, no con hacha.
porque cuando llegó fué á tiempo que el verdugo tenia el alfange levantado y el soldado el bonete sobre los ojos para cortarle la cabeza, y con el segundo recaudo cesó el castigo y fué libre el soldado; y aunque desobediente, era hidalgo y valeroso. 
Sucesos de Flandes... Año de 1578


Garrote

Se daba garrote, o sea, se anudaba una soga o cuerda al cuello del penado que era sentado en un taburete - también se podía hacer de pie - se hacía pasar un garrote de madera por la cuerda, en la parte posterior del cuello, y se daba vueltas al dicho garrote, procediendo a retorcer la cuerda y acortarla progresivamente hasta quitarle la respiración.

y habiéndose comunicado con las demás compañías, volviendo á las pláticas que tuvieron el año pasado con los otros dos tercios de españoles se comenzaron á alterar una noche; pero algunos soldados, celosos del servicio del Rey, nuestro señor, lo descubrieron á los capitanes Melchor Martínez de Prado y á Juancho de Ugarte, los cuales salieron con grandísima presteza á la plaza donde se iban juntando, y prendieron algunos, y dieron garrote á tres, que fué causa de atajar esta alteración
Sucesos de Flandes. Intento de motín del tercio de Bobadilla [1590]


Ejecutado por garrote. No se ve, pero además, le van a prender fuego. Se trata de un hereje condenado por la inquisición, pero la ejecución por garrote era bastante popular entre los españoles. Tiranía española en los Países Bajos, grabado de 1624 Rijksmuseum.


Como el ahorcamiento, el garrote era otro modo deshonroso - a la par que penoso - de ser ejecutado.

Hernán Tello, gobernador de Amiens en 1597, mandó ajusticiar a un mozo que fue apresado tras robar una 'mantilla colorada'. Se suplicó que se le ahorcase, y se le concedió la 'gracia':

mandó Hernán Tello se le diese garrote en la barrera, lo cual él sintió con gran extremo, y suplicó con encarecimiento se doliesen del , que no muriese allí, sino, pues habia árboles, se le hiciese gracia de colgallo de uno y no de la barrera, lo cual se le concedió luego y fué ahorcado

A los ajusticiados se les podía dar garrote, y luego colgarlos por los pies para dar ejemplo.


llega de presto el verdugo cruel, 
y echa un garrote y un grueso cordel, 
á la garganta del Adelantado. 
Dale una vuelta, el cordel fué quebrado, 
y como de nuevo con otro apretó, 
naturalmente Don Diego murió, 

Rima del mencionado Alonso Enríquez de Guzmán sobre la muerte de Don Diego de Almagro



Arcabuceamiento

El arcabuceamiento se podía efectuar a pocos pasos de distancia o 'jugando a terrero', o sea, usando al ajusticiado como blanco de entrenamiento para los tiradores, pues 'jugar a terrero', ya fuera con ballestas, escopetas o arcabuces, era un ejercicio clásico para ejercitar la puntería para soldados y gente del común.
Cabe suponer que 'el jugarlos a terrero a los arcabuzazos' alargaba la muerte, pues las heridas no se realizaban a bocajarro y convertiría la muerte del ejecutado también en un espectáculo.

Tuvo un Teniente, también español, que se llamaba Castrillo, hombre de gran valor y fuerzas, al cual prendieron los españoles junto á Arentales, y D. Pedro de Toledo, marqués de Villafranca, que los gobernaba, á persuasión de los demás españoles, lo mandó arcabucear en Tornante en un palo de un pozo 
Sucesos de Flandes... Año de 1580

Los cadáveres de los soldados, podían ser sepultados cristianamente de inmediato, o podían ser expuestos por espacio de unos días como ejemplo. También en ocasiones, se exponían partes de los mismos: la cabeza en una jaula, o la mano con la que había cometido el crimen clavada en un chuzo:

y fueron condenados a muerte en la horca, como traydores, donde fue el delito: y al delinquente le fue cortado la mano derecha,y quedo en vn canton de aquella calle enclauada para siempre.
Milicia, discurso y regla militar por el capitán Martín de Eguiluz [1595]


Degollamiento, hachazos, descuartizamiento.

A veces se procedía a degollar al penado cuchillo en mano. No parece una forma muy común de ejecución, pero se usó:

Y así, hecho su proceso fidelísimamente, el Conde le mandó confesar y al Capitán mandó degollar , y al Sargento ahorcar. Fué esto hecho en el rebellín de la puerta de Tremecen, donde estuvo el Capitán degollado en un tapete hasta la tarde, y el Sargento ahorcado, con sus escríptos en los pechos como amotinadores del ejército, con su rótulo en los pechos, los cuales manifestaban el delito cometido
Guerra de Tremecén, año de 1543

A veces se llegaba hasta el punto de cortarle la cabeza al ejecutado, y cabe suponer que sería una labor penosa para el verdugo.

También se les ejecutaba de un hachazo en la cabeza, no con el objeto de cortarla, sino de romper el cráneo y provocar lesiones mortales en el cerebro.


Ejecución masiva de 'malcontentos'. Diest, 21 de febrero de 1578. 


Descuartizamiento, grabado de Franz Hogenberg. Vemos que antes de esperar que los caballos hagan cuartos al penado, o sea, que lo desmiembren a base de tirones, el verdugo procede a cortar con un alfanje. En todo caso, ejecuciones como éstas eran infrecuentes, ejemplarizantes y 'costosas' - en tiempo y recursos humanos - de organizar y llevar acabo.

Hacer cuartos no era muy común, pero se pueden encontrar algunos ejemplos de ello, como el caso del soldado Ramitos, que daba información al enemigo francés:
En Parma descuartizaron vivo á un español, que se decia Francisco Ramitos, que era de la compañía del capitán Miranda que tiene caballos lijeros, á causa que se supo que salió dos ó tres veces á dar aviso de lo que pasaba dentro al campo de franceses á mosior de Lando. 
Carta del secretario Seron. Noticia de 30 de noviembre de 1524


Otros castigos físicos

El oficial podía castigar con la espada, el alabarda o la jineta al soldado en el momento de la falta, pero esto no era tanto una pena, como un correctivo, aunque pudiera causar la muerte. 
Esta mala justicia, podía ser muy caprichosa. 
Diego Núñez Alba decía que los capitanes, alféreces y sargentos, acuchillaban, daban alabardazos, despeñaban por las murallas, mandaban ahorcar a sus soldados, en fin, los mataban o mancaban, con excusas de disciplina militar, cuando en realidad estaban resolviendo querellas personales, quizá, por ejemplo, porque 'marchando le requebraste el amiga por el camino'.

También podía un soldado matar a un oficial si éste huía del enemigo.

A veces, por contra, los oficiales usaban de extremada piedad, y se jugaban su carrera desobedeciendo las órdenes:
Entendieron los soldados que los querían llevar á invernar á Lipar por no los pagar, y saltaron en tierra [...] y de allí se pasaron á Rendazo, donde estuvieron hasta que se concertaron por medio de Sancho de Alarcon, maestre de campo del tercio de Nápoles, y Juan de Vargas, capitán, y tornaron á sus banderas, y entonces los castigaron, y ahorcaron á Heredia que fué el electo, y á otros 20 en Mecina, á la Puerta la Sal; y estaba el capitán Luis de Rejón en Zaragoza de Sicilia, natural de León, y Gonzaga le escribió que ahorcase á Francisco de Soto, natural de Serón, y á Diego de Escobar, natural de Ruyseco, y llamólos, é hizo desenterrar dos griegos y vestirlos con los vestidos de estos soldados y los ahorcó de las almenas, y envió libres los soldados. 
La toma de Monesterio y la Calibia y otros sucesos marítimos

Se podía dar tormento - torturar - a un soldado para obtener confesión, pero esto no se trataba de un castigo, sino era parte de un procedimiento habitual de obtención de información.

Un castigo que parece que no fue muy común fueron los azotes.

No eran frecuentes otras penas civiles como cortar las orejas o las narices, pero también se aplicaron a la soldadesca:
Los marineros y muchos soldados que no habían sido en el motín, se juntaron y prendieron éstos, y dieron aviso á una nave questaba allí junto, donde estaba el Capitán Artacho, que traía á cargo las siete compañías del reino de Nápoles. Envió por ellos y trájolos á Malta, donde ahorcaron tres de los más culpantes y siete desorejaron y echaron á galera.
RELACIÓN de la jornada que hicieron á Trípol de Berbería las armadas católicas, años 1560 y 61


Castigos 'morales'

Rapar las barbas
Por último se aplicaban castigos que podríamos calificar de morales, como por ejemplo, rapar las barbas, lo cual implicaba, por un lado, una afrenta, y por otra, el ser reconocido por todos en una época en que todos los hombres llevaban barba.


Encestamiento
El encestamiento consistía en meter al soldado en una cesta de mimbre con un escrito en el que declaraba su nombre y delito, y, tras ser expuestos a vista del ejército por un periodo de tiempo, se procedía a ser desterrados, advirtiéndoles que serían ahorcados si volvían a él.

Las ordenanzas se publicaban en el campo o en las plazas donde estuviera alojado el ejército, en varios idiomas:

Este mesmo dia, viernes, mandó el Emperador que vecinos de sus tiendas en ciertos maderos que allí estaban y en las paredes de la villa de San Lorenzo, porque de todas naciones fuesen vistos, pusiesen estas siguientes órdenes, unas en lengua castellana, otras en italiana y otras en lengua alemana; y asimesmo se puso en sus cuarteles, porque de todos fuesen vistas y sabidas, 
Cereceda, Tratado de las campañas [...]. Año de 1536

También había un oficial que se encargaba de pregonar las ordenanzas tras reunir las tropas, asumiendo que la mayoría de personas que servían en el ejército eran analfabetas y no podían leerlas, de manera que fuera imposible alegar desconocimiento.

Los coroneles y maestres de campo se quedaban con una copia de las mismas - el original en manos del Comisario general - de manera que las pudiesen consultar con facilidad.


Prisión o galeras

Los soldados podían ser condenados a prisión o ser 'echados al remo', o sea, ser condenados a galeras por un determinado número de años, pero en general la prisión era vista como una pérdida: si había que dar de comer a alguien ocioso, por lo menos, que se ganase el sustento remando, cuando siempre había necesidad de forzados en las armadas mediterráneas.
Las condenas podían ser de meses o de años, pero la pragmática de 1534 - para penas civiles - establecía que la condena mínima en galera fuera de dos años, pues las dichas condenaciones que se hiciesen de medio año y un año son infructuosas para las dichas galeras, porque de un año de ejercicio en adelante son útiles los remeros. Todo muy práctico.

A los condenados a galeras - aún siendo soldados - se les podía marcar con un hierro en la cara, con el escudo real, o con el escudo del reino de cuyas galeras servían, 'para que sean conoscidos'.

La desvergüenza destos soldados no se puede negar á V. M. que es insufrible , porque si hoy hay ocho mil , mañana faltan los dos mil, y no basta ahorcar ni galeras que todo no se abandone. El dia que llegué aquí se ahorcaron dos y cuatro se condenaron á galera, y por todo pasan como si no tuviesen á nada perder la vida; y no me espanto, porque es toda gente que no se les levanta la honra un dedo del suelo, ni ellos hacen caso de mas que robar y pasar con tanto su curso de vida. 
Carta de don Juan de Austria a Felipe II. Tíjola, 12 de marzo de 1570

Hubo hombres que habían, como decía el duque de Alba, nacido para el remo o para la horca: un artillero, tras acabar su tiempo de condena en galeras, salió y asesinó a una mujer para robarle las joyas y el dinero. Después, cuando fue preso, fue condenado a morir ahorcado.

A ciertas personas de cuenta se les podía condenar a servir en galeras o en la guerra a su costa: o sea, que se embarcaban en una armada o se iban a combatir, pero no recibían sueldo:
habiendo echado mano á las spadas cuasi en mi presencia el otro dia viniendo de Almería D. Juan de Tasis, el hijo del correo mayor, y D. Fernando de Prado, criado mio, por no sé que niñería, y condenádolos á que sirvan á V. M. dos años á su costa, el uno en las galeras y el otro en la guerra
Carta de don Juan de Austria. Padules, 1 de mayo de 1570


Penas pecuniarias

El culpable podía perder el sueldo de un mes, por ejemplo, por no llevar las armas defensivas en la muestra [la primera vez, la segunda, era expulsado del ejército], o perder la ventaja o perder un escudo de sueldo por no llevar las armas ofensivas en la guardia o requisársele el sueldo dos meses por llevar a forrajear su caballo, perdiendo también el animal y siendo azotado el mozo que lo llevara. 



Castigos colectivos

Cuando una compañía o un tercio cometía una falta grave, se podía hacer una reforma disciplinaria, en la cual la unidad quedaba disuelta. 
Si a los oficiales se les hallaba culpables, perdían también sus oficios.

También se podía proceder a castigar 'a los más culpables', condenando a los líderes de un motín, o ajusticiando un par de soldados por compañía, por ejemplo, sin hacer reforma alguna.

