Espadas y dagas

Espada
Amén de, evidentemente, el arma que le daba nombre y sueldo, los piqueros, arcabuceros, mosqueteros y alabarderos portaban la sempiterna espada, generalmente hermanada con una daga.

Se esperaba que en batalla en campo abierto no hubiera el soldado de recurrir al arma blanca, a no ser para dar alcance al enemigo derrotado, pues se confiaba en que el combate quedara resuelto antes, pero era imprescindible disponer de una espada para cualquier lance que pudiera darse, pues no todo era luchar escuadrón contra escuadrón.


cerraron animosamente con los rebeldes, y por no se poder aprovechar los unos ni los otros de las armas de fuego por la mucha agua que llovia , lo hicieron de las picas y espadas, que es la antigua pólvora y escaramuza de los españoles. Alonso Vázquez

Los más muertos y heridos de ambas partes fue con las espadas, cosa que ha años que no se ha visto en ninguna guerra; porque, al cerrar los nuestros por los dos costados, les vinieron a apretar de manera y a juntarse tanto con ellos que, no pudiéndose aprovechar por la estrechura del sitio, con los muchos arboles y setos de las huertas, de los arcabuzes vinieron a las espadas, combatiendo con ellas gran rato. Bernardino de Mendoza


La espada no debía ser larga, a lo sumo de cuatro palmos de hoja, para facilitar la movilidad, muy distinta de las roperas, o espadas de duelo, que los matasietes usaban para dirimir sus lances. No había que ir “fingiendo haberle dado a un chulo una mohada con la lengua de un jifero” para obtener el respeto de los camaradas de milicia, antes al contrario, se juzgaba que quien portase uno de estos hierros, propios de tahures y rajabroqueles, era alguien contrario al espíritu del soldado.

Espada ropera, o estoque, de largos gavilanes - en los que apoyando los dedos se podía hacer fuerza - y guarnición de taza para la protección de la mano que la maneja, propia para el duelo, o para la vida civil, pero no para la milicia, pues su longitud suponía un estorbo al movimiento ágil.

La espada en infantería frecuentemente se llevaba en talabarte esto es, cogida al cinto por unas cinchas [tal como el del soldado atravesado de la imagen] antes que en tahalí, o bandolera cruzada, que estorbaría en muchas facciones.

Este arma tenía un gran simbolismo para el hombre de la época. Quien la portase tenía partes de caballero e hidalgo, aunque hubiera nacido hijo de porquero. Tanto era así, que cuando se rendía una plaza fuerte por pactos, existían condiciones de salida de la guarnición rendida, acerca de si llevar o no los arcabuces con las mechas encendidas, o no llevarlos en absoluto. Pero por restrictiva que fuera, no se le negaba a un hombre el derecho a salir portando su espada, por mucho que hubiera sido derrotado.

Que todos los soldados [...] puedan salir [...] que no sea con otras armas mas de espada y daga [...] si no fueren los capitanes, los cuales puedan sacar todas sus armas. Capitulación de la villa de Mons, 1572


1 palmo castellano = 1 cuarto de vara = 20.8 cm

Clavar cañones

Por clavar un cañón, se entiende la operación que consistía en inutilizar los cañones del enemigo introduciendo precisamente un clavo por el fogón de la pieza de artillería, de manera que este quedaba inutilizado, pues era precisamente este fogón - agujero en el cañón - por donde se prendía la pólvora alojada en la recámara.

En la primera escena de la película Alatriste se entiende que la encamisada tiene como uno de sus objetivos, precisamente, el inutilizar las piezas de los rebeldes holandeses.

Era una facción de guerra que no era infrecuente, por los testimonios que nos han dejado distintos cronistas:

Bernardino de Mendoza
Los rebeldes de la villa [de Harlem], entre otras salidas, hizieron una con seiscientos alemanes por la Sylporta, con disignio (a lo que refirieron prisioneros) de desalojar a los nuestros del rebellín, [...] viniendo por las espaldas de las trincheas a clavar la artillería, ayudados de la niebla que hazía, con la cual llegaron sobre la misma artillería con tanta osadía algunos rebeldes que, peleando junto a los cañones, murieron, hallándoles los clavos y martillos que traían para efectuarlo.

Alonso Vázquez
peleando con mucha gallardía le habían muerto casi seiscientos hombres, y le ganaron tres piezas de artillería, gruesas , y dos culebrinas ; y con honroso trabajo las retiraron dentro de Roam , dejándoles enclavados otros tres cañones , y arrasados más de doscientos pasos de trinchera.

Carlos Coloma
Con todo eso, entraron algunos soldados nuestros, que murieron procurando enclavar la artillería enemiga

Las piezas de artillería eran el elemento clave en el asedio de una plaza fuerte. En las dos piezas de la ilustración se puede ver el fogón perfectamente.

Salida que hacen los de la guarnición de Los Gelves sitiados por los turcos en 1560, en la "Relación de la jornada que hicieron á Trípol de Berbería las armadas católicas, años 1560 y 61":
A 2 de junio, primero día de Pascua de Espíritu Santo, salieron por la parte de Levante 600 hombres de todas naciones, y llegados á las trincheas de los enemigos, se las ganaron, matando y hiriendo muchos, hasta hacerles desamparar el artillería. Enclaváronle dos piezas della, con punteroles, por no llevar recado de otra cosa. Pudiéranles quemar la pólvora: no osaron hacerlo por no quemarse ellos también

Los punteroles, según el DRAE, eran almaradas - agujas grandes - para coser alpargatas. No disponían de clavos, así que usaron las herramientas de que disponían para llevar a cabo su propósito.

También en la misma relación se explica que una compañía de soldados sicilianos - la de Lope de Figueroa, no el homónimo Lope de Figueroa que fue maestre de campo - se amotinó, y antes de abandonar el galeón que les transportaba en unas barcas, clavaron la artillería del mismo para que no se les disparase:
En el galeón de Cigala iba una compañía de sicilianos del Capitán Lope de Figueroa y otra de gastadores. En viéndole surto, hicieron lo mesmo que los calabreses, y aún más, porque mataron al Sargento y llevaron al Alférez ligado en tierra, y trataban de tirarle con las escopetas. El Capitán de la compañía había quedado en Malta. Primero que salieron del galeón enclavaron el artillería porque no les tirasen con ella, y no pudiendo caber todos en las dos barcas, quedaron de los amotinados hasta 24 ó 30.


En la defensa de Bugía en el año de 1555, se quiso hacer una salida para clavar la artillería turca. Aunque la empresa se consideró fácil, porque en la guarda del artillería no había más de hasta cien turcos, que á pedradas bastaban á desbaratarlos, se abortó porque otros oficiales del rey, acobardados, lo impidieron. En todo caso, es la descripción más detallada que he encontrado, y vale la pena reproducirla aquí, pues hasta nos explica que los clavos fueron fraguados ex profeso para la empresa:
mi parecer sería que se enmendase para delante y se mandare abrir esa puerta de la ciudad, y que la noche que viene ó la otra siguiente saliésemos á ellos á media noche, ó cuando más descuidados estuvieren, y yo saldré por la puerta con treinta ó cuarenta de caballo, y que salgan doscientos hombres de pie, escogidos, por la tronera donde dan la batería, lo más secretamente que se pudiere hacer, y entre ellos han de ir veinte hombres de hecho con veinte clavos de acero del tamaño que yo daré y veinte martillos, cada uno el suyo, y éstos han de llevar solamente sus espadas y rodelas y armaduras de cabeza y otras armas defensivas, y éstos no han de tener otro cuidado más de cuando arremetieren los de caballo y de pie, estos veinte han de arremeter derechos al artillería y cada uno á su pieza meterles los clavos por los fogones cuanto pudieren y luego quebrarlos, y esto entre tanto que la gente de caballo y de pié anduviéremos revueltos con los que guardan el artillería 
[...]
y así con este concierto se fueron de allí y luego el Capitán mandó traer unas barretas de acero para hacer los clavos, y dende un rato se metió el Capitán con el contador Pamenes solos en la fragua y se comenzaron á hacer los clavos

Parecer del contador Pamenes y respuesta del capitán don Alonso Carrillo de Peralta, alcaide de Bugía, durante la pérdida de la plaza asediada por los turcos en 1555.

