Ajusticiamiento de un soldado durante la jornada de Túnez en 1535

En una escena de uno de los detallados cartones que Jan Cornelisz Vermeyen, testigo presencial de los hechos que detalla, pintó sobre la jornada de Túnez en 1535, podemos ver el ajusticiamiento de un hombre del ejército imperial.




Dos alabarderos encabezan la comitiva seguidos por un soldado en mangas de camisa que guía la bestia que arrastra al hombre que ha de ser ajusticiado.




El hombre está atado de pies y manos, y es conducido a la horca arrastrado por un dromedario - la nota pintoresca de la escena - que le tira por una cuerda anudada a los tobillos. Es harto probable que en otras latitudes se hiciera lo propio empleando un caballo o una mula. 



El hombre se halla en mangas de camisa; podemos ver perfectamente lo que llamaban la «blancor» del lino, y lleva la cabeza descubierta. Evidentemente, no lleva ni cinto, ni talabarte, ni puñal ni espada. Las ropas que vistiera originalmente pudieran ser como las del galano soldado del cartón nº7 de la misma serie, que se cubre con bonete emplumando y arma una partesana de hierro corto y dorado:




El condenado no es un mozalbete, porque se le pueden ver perfectamente las barbas, así que no puede ser un mozo o criado, sino un soldado o marinero, siendo lo más probable que fuera soldado, porque los marineros de la armada recibieron órdenes reiteradas de no desembarcar, aunque algunos lo hicieron. 


Por las calzas, con un corte bastante ajustado al muslo natural, parece que no se trata de un soldado alemán, sino italiano, o lo más probable, español, dada la mayor proporción de soldados de esa nación en el ejército imperial sobre Túnez.


Un clérigo regular, puede que un fraile fransciscano, le amonesta cruz en mano, quizá oyendo su última confesión o encomendándole para que la realice antes de ser ahorcado. 

La religión no era un asunto baladí en esta época. Aunque se condenara la carne, el espíritu se podía salvar y los ajusticiados recibían asistencia espiritual hasta el último momento, de manera que el reo pudiera confesarse y hallar medio con que salvar su alma. 



Tras el fraile, hay tres hombres a caballo con varas de justicia. Aunque había varios cargos en el ejército y la armada que podían llevar varas de justicia, como los alguaciles de las armadas, o los alcaides de corte, es más que probable que alguno de estos hombres fuera un «barrachel» o «capitán de campaña», un oficial encargado de la justicia y policía militar, y que también asistiría a las ejecuciones, pues de él dependía el verdugo.

También es probable que una de esas tres figuras fuera uno de los alguaciles del ejército. En Túnez había un alguacil Salinas, que sabemos asistió a una de las particulares ejecuciones que trataremos aparte. 



Para el ejétcito de Italia, según se establece en la ordenanza de Génova de 1536, había «dos barrachelos de campaña» encargados de la «ejecución de la nuestra justicia y castigo de los delictos» dependientes del capitán general, así como alguaciles que dependían de los maestres de campo.


En 1529, Chistoph Weiditz, un dibujante alemán, viajó por España realizando dibujos costumbristas que recogió en su Trachtenbuch. En la lámina 63 aparece un alguacil español del reino de Valencia: Ein spanischer Polizist - Spazierritt der Bürger zu Valencia. Aunque este alguacil aquí retratado era lo que se denominaba «justicia ordinaria» y tenía un carácter civil, parece evidente que las justicias militares empleaban los mismos distintivos: la inconfundible «vara de justicia» que identificaba al portador como brazo ejecutor de la justicia real, en este caso, aplicada al ámbito militar.



Para la jornada de Túnez, Carlos V señaló a dos jueces y alcaides de corte, Mercado de Peñalosa y Bernardo de Sanches Ariete «para las cosas de justicia», ocupándose el doctor Ariete de aplicar la justicia a los súbitos de los reinos de Nápoles, Sicilia e islas de la corona de Aragón, asi como a los italianos, mientras que el licenciado Mercado se ocupaba de la justicia sobre los españoles, así como sobre los criados de la casa del rey y los cortesanos. 


La infantería alemana, asimismo, disponía de su propia estructura judicial; cabe tener en cuenta que para cada nación se debían resolver las causas en su propio idioma, y si era fácil que el doctor Ariete hablara italiano, es más difícil hallar doctores españoles en leyes que hablaran alemán. Además, era preferible que cada nación fuera juzgada por un natural, para que sus compañeros no se agraviasen en exceso si la justicia era demasiado severa.


Tras los oficiales de justicia a caballo, van otros soldados a pie con armas de asta corta - se vislumbra una alabarda - y, al menos uno de ellos, con una rodela embrazada.  

  

Junto a la estructura de la horca, al hombre llevado a rastras le aguardan unos soldados armados con alabardas y partesanas de hierros largos. 




Tratándose de una ajusticiamiento en la horca, podemos aventurar que el soldado no era hidalgo ni noble, pues la horca - salvo excepciones ominosas - no se podía aplicar a nobles, caballeros e hijosdalgo, que debían ser decapitados. 


Había numerosas causas por las que un soldado o marinero podía incurrir en pena de vida. Las ordenanzas militares se pregonaban en los cuatro idiomas del ejército, casa y corte - español, italiano, alemán y francés - y se hacían copias para que dispusieran de ellas los oficiales encargados de la justicia, así como los coroneles y maestres de campo. Además, se pregonaban órdenes específicas, o se hacía recordartorio de ellas, de manera que nadie pudiera alegar desconocimiento. 


En uno de esos pregones particulares, según recoge Prudencio de Sandoval, «mandó el Emperador pregonar que ninguno fuese osado, so pena de la vida, de quemar casa, ni pajar, ni talar árboles ni panes, porque muchos se habían ya desmandado sin respeto de Su Majestad a lo hacer, y robado las aldeas vecinas».

Aunque la orden pudiera parecer rigurosa, la buena disciplina exigía que los hombres no se «desmandasen» a su voluntad, pues no solo se ponían en peligro ellos, sino que podían generar el desorden total al poner a sus compañeros en la tesitura de acudir a socorrerlos si eran, como fue el caso en repetidas ocasiones, emboscados por los enemigos.



Agradecimientos: a  Emilio Sola, del Archivo de la Frontera, que me compartió amablemente el nombramiento de Bernardo Ariete como alcaide de corte del ejército y armada de la jornada de Túnez.  


Imágenes: Cartón nº7, titulado «Asedio de la Goleta», de la serie «La conquista de Túnez en 1535» por Jan Cornelisz Vermeyen. KHM Wien. 


Par saber más sobre la justicia militar de la época:

La disciplina en los Tercios a mediados del siglo XVI. Ordenanza para el ejército sobre Metz [1552] Ordenanza para el ejército de Italia [1555]




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