Cuando una unidad era problemática, se podía llegar a enviarlos a algún destino donde no molestasen, alejado de los territorios italianos de la corona, - Lombardía, Sicilia o Nápoles - como sucedió, por ejemplo, en 1538, siendo enviados unos 2000 a Hungría, destino no deseado - y otros a hivernar con el armada de Levante a Castelnuevo [1539] donde hallarían la muerte. 
En todo caso, eso se puede interpretar más como represalia que como castigo disciplinario.

De hecho, uno de los 'capítulos, condiciones y firmezas que piden los soldados españoles amotinados' a 18 de julio de 1538 [AGS, EST,LEG,1371,168-169], era que en caso de que algunas compañías fueran enviadas a Levante y otras quedasen de guarnición en Italia, no se declarase el destino hasta que cada soldado hubiere escogido plaza, quedándoles reservada la potestad de trocar la plaza con otro soldado que tuviere voluntad para ello.

Esto, como se puede entender, lo pedían para tratar de estorbar que se les castigase mediante el destino. Cabe tener en cuenta que una pena civil era ir a servir a los presidios de la Goleta o de Orán para purgar los crímenes cometidos.

También a las tropas amotinadas en Sicilia ese año de 1538, se pensó enviarlas a Corfú o Berbería - para la empresa de Monesterio, que se ejecutó en 1540 - para excusar la paga y al mismo tiempo evitar las consecuencias del motín en tierras del rey.



Aplicación de las penas

En los delitos de la multitud siempre fue forzoso disimular, o por no teñir el castigo con mucha sangre
o, por dejar sin él las culpas averiguadas, por no verterla.
Las guerras de los Estados Baxos desde el año de MDLXXXVIII hasta el de MDXCI, Carlos Coloma



De los treinta artículos que contiene la ordenanza de Metz de 1552, podríamos fácilmente agruparlos en cinco categorías:

a) los de aplicación rigurosa y a los que en ningún caso se otorgaba perdón

· Todos los relativos a la traición: que un soldado u oficial informase al enemigo, que le abriera con secreto o por fuerza las puertas de una plaza, etc.
· Los relativos a los robos de propiedad real o de caballeros principales que servían en el ejército.

Evidentemente, del rigor en su aplicación dependían muchos factores, entre ellos, la voluntad del capitán general, que, como el duque de Alba, podía ser muy estricto y puntilloso. En la campaña de Portugal en 1580, por ejemplo, decía el duque: todavía me ha picado mucho, y se han ahorcado y se ahorcan tantos, que creo han de faltar sogas. Entre los condenados a muerte por el duque, un soldado que vendió sus armas, otro que robó un haz de trigo, y un tercero que maltrató a un vivandero.

También cabe tener en cuenta que a muchos se les condenaba a muerte, y después se les perdonaba. Era bastante usual condenar a un grupo de soldados, y ejecutar tan solo a una parte de ellos, a modo de ejemplo, y como muestra, también, de la piedad de los jefes militares que evitaban el encarnizamiento.
En casos particulares, también era normal que alguien rogase por la vida del condenado.

b) los que no se aplicaban con demasiado rigor porque se 'ha disimulado la necesidad que había' o porque no había medios para controlar y castigar a los culpables.

·Todos los relativos a los robos y saqueos, las 'desmandadas' y salidas del campo sin permiso, las ausencias sin licencia, etc.

Como no se pagaba regularmente, y los soldados comían de su paga, o sea, que debían pagar a los vivanderos - o hallándose alojados, en tiendas y posadas - la comida que compraban, se asumía que era normal que los soldados se fueran del campo a hurtar lo que pudieran para no morirse de hambre.

Respecto a ausentarse sin licencia, también era habitual que los soldados se marchasen a curar o reposar, por ausencia de hospital o servicios médicos apropiados - en el campo imperial había un hospital, pero el ejército se dividía en trozos, según necesidad.
Si la asistencia sanitaria ya era precaria en el hospital, fuera de él lo mejor era quedarse en alguna plaza reposando y recuperándose. Una vez curados, muchos alargaban la estancia.
Tampoco era infrecuente que los soldados, cansados de las malas condiciones en el campo se ausentasen indefinidamente, o sea, que desertasen, y aunque se quisiera castigarlos, literalmente, no había medios para perseguirlos y apresarlos.

Después, había muchos soldados que sin licencia se ausentaban para atender asuntos personales y que después regresaban y se reincorporaban al servicio sin que hubiera contra ellos represalia alguna.
No pocos se iban a medrar a la corte para conseguir oficios en el ejército, lo cual resulta paradójico, que se postulasen para ser oficiales habiéndose ausentado sin permiso, pero así era.


c) los que había que disimular por la necesidad temporal, pero que en más o menos breve plazo se procedía al castigo de los autores

Todos los relativos a alborotos o a acciones cometidas por la mayoría de los soldados.
Una manera de iniciar un motín era 'tocar el arma', o sea, que el grupo de soldados que organizaban y dirigían el motín fingían una alarma general, como si el campo o la plaza donde se alojaban estuviera siendo atacado. Los demás soldados, que no tenían conocimiento del motín, pero que se estimaba estaban de acuerdo en secundarlo porque habían expresado su descontento en otras ocasiones - normal cuando se llevaban meses sin cobrar - se unían al escuadrón y entonces los cabecillas procedían a declarar el motivo real del arma y a iniciar el motín.

Se consideraba que este modo de iniciar el motín podía comprometer la seguridad del ejército. Además, en estas ocasiones, cuanto menos se vejaba a los oficiales quitándoles la autoridad, y en ocasiones, se les insultaba y maltrataba, por lo que, además de la afrenta a la autoridad había una componente personal.

Los oficiales sabían distinguir entre los cabecillas - electos y cancilleres - los movedores, los que sabían y no lo manifestaban - o sea, que no lo denunciaban - y los que se dejaban llevar, sin tener conocimiento previo del negocio, aunque a veces, pagaban justos por pecadores.

Como era muy difícil coger a 1000, 2000, o 7000 hombres y ponerlos en vereda, se negociaba con ellos, se cedía, en fin, se disimulaba, y después, pasado el tiempo y estando las cosas en calma, se capturaba a los cabecillas - comenzando por el 'canciller' o 'electo' - y se procedía a ajusticiarlos.
Evidentemente, no siempre pasaba y tampoco tras cada motín los cabecillas recibían daño, de hecho, en algunos casos, consiguieron reformas importantes, como la del tipo de cambio en los Países Bajos, pero el caso es que aunque se quisiera condenar a todos los soldados, o solo a los cabecillas, no había medios para ello ni posibilidad alguna de hacerlo en el momento.

También se hacían castigos ejemplarizantes, como ejecutar a uno o dos soldados de cada compañía amotinada, siendo el soldado escogido 'de los más culpados'.


d) aquellos que se aplicaban con falta de rigor, porque la corrupción afectaba a todos los niveles del ejército.

Recurrentemente vemos ordenanzas generales y órdenes particulares donde se incide en estos puntos: los fraudes en las muestras. Soldados que pasan muestras en dos compañías, o más comúnmente, mozos, criados, vivanderos o paisanos que con armas prestadas se presentan el día de la muestra como un soldado más.

De este fraude sacaban sobresueldos los capitanes de la compañía, oficiales del tercio, oficiales del sueldo y algunos soldados. En general se hacía la vista gorda, aunque puntualmente se castigaba a los organizadores privándoles de los oficios e incluso metiéndoles en prisión.


e) aquellos que se aplicaban con laxitud porque iban contra la costumbre y eran generalmente tolerados porque rara vez perturbaban la paz pública.

· Todos los relativos a los seguidores del ejército y bocas inútiles: las mujeres particulares o públicas, los mozos, los seguidores del campo... Detrás de un ejército había una legión de seguidores unidos a los soldados por lazos afectivos o de relación laboral.

El número de prostitutas que seguía un tercio español no era realmente de 6 por compañía, como mandaban las ordenanzas, sino el que buenamente pudiera ganarse la vida. Algunas se retiraban antes de verse viejas o enfermas y procuraban casarse.

Las mujeres particulares que seguían el campo, no eran siempre, ni mucho menos, 'casadas y veladas'; había muchas 'amigas', hoy diríamos parejas o novias, que iban con los soldados, hacían vida en común, y su relación era pública y notoria. Tanto los oficiales como los capellanes - uno por compañía - quizá amonestaban de vez en cuando al soldado, o le animaban a casarse, pero en general, hacían la vista gorda. Aparte de la componente emocional y sexual, las mujeres cocinaban, lavaban la ropa, y en fin, hacían labor de amas de casa aunque estuvieran en un campamento. También, claro, había chiquillos, hijos de soldados.

En 1532, por ejemplo, partía el Emperador a socorrer Viena al mando de 6200 españoles; había 2500 mujeres en el ejército. El marqués del Vasto, capitán general, y los maestres de campo concedían pólizas para ir con el campo; lo único que hicieron fue impedir el paso a las que no la habían obtenido, unas cuarenta, desvalijándolas y llegando a ahorcar una de ellas, española, lo cual fue visto como cosa muy fea por los soldados.

Algunos soldados, en víspera de batalla, o hallándose heridos esperando la muerte procedían a legalizar su unión para legitimar a la viuda y a la descendencia, a la que correspondían las pagas atrasadas.

En el siglo XVII, no obstante, se prohibió el casamiento de los soldados, lo que no hizo otra cosa, sino aumentar el número de uniones no bendecidas por la iglesia.

Por lo que respecta a los mozos, sucedía lo mismo: aunque fueran considerados bocas inútiles y un engorro logístico, había mozos de soldados, y no solo criados de caballeros y señores. Los coseletes necesitaban cada uno un mozo para armarse, y se asumía que cada dos soldados - arcabuceros o picas secas - debía haber otro mozo.

La única restricción efectiva que se podía llegar a aplicar para estos seguidores era en el momento del embarque, pero ni aún así siempre se aplicaba, porque siempre había la posibilidad de sobornar a quien hiciera falta para no dejar la 'amiga' atrás o el mozo que le servía.

En todo caso, no sería lo mismo que las tropas embarcasen para Italia o Flandes - donde podían conseguir fácilmente mozos locales, muchos de los cuales, acabarían siendo 'españolados' y aprendido el idioma y las costumbres españolas servirían en el tercio casi como naturales - que embarcándose para Levante o Berbería, donde era difícil tomar mozos de la tierra, cuando no contraproducente por ser de religión musulmana:

Yten, que por si acaso al embarcar hubiere orden de no embarcar mozos, que quede a cada coselete uno, y entre dos de los otros, otro, viendo la mucha necesidad que en Reynos extraños tienen de servicio

[...]

Yten, que a los que se hubieren de embarcar les sean dadas todas las vituallas necesarias, así para los soldados como para los mozos, pagando por ellas según usanza y costumbre de armadas de primavera
Capítulos, condiciones y firmezas que piden los soldados españoles amotinados, a 18 de julio de 1538

Ese año de 1538 se envío a Hungría un tercio de 2000 hombres a cargo de Cristóbal de Morales desde Italia. Estando embarcados, una de las barcazas se hundió, muriendo 150 soldados y más de cien mujeres y mozos. Los soldados no tenían por costumbre dejar su gente atrás, aunque en armada - o sea, en una campaña que normalmente se limitaba a la temporada de verano, de mayo a septiembre, aquella en que se consideraba seguro navegar - dejaban los soldados sus amigas en tierra firme. Por eso, a esos mismo soldados amotinados de 1538, el contador Pedro de Ibarra les recriminó que el motín, basado en una reclamación de pagas atrasadas, era tan solo una excusa y 'que lo hacían más para no embarcarse para Levante y estar alojados con sus putas que por las pagas que se les debían'. Duro juicio a unos hombres, muchos de los cuales acabarían muertos en Castelnuovo el verano siguiente.


en cada nave vaya un capitán con su compañía por q[ue] de invierno por causa de los fríos y aguas q[ue] suele q[ue] suele (sic) hazer es menester ponerse todos debaxo de cubierta. Y si fuese más de una compañía irían mal y no se podrían entretener por q[ue] siempre llevan envaraços y ocupación de mujeres y moços q[ue] no se pueden escusar.
Relación de las cosas que será menester proveer para en caso que se hubiese de hacer la empresa de Berbería. Septiembre de 1539. AGS, Estado, legajo 468, doc. 138, editado por Archivo de la Frontera


· Otros artículos de aplicación laxa eran la mayoría de los relativos al juego y las apuestas a crédito. Era éste uno de los principales pasatiempos del soldado y si era difícil controlar lo que se apostaba en los juegos públicos, mucho menos en los secretos. 
No había demasiada tolerancia, por contra, cuando el soldado jugaba y perdía sus armas.