Los clavos, claro, debían ser de hierro fundido para poder quebrarse con facilidad y no poder ser atenazados para posteriormente ser extraídos con herramientas. 



Inutilizar los propios cañones

Cuando una plaza fuerte estaba a punto de capitular, o bien había capitulado ya, un engorro que se podía causar al ejército que había de entrar en ella vencedor era clavarle los cañones que en ella estaban, para dejarlos inutilizados, aunque fuera temporalmente. También - como ejemplifica Lechuga en el caso de la plaza de Calais - cuando se abandonaba la defensa de un circuito de la plaza fuerte - en ese caso, la ciudad - y la guarnición se retiraba a otro - en ese caso, el castillo - era imprescindible inutilizar los cañones, siendo muy dificultoso, sino imposible, retirar las piezas llevándolas consigo a la posición última de defensa.

Reutilización del cañón enclavado

Los cañones quedaban inutilizados, aunque no eran irrecuperables del todo. Cristóbal Lechuga, en su "Tratado de la Artillería y Fortificación" da un método para desclavar un pieza: haciendo prender una carga de pólvora, habiendo taponado previamente la boca del cañón - dejando un agujero para prender la pólvora mediante mecha o reguero. Teóricamente, la explosión producida expulsaría el clavo.
En caso contrario, debía intentarse golpear el clavo para sacarlo por el ánima del cañón - meterlo dentro - o trepanar la pieza para abrir un nuevo fogón, método que - según Lechuga - era rápido de llevar a cabo, siempre que se dispusiese de un fundidor con su taller.

Método detallado por Cristóbal Lechuga en su tratado para desneclavar una pieza de artillería
Lechuga proponía que un fundidor abriera un nuevo fogón junto al clavo, como método más rápido y eficiente para solventar el enclavamiento de la pieza de artillería

Herramientas necesarias para hacer el fogón

Desde luego, el hecho es que la pieza podía quedar inutilizada al menos durante un periodo de tiempo, y dado que los asedios se realizaban con muy pocas piezas, este objetivo cumplido podía significar un revés importante para el enemigo.

La Guerra de Devolución, 1667-1668

LA CAMPAÑA EN FLANDES.
EL "PASEO" MILITAR
La guerra se inicia formalmente con el cruce de la "frontera" el 26 de mayo de 1667. El Ejército de Flandes no disponía de un ejército de campaña, y las tropas se dedicaban básicamente a la guarda de plazas fuertes.

Las primeras acciones supusieron un paseo para los franceses: toman Binche el 31 de mayo, villa que carecía siquiera de guarnición. Charleroi el 2 de junio, fortaleza en construcción y sin guarnición. Los franceses evitan Cambrai, bien guarnicionada y fortificada, avanzando por el neutral Obispado de Lieja. El 19 de junio los franceses toman Ath, que había sido abandonada el 17 por las tropas a cargo del Conde de Rennebourg. Se ocupa el 28 de mayo Armentiers, abandonada el 23 de mayo por órdenes de Castel Rodrigo, habiendo sido previamente desmanteladas las obras de defensa de la villa.

Bergues - ciudad cuya defensa estaba mal acondicionada - se rinde el 6 de junio a los franceses tras dos días de cerco. Furnes [defendida por 3 compañías de infantería y 1 de caballería - cae el 12 de junio después de 3 días.

Los franceses continuaron avanzando, a pesar de haber dejado plazas bien defendidas a sus espaldas, como la mencionada Cambrai, entre ellas Saint Omer y Aire sur le Lys.
Dirigieron entonces su acción hacia la plaza de Tournai - defendida por cuatro compañías de infantería irlandesa y 160 hombres de caballería, que contaban con 10 piezas de artillería para todo el perimetro de la villa - iniciándose el asedio el 21 de junio. Estando los burgueses remisos en la defensa de la ciudad, hacen que el gobernador de la villa se retiere a la ciudadela, entregando la villa a los franceses el 23, siendo asaltada y perdida la ciudadela el 24.

Castel Rodrigo no disponía de un ejército de campaña que pudiera sacar en socorro de una villa cercada, y apenas si disponía de tropas suficientes para guarnicionar todas las plazas, quedando muchas de ellas con una guarnición insuficiente, y en algunos casos, inexistente. Los burgueses - con una noción de patria poco desarrollada - preferían la entrega condicional de su villa y ver respetadas sus vidas y haciendas, que no participar en una defensa - las necesarias y continuas reparaciones de los muros de tierra - que no había de ser apoyada desde el exterior. Hasta el propio Castel Rodrigo, enfermo de gota, tuvo que pasear por Bruselas para ser visto por los villanos, ante la extensión de los rumores que afirmaban que la ciudad iba a ser abandonada a su suerte.

Douai- con 300 hombres a su defensa - cae el 6 de julio, tras seis días de asedio, presionada su guarnición por los burgueses. Courtrai cael el 17 de julio tras tres días, siendo la ciudadela el último punto de resistencia de la guarnición, mueriendo en su defensa el propio gobernador de ella.

Ante las sospechas que la siguiente plaza que había de ser asediada por los franceses era Lille, se envían desde Gante vía Ypres, 1000 hombres de refuerzo, por lo que los franceses abandonan el proyecto.
Oudenarde cae el 31 de julio entregada por sus naturales a los dos días de iniciadas las hostilidades. Los burgueses de la vecina Alost, sin guarnición, abrieron las puertas a los franceses el día siguiente.


RESISTENCIA
Dendermonde aparecía a vista de franceses y españoles el próximo objetivo lógico. Defendida por dos compañías - una española y otra valona - ve incrementada su defensa con 1.000 infantes y entre 300 y 500 de a caballo.
Aumont, Turenne y hasta el propio rey Cristianísimo participaban en el ejército de asedio.
La protección de Dendermonde, más allás de sus muros medievales apenas reforzados por obras según la traza italiana, era el agua que la rodeaba, pudiendo quedar convertida en una isla gracias al sistema de esclusas de los canales que la circundaban.
Después de rodear la plaza con trincheras, los franceses preparan un asalto a la villa por el lado del camino de Malinas – desmontando para participar en el asalto incluso muchos de los Guardas Reales y así lucirse ante su amo - defendido este puesto por los 300 españoles del Tercio del Conde de Monterrey, rechazándolo en todos los intentos que se produjeron ese día, 4 de agosto.
El 5 de agosto los franceses levantan el sitio y abandonan con tanta precipitación el lugar, que dejan a su suerte a 2.000 hombres aislados tras demoler el puente sobre el Escalda que ellos mismos habían construido para comunicarse, siendo capturados o muertos por los defensores.

Los franceses mantenían – como era típico en esta época – tropas que corriendo la campiña iban imponiendo sus contribuciones – exacciones – a las villetas y núcleos más indefensos. Conocedores de la existencia de una partida de unos 600 jinetes en la zona de Brabante.
Las tropas de Claude Lamoral, príncipe de Ligné – 1.000 caballos entre ellos, croatas, valones y alemanes a sueldo de España y un Tercio de caballería a cargo de Felipe de Maella – salieron en su busca, chocando con ellas, rompiéndolas y dándoles caza cerca de Jodoigne.

Animados por los recientes éxitos, hasta el gobernador de Cambrai se animó a tomar la iniciativa, entrando en territorio francés y saqueando Ribemont.

LA TOMA DE LILLE
A mediados de agosto, tras unas semanas de inactividad, los franceses se decantaron por acometer la empresa de Lille. Desde la plaza, fuera de no ofrecer resistencia, se realizaron salidas contra los sitiadores. El 19 de agosto los franceses inician las labores de zapa, y el día 21 pueden plantar la batería. El día 24 intentan los franceses un asalto, sufriendo unas 800 bajas. El 28 no obstante, una puerta de la villa es tomada. El desánimo cunde, y los burgueses apelan a la rendición, que se concede. Un nuevo revés tiene cuando tropas de caballería españolas que acudían al socorro de la ciudad son atacadas por la caballería francesa, sufriendo importantes bajas y capturas, no sin ofrecer resistencia.

Las importantes lluvias de primeros de septiembre, el hecho de que los franceses veían mermado su ejército de campaña – por las bajas sufridas así como por el hecho de que debían guarnicionar las plazas ocupadas * – y la incipiente resistencia española redujo el impetú de la ofensiva francesa.

(*) Por ejemplo, la desguarnicionada Alost que había sido tomada por los franceses el 2 de agosto, fue dejada sin presidiar a mediados de ese mes, cosa que aprovechó el capitán Arizavala, para con sus 50 jinetes volverla a ocuparla en nombre del rey de España, para posteriormente el 12 de septiembre rendirla a los franceses que la sitiaban, dejando 100 bajas francesas tras el asalto del día 11.

LA HIVERNADA
Los campesinos belgas, hartos de los robos de las tropas francesas comenzaron a organizarse y a colaborar con la caballería española en la localización de estos saqueadores de grano y forraje, iniciándose ese otoño una especie de guerrilla.
En octubre los franceses optaron por hacer sus cuarteles de invierno.

Durante el invierno se produjeron hostilidades no tácticas: encuentros no buscados que no respondían a ninguna estrategia.
A primeros de noviembre, 1300 infantes valones y españoles caminaban de Valenciennes a Bruselas para tomar sus cuarteles de invierno, escoltados por 350 jinetes alemanes, cuando fueron sorprendidos por unos 3500 franceses, entre caballería y dragones. Tras ser rota la escolta alemana, la infantería formó cuadro, resistiendo todo aquel día los embates de la caballería hasta que por la noche huyeron por los bosques cercanos.

Los franceses iban avanzando en su imposición de contribuciones, hasta el punto de que las exigencias requeridas por el ejército eran muy superiores a las que podía atender el campesinado de la zona. Ante algunas resistencias, se ejemplificó el poder real quemando algunas villetas a modo de ejemplo, saqueándose incluso la abadía de Afflinghen.
En esta rapiña, el control de los canales, arterías por las que fluía el comercio en los Países Bajos, pasó a formar parte de las prioridades francesas.

En diciembre, después de desistir en el planificado ataque a la bien pertrechada villa de Genap, los franceses se afianzaron en su estrategia de atacar plazas mal defendidas. Antes de intentar Charlemont, los franceses asaltaron la vecina villa de Givet a la escalada, siendo rechazados por la población, que comenzaba a comprender la diferencia entre estar sometido a uno u otro amo.


LOS ÚLTIMOS COLETAZOS

Transcurridos los meses de diciembre y enero en pequeñas operaciones, en febrero los franceses formaron un nuevo cuerpo de operaciones con refuerzos procedentes de Francia y tropas sacadas de sus cuarteles de invierno. En marzo se asedió Genap, pero habiéndose firmado la paz, la plaza se devolvió al mes siguiente.

LA CAMPAÑA EN EL FRANCO CONDADO
El príncipe de Condé por su parte, realizó en este territorio borgoñón una entrada el 4 de febrero con un ejército de 14.000 hombres. Las plazas de Besançon, Dole, Grai y Toux, eran defendidas por 644 soldados viejos y 1000 recién levados. Sin encontrar apenas resistencia, en 2 semanas todo el Franco Condado quedó ocupado por Condé.

CONCLUSIONES

Respecto a la Guerra de Devolución, se puede afirmar sin lugar a dudas de que la Monarquía Habsbúrguica, y con ella todo su sistema, incluido evidentemente el militar, estaba no ya en crisis, sino en plena decadencia.

En ningún caso es desacertada la afirmación de que fue la sola amenaza de la Triple Alianza - que no llegó a concretarse en hechos bélicos concretos, ni un mero envio de tropas de refuerzo - la que puso fin al conflicto, pero aunque Francia no tuvo dificultades en los primeros meses para ocupar muchas plazas fuertes, no se puede considerar la guerra en su conjunto como un paseo militar, y tampoco se puede minusvalorar la resistencia española, máxime cuando las fuerzas - humanas y económicas - eran muy menguadas, aunque en los primeros meses, debido a una escasez de fuerzas suficientes siquiera para mantener una defensa de las plazas fuertes existentes, se produce un repliegue dejando a su suerte muchas villas del sur.
Se opta por maximizar los pocos recursos a disposición, y en esta estrategia, zonas enteras han de abandonarse, a riesgo de perderse todo. La actuación española puede ser vista como pobre, pero dados los recursos con los que contaba Castel Rodrigo, aún obtuvo España de esta guerra, que luchó y mantuvo ella sola sin ayuda, un balance positivo.
Antonio José Rodríguez Hernández realiza la estimación, a partir de los datos del número de compañías [515 compañías de infanteria de naciones y 132 compañías de caballería] y la muestra de 1661 - de la cual extrapola el número medio de soldados por compañía - de 20.000 infantes y 7.000 jinetes para mayo-junio de 1667, frente a 60-70.000 franceses del ejército invasor.
Probablemente de no haberse producido la Triple Alianza, Francia hubiera continuado arañando el sur de los Países Bajos, y con el paso de los años, hubiera acabado ocupandolos al completo. Pero como a España le sucedió en su tiempo, Francia no se encontró con un enemigo solo, sino que sus ambiciones despertaron los recelos del resto de países europeos, que preferían mantener el status quo.



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Duiveland, 1575

En este tiempo se continuaba la empresa de ganar las islas de Zelanda. Las personas conocedores de los canales de esta provincia dieron aviso de que desde la isla de Tolen [Landt van der Tolen] se podía llegar en barcas a Philipe Landt, una isla desde la cual se podía vadear andando en horas de marea baja, cruzando el canal y llegando a la isla de Duyvelandt, desde la cual, y cruzando un canal, se podía entrar en Schowen, isla donde se ubicaba Zierickzee, que era la villa y puerto que se pretendía tomar, pues daba el dominio de este grupo de islas.



El Comendador Mayor, Luis de Requesens, gobernador y capitán general de Flandes, acompañado por Sancho Dávila, Chapin Vitelli, el coronel Mondragón y Juan Usoria de Ulloa partió de Amberes a Bergen op Zoom, de allí a la isla de la Tola [o Toleno] de allí a la villa Saint Annelandt.

Las tropas: seis banderas de españoles que habían venido de Holanda del tercio de Julián Romero y cinco del de Valdés, la compañía de Isidro Pacheco y cien soldados del castillo de Amberes y algunas banderas de valones de las coronelías del Conde de Rus, Cristóbal de Mondragón y Francisco Verdugo, la compañía de alemanes altos de Francisco de Montesdoca, gobernador de Maastricht, otras banderas de alemanes del Conde Haníbal y dos de gastadores, siendo número de mil soldados de cada nación y tres mil en total, doscientos gastadores y cuatro compañías de caballos, que servían de hacer guardia en la Tolen.

Se enviaron cuatro compañías [dos de españoles y dos de valones] a reconocer el paso, “a tentar el vado”. Yendo en barcas hasta la isla de Philipslandt, aguardaron la menguante, y comenzaron a cruzar el vado que había de pasarles a Duiveland, recorriendo la mitad del camino, donde la armada de los rebeldes salió a defenderles el paso. En este punto se dieron la vuelta, y viendo la dificultad física del paso, y el impedimento que les ponía la armada rebelde, informaron al Comendador que “serían más los soldados que se perderían al vadear que los que pasarían en salvo”.



Juan Osorio de Ulloa, empeñado en recibir el mando de esa misión, no quiso oir las voces que descartaban la factibilidad del paso, así que envió a Juan de Aranda, sargento de la compañía del capitán Juan Daza a reconocer el vado de noche, junto con 12 hombres y dos guías que certificaban el paso, con el empeño personal de traer tierra y hierba del dique de Duiveland, o morir en la empresa.

Así, haciendo el camino indicado, con barcas hasta Philipslandt, y caminando a la menguante, pasaron de noche entre las dos partes en que se dividía la armada rebelde, cada una a cada costado del bajío por el que caminaban. Pasando dificultades por haber de caminar la mayor parte del camino en el agua, consiguieron poner el pie en el dique Juan de Aranda, Lezcano y Francisco de Marradas, pero descubriendo una guardia a Marradas, tocaron alarma, y tuvieron que volver a hacer el camino. [1]

Teniendo éxito en el reconocimiento, lo comunicaron, y la decisión de efectuar el cruce se tomó, no sin que se presentaran varios pareceres, algunos de ellos discordantes, basados en el testimonio de los primeros cuatro capitanes, que tuvieron problemas para cruzar, por la existencia de la armada rebelde, que aquello “era más locura que deseo de acertar”.