Además de cierta laxitud a la hora de aplicar las penas, existían las suplicaciones que podían llegar a evitar su ejecución. Así, una persona de renombre, un caballero u oficial, podía pedir por la vida de un condenado, y el capitán general podía otorgar la gracia:
[...] lo que os mando es que luego le mandéis ahorcar á este desvergonzado soldado que dio el memorial, con el pregón y título de la causa escripta á las espaldas del mismo memorial puesto en los pechos. 
Oído esto el Maestre hincó la rodilla en tierra, pidiéndole de merced que no le mandase quitar por eso la vida
Historia del maestre último que fue de Montesa. Año de 1568


Uno de los motivos básicos para dicha laxitud en la aplicación de las penas - aunque vamos a ver ejemplos de todo lo contrario - era el quid pro quo implícito que había entre soldadesca y mandos: los soldados pasaban muchos meses sin cobrar, sufrían las penurias de la guerra, las guardias, las marchas bajo el peso de las armas, el frío, el hambre, las heridas, la falta de sueño... solo hacía falta que además los mandos se dedicasen a ahorcar a todo y cada uno de los que hubieran robado una gallina, o un 'haz de trigo' o hubieran maltratado de palabra algún vivandero.

Por contra, había fundados motivos para el rigor:
1) Para afirmar la autoridad, a veces había que ahorcar unos cuantos soldados al inicio de la campaña; lo contrario, hacer la vista gorda, implicaba dar carta blanca y sentar las bases para la indisciplina, sobretodo cuando se contaba con tropas bisoñas, no hechas al uso de la guerra.
Numerosos son los ejemplos en que se ajusticia por dar ejemplo:

El dia siguiente por la mañana caminó todo el campo con la orden que allí habia llevado, no desmandándose ninguno de los escuadrones, como por el Emperador les fué mandado. Uno que se desmandó fué visto por el Emperador, y lo sigue por donde iba, y lo alcanzó entre unas arboledas y lo mandó ahorcar. 
Éste rogó al Emperador que por aquella vez le perdonase; Su Majestad no le quiso oir, y así fué ahorcado en un árbol de los que allí habia. Esto hizo el Emperador, porque toda persona de su ejército obedesciese los bandos que en el ejército se echasen. 
Campaña de 1536

2) Campear en tierras amigas o de súbditos. Los agravios entre la población civil producidos por los soldados podían ser la causa de tenerla en contra, y animarlos a la rebelión o la traición, o cuanto menos, a no colaborar.



En la infantería española regía una jerarquía en materia de justicia militar: el capitán regía y aplicaba la justicia en su compañía, en ausencia del maestre de campo; éste, a su vez, regía sobre la justicia en el tercio, en ausencia del capitán general, y éste último regía sobre todo el ejército en ausencia del rey. El capitán general disponía de un auditor general, en quien delegaba todos los asuntos de justicia del ejército. También el maestre de campo general tenía autoridad en materia de justicia.

Había casos, pendencias entre personas calificadas, o que pertenecían a diferentes tercios, que debían pasar necesariamente por mano de personas autorizadas, y no podían ser resueltas por mano de los capitanes o tan siquiera de los maestres de campo.

El ejército disponía de, al menos, un barrachel de campaña, bajo las órdenes del maestre de campo general, que con varios soldados de a caballo a su cargo [entre 8 y 16; aunque el ejército imperial en la campaña de 1544 en Francia tenía un general de justicia a cargo de 136 caballos], ejercía la labor de mantener el orden, prevenir los crímenes y apresar a los culpables. También había alguaciles, carceleros, escribanos y verdugos. Con el tiempo, cada tercio dispuso de su propio barrachel a cargo de cuatro soldados a caballo, un auditor, un escribiente, dos alguaciles y un verdugo.

Los soldados quedaban siempre sometidos a la justicia militar y no a la civil.

Veamos ahora las ordenanzas del año 1552. 

El texto, copiado de manuscrito, en azul vivo, los comentarios en negro; las citas de documentos contemporáneos que sirven para ilustrar como ejemplos en tonos de azul apagado.


Ordenanzas del Ejército sobre Metz el año 1552

[1] Primeramente que ningún soldado de pie ni de a caballo ni otra persona que sirva y siga nuestra Corte y ejército de Su Majestad no blasfeme ni reniegue de nuestro Señor Dios ni de nuestra Señora ni de los santos so pena que serán por ellos asperamente corregidos y muy bien castigados como pareciere a sus superiores.

La norma se aplicaba a todo el mundo: soldados y oficiales del ejército, pero también a los cortesanos, sus mozos y criados, mujeres, vivanderos, carreteros, muleros, carpinteros, toneleros, etc... En fin, todo aquel que 'sirva y siga':

esta noche y la pasada se han ido muchos carreteros , unos con sus carros y otros dejándolos y llevándose las mulas y los bueyes, y que es menester que Su Mag. mande que se hagan grandes diligencias para coger algunos destos y ahorcallos, que de aquí se enviarán los nombres y vecindad para que las justicias los castiguen, porque si no se hace ejemplarmente todos se volverán. 
Carta del secretario Juan de Albornoz, 2 de julio de 1580


[2] Ídem, que ningún soldado de cualquier nación que sea no pueda irse ni ausentarse del campo sin licencia nuestra en escrito o de cualquiera de los generales de la caballería o infantería entre tanto que durare esta guerra so pena de la vida

Lo de ausentarse sin licencia ya comentamos que era bastante frecuente.
El marqués Espinóla ha tomado hoy muestra á su gente con intervención del maestre de campo Juan dcTexeda, y se han hallado en sus tercios los soldados que V. A. verá por la memoria que va con esta, por donde se verá que ha vuelto mucha gente de la que faltaba, aunque también se ha de considerar que hay diferencia de lo que paresce por las muestras, á la gente efectiva. 
Meckelen, 25 de julio de 1602

Un contador ironizaba que las banderas se llenaban cuando había que fenecer las cuentas y hacer los remates, pero lo cierto es que también acudían muchos soldados cuando había de darse batalla, quizá por la oportunidad de saco, pero también por la oportunidad de adquirir gloria y fama. Florián de Ocampo narra que en octubre de 1543 se hallaba el ejército imperial a punto de dar batalla al francés. De 6200 españoles, 2600 se hallaban enfermos, muchos en Amberes, aguardando embarcarse para España, pero al llegar la noticia de la pronta batalla - que no se dio - los españoles acudieron al ejército y el 'coxo apareció coxo en el esquadrón'. Su Majestad, el Emperador Carlos, le dijo ufano a su capitán general, Hernando de Gonzaga 'parece que llueven españoles'.

En todo caso, la justicia militar se podía aplicar severamente, porque una cosa era ausentarse temporalmente del ejército, en muchos casos, alargando una recuperación de una herida, y otra, marcharse del país hallándose sano, pagado y además, siendo un amotinador:
Y ya . yo he comenzado a hacer ahorcar a algunos que se han prendido de los que se iban a España, después de pagados, con que pagan algo de lo que hicieron en el motín, sin faltarles de lo que se les prometio, pues se castigan por otra causa y tan justa, y convendra que en esos Reinos y en Italia se ejecute lo que V. M. ha mandado con los que se fueren. 
Carta de don Luis de Requesens a Felipe II, Bruselas, 28 de junio de 1574

Pero a veces, simplemente, no se daba abasto:
y llega la desvergüenza á términos que de 50 en 50 y de 100 en 100 se van con sus armas y con cabeza que eligen, de manera que las justicias ordinarias no pueden prenderlos por mucha diligencia que hagan [...] y dicen que muchos destos se van á servir á Francia y otros á Italia, y yo he escrito al marqués de Ayamonte pidiéndole que haga diligencia para prender á los que allá aportaren y los castigue rigurosamente. 
Del mismo al mismo. Amberes, 19 de agosto de 1574

Uno de los motivos para ausentarse o irse del ejército sin licencia, amén de las malas condiciones, las faltas de pagas, etc, era el destino. No era lo mismo servir en Italia que en el norte de Europa, o peor - en tiempos de Carlos V - en Hungría:

ogi sono capitati qua la quantità di 18 ho vero 20 spagnoli quali veneno dal Campo per andar a caxa sua [...] vero he che prima negavano esser spagnoli dicendo che herano Elaminghi non dimeno a lultimo hano confessato la verità et me hano signifficato che sua M.ta li voria mandar Tuti Un loco doue non hano Animo di Andar et che per tale rispeto si parteno a pocho a pocho

Hoy son llegados aquí la cantidad de 18 o más bien 20 españoles que vienen del campo para andar a su casa [...] lo cierto es que primero negaban ser españoles, diciendo que era flamencos, pero a lo último han confesado la verdad y me han explicado que Su Majestad los quería enviar a todos a un lugar donde no tienen ánimo de ir, y que por eso se parten poco a poco

Archivio di Stato de Milano. Documenti diplomatici, Signoria di Carlo V, 1538, Cartella II a

Las opciones de 'un loco doue non hano animo di andar' para estos soldados que se marchaban sin licencia eran dos: embarcarse en Génova para la armada de Levante - sucesos de Preveza y Castelnuovo - o ir a Hungría a defender la frontera oriental del Imperio. O sea, combatir al turco por mar, o combatirlo por tierra...
La vida en Italia no era regalada, ni mucho menos, pero al menos, era un país relativamente rico, donde se hallaba de comer y de beber, de vestir y de calzar, aquello que 'han menester para sustentar la vida y no morir de hambre ni de frío' y también algo 'por tener que jugar para pasar el tiempo'. En Levante, decía Francisco Duarte, proveedor general de la Armada, 'no hay que robar, sino piedras ni árboles, pero dinero ni ropa ni pan ni vino ni carne, claro está que no lo hallarán'.
¿Quién querría ir a un presidio donde no hubiera ni mantenimientos ni siquiera leña suficiente para cocer el pan?

Marcos de Isaba narra como había soldados en los presidios de Italia, que cuando sus compañías y tercios habían de embarcarse para el armada o marchar a Flandes a guerra viva - hablamos de finales del siglo XVI - 'se huyen y ausentan de sus banderas [...] metiéndose en rocas y castillos'.  Luego, esos mismos soldados, se enrolaban en las compañías de los capitanes que venían de España a reemplazar las unidades que marchaban.

En presidios de África - casi el peor destino posible - era casi imposible la deserción de los soldados, y la plaza se convertía también en lugar de reclusión para ellos:
ordinariamente, cuando van galeras á aquellas plazas, se ponen oficiales de cabo en las puertas, para que no dexen salir soldado de la tierra sin licencia del Capitán General. 
Historia del maestre último que fue de Montesa


[3] Otrosí, que a las iglesias, monasterios, altares mayores y reliquias sacras y ornamentos de ellas y especialmente, en las custodias del Santísimo Sacramento, no toque nadie ni sea osado a hacer ningún daño, injuria ni violencia, antes las respeten y reverencien con todo acatamiento y ni más ni menos no hagan ningún daño ni maltratamiento a los clérigos, frailes ni monjas, so pena de la vida.

Aquí considero que es más interesante el artículo de la ordenanza de 1555, porque puntualiza que no se debía dañar ni maltratar a los religiosos, aunque los lugares fueran tomados por fuerza, pero que este respeto y reverencia se podía obviar contra aquellos religiosos que hubieren tomado las armas contra nuestra gente de guerra. Importante matiz para un ejército que en 1556 acabó entrando en tierras del estado pontificio. También esa claúsula se aplicó en 1543.

A veces, no obstante, eran los propios mandos que ordenaban requisar el dinero de la Iglesia para sostener el ejército, pero la cuestión es que no se hiciera indiscriminada ni violentamente ni para beneficio particular:

se han sacado de la ciudad de Milán al pié de 40.000 escudos, en que entra una parte de argento que se tomó de las iglesias
Carta del Abad de Nájera. 18 de febrero de 1527

Normalmente, no obstante, los perpetradores eran severamente castigados, sobretodo para dar ejemplo. Hallándose en septiembre de 1544 el ejército imperial sobre Francia, dos alemanes que robaron en una Abadía próxima un vaso sagrado, fueron, incontinenti, ahorcados a la puerta de la Abadía.

No solo había ladrones en el ejército que acudieran a robar - los lugares sagrados contenían gran cantidad de objetos litúrgicos labrados con metales preciosos y joyas, amén de las riquezas en dinero que podían tener monasterios, conventos o párrocos - también había en él muchos soldados que por motivos ideológicos - profesión de fe protestante - o directamente, por algún tipo de psicopatía - piromanismo - procedían a incendiar los sitios que se tomaban.

Así, hallándose el Emperador en la abadía de Chateau Tierry, ordenó a Fernando Gonzaga, capitán general del ejército, que le pusiera guardia a un monasterio de monjes de San Bernardo para que los alemanes no lo quemasen.