Pero el recuerdo del cruce de Targoes, junto con el reconocimiento de Aranda, fueron los puntales para sostener la idea de que el cruce era posible, hubiera armada rebelde o no.

La víspera de San Miguel, 28 de septiembre, llegaron al fuerte de Saint Annenland los 1500 hombres de las tres naciones que habían de cruzar el vado. Allí se les dio un par de zapatos, y unas alforjas a cada uno, para que llevasen dos libras de pólvora y otras dos de queso y bizcocho.

El comendador mayor habló a los soldados, visitando cada cuartel en particular, que mostraron gran contentamiento de que los quisiese honrar tanto como elegirlos entre los demás que tenía Su Magestad en los Estados para tal jornada.

A las once de la noche del 28, reunió el Comendador a los cabezas de la expedición. A Sancho de Ávila le encomendó el cargo de las galeras con que cruzaría la gente a Philippeland. A Mondragón, el mando de los alemanes y valones, y a Juan de Osorio los españoles, y con ellos, el mando de la gente que había de cruzar.

De vanguardia, le tocaba a Juan de Osorio con los españoles, seguido por los alemanes y valones, y tras ellos, los gastadores, y cerrando la marcha, Gabriel de Peralta, con su compañía de españoles, haciendo los efectos de escoba.



El objetivo, llegar a Duiveland, donde los rebeldes tenían hechos fuertes [Oostduiveland] y trincheras en el mismo dique que daba vida a la isla, cruzando de una isla a otra un vado de mar de legua y media, en el espacio temporal de la menguante, entre dos armadas de los rebeldes, y hecho el cruce, asaltar las posiciones de los rebeldes, que se encontraban en posición firme y descansados, y esto, hecho por hombres cansados y desnudos.

Desnudándose [quedándose en medias calzas y camisa] Juan Osorio de Ulloa, el resto de capitanes y hombres que habían de cruzar el vado le imitaron, y se metieron en las barcas con que habían de cruzar a Philippeland. Hecho el desembarco, atravesaron la isla, y llegando ya al bajío, comenzaron a caminar en fila de uno, con los arcabuces, picas y espadas en las manos, metiéndose en el agua, la cual les llegaba primero a las rodillas, luego a la cinta, y luego a los pechos, caminando sobre un lecho enlodado que entorpecía el paso.

Apercibida de ordinario la armada rebelde para vigilar las aguas, más aún después de la expedición de Aranda, aguardaban el cruce: 38 navíos gruesos y 200 barcas, a banda y banda del bajío o banco por el que transitaban las tropas del rey de España, haciéndoles un paseíllo por ser el paso inexcusable.

A pesar de ser de noche, y ser cumplido el silencio en la marcha, el chapoteo del caminar en el agua dio noticia a los rebeldes de la presencia de los soldados del rey, los cuales empezaron a recibir fuego de artillería y arcabuces. El único factor positivo de todo era que el bajío impedía a los navíos artillados aproximarse, pero la menguante había acabado ya, y comenzaban a crecer las aguas, arrimándose de tal manera las barcas que desde las mismas, con unas batidoras de trigo [tres palos unidos a una vara por unas correas de cuero, una especie de rudimentario pero efectivo nunchaku] golpeaban a los soldados, y con ganchos los atrapaban, sin que estos pudieran aprovecharse de sus armas, ni detenerse a defender, pues lo único que había que hacer era caminar, caminar y no ahogarse antes de llegar a tierra firme, al dique que debían asaltar.

El capitán Isidro Pacheco, que había defendido Targoes de los rebeldes, y que había sido liberado por una expedición como en la que ahora él mismo participaba, fue muerto por la artillería de la armada.

Don Gabriel de Peralta, del cual dijimos que llevaba la retaguardia caminaba lo aprisa que podía, llegando incluso a mezclarse su compañía con los gastadores que habían de empujar, ahogándose ya muchos con la creciente. Por no haber hecho ni la mitad del camino, y ver que el agua les comía, y que el paso lento de los últimos de la cola le entorpecía, tuvo que darse la vuelta, retornando al comienzo de su camino.
Llegaban ya los españoles encabezados por Juan Osorio al dique, que era defendido por 10 banderas de ingleses, franceses y escoceses dirigidos por Monsieur de Boissot, y tomando 20 soldados, que eran los que con él iban a la cabeza, con espadas y picas en la mano, por no tener otra cosa que hacer que ocupar el dique, se subieron a él, y atacaron a los rebeldes que lo defendían, desamparando estos sus puestos, y retirándose a los fuertes que sobre el mismo dique estaban hechos, o a sus navíos.

Retirados los rebeldes, y ganada este cabeza de puente, tan “sólo” quedó ocupar la isla. Un proceso que no se completó hasta el 2 de julio de 1576, amotinándose a continuación las tropas que en esta durísima empresa habían participado, y dando lugar a los sucesos de ese año.

No tenemos el detalle de las bajas que sufrieron las tropas, pero de los 200 gastadores no quedaron sino 10 vivos. La mayor parte de las bajas fueron valonas y alemanes, y los españoles sufrieron menos en el cruce, probablemente, por el hecho de ir primeros.


Por si se les ocurre buscar en un mapa actual la situación geográfica en la cual se desarrolló esta acción encontraran que la acción del hombre ha convertido en península este antaño grupo de islas. Para que se hagan una idea adjunto un mapa de algo parecido a lo que se pudieron encontrar las tropas del rey: un conjunto de islas, y agua, mucha agua.



Pasando de Lant van der Tolen a Phillipe Landt, para cruzar a posterioridad al dique de Duivelandt, en la misma Oostduivelandt, o cerca de esta villa.

Ziericzee en 1576

Cabos de escuadra: soldados viejos o nuevos.

Alonso de Contreras narraba acerca de su nombramiento como alférez en 1603:

Dí mi memorial en el Consejo de Guerra pidiendo me aprobasen, y en consideración de mis pocos servicios fuí aprobado.

Recebí dos tambores, hice una honrada bandera, compré cajas, y mi capitán me dió los despachos y poder para que arbolase la bandera en la ciudad de Ecija y marquesado de Pliego; tomé mulas, y con el sargento y mis dos tambores y un criado mío, tomamos el camino de Madrid, á donde llegamos en cuatro días. [...]

Toqué mis cajas; eché los bandos ordinarios; [b]comencé á alistar soldados [/b]con mucha quietud, que el Corregidor y caballeros me hacían mucha merced por ello. [...]

Compré cuatro arcabuces que puse en el cuerpo de guardia, además de doce medias picas que tenía, y dejé pasar algunos días, con que se aseguraron y entraban en el cuerpo de guardia; yo tenía más de 120 soldados, aunque los 100 estaban alojados en el marquesado de Pliego, y conmigo tenía veinte, gente vieja á quien socorría; y un día que estaban en el cuerpo de guardia muy descuidados hice encender cuerdas y que tomasen los arcabuces y se entrasen tras mí.


Él mismo da noticia de que tenía veinte soldados viejos de un total de 120. Evidentemente, nombraría cabos de escuadra - aunque no lo relata - a estos soldados viejos antes que al resto.

Las recomendaciones respecto a lso cabos siempre eran de nombrar gente experimentada. Marcos de Isaba apunta la cifra de 5 años de veteranía necesaria para poder adquirir el grado de cabo, que a mí me parece más tiempo del que estaría gran parte de los soldados en servicio en zonas de guerra viva como en Flandes.

Pero otra cosa es que estos soldados viejos se encontrasen efectivamente en las zonas de reclutamiento en España. Lo habitual era que no hubiesen desmovilizaciones, que las tropas se reclutasen, y viajasen hasta Italia o Flandes, y allí - por lo menos como unidad - pasasen el resto de sus días.

Evidentemente, existía la posibilidad de conseguir una licencia, que generalmente era temporal - por seis meses o un año - pero que podía acabar derivando en continua por no retorno del licenciado o en otros casos, el hacer dejación de su puesto sin licencia, o sea, desertar directamente.

Parker da la cifra de 854 licencias para Flandes entre 1582 y 1586, para un total de 11.570 bajas. La mayoría de la gente que pedía y conseguía licencia, eran soldados - u oficiales reformados o con plaza - que marchaban a la Corte a obtener prebendas o ascensos que en su lugar de servicio no podrían obtener tan fácilmente, como por ejemplo, que les diesen algún cargo en alguna compañía que se levase, o simplemente, una pensión o entretenimiento con la que mantenerse en virtud de los servicios prestados.

¿Cuántos de estos licenciados volverían voluntariamente a enrolarse como soldados? No lo sé. ¿Habría suficiente número de ellos para cubrir las plazas de cabos de escuadra necesarios? Imagino que el reclutamiento iría a rachas. Quizás a los que volvieran a España para gozar de sus entretenimientos, añoraran la vida de soldado, o simplemente, malvivían con las "pensiones" que podrían conseguir, y el volver a enrolarse sería una nueva oportunidad, pero puede que muchos de los soldados viejos que campasen por España hubieran hecho dejación de sus puestos sin licencia.

En 1568 se levó como indiqué el Tercio de Flandes en España, realizada la leva por entretenidos del Duque de Alba, que recibieron sus patentes de capitán en Madrid, yendo por el Mar del Norte vía Laredo-Santander a Flandes.
Como no indica que viajasen con sus alféreces y sargentos - o personas como ellos sin cargo que habían de ser nombrados al llegar a Madrid - se puede pensar que iban sólos, o que por el contrario, hubieran llevado gente de confianza, soldados viejos de Flandes para esos cargos. O tal vez los nombraron en España entre algunos que se decían soldados viejos o que lo eran realmente, fueran de confianza o no, con la posibilidad de reformarlos a la llegada, y nombrar allí sargentos y alféreces de entre los soldados de los otros tres Tercios existentes. Y esto - y es ahí donde quería llegar - se podía hacer también con los cabos de escuadra, porque con licencia de los capitanes y de los maestres de campo, un soldado podía mudar de compañía y de tercio si lo solicitaba el capitán adonde debía alistarse, y como algunos tratadistas advierten contra lo contrario - los "fichajes" sin consentimiento - se puede entender que esto era común.
Así, un Tercio recién levado y con oficiales mayores y menores y cabos de escuadra sin experiencia, podía viajar hasta una zona donde hubieran tropas viejas - Flandes o Italia - y allí reforzarse con soldados viejos, sin tener que recurrir al procedimiento de la reforma, sin disolver la unidad nueva por completo en la vieja.

En una instrucción de 1538 se indicaba respecto a tres tercios que fueron reformados en uno sólo:

Ansimismo, se le ordena que de aquí adelante, ningún capitán haga alférez ni sargento ni cabo descuadra , que no sean muy buenos soldados, conoscidos y personas beneméritas para los tales cargos, á nuestros contentamientos, porque si no fueren tales, yo nombraré y proveeré cuáles convienen al servicio de Su Magestad. Se manda á los dichos capitanes [b]señalen sus cabos descuadras en esta muestra, para que sean conoscidos[/b] y para que, si alguno dellos no fuere para el tal cargo, se nombre y provea otro suficiente: é mando al contador que si los capitanes no lo quisieren nombrar, no les libren sus ventajas, y, así bien, le mando que desta primera paga en adelante, no libre ni pague ningún alférez ni sargento ni cabo descuadra nuevamente criado por los dichos capitanes, sin aprobación mia; con apercibimiento que si lo libráre, le hiciere pagar con el, cuatro tanto de las pagas de los tales oficiales.

"Señalen sus cabos de escuadra" ¿O sea que normalmente no los señalaban en la muestra? Respecto a los alféreces y sargentos no indica otra cosa sino que su nombramiento esté a sometimiento de aprobación por parte del Capitán General, lo cual puede indicar o bien que no eran oficiales de la calidad esperada, o que el Capitán General pretendía reforzar su autoridad sobre los capitanes, o una mezcla de los dos, pero respecto a los cabos de escuadra hace esta indicación muy específica.

Marcos de Isaba - "especialista" en las guarniciones de Italia - alertaba de que cuando marchaba un Tercio de Italia, algunos soldados no iban, sino que se quedaban pululando, y que cuando una nueva unidad venía relevarlos, estos soldados sentaban plaza en las compañías recién llegadas:
"Que venida orden de su majestad que la primavera que viene hayan de pasar en Flandes o ir a la Armada o a otra parte [...] luego se huyen y ausentan de sus banderas [...] y después salen [...] [y] los capitanes que nuevamente han venido en aquellos presidios [...] los recogen [...] en sus compañías".

A mí sinceramente, no me parecen estos los mejores instructores, y sigo apostando por la reforma - dilución de unidades nuevas en viejas - como la mejor escuela posible, amén, claro está, del servicio en zona de guerra viva, pero las variantes serían muchas y las circunstancias [oportunidad y necesidad] marcarían el camino a seguir.

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"Instrucción" o entrenamiento

Respecto a lo que indican varios autores sobre el adiestramiento militar, he extractado algunos pasajes que nos pueden servir de orientación. Al fin y al cabo, no todos coinciden ni en esto, ni en otras materias. De todas maneras, son recomendaciones para asegurar una milicia “perfecta”, un ideal, si lo prefieren. No son norma universal aplicada, sino consejo particular teórico.
Como escribió Francisco de Valdés: “tras lo perfecto andamos, que lo imperfecto a cada paso se halla”.

Desde luego la extracción de las citas que siguen es parcial, producto de una ojeada sobre libros que leí antaño, y alguna cosa se me habrá sin duda escapado.

Martín de Eguiluz, Discurso y Regla Militar:

[El cabo de escuadra] ha de procurar tener su escuadra bien ordenada, y mostrarles a tirar con el arcabuz, y con la pica hacer que la jueguen, y tenerla cumplida de soldados.

[El sargento] obligado es enseñar a los soldados de su compañía, a ponerse bien cada uno sus armas con que sirven, como el Sargento Mayor en todo el tercio.


Los capitanes de ordinario, con cuidado deben enseñar, lo que han de hacer sus soldados, así a tirar, y regir un arcabuz, como mandar una pica, y escaramuzar, y hacer su escuadrón de su compañía, que aprendan el ejercicio de las armas, que es importante cosa.

[El sargento mayor] en todas las cosas que ocurren en ejercicio de las guardias, cuidados, y descuidos de ellas, hacer armar, y enseñar a los soldados […] debe adiestrarlos, y fatigarse en esto muy mucho; pues es el maestro que les ha de enseñar y guiar, y esto está a su cargo, y le conviene mucho para hallarlos disciplinados, y acostumbrados […] y hacer con ellos todo género de escuadrones -…- y en hacerles escaramuzar de diversas maneras, y hacer que aprendan a jugar de pica […] ha de mostrarles a los soldados, a cada uno con sus armas, cómo han de estar en la centinela, y cómo la han de hacer, y cómo han de tenerlas, y tomarlas en las manos para su guardia, y seguridad, y estar alerta.

[Tambor Mayor] que sea maestro para enseñar a todos los tambores del Tercio.

Desde luego, el sargento mayor para Eguiluz y otros autores, era el esqueleto del Tercio: organiza las marchas y los alojamientos, los puestos de guardia, rondas y centinela y el escuadrón a la hora de combatir, y además, parece recoger en su persona la obligación de adiestrar a los hombres.

Bernardino de Mendoza, Teórica y práctica de guerra

En este libro no he hallado ninguna referencia al adiestramiento de los soldados.

Sancho de Londoño, “…Disciplina militar…”

[…] que los tambores sepan tocar todo lo necesario, como recoger, caminar, dar arma, batería, llamar, responder, adelantar, volver las caras, parar, echar bandos…

Son necesarísimos los Atambores Generales, pues es claro, que no los habiendo en paz, se olvidaría el arte como se olvidarían otras cosas menos difíciles

Marcos de Isaba, Cuerpo enfermo de la milicia española.

El capitán […] para que sus soldados entiendan la disciplina, ha de hacer un alférez y sargentos muy prácticos en el arte cursados y sus cabos de escuadra diligentes y experimentados y con estos ha de dar comienzo en el oficio […]

El soldado viniendo a la guerra no se puede admitir en ella de menos edad que veinte años: los primeros cinco aprenda a tratar sus armas, hacer sus guardias, respetar sus oficiales, obedecer las órdenes, conservar los bandos: de veinte años de edad hasta veinticinco ya lo hemos hecho soldado.