No solo los protestantes robaban en Iglesias y violentaban clérigos y religiosas. También los españoles cometieron excesos durante el saco de Roma, por ejemplo. A veces, también es cierto, el trato carnal con religiosas podía no ser solo no violento, sino consentido, pero aún así era perseguido:

Luego á la hora despaché un correo á Sancho Dávila, diciéndole el aviso que Su M. d ha tenido de la desorden y libertad con que procedían los soldados en los monesterios de monjas, y que á la hora diga y escriba á todos los capitanes, oficiales y soldados de entre Duero y Miño ninguno entre á oir misa ni á otra ninguna cosa en los monesterios, ni envíe recaudo por escripto ni de palabra con nadie, so pena que el que lo hiciere, si fuere capitán se le quitará la compañía, y al alférez la bandera , y al sargento la jineta, y al soldado de cualquier calidad que sea se le darán por la primera vez cinco tratos de cuerda, y por la segunda irá á galeras por diez años al remo, y que haga publicar esto y ejecutar en el que lo contraviniere inviolablemente. 
Carta del duque de Alba al secretario Zayas. Lisboa, 24 de junio de 1581

[4] Y por evitar los inconvenientes que se podrían seguir en este felicísimo ejército de Su Majestad, si a lo infraescrito no se perviniese, es nuestra m[]te y declaramos por tenor de la presente que ponemos tregua y suspendemos general y particularmente y tomamos a nuestra mano todas las pendencias, cuestiones, desafíos e injurias que han habido y hay hasta hoy y hasta la publicación de la presente, entre toda la gente, así soldados como otras cualesquiera personas de menor y mayor calidad que fueren y estuvieren en nuestra corte y ejército de Su Majestad en su servicio, por todo el tiempo que durare esta guerra y un mes después, aunque sean de mucho tiempo atrás, y mandamos especialmente que ninguno contravenga ni quebrante la dicha tregua y suspensión de armas directa ni indirectamente, so pena de aleve y de incurrir en caso de traición y que muera por ello.

En esta época era bastante normal resolver las disputas personales en la vida civil con mano armada, bien cara a cara, en algún duelo, dando carteles, o bien en cuadrillas: el ofendido se juntaba con sus camaradas y acuchillaba al ofensor, aunque se hallara solo y desarmado. A su vez, los camaradas, parientes, amigos y deudos del ofensor tomaban las armas para vengarse, y esto, en algunas villas y ciudades acababa derivando en guerra de bandos, donde dos familias se mataban sin saber muy bien porque había comenzado la cosa.

Si dos riñen, aquel se tiene por mas platico, que antes que el otro eche mano a la espada, le hiere de antuviada. Si ay diferencias, no las averiguan por sus personas, sino con quadrillas. No puede un hombre de bien alojar solo. Porque cada ruyn, con el favor de otros tales de sus camaradas, se le yria ala cara. 
Diálogos de la vida del soldado. Diego Núñez Alba [1552]

Por evitar las bajas y muertes inútiles en el ejército, se penaban las disputas personales, que, como vemos, se dejaban en suspenso mientras durase la campaña; no había pretensión de que los soldados resolviesen sus querellas por la vía del diálogo ni nada parecido, solo que éstas disputas no obstaculizasen el día a día en campaña.
Evidentemente, no todos los soldados eran unos bravucones, 'inquietos, alterados, revoltosos, pendencieros', pero había mucho 'rufián, espadachín, acuchillador de noche y fanfarrón', que o sabía jugar la espada por su mano, o tenía algún cofrade que sí, y como decimos, no era infrecuente que se produjesen pendencias con algunas 'malas muertes', como morir acuchillado en algún callejón o ser herido por la espalda, siendo, según algunos autores, como Marcos de Isaba, el juego de los dados y las apuestas, la principal causa de las querellas.
También había pendencias que se resolvían a palos, sin arma blanca.

Jerónimo de Urrea, en su 'Diálogo de la verdadera honra militar', explicaba los casos en que un oficial podía batirse en duelo con un soldado, incluso ausentándose de su puesto, habiendo 'causa combatible' que no se pudiera rehusar.
Las pendencias callejeras, pues, eran perseguidas, pero los duelos con desafío, podían llegar a ser tolerados, e incluso animados.

Acuchillándose un soldado con otro, como riñan honradamente , siendo despues amigos, no trata la justicia con ellos.— Muriendo alguno, si se han acuchillado como hombres honrados, no se sude condenar al matador á pena de muerte, salvo el alvedrío del Maestre de Campo 
Ordenanza de 15 de noviembre de 1536, Génova,
extractado por M. Juan Diana en Capitanes ilustres y revista de libros militares, Madrid [1851]

Aún así, se pueden leer algunos relatos de lances personales, no solo autorizados, sino apreciados como espectáculo, pero solo entre hidalgos, caballeros y personas nobles.

Por ejemplo, en 1531, el soldado Diego de Monsalve - que sería después maestre de campo - dejó con licencia el campo sobre Corón [Grecia] junto a tres de sus compañeros - Alvaro de Sosa, Bernardo de Sotelo y Alonso de Cisneros - para acudir a Zamora a vengar a daga y espada la afrenta sufrida por su anciano padre a manos de un joven hidalgo. Sus tres amigos, por cierto, dieron promesa de que si el propio Monsalve no vengaba a su padre en el plazo de dos años, le darían muerte ellos mismos. El tema del honor era muy importante como para que las autoridades no hicieran la vista gorda, siempre y cuando no se incurrieran en riñas de bandos por cuestiones menores.

A veces, los oficiales, en lugar de perseguir y atajar las disputas, las alentaban, poniendo a sus protegidos 'debajo de seguro', o sea, asegurando al infractor que no sería perseguido por el crimen, o en su defecto, que se intercedería en su favor. También los oficiales podían tener sus disputas con los soldados y aprovechar la potesdad que el cargo les daba para poder castigarlos con mano armada y ahorrarse un lance de tú a tú.


[5] Otrosí, ordenamos que viniendo a noticia de algún soldado o de otra cualquiera persona que otro soldado o no soldado de esta corte y ejército quiere hacer o acometer algún aleve o traición contra nos o contra cualquier persona de los que están, o estuvieran en el servicio de S.Md. lo declare y manifieste luego a nos, o a cualquiera de las personas generales de la infantería y caballería o cualquier otro de los ministros capitanes de S.Md. para que nos lo hagan saber y se provea sobre ello lo que convenga, so pena que el que la tal cosa supiere y no la manifestare luego según que de suso se contiene caiga e incurra en el mismo caso y lleve por ello la pena que merecía el principal delincuente. 

Los episodios de traición no eran muy frecuentes, no solo se traicionaba al rey, sino a todos los compañeros, pero los soldados podían ser tentados a cambio de dinero: por ejemplo, a abrir las puertas de una plaza fuerte cuando estaban a la guardia de ella. Aunque algo así implicase a un buen número de soldados que debían concertarse entre ellos y con el enemigo, se hacía previsión, se mudaban las guardias regularmente, y los oficiales las visitaban regularmente.


[6] Ídem, ordenamos y mandamos que en los alojamientos de la Corte y ejército, estén pacíficos y quietos todos los que en ellos estuvieren y que las gentes de cada nación se traten y respeten con la gente de las otras naciones tan amigablemente que no haya ni pueda haber entre ellos ni diferencia ni ruidos ni otros escándalos, y que si algunos hubieren o sucedieren, sea pasado por las picas el que pareciere que ha movido la cuestión y fuere causa de ella, y el que tirare a otro arcabucillo aunque no le hiera con él.

Si las disputas entre nacionales podían derivar en trifulcas entre cuadrillas, pues los soldados vivían en camaradas, las disputas entre soldados de diferente nación podían acabar en verdaderas batallas campales.

Los ejércitos tenían soldados de diferentes naciones cuya afiliación era de tipo personal y nacional. Para un soldado español en Flandes, Hungría o Alemania, su familia eran los miembros de su camarada, los compañeros de compañía, los integrantes del tercio, sus nacionales. Los 'italianos', así, en general, podían ser leales compañeros de armas o pasar a servir al rey de Francia durante la campaña, como sucedió en 1543. Los alemanes, lo mismo, y además, muchos eran herejes. En Italia, el idioma facilitaba la comprensión y el entendimiento, pero al final, los españoles, como los franceses, no eran sino bárbaros que arruinaban y saqueaban la bella Italia. Los españoles, además, tenían fama de quisquillosos y prepotentes hasta la insolencia, y no eran bien quistos de las otras naciones.

En fin, en materia de lealtades, la nación era el último bastión que le quedaba a uno estando en tierra hostil, pero también podía ser el primer refugio.

Si se apellidaba - gritaba - 'bandera', 'compañía', 'compañeros' en busca de ayuda para resolver un lance, el pendenciero acababa gritando 'España' pidiendo socorro a la nación entera, o sea, a todos los soldados de su nación que se hallasen en el real si el rival era extranjero. Evidentemente, en su idioma y gritando el nombre de su patria, lo mismo hacían alemanes e italianos.

Y acaeció, que dando vn mozo de los nuestros en el rio agua a vn cauallo, se reuoluio con vno dellos: y el Tudesco le dio vna cuchillada [...]  Hallarónse a caso dos soldados cerca de alli paseando y caso que no tuuiessen mas armas que solas sus espadas, y se hallassen tan apartados de su quartel, y tan cerca del de los herreruelos, oluidado, o pospuesto todo el peligro, desnuda el vno su espada arremetio al Tudesco y diole vna gran cuchillada encima de la cabeça. Cargo luego alli al ruido gran numero de los Tudecos, y algunos soldados Españoles, que se hallaron en el llano del castillo, acudieron tambien alla a ver, que cosa era, Y començose la cosa a trauar de arte, que sin mirar mas por los culpados que por los inocentes, los Españoles herian a los Tudecos, y losTudecos a los Españoles. La lengua sola y el habito era el que señalaua los enemigos. 
Dialogos de la vida del Soldado Diego Núñez de Alba, en que se quenta la conjuracion, y pacificacion de Alemaña ... en los anos de 1546 y 1547

Curiosamente, los soldados de infantería alemana que llevaban ya un año en el ejército, los llamados 'trentinos' por haber sido reclutados en Trento, no solo no intervinieron a favor de los Tudescos, que eran herreruelos - soldados de caballería armados de arcabucejos - sino que formaron su escuadrón y se quedaron a la expectativa, acogiendo a los soldados españoles que habían quedado a la otra parte del río, donde estaban los herreruelos. Así pues, no solo había lealtades nacionales, sino también grupales: la caballería y la infantería eran hermandades diferentes.

Otro ejemplo: en 1582 unos valones mataron a cinco españoles que escoltaban a unos vivanderos. Los españoles cumplían órdenes, los valones, tenían hambre: Tal era la hambre y necesidad de los unos y los otros, pues con ser de un mismo ejercito y servir todos al Rey, nuestro señor, se buscaban para matarse.
Siete españoles se concertaron para vengarse, y en un molino donde había 50 valones - no necesariamente los mismos - le prendieron fuego y mataron a los que trataban de escapar por no abrasarse:

Otro ejemplo más, aunque no eran entre naciones de un mismo ejército, sino tropas de naciones de una misma liga. Estando en Messina las tropas del rey de España y las del Papa en Liga Santa contra el turco, un soldado llamado Alvarado que estaba nadadndo fue maltratado de palabra de ciertos soldados italianos, y el dicho Alvarado, respaldado por dos compañeros los persiguió hasta la galeota de la que habían desembarcado, subiendo a ella y metiéndose en cuchilladas hasta llegar al árbol, cuando los de a bordo tocaron el arma y tuvo que retirarse. Tras esto, los Italianos, salian por la ciudad con mano armada en busca de los Españoles, los quales a la sazon eran tan pocos, que solamente hauia en la ciudad dos compañias [...] andauan por las calles buscando algún Español, como quando se buscan Liebres con Galgos.


[7] Ídem, que ninguno sea osado de hablar ni tener pláticas públicas ni secretas de palabra ni por escrito con los enemigos, sin tener para ello licencia expresa de su superior, so pena de la vida, y el que supiere que otras personas tuvieren las dichas pláticas y tratos, y no lo manisfestase, incurra en la misma pena.

Evidentemente, se podía negociar, y se negociaba, con los enemigos: treguas, entregas de prisioneros, rendiciones, etc... pero cualquier otro caso era traición y se pagaba con la muerte.


[8] Particular y especialmente ordenamos y mandamos a los coroneles y maestres de campo, capitanes, oficiales, alféreces, sargentos y otros soldados de cualquier nación o calidad que sean, que si vieren revolver alguna cuestión o pendencia en sus cuarteles, entre cualesquiera soldados suyos, o de otra nación, procuren con toda solicitud y diligencia de atajarla y apaciguarla en cuanto les fuere posible o pudiéndolo hacer o no, hayan siempre de ayudar, guardar y favorecer a los extranjeros y salvarlos de tal manera que no les sea hecho daño alguno hasta ponerlos en salvamento en su cuartel, porque con este miedo todas las naciones que estuvieren a servir a S.Md. harán su deber contra los enemigos y entre sí vivirán pacífica y amigablemente.

En el ejemplo narrado por Núñez Alba, los soldados tocaron arma con sus tambores, los tres tercios formaron sus escuadrones, y fue el maestre de campo Arze, del tercio de Lombardía, auxiliado por Diego Vélez de Mendoza y algunos capitanes españoles del tercio del Reino [de Nápoles] quienes impidieron a los españoles avanzar contra los alemanes, hasta que llegó el Emperador y se apaciguaron los ánimos.