De 8 en 8 días saldrá el dicho capitán de ordinario con su compañía en plaza o campaña y la pondrá en escuadrón o batalla, haciendo tocar los atambores en diferentes sones, para que el soldado entienda que es lo que ha de hacer y puesta en orden su compañía, mandarles a marchar con pasos concertados, guardando la orden, calar las picas, volver las caras con mucha presteza y concierto, y que alguna gente fuera de orden los acometan por todas partes y el dicho capitán, muy vigilante sobre ellos, mostrándoles donde han de cerrar, donde se han de retirar, como han de cargar y donde han de hacer frente para que salgan maestros, sin que a voces y golpes del sargento y oficiales lo hagan.

[Reparto de levas entre la gente vieja]
Recibida y entregada esta infantería, el maestro de campo y sargento mayor repartirán y darán a cada capitán de los viejos tantos que lleguen a tener el número de 250, de manera que no de haber ni entretener banda de gente nueva de por sí, sino mezclarlos y meterlos entre los soldados viejos, porque de la plática, ejercicio, y costumbres y maneras de éstos serán luego los bisoños prácticos, diestros y obedientes, lo cual si están de por sí, no lo serán en mucho tiempo.

Francisco de Valdés, Espejo y disciplina militar, que trata sobre el oficio de Sargento Mayor.

[los escuadrones] debe procurar poner en práctica antes que la necesidad lo constriña a ello, pues caminando el Tercio, así al salir del alojamiento, como al llegar a él, puede ejercitar su gente, y ver con la experiencia y la práctica lo que la teoría le enseña.

[…] decir también como se debe excluir la confusión que muchas veces acontece, y particularmente entre los españoles, sobre el querer cada uno ponerse en la primera hilera de la vanguardia, y así ha acontecido muchas veces, pasarse mucho tiempo que ni el Sargento Mayor ni los Capitanes juntos han podido formar el escuadrón;

[Tocando alarma en la plaza de armas]
En necesidad urgente sólo se debe atender, ante todas cosas, a la presteza de formar escuadrón, conviene que el Sargento Mayor […] haga formar aquel cuerpo de gente confusa y desordenada.

RESUMIENDO
No sé si con lo anterior aclaro, o genero más confusión. De todas maneras, el lastre de la cita es precisamente la parcialidad de las mismas. Quizás leyendo más detenidamente el conjunto de las obras se entendiera otra cosa.

Respecto al adiestramiento, el colofón de la cita de Isaba me parece perfecta: los soldados se adiestran, se hacen pláticos con mayor rápidez al lado de los veteranos. En el caso de Flandes, finalmente fue norma que tan sólo hubieran tres Tercios, y que los que llegaran fueran diluidos entre los existentes - fueran veteranos o bisoños.

¿Qué mejor que aprender el oficio al lado de un veterano?

Eguiluz es quien más detalla las responsabilidades personales, las atribuciones de cada cual en el adiestramiento de la gente. En una compañía recién levada, en la que el cabo de escuadra es un recién llegado al mundo de la milicia, ¿cómo ha de enseñar a sus compañeros? ¿Dónde se adquiere la escuela necesaria?

Por esto me refería al "adiestramiento a patadas": no había nada que estableciera exactamente qué debía conocer un soldado, y como debía aprenderlo. La necesidad, el sentido común, el buen oficio de la oficialidad - cuando esto era posible - las circunstancias, determinarían la manera en que un soldado recibiera una formación básica, pero está claro que no habia "sistema", aunque sí hubiera "escuela". No digo ni por un momento que no hubiera adquisición de conocimientos, sino que esto no estaba regulado de forma alguna.

El soldado que hacía oficio de tambor, cuando se le encomendaba esa plaza, en una compañía nueva, hasta que no se reuniera el Tercio, no podía "encontrar" a su maestro, que parece ser era el TamborMayor, que le enseñaría los distintos sones de instrucción. Quizás el capitán o el sargento le podía, que sé yo, tararear. Pero y en el caso de esos capitanes por cartas que ni siquiera habían sido soldados, ¿qué podían enseñarle a sus hombres?

Francisco de Valdés habla de Tercios que no tienen oportunidad de hacer escuadrón de manera ordinaria, y de aprovechar cuando se marcha, para formar escuadrón. Efectivamente, todos los tratadistas repiten la idea que en los alojamientos, al salir y al llegar, se formará escuadrón en la Plaza de Armas, y que la marcha se organizará por compañías y por especialidades [piqueros y arcabuceros]. Era un entrenamiento, sí, pero solamente si había necesidad de marchar se llevaba a cabo.

¿Cómo formar un escuadrón del Tercio de Nápoles [en Italia] si de ordinario la unidad estaba repartida en distintas villas del reino? Los reclutas que formaron el Tercio de Flandes en 1568, ¿cómo habían de combatir al llegar a Flandes si ni siquiera se reunieron como unidad hasta llegar a Amberes, embarcados en grupos, en distintos puertos y fechas en España? Pues no lo hicieron de inmediato, sino que fueron alojados en Amberes, y allí cabe suponer que recibieron instrucción de alguna manera. ¿Pero y si la necesidad hubiera sido perentoria, y no se hubiera podido prescindir de las tropas? Quizás se hubiera recurrido al consabido proceso de reforma de unidades: mezclar soldados nuevos con viejos, como recomiendan muchos autores de tratados, y aún narradores de sucesos particulares.

Y sin embargo
Llegaban a hacerse maniobras, pero parecía que se ejecutaban cuando se tenía ocasión, o sea, cuando se reunían la cantidad de tropas necesaria para ello, y con motivo de alguna expedición, y evidentemente, siempre en tiempo de paz o mejor dicho - pues apenas hubo lugar para ella - cuando las hostilidades no eran inmediatas:

Todo el tiempo que estuvimos en Palermo no se entendió sino en ponernos en orden para la jornada , y casi cada dia salia ahora un tercio, ahora otro, á hacer sus escuadrones con muy grande orden , y salian los arcabuceros contra el escuadrón de picas , guarnecido por la mayor parte de sus mangas de mosqueteros , y hacian una muy hermosa especie de batalla. Hallábase ordinariamente Su Alteza en estos escuadrones , y todos los maeses de campo y coroneles.
"Relación de los sucesos de la Armada de la Santa Liga..." de Miguel Serviá

Socorro de Targoes.

Entre otras hazañas memorables y dignas de eterna memoria, se verán aquí
aquellas dos nunca assaz loadas: que esta nación y las demás por dos vezes, con
escuadrón formado del modo que se pudo, vadeó el mar océano desde tierra firme a las
Islas de Zeelanda, de noche y con frío, por distancia de dos leguas, con agua a los pechos,
a la garganta y a ratos más arriba, por donde algunos se anegaron en ella; y llegados de la
otra parte, hambrientos, desnudos, mojados, tiritando de frío, cansados y pocos,
cerraron con los enemigos, que eran muchos más en número y estavan hartos, armados
y descansados y atrincheados, y los hizieron huir a espadas bueltas

Fadrique Furio Ceriol, censor de los “Comentarios” de Bernardino de Mendoza.

Sitio de Targoes

El 26 de agosto de 1573, partían desde Flesinga [Vlissingen] 50 naves con siete mil hombres, la mayoría de ellos hugonotes franceses, pero también ingleses y escoceses levados por la reina de Inglaterra y flamencos. Su propósito, desembarcar en la isla de Walkeren, donde pondrían sitio a la villa abastionada de Targoes, entendiendo que caída esta, caerían después Middelburg y Ramua.

Por gobernador de la villa e isla estaba el capitán Isidro Pacheco, con su compañía de españoles y asimismo, con soldados valones. Desembarcados los rebeldes a una legua de Targoes, Pacheco envía a reconocer al enemigo, que se aloja a una cuarto de legua de la villa, escaramuzando los defensores a campo abierto con el campo invasor. Abriendo trinchera, al cabo de seis días pudieron plantar su batería [8 piezas de bronce y 4 de hierro colado] . Batieron por unos días por la cara de la puerta de la Cabeza, y arruinando la defensa en esta banda, mudaron el puesto, desplazando la artillería a la puerta del Emperador, donde estuvieron atacando hasta que abrieron una batería por donde pudieron dar asalto, acometiendo 3000 hombres “de todas naciones” equipados además con 30 escalas, durando el combate dos horas, siendo rechazados los asaltantes.

Los atacantes solicitaron un refuerzo, y Monsieur de Lumay les envió 2500 alemanes a cargo de un teniente [de coronel]. En esta ocasión, acometieron por la cara de la puerta de Sirquerque, abriendo trincheras de nuevo para poder plantar la artillería lo más próxima posible. Teniendo ahora tres baterías [brechas en la muralla] abiertas, planearon un asalto masivo por los tres lados. En tanto dilataron el asalto un día, Pachecho hizo trabajar a los de la villa construyendo un caballero [un bastión] frente a la batería de Sirquerque. Reconocidas las defensas [podían tener hasta 50 soldados en él] por el enemigo, este decidió postergar el asalto hasta que las circunstancias le fueran más propicias, y variaron el operativo: arrimando barriles de brea quisieron quemar el rastrillo de la puerta de Sirquerque.

Este intento fue rechazado por la defensa, y 20 soldados de la villa atacaron las trincheras, haciendo desampararlas a los franceses. Al día siguiente, hicieron una nueva salida, esta vez sobre las trincheras flamencas, tomando 7 prisioneros que ahorcaron en las murallas, y carne salada que robaron en los cuarteles de estos.

Intentaron asimismo una mina, pero al oir la construcción de la contramina que los defensores realizaban, desistieron de su propósito. Intentaron sangrar el foso – quitar el agua abriendo canales para desaguarlo – y de nuevo lanzar un ataque contra los rastrillos de las puertas para quemarlo, pero fueron de nuevo rechazados.

Socorro de Targoes

El duque de Alba había ordenado a Sancho de Ávila y a Cristóbal de Mondragón que acudieran a la defensa del sitio desde Amberes, pero tras dos intentos de llegar a la isla embarcados, en los cuales fueron rechazados por la armada rebelde.

La gente de la tierra dio aviso a Sancho de Ávila de que Targoes había sido tierra firme y no isla, pero que un temporal tenido lugar hacía décadas había inundado la lengua de tierra que unía la ahora isla con la tierra firme, y que ese terreno, aunque ahora bajo el mar, era de aguas bajas, especialmente en la menguante.
De aquí se dedujo que el terreno inundado era lo bastante elevado como para poder ser vadeado a pie en hora de marea baja, a pesar de la distancia [tres leguas y media: más de 14 quilómetros en total, y 2 leguas >8 km de vado sumergido] y de la existencia de tres canales que cruzaban esta lengua de tierra.

Juntó Cristóbal de Mondragón tres mil hombres, españoles, alemanes y flamencos, y haciéndoles cargar pólvora, cuerda y bizcocho en unos saquillos de lienzo, para colocárselos sobre la cabeza, y siendo el maestre de campo de edad casi 60 años, se metió en el agua para dirigir la marcha.
Las mareas en el mar del norte implican una variación en el nivel de las aguas de varios metros: los españoles la midieron en una pica [unos cinco metros]. Había por tanto que darse prisa en cruzar el vado antes de que el agua creciera.
Tardaron en recorrer la distancia total unas cinco horas, ahogándose 9 hombres. Llegados a tierra firme, hicieron los fuegos prometidos que servirían de señal de llegada para los que quedaban en Brabante, y descansaron, para al día siguiente, llegar hasta Targoes para atacando a los sitiadores, socorrer la villa.
Pero los enemigos tomaron la vía prudente, y haciendo ellos mismos señas con fuegos para avisar a su armada para que los viniera a recoger, se retiraron esa misma mañana levantando el campo para embarcarse y huir.
Desde Targoes, Isidro Pachecho no salió con su gente para dar en la retaguardia de los sitiadores, por no tener noticia de la llegada del socorro y considerar la retirada un ardid para atraer a sus pocos hombres a una trampa, pero conociendo la llegada de Mondragón, le pidió 400 arcabuceros de los que este traía para atacar a los que todavía estaban por embarcar, matando unos 700 hombres de los que quedaban en retaguardia.

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Motes de las unidades

Los Tercios en Flandes solían conocerse bien por su origen [de Sicilia] o bien por el nombre de sus mandos [de Bobadilla] pero también tenían motes o malos nombres para identificarlos.

Alonso Vázquez recoge unos cuantos ejemplos que incluyo aquí a modo anecdótico como simple curiosidad [lo entrecomillado es del original]:

Tercio de Luis de Queralt, llamado Tercio de los Papagayos o Tercio de Valones de España

Eran soldados catalanes y "los demás españoles que habia en Flandes llamaron á este tercio el del Papagayo, porque como procuraban hablar la lengua castellana, habiendo de vivir éntre los demás, y la pronunciaban mal, les pusieron este nombre". Lo de Valones de España lo bautizaron así los naturales de la tierra, por ver que hablaban una lengua distinta del español.

Tercio de Bobadilla, llamado el de los Colmeneros
"por que como poco pláticos, no supieron á los principios valerse en los trabajos de la guerra, como los soldados viejos que iban á correr y á buscar como ellos dicen la vida para sustentarla ; y así, por no aventurarla, algunos iban á castrar las colmenas que hallaban en los cuarteles"

Tercio de Lombardía o de Cristóbal de Mondragón, llamado el de los Vivanderos o el de los Sacristanes
"le llamaban el de los Vivanderos, como gente que sabia vivir y granjear, de manera que pocos ó ningunos dellos pasaban necesidades, y porque se vestian de algunas sayas de labradoras que hallaban en los casares , y como todas son de paño negro , y en los soldados particularmente en la guerra les parece mejor las plumas, galas y el vestido de color que no el negro y de paño, les llamaban también los Sacristanes"

Tercio de Sicilia o de Pedro de Paz, mal llamado de los Almidonados o Pretendientes
"el de los Almidonados y también el de los Pretendientes , porque como Alexandro les favoreció con llamarle el tercio de las Victorias, cuando en el año de 1583 le dieron tantas en un verano rompiendo al Marichal Biron en Rosendal , y ganado tantas plazas como ya dejo escrito, les comenzó á hacer muchas honras y á darles ventajas, y los soldados, engolosinados dellas, no cesaban de pedir é importunar, que esto tienen cuando les comienzan á abrir las puertas de las mercedes ; y para ir á pretenderlas á la corte de Alexandro, como habian de parecer en su presencia, se ponian muy galanos y almidonaban los cuellos, y de aquí les vino el nombre de Almidonados y Pretendientes".

Tercio de Manrique, llamado el de la zarabanda [o sarabanda]
"y porque en aquellos Estados pocas veces acostumbran los españoles entre ellos, si no es con damas y mujeres flamencas ejercitar el bailar ni danzar, cosa aborrecida en la guerra, llamaron al tercio que llevó Don Antonio Manrique , el de la Zarabanda , baile que no lo habían visto en aquellos Estados".

Tercio de Iñíguez o de los Cañutos

Al tercio del Maestre de campo Agustin Iñiguez le llamaron el de los Cañutos, porque habiendo estado en las jornadas de Portugal é Islas Terceras , ponian de noche las cuerdas encendidas en unos cañutos de caña porque los enemigos no las vieran, y como después pasaron á Flandes con el tercio dé la Liga, que era el de D. Lope de Figueroa, hubo muchos soldados que llevaban los cañutos para el mismo efecto, y como en Flandes no se usan , lo riyeron algunos soldados viejos, bien fuera de razón , y les pusieron este nombre, menos de risa que á otros

Tercio de Zúñiga, mal llamado el del Ducatón
"le pusieron el del Ducaton, porque desde que se levantó en España hasta que llegó á los Estados de Flandes no recibieron más dineros ni pagas que un Ducaton, que vale diez reales, que les dieron en el Estado de Milán, y llegaron muy pobres y necesitados con un tan corto socorro y lastimábanse mucho desto , y contábanlo á los soldados viejos muchas veces , y algunos dellos lo confirmaron con nombre del tercio del Ducaton".

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Primero, la paga del soldado.

Durante el gobierno de Olivares se establece una orden de vida y traición, por la cual se castigaba la prevaricación con la paga del soldado. Según he entendido, hasta la fecha el dinero se consignaba al ejército, pero sobre el mismo, aunque evidentemente existía un "presupuesto", no se establecían asignaciones presupuestarias firmes: tanto para sueldos, tanto para artillería, tanto para fortalezas...
A partir de esta fecha, se estableció que debía ser entregado una determinada cantidad inexcusablemente en mano al soldado, sin que pudieran existir condicionantes [salvo que no hubiera dinero a entregar, por supuesto] que permitieran soslayar tal norma.