[9] Otrosí, ordenamos y mandamos que ninguno sea osado de tocar en las vituallas que trajeren a este ejército de S.Md. ni hacer fuerza ni dar molestia ni impedimento a ninguno que las trajeren o quisieran traer a vender, aunque digan que se la quieren pagar, hasta tanto que todas las vituallas y cosas de comer general y particularmente sean traídas a los mercados y plazas del campo, o al lugar que para esto estuviere diputado y señalado por el maestre de campo general y hasta en tanto que sea puesto precio en ellas por el comisario general de S.Md. por otras personas que son o fueren diputadas para ello según que esto está ordenando en una instrucción aparte que habla en lo tocante a los cargos de los dichos maestro de campo y comisario general.

De las tropas italianas a sueldo del Papa que entraron con el ejército imperial en Alemania el año de 1546 se escribió que eran tan grandes ladrones - más ladrones eran sus oficiales que les retenían las pagas - que los vivanderos alemanes les impidieron o estorbaron el acceso al mercado, por lo cual pasaron grandes penurias.

El suministro de alimentos era una parte fundamental en el buen funcionamiento del ejército, y dependía fundamentalmente de agentes privados que, a precio tasado, vendían sus mercancías a los soldados.

Muchas veces, el ejército llevaba su propio cuerpo de panaderos con sus hornos portátiles y suministraba pan, llamado pan de munición, a los soldados, pero el resto de comestibles - salvo hallándose en armada - debían ser compradas a vivanderos por parte de los soldados. Era normal que se ofreciera protección a quien, aún obteniendo un beneficio, daba de comer a las tropas.


[10] Otro es la m[]te de S.Md. y en su nombre mandamos y defendemos que ningún soldado de pie ni de a caballo ni de esta Corte sean osados de ir a correr ni acompañados sin licencia de sus superiores so pena de la vida y perdimento de todo lo que trajeren, y puesto que en el dicho ejército de S.Md. hay maestre de campo general, Preboste y Capitanes de Justicia y otros Prebostes, Barracheles y Alguaciles que han de tener cargo de no permitir que en él se hagan desórdenes, robos ni fuerzas a los que trajeren vituallas y otras cosas a vender, ni menos que la gente de guerra vaya a correr en tierras de amigos y confederados, y que si lo hicieren además de perder lo que trajeren, sean castigados y porque el dicho Maestre de Campo General y sus oficiales no podrán atender ni mirar por todo el ejército ni hallarse en tantas parte como sería menester, por la presente encargamos, ordenamos y mandamos a los coroneles, maestres de campo y otros oficiales que tendrán cargo en el dicho ejército, cada uno de ellos en particular tenga cuidado de evitar las dichas desórdenes y escándalos en lo que fuera posible, teniendo en ello mucho cuidado, y si hallare que algún soldado trajere al campo ganado o vituallas tomadas de amigos o confederados de S.Md. sin tener para ello licencia de sus superiores, que en llegando le quiten y tomen lo que así trajere, y además de esto le castiguen como le pareciere, mereciendo no embargante que en dicho ejército haya los ministros y oficiales de justicia, pues no podrán todas veces toparse ni tener noticia de los delincuentes.

Desmandarse era casi obligación para el soldado menesteroso que sin recibir paga, ni disponer de ahorros no podía pagarse la comida. Aunque en general los españoles compraban la comida en camarada, se juntaban un grupo de seis u ocho soldados y hacían gastos comunes, lo que hacía no solo que fuera más económico, sino que disponían de la solidaridad de sus compañeros, era habitual que los soldados se desmandasen a buscar que robar - o rescatar - sin respetar ni amigos ni confederados.
Las ausencias, claro, podían comprometer la seguridad del ejército:

a César le faltaba en aquel tiempo la mitad de los Italos, y el resto andaba sin salud, sin fuerza y armas. También de otras naciones había enfermos y andaban aquel día en correrías muchos arcabuceros españoles y fuera gran ventaja de Landgrave si aquel día viniera a la batalla.
El victorioso Carlos V. f80v. Jerónimo de Urrea

Evidentemente, para los mandos no era lo mismo hallarse en tierra enemiga, en la que expresamente podían implementar una política de saqueo sistematizado - sin llegar a tierra quemada, porque había que vivir sobre el terreno - que en tierra amiga, pero quizá los soldados, aguzados por el hambre, no parecían ver mucha diferencia entre las estrategias militares y las necesidades individuales.

El duque de Alba, en la campaña de Portugal [1580] llamaba hermanos a los portugueses y los hacía hijos de un mismo rey; quizá por eso, porque se pretendía no causar agravios entre una población que se deseaba incorporar ipso facto como súbditos, la disciplina fue extrema, y a un soldado se le ejecutó por robar un haz de trigo.

Bolea y los barracheles queden de retaguardia para recorrer la campaña, que no se qnede ningún soldado. 
La orden que ha de tener en caminar el ejército en 12 de julio de 1580

En 1544, campeando en Francia, las tropas del Emperador robaron lo que pudieron, y en ocasiones, el robo desproporcionado acabó en destrucción insensata: en septiembre apresaron 500 barcas que acudían a traer vituallas al campo del rey de Francia. Venían cargadas de vino y harina. El Emperador ordenó derramar 2000 botas de vino 'por causa que los alemanes andaban con él muy desbaratados'.


[11] Ídem, que ningún soldado pueda ir fuera de su cuartel a comer ni jugar en tabernas ni bodegones ni otros lugares públicos donde estuviere alojada gente de otra nación, sino que cada uno en su propio cuartel en los alojamientos y lugares públicos de él pueda comer, o jugar, y no fuera de ellos, porque de esto suelen suceder muchas cuestiones y escándalos y cualquiera que lo contrario hiciere muera por ello.

Los reales o campamentos, así como las villas y ciudades ocupadas se dividían en cuarteles, o sea, en partes, siendo ocupadas cada una de ellas por una nación de las tropas de infantería, o por la caballería, aunque el grueso de la caballería, dadas las necesidades de forraje solía alojarse fuera de las plazas amuralladas.

Dada la rivalidad que había entre naciones, y el peligro que se podía derivar pasando de una trifulca personal a una batalla campal, cada nación debía vivir de espaldas a la otra, para evitar confrontaciones. Evidentemente, esto no era siempre así, y los soldados de diversas naciones podían convivir pacíficamente en camaradería, pero era mejor, sobretodo en caso de grandes ejércitos, donde las lealtades personales eran más difíciles de afianzar y la mayor parte de la gente eran desconocidos, evitar que las naciones se mezclasen, sobretodo en las ocasiones en que se bebía o jugaba y que podían dar lugar a discusiones y peleas.

[12] Otrosí, ordenamos y mandamos que toda la ropa y otras cosas que la gente de guerra ganare o hubiere en batallas o en reencuentro, o en combate de alguna tierra o castillo haya de quedar y sea libremente de aquel, o aquellos que lo tomaren o ganaren según la costumbre de guerra, reservando para S.Md. todos los prisioneros que dejaren de matar de cualquier calidad o condición que sean, porque estos han de quedar reservados a nuestro arbitrio, para hacer de ellos lo que fuera en servicio de S.Md. y el artillería, pólvora y otras municiones de trigo y vituallas de cualquier género que sean, que estuvieren puestas en casa o magacenes [almacenes] particulares, lo cual todo ha de quedar para entregarse a la persona o personas, que por nuestro mandado fueran señaladas para que todo se convierta en servicio y utilidad de quien lo hubiere de haber, y en caso que la gente de guerra hubiere o ganare algunas vituallas o ganados de los enemigos en la campaña se entiende que no la han de poder saquear ni llevar, ni vender fuera del ejército, sino que sean constreñidos y obligados a venderlas en precios razonables y convenibles dentro del campo para provisión de la dicha gente de guerra que la hubieren menester, so pena de perdimiento de todo lo que así hubiere ganado, y además de esto hayan de ser y sean castigados en sus personas en penas a nuestro arbitrio reservadas.

La costumbre de guerra respecto a los prisioneros era la del rescate: un soldado podía apresar a un caballero y pedir rescate por él, aunque lo más frecuente era 'traspasar' la presa a un oficial, porque, por lo común, los rescates pedidos por personas nobles eran altos, tardaban en llegar, y en el interín, había que mantener al preso, no solo con vida, sino con una calidad de vida acorde a su naturaleza. Un pobre soldado no podía mantener preso a un noble, a no ser que pidiera un crédito a cargo del rescate. Por los pobres soldados se solía pedir de rescate un mes de sueldo. No era mucho, pero bastante.

[13] Así mismo, ordenamos y mandamos que sucediendo caso que se hayan de saquear algunas tierras o lugares rebeldes, como se contiene en el capítulos antes de éste, no sea ningún soldado solo ni acompañado de quitar a otro o a otros soldados del ejército la ropa que en tal lugar.

[14] Ídem, mandamos y defendemos que ningún hombre de guerra que vaya a servir a S.Md. en este su felícisimo ejército, pueda llevar mujer particular consigo, sino fuera su mujer legítima casado y velado con ella y que de otra manera todas las mujeres que vinieren en el ejército sean públicas y comunes a todos y que en cada compañía de españoles no puedan ir sino 6 mujeres de estas comunes a todos, so pena de azotarlas y quitarles a todas la ropa que tuvieren, y si se probare que algunos soldados o oficiales de nuestra corte de guerra tuvieren, o trajeren, en este ejército de S.Md. tales mujeres particulares suyas las echen del campo y queden de aquí en adelante inhábiles para poder tener cargo de guerra, además que serán castigados por las penas a nuestro arbitrio reservadas y mandamos que tengan cuidado los capitanes cada uno en su compañía so pena de la desgracia de S.Md. y privado de la dicha compañía.

De este particular hemos hablado sobradamente en la introducción. No parece sino destinada a evitar las embarcaciones en armada de las mujeres -  o sea, que los soldados no tuviesen derecho a embarcar sus 'amigas' y además tener que proveer bastimentos para ellas - a permitir algún castigo puntual - y puede que personal - y a tener la conciencia del rey tranquila, prohibiendo, aunque sea solo sobre el papel, el amancebamiento de la soldadesca.

[15] Ídem, que ningún soldado sea osado de quedarse en el bagaje, excepto los enfermos que quedaren con licencia en escrito de su maestre de campo, o de su propio capitán o coronel, constando y siendo pública y manifiesta su enfermedad, so pena que el soldado estando sano se quedare u metiere en el bagaje le den tres tratos de cuerdas.

En ocasiones había soldados que se fingían enfermos:
Habiendo mandado echar un bando y bandos que todos los soldados se recogiesen á sus banderas, por ser informado que estaban, muchos con sus bagajes haciéndose enfermos, y asi fué por el bagaje, y al que hallaba alli con ocasión dejábalo, y habia otros atados a las piernas un paño con sangre
para dar á entender que estaban heridos.
Hacíales quitar los paños, y visto lo que era, mandaba desbalijarlos; mirad si se les hacia agravio, mereciendo la muerte, en quitarles su ropa para los que peleaban 
Diálogo de las guerras de Orán, en Colección de libros españoles raros o curiosos, v.15. 

[16] Otrosí, que ninguno que no sea comisario o furriel o persona diputada de algún tercio de gente o nación, sea osado de ir adelante del ejército ni de su bandera a entender ni tomar alojamiento ni hacer otras prevenciones so pena de la vida

[17] Así mismo, mandamos que ninguno se desmande ni salga ni deje de acompañar su bandera ni tercio por la orden que todos los demás llevaren, no adelantándose ni atrás ni adelante so pena que pareciere a su superior.

Lo de seguir un orden tenía una finalidad no solo disciplinaria - que los soldados no se desmandasen para ir a robar - sino también de tipo organizativo y táctico: los soldados están para luchar y marchar en orden, no para avanzar al libre albedrío, pero en general, este 'desmandarse' tenía como objeto ir a robar aprovechando la marcha del ejército, para después reincorporarse. .

Desmandarse es, según Covarrubias: 'alargarse más de lo que es razón, y es propio de los criados, que salen fuera de la orden y mandado de sus señores, y extiendese a los demás que hacen alguna cosa que esté en su lugar'. También puede entenderse que es irse y dejar de estar fuera del mando de sus oficiales, o tomarse licencias, pero siempre que leo el vocablo, interpreto que son soldados que han salido fuera de la ordenanza, cuya motivación principal es la de conseguir algo de comida o para saquear.

pero algunos soldados desmandados y otros que se salieron del escuadrón se aprovecharon muy bien , que estos tales, como son más solícitos al enfardelar lo que roban que á cumplir con sus obligaciones, siempre se ven más medrados que los que no se apartan de sus puestos ni banderas.
Sucesos de Flandes, año de 1587

También haba muchos soldados que se desmandaban, o sea, se adelantaban en batalla 'ganosos de pelear', y esto lo hacían sin orden de sus superiores. Se consideraba contraproducente, pues no solo ellos se ponían en riesgo, pero al mismo tiempo, era apreciado como acto de gallardía. En 1546, estando el ejército imperial en Alemania, un coselete alemán se acercó a los reparos - un terraplén defensivo - tras el que se guarecían los españoles, a modo de desafío. Un soldado español aunque era pena de la propia vida el que saliese del reparo al campo, ofrecese a la pena por la gloria que esperaba alcanzar de aquel guerrero, arroja el arcabuz, toma la pica sin otras armas, salta del reparo y terciando su pica airosamente [...] pasó el robusto y acerado pecho rompiéndose al caber del grave cuerpo quedándole temblando su asta rota. El singular combate, en medio de una refriega, provocó el regocijo de los asistentes, y quedó glosado por la pluma de Jerónimo de Urrea, entonces, capitán del tercio de Nápoles.