EL Duque de Feria [que finalmente moriría en Alemania gobernando el Ejército de Alsacia sin llegar a su destino] una vez fue nombrado Maestre de Campo General, Gobernador de las Armas y Superintendente de Hacienda del Ejército de Flandes, protestó [entre otras] esa prerrogativa real, a lo que Olivares, en reunión del Consejo de Estado, sentenció:

[quote]¿qué causa hay, para que los desventurados soldados, para comer y para no caerse de hambre, no tengan el privilegio de los juristas?[/quote]

El Duque de Feria, y muchos otros del Consejo, entendían que quien había de ser la cabeza del ejército [por detrás, nominalmente, del Cardenal Infante] había de disponer del dinero a su criterio, dentro de un marco de trabajo ordinario, sobretodo cuando podían surgir gastos con mayor prioridad que la atención a las propias tropas.

Olivares sin embargo, veía claro que el sostén último del ejército eran los propios soldados, de los cuales no andaba sobrados aquella monarquía.

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Minas

Esos túneles se construían para poder llegar al pie de las murallas [espesos muros de tierra de sección trapezoidal - inclinadas por ambas caras - y revestidas - o no - de fábrica, o sea, de ladrillo cocido] y poder colocar al fin de dicho túnel, que se conocía como mina, precisamente, una cantidad de explosivos tal que permitiera volandolo desde una posición segura [llevando mecha desde la boca a cielo abierto de la mina en posición segura] derribar ese trozo de lienzo [muro] para poder abrir brecha [batería] por la cual dar asalto a la villa o fuerte defendido por estas murallas.

En la escena de Alatriste, a mi juicio [junto a la escena inicial de la encamisada para clavar los cañones holandeses] de lo mejor de la película, se cruza la mina española con la contramina holandesa, y es ahí donde tiene lugar la lucha a puñal y "bomba".

Al tiempo que se abrían minas para llegar al pie de la muralla, se abrían contraminas que salían desde el interior de la villa sitiada, para interceptar las minas de los asaltantes, de ahí la significación de la escena de la película.

Como desde la villa se podía ver o intuir, desde donde partía la mina, estas no iban [en los primeros tiempos sí, pero evolucionada la técnica de sitiar plazas la cosa se complicó] o mejor dicho, no podían, ir en línea recta, por el motivo antes expuesto de que se ejecutaba la contramina y sería fácil que fuera interceptada de esa manera. Así que debía ir haciendo zig-zags [de hecho en la película se aprecia un par de quiebros en el recorrido de la mina].

De todas maneras, ya digo que el punto final de la mina solía ser conocido, en tanto en una plaza que solía tener como mínimo cinco costados [a veces cuatro, cinco, seis, siete u ocho, si eran regulares, y veinte o treinta lienzos si eran irregulares] se abría zapa - trinchera, por dos o tres caras a lo sumo, y la resistencia se hacía fuerte en este punto, y por lo tanto las contraminas de los sitiados partían desde ese punto.

Se solía luchar como aparece en la película, pistolas o arcabucejos [armas cortas] y puñales, dagas, pero también leí en Alonso Vázquez, durante el asedio de Maastricht [1579] que se emplearon mosquetes que se disparaban a través de tablones atronerados, pero finalmente interpreté que ese asalto que se dio para recuperar una mina perdida por los españoles a mano de los rebeldes de la villa, se refería al trozo de mina aéreo, o si lo prefieres, pozo de ataque, que era desde donde se iniciaba la mina. Este pozo de ataque, de nuevo recurriendo a Alatriste para ilustrarlo, sería donde acaba la escena cuando les informan que Breda ha capitulado.

Lo que comentaba antes del asalto de la mina en Maastricht, relatado por Alonso Vázquez:

Aquella noche mandó el Príncipe que se previniesen muchos
tablones gruesos atronerados, y diez soldados españoles, escogidos
de cada compañía de las de los capitanes Gaspar Ortiz y
Alonso de Perea y Juan Nuñez de Palencia , y á la mañana les
dio orden que entre dos tomasen un tablón y se fuesen arrimando
á las minas que habian perdido , y por detras dellas , lo
más cubiertos que pudiesen, cerrasen , disparando por las troneras
de los tablones mucha mosquetería , y al amparo dellos caminasen
cuatro picas , y siempre procurasen adelantarse lo más
que pudiesen hasta hacer desamparar á los rebeldes las minas que
habian ocupado. Hiciéronlo valerosísimamente de la manera que
lo habia ordenado, y por debajo de tierra fueron peleando, y en
tanto que lo hacian se trabó una muy fogosa y valiente escaramuza
entre los rebeldes que estaban sobre la muralla con los
españoles que asistían á las trincheas , que duró hasta que las
minas se volvieron á recuperar, habiendo los españoles muerto
la mayor parte de los que las defendían ;


Tablón atronerado, es un tablón con unos orificios que permita introducir la boca del mosquete, y por tanto, efectuar el disparo protegidos tras ellos.

Por cierto, en la escena de Alatriste se ve como desalojan a los españoles inundando la mina con azufre. Amén de este azufre, se empleaban otros métodos:
También en Maastricht desalojaron a los españoles de una mina, haciendo en la boca de la contramina que había desembocado a la mina española un fuego con madera verde, y accionando el fuelle del órgano de la Iglesia mayor de la mina inundaron de humo la misma.
También en este asalto, los rebeldes desembocaron con otra contramina a la que los españoles tenían hecha. Pusieron explosivos y la volaron. Como resultó que los españoles estaban echándose la siesta dentro [debía estarse fresquito] mataron a los que allí estaban.


Los minadores hablan hecho dos grandes minas y el Príncipe
tenia intento de hacerlas volar el dia siguiente , y porque
después de haber ganado el torreón se hallaron muy cansados
y calurosos , se entraron á dormir en ellas la siesta los capitanes
Gaspar Ortiz, D. Gonzalo de Sayavedra y Alonso Alvarez
y otros muchos soldados particulares de sus compañías , bien
descuidados de lo que los rebeldes hacian , que fué una contramina
más baja por donde iban buscando las que hablan hecho
los españoles , y como encontraron con la una , le pusieron
fuego y voló hasta el cielo é hizo mil pedazos cuantos habia
dentro , sm que se escapase ninguno más del capitán Alonso
Alvarez que estaba ala boca de la mina muy apartado de los
demás ; con todo eso salió con dos costillas hechas pedazos y
muy maltratado


Al fondo de la mina se colocaba una cantidad de explosivos. Esta debía variar según la altura del muro [o bastión] que se pretendía derribar, así como respecto a la disposición de la mina en altura respecto a la base del muro o baluarte a demoler.

Sánchez Medrano indica 6 quintales de pólvora [1 quintal = 100 libras = 46 kgs] dispuesta en 6 barriles. Estos seis barriles debían "enconfrarse", o sea dejar cerrada la cámara que alojaba los barriles, con maderos dispuestos contra los que se colocaban saquillos de tierra o tierra para evitar en lo posible la pérdida de toda la potencia de la explosión por el túnel construido, antes que contra la muralla a demoler. Se llevaba una mecha al exterior y se prendía y se esperaba a ver que pasaba.

Normalmente se hacían preparativos para el asalto [si era contra una muralla] el mismo día que se había de prender la mina, pero las circunstancias variaban, puesto que a veces se esperaba a que la cantidad de material caído que componía el muro de tierra cegase [rellenase] el foso, de manera que se formara un camino por el cual acceder a la plaza. En otras ocasiones se había cegado previamente el foso con fajina [haces de tronquillos] pero para eso había que haber ido avanzando hacia la muralla mediante zapa o trinchera, hasta desembocar al foso, y el proceso era muy dificultoso.

Desde luego, si se intentaba realizar una operación de asalto por sorpresa, se hacía contra alguna de las puertas de la villa, o incluso por escala, pero esto se podía hacer no cuando se hubiera iniciado el sitio, con lo que estarían las guardias apercibidas y dobladas, sino sin previa declaración de intenciones.

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