Los soldados desmandados, por cierto, podían ser presa fácil del enemigo, y a veces, el ejército marchaba quedándose atrás, en zona hostil, pero hay ejemplos de lo contrario, como el caso de 12 mosqueteros que rompieron una tropa de caballería francesa con sus disparos, teniendo, eso sí, por frente un pantano.


[18] Otrosí, es nuestra voluntad y mandamos que los hombres de cualquier nación que no trajeren o llevaren armas ni siguieren ni acompañaren bandera de ordenanza, o no fueren criados de señores o caballeros o oficiales muy conocidos de nuestra Corte y ejército de S.Md. se vayan luego del campo dentro de tercero día después de la publicación de la presente, y no los sigan so pena de la vida.

[19] Así mismo, mandamos y ordenamos que todas las personas que no fueren soldados en orden para ir en escuadrón no puedan ir ni vayan sino con el bagaje siguiendo la bandera que irá con el bagaje so pena de tres tratos de cuerda y de ser desvalijados.

Tanto la ordenanza de 1543 como la de 1555 recogen un artículo específico para las mujeres, de igual tenor que el enunciado, excepto que en 1543 la pena era de muerte, y en 1555, era ser desvalijadas.

Aquí solo me cabe pensar que, amén de las posibles innovaciones de los escribanos que se dedicaban a copiar, casi a la letra, las ordenanzas, parte de ellas eran mero papel mojado, porque condenar a muerte a una persona no militar por no marchar junto al bagaje se antoja a todas luces excesivo e inaplicable.

Hay otro matiz en el articulado, y es que las mujeres deben caminar con el bagaje de su nación. O sea, que vemos, por un lado, que los bagajes se organizaban por naciones, y que las mujeres, como los soldados, se ordenaban por naciones, cosa que a nivel disciplinario no tiene demasiada importancia, pero sí a nivel social.

[20] Otrosí, que ningún soldado ni otra persona sea osado de tocar en ropa ni en cabalgadura ninguna cargada o descargada, que vaya con el bagaje ni que vaya perdida por el campo ni consientan que otros la toquen ni tomen sino fuere para volverla luego a su dueño, so pena de la vida.

[21] Ídem, que ninguno sea osado en el campo ni fuera de él, de entrar ni salir escondidamente ni por lugares no acostumbrados en ninguna tienda de nuestra Corte y ejército de S.Md. sino fuere públicamente por la puerta ordinaria de ella, so pena de la vida.

Otra medida para prevenir los robos...

Al principio deste gobierno robaron en una quinta valor de veinte ducados una cuadrilla de seis ó siete, que iban á vengarse de unos hombres que los habían maltratado. Hice mucha diligencia por saber quien eran [...] 
Dos dias después pareció una ropilla de un soldado de los que allí se hallaron, y habia mudado el traje, y por el rastro della pesqué dos, y otro dia los hice ahorcar, y no les habían tocado cuatro reales de parte. 
Don Juan de Silva a Don Cristóbal de Mora. Julio de 1594


[22] Ídem, que toda la gente de guerra de pie y caballo del ejército de S.Md. los que van en este jornada a le servir de cualquier calidad, grado o condición que sean, si fueren armadas cuando caminaren lleven cada uno su banda colorada sobre las armas, y no llevando coselete, lleven las cruces coloradas cosidas en los vestidos, de manera que todos las traigan públicas y no de suerte que se las puedan cubrir y quitar, so pena que el que se hallare de otra manera sea habido y tenido por enemigo y castigado por tal.

El rojo era el color de la casa de Austria. Los soldados debían llevar algún pedazo de tela: una cruz cosida en la ropa para los soldados desarmados, o sea, sin armas defensivas, o una banda para los soldados armados con coselete para ser identificados, pues en esta época, excepto las guardias reales, no había uniformes.



[23]  Y si por nuestro mandado se ordenare o mandare que alguna gente de guerra de a pie o de a caballo quede o vaya a residir en guarnición de alguna tierra, castillo o lugar según conviniere proveerlo y que la tal gente fuese cercada de los enemigos, o les diese combate una o muchas veces, entiendese que por esto no habemos obligación de pagarles otro sueldo ni ventajas, más solamente sus pagas ordinarias y en caso que los enemigos y rebeldes de S.Md. quedando en algunas villas, o castillos, vinieren a darnos la obediencia y ponerse en nuestras manos y pareciese haber con ellos alguna composición, la gente de guerra de este felícisimo ejército en general y en particular no hayan de presumir ni entrar en tales tierras o fortalezas por fuerza ni sacarles la ropa ni los ganados, ni quemar ni talar cosa ni heredamiento ninguno, sin tener para ello mandamiento expreso.

Los alemanes tenían la costumbre de recibir una paga extra el día que tenían batalla, o más comúnmente, computarse la paga del mes entero ese día, y comenzar otro mes de paga ese día.

[24] Y porque conviene que todos los molinos que se hallaren de viento y agua en cualesquiera tierras o ríos se conserven, mandamos que ningún soldado de pie ni de caballo ni otra ninguna persona sea osado de les romper ni quemar ni hacer otro daño en ellos, sino fuese con expresa orden de sus superiores, so pena de la vida.

El pan, como decimos, era el alimento fundamental en la época para todas las personas. Normal que se dictaminasen artículos específicos que protegían las instalaciones donde se procedía a su molienda.

[25] Y si con ayuda de Nuestro Señor hubieramos victoria dándose alguna batalla, o reencuentro en campaña o combatiéndose alguna tierra o castillo donde los rebeldes hayan puesto presidio o guarnición de cualquiera manera que sea, mandamos y ordenamos que los soldados y gente de guerra ni otras personas que irán en este felícisimo ejército, no sean osados de desmandarse ni poner a saquear ni a robar cosa alguna, sino que todos entren y estén en ordenanzas en 6 escuadrones o de la manera que por sus superiores les será ordenando, hasta tanto que la compañía o la plaza de la tierra que se ganare sea enteramente ocupada, ganada y asegurada por los nuestros, so pena de la vida, cualquiera que lo contrario hiciere, y mandamos que ningún hombre de guerra ni de pie ni de a caballo, sea osado de tocar ninguna arma en el ejército ni hacer alboroto de día ni de noche, sino fuere porque hubiere evidente necesidad o causa para ello, viendo o sintiendo que sobrevenían los enemigos, y cuando se tocare arma cada uno vaya y acuda luego a su cuartel y bandera  con sus armas para ponerse en el lugar que se le señalare, y si alguno se quedare en su tienda o alojamiento sin estar enfermo o con alguna otra evidente necesidad y orden será castigado en la persona por ello.

Del incumplimiento de esto encontramos muchos ejemplos a lo largo de la historia, porque los soldados, codiciosos del saco de las villas en los asaltos de plazas fuertes, o de saquear el bagaje del enemigo, se desordenaban y abandonaban la lucha para dedicarse a saquear.

Por ejemplo, durante la batalla de Cerisoles o Cerezoles [1544] el escuadrón español se hallaba 'robando tan de su espacio y a placer como si no hubiera contradicción' cuando llegó Gutierre de Quixada enviado por el marqués del Vasto para que los recogiese. Al principio los soldados no dieron crédito a las noticias de que los franceses se hallaban en posición de ganar la batalla, y pensaban que era un 'recaudo falso' que les enviaba el marqués para impedirles el saco, pero al final se conformaron y retomando sus armas,  pues 'ni los arcabuceros tenían munición ni los coseletes picas' se pusieron en escuadrón, cosa que les permitió retirarse y salvar la vida. La batalla se perdió por otros motivos, fundamentalmente, por la falta de comunicación y coordinación en el mando imperial, pero el comportamiento fuera de toda orden de las tropas españolas dejó mucho que desear.

[26] Ídem, que ningún soldado de pie ni de caballo pase la muestra ni se haga escribir, ni tire ni lleve la paga más de en una sola compañía, y que no pase ni responda en nombre ajeno, sino cada uno pase y se escriba en su compañía en su nombre propio, y so pena de la vida, y el cortesano que pasare mozo o mozos en alguna plaza, sea desterrado por ello perpetuamente.

Este artículo tiene un enfoque un tanto capcioso, pues en realidad era el oficial el que hacía pasar soldados de otras compañías, mozos o paisanos, armados para asentar 'plazas muertas' y cobraba por ello.

Acuerdome que en el vno [tercio] que yo era capitan, que tenia veynte vanderas y que vn dia antes auia sido socorrido en dinero, por dos mil y ocho cientos soldados, puedese dezir que no parecieron ni se hallaron mil hombres cumplidos en las veynte vanderas. Yo confieso q a juyzio de capitanes echamos menos vna parte de hasta doscientos que se hallasen fuera, desmandados a correr, pero el mayor daño que alli se juzgo, era de parte de los contadores y capitanes, pues tantas inuenciones y maneras ajuntan para hazer mas foldados en muestras y pagas
Cuerpo enfermo de la milicia española, Marcos de Isaba [1594].

En tema de fraudes, es el capitán Marcos de Isaba, castellano de Capua, quien más y mejor escribe y propone remedios para atajarlos.

En 1538 el nivel de fraude fue tal, que se hizo una reforma general, quedando 27 compañías reducidas a 8, y siendo los capitanes defraudadores apresados en el castillo de Milán por varios meses.

Al contrario, en 1532, un capitán denunció que en el ejército del Emperador que marchaba al socorro de Viena no había sino poco más de 3000 españoles, que el resto de plazas se las llevaban el marqués y los capitanes. Se pasó muestra y se hallaron 6200 soldados, entre ellos, 3500 arcabuceros. El Emperador mandó que a Jerónimo de Leyva, que así se llamaba el capitán denunciante, le cortasen la cabeza, castigo bastante riguroso.

[27] Ídem, que ningún soldado se pueda prestar armas ni caballo para pasar en la muestra so pena de la vida porque es conveniente que cada uno esté en orden para poder servir y merecer el sueldo que se paga.

Los mozos y criados que pasaban muestra como soldados debían pertrecharse para cometer el fraude, pues los veedores y contadores, oficiales encargados de supervisar las muestras, no podía pasar a alguien por soldado que no portare armas. Evidentemente, los oficiales del sueldo podían estar conchabados con los capitanes, y no era necesario el paripé.

También los soldados que habían empeñado sus armas para poder vivir, o las habían perdido apostando por el vicio del juego [véase artículo 30], las pedían prestadas a la hora de pasar muestra.

[28] Ídem, que ningún capitán ni alférez pueda recibir en su compañía a ningún soldado de compañía ajena sin consentimiento expreso de su primer capitán o licencia de sus maestres de campo, y el que lo contrario hiciere será castigado y el alférez privado de la bandera, sin que pueda más serlo en este felicísimo ejército, y que sea echado y desterrado de él, porque de esto se suelen seguir y causar muchas desórdenes y pendencias.

Normalmente, los soldados buscaban oficiales menos rigurosos con los que servir, y el oficial con más soldados tenía más facilidad para hacer pasar plazas muertas. El nombre de plaza muerta, por cierto, deriva de que al morir el soldado, no se notificaba su muerte, y se seguía recibiendo su sueldo.
También era cierto que el soldado podía haber recibido un agravio real de su oficial, o mantener con él una querella personal irresoluble y buscaba entonces, con permiso del maestre de campo, mudarse a una compañía para evitar males mayores, como los enunciados por Diego Núñez Alba.

[29] Ídem, que ningún soldado, ni otra persona de ninguna calidad que sea, deshaga ni desordene ni se mude del lugar que por su furriel mayor o particular le será señalado, ni tome el alojamiento que fuere de otro, so la pena a nuestro arbitrio reservada, y porque podría ser que el maestre de campo general, o algunos de los Prebostes, Barracheles, o Alguaciles de este felicísimo ejército quisiese prender algunos malhechores y que los tales se le pusiesen en defensa no dejándose prender, mandamos expresamente a cualesquiera hombres de guerra o de nuestra Corte y ejército de cualquiera calidad o condición que se hallaren presentes, ayuden y favorezcan a los dichos ministros de justicia, so pena que el que lo contrario hiciere sea habido y tenido por el tal delincuente y castigado por ello.

[30] Ídem, que ninguno sea osado de tomar ni alzarse con el dinero que otro le hubiere ganado en juego público, ni secreto, y que ningún soldado ni no soldado pueda jugar sino con dineros delante porque si alguno jugare a crédito sobre su palabra y perdiese alguna cantidad grande o pequeña, mandamos que se entienda que la tal persona que hubiese perdido no sea tenido ni obligado a cumplir la palabra ni a pagar lo que así perdiese en ningún tiempo y expresamente defendemos y mandamos que ninguno pueda jugar ni poner en el juego por prenda sus armas, y si fuese hombre de caballo que no ponga su caballo ni armas, pero sobre otras prendas se permite que se pueda jugar.




Apéndices. 

La numeración de los artículos, recordemos, no aparece en el original. La uso para contrastar las tres ordenanzas, que no son idénticas.Sigo el orden de la ordenanza de 1552, la más extensa, con 30 artículos. Los señalados con una letra [A], [B], etc, son propios de las ordenanzas de 1543 y 1555. 

En tinta azul, los artículos que aparecen en estas dos ordenanzas y no en la de 1552 analizada. 


Ordenanza de Bona [Bonn, 20 de agosto de 1543]


«El Rey.

La orden que mandamos que tengan y guarden de aquí adelante la gente de guerra de a pié y de a caballo de todas las naciones , y las otras personas que nos siruen y siruieren en este nuestro exército durante nuestro beneplázito y voluntad, es la siguiente:

[1] Primeramente : que ningún soldado de á pié ni de a caballo, ni otra ninguna persona que sirua y siga en nuestra corte y exército, no blasfemen ni renieguen de Nuestro Señor Dios, ni de Nuestra Señora, ni de los  otros santos, so pena que sean por ello ásperamente corregidos y muy bien castigados, como pareciere a sus superiores.

[2] Iten : que ningún soldado de qualquier nación que sea pueda irse del campo sin licencia en scripto de nuestro Capitán general ó de los capitanes particulares de las compañías en que estuuiere, entre tanto que durare la guerra, so pena de muerte.

[3] Otrosí : que á los clérigos, frailes y monjas, yglesías y monasterios , ni á las mugeres ni niños que hubiere en las tierras de los enemigos, ni á los altares, imágenes, reliquias sacras ni ornamentos, y especialmente á las custodias del Santíssimo Sacramento, no toquen ni hagan ningún daño ni injuria ni violencia, no embargante que sean ganados y tomados por fuerça de los enemigos [los pueblos], sino fuere aquellas personas que ternán las armas contra ellos, y los hallaren peleando contra nos y contra nuestras gentes, so pena de la vida.

[4] Y por euitar los inconvenientes grandes que se podrían seguir en nuestro exército si a lo infrascrito no se previniesse, es nuestra merced y declaramos por la presente que ponemos tregua y suspendemos general y
particularmente, y tomamos en nuestras manos todas las pendencias, quistiones, desafíos y injurias que ha hauido y hay hasta hoy entre todas las gentes y soldados, y otras qualesquier personas de mayor y menor
calidad que van y vernán en nuestra corte y exército en nuestro servicio por todo el tiempo que durare esta guerra y un mes después aunque sean de mucho tiempo, y las que huuieren succedido hasta el dia de la publicación de la presente. Y mandamos expresamente que ninguno contravenga ni quebrante la dicha tregua y suspensión de pendencias, directa ni indirectamente, so pena de aleve y de incurrir y caer en caso de traición, y que muera por ello.

[5] Otrosí: ordenamos y mandamos que viniendo a noticia de algún soldado ó otra persona que otro soldado ó no soldado de nuestra corte ó exército intenta ó quiere hazer ó cometer algún aleve ó traycion contra nos ó contra qualquier persona de las que estén ó estuuieren en nuestro seruicio, lo declare y manifieste luego á nos ó a nuestro capitán general ó á qualquier otro de nuestros ministros y capitanes, para que nos lo hagan saber y se provea sobre ello lo que convenga, so pena que el que tal cosa supiere y no la manifestare, como de suso se contiene, cayga é incurra en el mismo caso y lleue la misma pena por ello que llevare el principal
delincuente.

[7] Iten : que ninguno sea osado de hablar ni tener pláticas públicas ni secretas, de palabra ni por escripto con los enemigos, sin tener para ello licencia expresa de su superior, so pena de la vida; y el que lo supiere que otras personas tienen las dichas pláticas y tratos y no lo descubriere, cayga en la misma pena.

[6] Iten : ordenamos y mandamos que en los alojamientos de nuestra corte y exército estén pacíficos y quietos todos los que en ellos estuuieren, y que las gentes de cada nación se traten y respeten con las de las otras naciones tan amigablemente que no haya ni pueda hauer entre ellos diferencias , ni ruydos ni otros escándalos; y que si alguno hubiere, sea passado por las picas el que pareciere que movió la quistion y fué causa della.

[8] Y particular y expresamente ordenamos y mandamos a los coroneles , maestres de campo, y capitanes, y alférezes y otros soldados nuestros, de qualquier nación ó calidad que sean, que si vieren revolver alguna quistion en sus quarteles entre qualesquier soldados suyos con los de otra nación , procuren con toda solicitud y diligencia de atajarlo y apaciguarlo en quanto les fuere posible, y pudiéndolo hazer ó no, que siempre hayan de ayudar, guardar y favorecer al extrangero y salvarlo, de tal manera que no le sea hecho daño alguno hasta meterlo en su quartel, porque con este medio todas las naciones que nos van á servir hagan su deber contra los enemigos y entre sí vivan pacífica y hermanablemente.

[9] Otrosí : ordenamos y mandamos que ninguno sea osado de tocar en las vituallas que se traxeren á nuestro exércíto, ni hazer fuerza ni dar impedimento á ninguno de los que las traxeren ó quisieren traer á vender, aunque se diga que las quieren pagar, hasta tanto que todas las cosas de comer generalmente sean traydas al mercado ó plaça pública del campo, y puesto precio en ellas por nuestro comisario general ó por las otras personas diputadas y que ternán cargo particularmente dellos , so pena de la vida.

[10] Otrosí : es nuestra merced y mandamos y defendemos que ningún soldado de a pié y de á caballo sea ossado de yr a comer * solo ni acompañado sin licencia de su superior, so pena de perder todo lo que traxere de las correrías , y que muera por ello.

* Se trata de 'correr' y hay un error de transcripción, pues a continuación habla de 'correrías', y las demás ordenanzas indican correr.

[11] Iten : que ningún soldado pueda ir fuera de su quartel á comer, ni jugar en tavernas, ni bodegones ni otros lugares públicos donde estuviere alojada gente de otra nación, sino que cada uno en el quartel de su nación, en los alojamientos ó lugares públicos del , pueda comer y jugar y no fuera de ellos, porque desto suelen suceder muchas quistiones y escándalos; y qualquier que lo contrario hiziere , muera por ello.

[12] Assí mismo, mandamos y ordenamos que succediendo caso que se haya de saquear alguna tierra ó lugar rebelde ó de enemigos, no sea osado ningún soldado solo ni acompañado, de quitar á otro ni á otros ningunos soldados de nuestro exército, la ropa, bienes ó prisioneros que en tal lugar ó saco hubiere ganado, so pena de la vida.

[A] Otrosí : ordenamos y mandamos que todas las mugeres que hay entre todas las gentes de nuestro exército, caminen y vayan siempre en el bagage de su nación y no fuera del , so pena de muerte. 

[15] Iten : que ningún soldado sea osado de quedarse con el bagage , excepto los enfermos que quedaren con licencia en escripto de sus maestres de Campo ó coroneles , ó de su propio capitán , constando y siendo pública y manifiesta su enfermedad , so pena que el soldado que estuviere sano y se quedare y metiere entre el bagage, que le den tres tratos de cuerda,

[16] Otrosí : que ninguno que no sea comisario ó furrier ó persona diputada de algún tercio ó nación , no sea osado de ir adelante del exército ni de su bandera á entender ni tomar alojamiento ni hazer otras provisiones , so pena de la vida.

[17] Assi mismo mandamos que ninguno se desmande ni salga de acompañar su bandera y tercio con la orden que todos los demás le llevaren , no adelantándose ni quedándose atrás ni saliéndose de la orden á una mano ni á otra , so la pena que pareciere á su superior.

[B] Iten : que ninguno sea osado de tomar alojamiento ni casa ninguna hasta tanto que sea primero repartido y señalado por sus furrieres , so pena de ser por ello muy bien castigado a arbitrio de su superior. 

[18] Otrosí : es nuestra merced y mandamos que los hombres de qualquier nación que no traxeren armas ni siguieren ni acompañaren bandera ordinaria, ó no fueren criados de señores y caualleros offíciales muy conocidos de nuestra corte ó de nuestro exército , se vayan del campo luego, dentro de tercero dia, después de la publicación de la presente, y no lo sigan, so pena de perder la ropa que tuvieren y de perder la vida.

[19] Assi mismo ordenamos y mandamos que todas las personas que no fueren soldados, ó no fueren en orden para yr en esquadron, no vayan ni puedan caminar, sino entre la batalla y retaguarda, juntándose con el bagage y siguiendo todos la bandera que irá con el bagage, so pena de vida.

[20] Otrosí : que ningún soldado ni otra persona sea ossado de tocar en ropa ni en cabalgadura ninguna, cargada ó descargada, que vaya con el bagage, ni que vaya perdida por él campo, ni consientan que otros la toquen ni tomen , si no fuere para volverla luego á su amo, so pena de la vida.

[21] Iten: que ninguno sea osado en el campo ni fuera del de entrar, ni salir escondidamente , ni por lugares no acostumbrados, en ninguna tienda de nuestra corte y exército, si no fuere públicamente y por la puerta ordinaria della, so pena de la vida.

[22] Iten : que toda la gente de guerra de a pié y de a caballo de nuestro exercito, y los que van á nos servir en esta jornada, de qualquier calidad que sean, si fueren armados, quando se caminare, lleve cada uno su banda colorada sobre las armas; y no llevando coseletes, que todos lleven las cruzes coloradas cosidas en los vestidos que llevaren, de manera que todos las traygan públicas y no escondidas, ni de manera que se las puedan fácilmente cubrir ni quitar, so pena que el que se hallare de otra manera sea tenido por enemigo y castigado y tratado como á tal.

Todo lo qual, juntamente, y cada cosa por sí, mandamos que se guarde y cumpla, según y de la manera que desuso va declarado; y rogamos y encargamos al nuestro Capitán general y mandamos a los coroneles, maestres de Campo, capitanes y alférezes y otras qualesquier personas, ministros y oficiales nuestros, que lo guarden y cumplan y lo hagan guardar y cumplir inviolablemente, y que se haga pregonar públicamente en el exército en todas lenguas para que venga á noticia de todos y ninguno pueda pretender ignorancia; y que a cada coronel y maestre de Campo se dé una copia de la presente declaración y ordenanzas, y que ésta, original , quede en poder del nuestro Comisario general para que él la guarde y haga dar las dichas copias á los que las han de hauer.

Fecho en Bona á XX de Agosto de 1543 años.


Ordenanza de 1555

Ordenanza que de parte de Su Magestad el Rey D. Cárlos 1 espidió en Salucia el Duque de Alva, Virey de Nápoles, á 1.° de agosto de 1555, para el régimen y disciplina del ejército de Italia, de que era Capitan General

Don Fernando Alvarez de Toledo, Duque deAlva, Marqués de Coria, Conde de Salvatierra, Virey de Nápoles, Gobernador del Estado de Milan, Mayprdomo mayor de Su Magestad, del Consejo de Estado, su Lugarteniente y Capitan General en Italia etc.

Las Ordenanzas que de parte de Su Magestad mandamos guarde y observe toda la gente de guerra de pie y de caballo de todas las naciones y de todas las otras personas que sirven y sirvieren en este su felicisimo ejército, durante este beneplácito, son las siguientes.

[1] Primeramente que ningun soldado de pie ni de caballo, ni otra ninguna persona que sirva y siga este felicisimo ejército, no blasfeme ni reniegue de Nuestro Señor Dios, ni de Nuestra Señora, ni de los Santos, so pena que sean por ello a nuestro arbitrio castigados.

[2] Que ningun soldado de cualquier nacion que sea, no pueda irse ni ausentarse del campo sin licencia en escrito nuestra, entre tanto que durare esta guerra, so pena de la vida.

[3] Otrosí: que las Iglesias y monasterios, altares, imágenes, reliquias sacras, ni ornamentos dellos, y especialmente en las Custodias del Santísimo Sacramento, no toque naide ni sea osado de hacer ningun daño, injuria ni violencia, antes las traten con toda reverencia y acatamiento, ni menos hagan ningun daño ni maltratamiento á los clérigos, frailes y monjas que se hallaren, no embargante que sean ganados y tomados por fuerza sino fuera aquellas personas ó religiosos que hubieren tomado las armas contra nuestra gente de guerra, so pena de la vida; y por evitar los inconvenientes grandes que se podrían seguir en este felicisimo ejército si lo infraescripto no se previniese.

[4] Es la voluntad de Su Magestad y de su parte decláramos por la presente, que ponemos tregua y suspendemos general y particularmente, y tomamos á nuestras manos todas las pendencias, cuestiones, desafios y injurias que ha habido y hay hasta hoy dia de la publicacion de la presente entre la gente de guerra y personas de menor o mayor calidad que fueren, y no estuvieren en este dicho ejército en servicio de Su Magestad por todo este tiempo que durare esta guerra y un mes despues aunque sea de mucho tiempo atrás, y espresamente mandamos que ninguno contravenga ni quebrante la dicha tregua y suspension de armas, directa ni indirectamente, so pena de aleve, y de incurrir en caso de traicion, y que muera por ello.

[5] Otrosí: ordenamos y mandamos que viniendo á noticia de algun soldado, o de otra cualquiera persona que otro soldado o no soldado de este dicho ejército quiera entrar, o hacer, ó cometer alguna leve traicion contra el servicio de Su Magestad, o contra Nos, ó contra cualesquier personas de las que están ó estuvieren con este ejército de Su Magestad, y manifieste luego á Nos o á los Maestres de Campo, ó Capitan, ó cualquier otro ministro de este ejército para que nos lo hagan saber y se provea sobre ello lo que convenga, so pena que el que la tal cosa supiere y no lo manifestare luego, caiga é incurra en al mismo caso y lleve por ello
la misma pena que mereciere el principal delincuente.

[7] Item: que ninguno sea osado de hablar ni tener pláticas públicas ni secretas, de palabra ni en escrito con los enemigos, sin tener para ello licencia espresa nuestra, so pena de la vida; y el que supiere que otras personas tienen las dichas pláticas y tratos y no las descubrieren, caigan .en la misma pena.

[6] Ordenamos y mandamos que todos esten quietos y pacificos en los alojamientos, y qué las gentes de cada nacion se traten y respeten con la gente de las otras naciones amigablemente para que no haya ni pueda haber entre ellos diferencias, ruidos ni otros escándalos, y cualquiera que los moviere sea pasado por las picas.

[8] Particular y especialmente ordenamos y mandamos a los Coroneles y Maestres de Campo, Capitanes, Alféreces y otros soldados de cualquier nacion y calidad que sean, quisieren revolver alguna cuestion o pendencia en sus cuarteles entre cualesquier soldados suyos con los de otra nacion, procuren con toda solicitud y diligencia de atajarla y apaciguarla en cuanto les fuere posible, y pudiéndolo hacer ó no, que siempre hayan de aguardar, ayudar y favorecer á los estrangeros y reservarlos de tal manera que no les sea hecho daño alguno; porque haciéndose esto, todas las naciones que sirven en este dicho ejército bagan su deber contra los
enemigos entre si vivan pacifica y amigablemente.

[9] Otrosi: ordenamos y mandamos que ninguno sea osado de tomar en las vituallas que trajeren á este dicho ejército, ni hacer fuerza, ni dar impedimento alguno á los que las trajeren ó quisieren traer á vender, aunque digan que se las quieren pagar, hasta tanto que todas las vituallas y cosas de comer generalmente sean traidas á los mercados ó plazas del campo ó al lugar que para esto estuviere designado y señalado, y sea puesto precio en ellas por el Comisario general y Maestres de Campo.

[10] Otrosi: mandamos que níngun soldado de pie ni de á caballo, ni otros del dicho ejército, sean osados de ir á correr solos ni acompañados, sin nuestra licencia, so pena de perder todo lo que trajeren y la vida.

[11] Que ningun soldado pueda ir fuera de su cuartel á comer ni á jugar en otros lugares públicos donde estuviere alojada gente de otra nacion, porque de esto suelen suceder muchas cuestiones y escándalos, so pena de la vida.

[12] Otrosí: ordenamos y mandamos que la ropa, prisioneros y otras cosas que la gente de guerra ganare y hubiere en batalla ó reencuentro, ó en combate de alguna tierra o castillo, haya de quedar y sea libremente de aquel ó aquellos que los tomaren ó ganaren, segun la costumbre de la guerra, y que ninguno quite á otro por fuerza lo que hubiere ganado, so pena de la vida; reservando los prisioneros que fueren personas principales y los que tuvieren títulos de Capitanes Generales, los cuales han de quedar para hacer dellos lo que fuere el servicio de Su Magestad, segun quisiéremos disponer dellos.

[12] Ansímismo el artillería, pólvora y otras municiones, y todo el trigo y vituallas de cualquier género que sean, que estuvieren puestas en casas o magacenes por municion de las dichas tierras, lo cual todo ha de quedar para Su Magestad, y se ha de entregar y consignar en poder del Comisario general o de sus Oficiales, y de la persona ó personas que por Nos fuere ordenado: y en caso que la dicha nuestra gente de guerra hubiere ó ganare algunas vituallas ó ganados en las casas particulares de los enemigos, se entiende que sean suyas; pero que no las han de poder sacar, ni llevar, ni vender fuera del ejército, sino venderlas en él á precios razonables y convenibles, so pena de perdimiento de todo lo que así hubieran ganado y ser castigados á nuestro arbitrio.

[14] ltem: mandamos y defendemos que ningun hombre.de guerra de este dicho ejército, pueda llevar muger particular consigo sino fuere su muger legítima, casado y velado con ella, sino que todas las mugeres sean públicas y comunes á todos, y que en cada compañía de españoles no puedan ir mas de seis mugeres públicas, so pena de ser azotadas públicamente y desbalijadas; y si se probare que algunos soldados ó oficiales trajeren en el ejército mugeres por sus amigas particulares, sean desterrados del campo y queden de adelante inhábiles para poder tener cargo de guerra. Y mandamos que los Capitanes tengan cuidado particular cada uno en su compañía de que esto se guarde y cumpla ansí, so pena de nuestra desgracia.

[A, 1543] Otrosí: mandamos que las mugeres que hubiere del ejército caminen y vayan siempre con el bagaje de su nacion y no fuera dél, so pena de ser desbalijadas.

[15] Que todos los soldados sigan sus banderas y ninguno sea osado quedarse con el bagaje, escepto los que manifiestamente fueren enfermos, con licencia en escrito del Maestre de Campo, ó Coroneles ó de su propio Capitan, so pena de tres tratos de cuerda.

[16] Otrosí: que ninguno sea Comisario, ó Furrier, ó persona diputada de algun tercio, o nacion, sea osado de ir delante del ejército á tomar alojamiento ni hacer otras provisiones, so pena de la vida.

[18] Otrosi: mandamos que los hombres de cualquier nacion que sean que no trajeren ó llevaren armas, ni siguieren, ni acompañaren bandera de ordinario, ó no fueren criados de Señores ó Caballeros ó Oficiales muy conocidos del ejército se vayan luego del campo dentro de tercero dia despues de la publicacion de la presente, so pena do ser desbalijados y castigados en las personas á nuestro arbitrio.

[19] Ansimismo; mandamos y ordenamos que todas las personas que no fueren soldados de ir en escuadron, no puedan caminar sino juntándose con el bagaje y siguiendo la bandera dél, so pena de la vida.

[20] Que ningun soldado ni otra persona sea osado de tocar en ropa, bagaje ni cabalgadura cargada ni descargada, que vaya con el bagaje ni que vaya perdida por el campo, ni consientan que otros las toquen ni tomen si no fuere para volverla luego á su dueño, so pena de la vida.

[22] Que toda la gente de guerra de pie y de á caballo del ejército de cualquier calidad, grado ó condicion que sea, lleve cada uno su banda colorada sobre las armas, y los desarmados lleven las cruces coloradas públicas cosidas en los vestidos, de manera que no se las puedan fácilmente cubrir ni quitar, so pena de ser habidos y tenidos por enemigos, y castigados y tratados por tales.

[23] Otrosi: que si por órden nuestra, alguna gente de guerra de pie ó de á caballo, quedare ó fuere á residir en guarnicion y presidio de alguna tierra, segun conviniere proveerlos, y la tal gente de presidios fuese cercada de enemigos ó los combatiesen una ó muchas veces, se entienda que por esto no se les ha de pagar otro sueldo ni ventajas mas de solamente sus pagas ordinarias, y en caso que algunas ciudades, tierras, castillos ó otras plazas de los enemigos o personas particulares viniesen á dar la obediencia á Su Magestad, y á Nos en su nombre, y se hiciere con ellos alguna composicion, se entienda que la gente de.guerra de nuestro ejército, en general ni en particular, no han de presumir de entrar en las tierras, castillos ó plazas por fuerza, ni saquearlos, ni hacer daño en los ganados, ni quemar, ni talar cosa ni heredamiento ninguno sin tener para ello órden ni mandamiento expreso nuestro, so pena de la vida.

[25] Y si con ayuda de Dios Nuestro Señor hubiéremos victoria en alguna batalla ó reencuentro en campo ó en combate de alguna tierra de los enemigos, de cualquier manera que sea, ordenamos y mandamos que los soldados y gente de guerra ni otras.personas del dicho ejército, no sean osados de se desmandar ni ponerse á saquear ni á robar cosa alguna, sino que sigan la victoria y guarden cada uno su lugar hasta tanto que la campaña ó la plaza, ó la tierra que se ganare, sea enteramente ocupada y ganada, y asegurada por Su Magestad, so pena de la vida.

[25] Mandamos que ninguno sea osado de tocar arma en el ejército ni hacer alboroto, de día ni de noche, sin evidente causa ó sentimiento de enemigos, y cuando se tocare á arma cada uno vaya y acuda luego á su cuartel y á su bandera con sus armas para ponerse en el lugar que señalare ó fuere señalado, y si alguno se quedare en su tienda ó alojamiento sin estar enfermo, ó con alguna otra manifiesta necesidad y órden, sea castigado en la vida por ello.

[24] Y porque conviene que todos los molinos que se hallaren de viento ó de agua en cualesquier tierras ó rios se conserven, mandamos que ninguno sea osado de los romper, ni quemar, ni hacer otros daños en ellos, sino fuere por espresa órden nuestra, so pena de la vida.

[26] Que ningun soldado de pie ni de á caballo pase la muestra ni se haga escribir ni lleve paga mas de en sola una compañía, y no pase mas de una vez, ni responda en nombre alguno, so pena de la vida.

[27] Y porque conviene que cada uno esté en órden para poder servir con sus armas, ordenamos y mandamos que ningun soldado de pie ni de á caballo pueda prestar á otro armas ni caballo para pasar en la muestra, so pena de la vida.

[28] Que ningun Capitan, ni Alferez, ni Canciller, pueda recibir en su compañía ni escrebir en su lista á ningun soldado de compañía agena sin consentimiento expreso de su Capitan y licencia nuestra so pena de ser los Capitanes reprendidos y castigados á nuestro arbitrio, y los Alféreces sean privados de las bandera, y no puedan tener mas cargo de Alferez en este ejército, y que los Furrieles sean desterrados del ejército.

[29] Que ninguno se desordene ni se mude del lugar que por su furriel general o particular le será señalado, ni tomar el alojamiento que para otro se hubiere señalado, so la pena á nuestro arbitrio reservada.

[29] Y porque podrá ser que los Maestres de Campo, o algunos de los Prebostes del ejército, o sus Ministros prendiesen o quisiesen prender algunos malhechores que se les pusiesen en defensa no dejándose prender, mandamos expresamente á cualquier personas y gente de guerra que se hallasen presentes o cercanos, ayuden y farorezcan á los dichos Ministros de la justicia para que puedan ejecutarlo so pena que si hubiere algun malhechor que se huyere y escapare por razon o causa del favor o ayuda que se le hubiere dado, o por el estorbo que se hiciere á los dichos Ministros de Ja justicia, que aquellos que tal favor y ayuda hubieren dado á los delincuentes sean pugnidos y castigados, y se dé la misma pena que merecieran, y se les habia de dar á los delincuentes propios si no se huyeran.

[30] Que ninguno sea osado de tornará tomar ni alzarse con el dinero que otro le hubiere ganado en juego público ni secreto, y que ninguno pueda jugar sino dineros contados que tenga delante, y que si jugare crédito sobre su palabra, y perdiere alguna cantidad grande ó pequeña, se entienda que la tal persona que hubiese perdido no sea obligado á cumplir la palabra ni á pagar lo que ansí perdiere en ningun tiempo. Y expresamente defendemos y mandamos que ninguno pueda jugar ni poner en el juego por prenda sus armas. Pero sobre otras prendas se permite jugar como sean de oro o plata.

Reservamos en nos las penas que fueren en todo lo sobredicho crecer ó moderar á nuestro arbitrio, y como nos pareciere y la gravedad del caso lo requiera.

Dada en este felicísimo ejército de Su Mageslad en Salucia, á primero de agosto de 1555.


Bibliografía

Legislación militar de España antigua y moderna. Tomo 12. Antonio de Vallecillo. Madrid, 1854