La creación de la compañía de Luis de Alcocer. Soldados sin licencia en busca de guerra viva

Los procesos de creación de las compañías de infantería española son conocidos. El caso canónico nos situaría en España: un capitán «ordinario» residente en la corte recibe su conducta que le autoriza reclutar una compañía de 300 hombres en algún partido de la geografía española. 

El capitán, con la ayuda de sus oficiales, «hinche» su conducta con soldados «bisoños» en el partido asignado y la «rehinche» durante el camino al puerto. Allí se embarcan rumbo a los ejércitos de Italia o Flandes, o a algún presidio de Berbería o de las islas del Mediterráneo. 

Pero también hay que destacar casos curiosos que son difíciles de concebir teniendo como referente unas fuerzas armadas actuales. 

Este es el caso de la compañía de Luis de Alcocer, creada en 1535 con ocasión de la jornada en Túnez encabezada por Carlos V contra Barbarroja.

Esta compañía se creó no con reclutas de la Mancha, Jaén o Barcelona, sino con «soldados viejos» que sin licencia se fueron a servir a la guerra por su cuenta y riesgo y contra la voluntad de sus capitanes. 


Conviene replantearse la imagen del soldado de la Edad Moderna como un hombre cuya única motivación era la paga. La guerra podía ser una oportunidad para el atesoramiento de riquezas - bienes muebles como tejidos o cautivos, como fue el caso del saqueo de Túnez - la promoción social, o la satisfacción de deseos inmateriales, entre los que debemos incluir la sed de aventuras. Los hombres de la época actuaban movidos por una multitud de factores, no siempre de carácter material. Imagen: Soldados de infantería española, pica seca con gorra y pica al hombro, y arcabucero con celada, gola de launas y arcabuz, típicos soldados de la jornada de Túnez. Cartón nº8 de la serie La conquista de Túnez por Jan Cornelisz Vermeyen. KHMWien. 



Póngamonos en situación:

Carlos V ordena la leva de 8.400 hombres en España que debían embarcarse en Málaga, y manda que en los reinos de Sicilia y Nápoles se embarquen 4000 hombres de las compañías de infantería que residen en dichos territorios para acudir a la jornada en tierras norteafricanas.

La infantería de Lombardía quedó excluida de esta convocatoria: al ser territorio de frontera con Francia se pensó que el ducado de Milán no podía quedar desguarnecido, así que los soldados viejos del Milanesado debían permanecer alojados en las tierras del norte de Italia [1].

Evidentemente, la empresa era un secreto a voces: Andrea Doria organizaba su armada en Génova para pasar a Barcelona a recoger a Carlos V y su corte, y en el puerto de La Spezia debían embarcarse 7000 lansquenetes alemanes para servir en la empresa de Berbería.

También en La Spezia se embarcaban coronelías de infantes italianos, como la del genovés Agustín Espínola. Algunos soldados de infantería española de Lombardía sintieron que se perdían una gran jornada, así que se pusieron de acuerdo para irse a la guerra sin licencia.

El obispo Alonso de Sanabria recoge la historia como parece que fue vozpópuli:

«con estas seis compañías [de Nápoles] vinieron quatrocientos españoles de Lombardia / y entre ellos auia algunos q auian sido hombres de cargos. Antonio de Leyua principe de Ascola los persiguio fasta napoles. No llevauan paga al emperador ni tenian q Restituir mas de solo querer venirse sin liçencia del general. De estos quatroçientos hizieron capitan a Alcoçer / arbolo vandera en Cerdeña»

Prudencio de Sandoval, que copia a Sanabria en lo que a la jornada de Túnez se refiere en el libro XXII de su historia de Carlos V, escribe sobre estos hombres: «De estos cuatrocientos escogidos españoles hicieron capitán a Alcocer, un valiente español; arboló bandera en Cerdeña».

Sin duda eran gente escogida, pero nadie los escogió. Todo indica que estos soldados marcharon con la armada de Italia a Túnez buscando lo que se llamaba entonces «guerra viva» escapando del «amolentamiento» de los presidios del ducado de Milán.

El relato de Sanabria hace que estos cuatrocientos españoles de Lombardía se embarquen con las compañías de infantería española de Nápoles, y además, los hace llegar al Reino huyendo de Antonio de Leyva, por entonces capitán general del ejército en Lombardía.


Antonio de Leyva llevado en andas - padecía gota - durante la entrada o cabalgata del emperador Carlos V durante su coronación en Bolonia en 1529. Grabado coloreado. 


Pero veamos qué sucedió entre Leyva y estos cuatrocientos que se fueron «sin liçencia del general». 

Para eso tenemos un resumen de una carta enviada por Andalot, caballerizo de Carlos V informando a su señor en lo tocante a la organización de la armada para la empresa de Túnez [2] 

«Andalot dize q delos españoles q estan en Lombardia se entresalieron hasta CCCCº Infantes buenos soldados para yrse a embarcar enel armada y q el hablo a Antonio de Leyua como se yuan aquellos y le respondio q pues no q[ue]rian quedar con la otra gente el holgaua q hiziesen lo q quisiesen. Por q aunq por entonces los quisiera detener sy despues tuuieran la misma voluntad de yrse tambien se le fueran y q sise offrecia necessidad de mas gente dela q le quedaua en lugar de aquellos embiaria por alemanes a Tirol y con esto se baxaron a la marina sin capitan ni perssona de cabo / y q el marques del Gasto con quien tuuieron su Intelligencia tuuo manera como los embarcassen en una delas naos del armada y que aun q no se les assento sueldo ninguno para su paga no les faltaron algunos bastimentos para su viuir. y assy los dexo embarcados aunq despues oyo dezir q por q no auia lugar para CCC o CCCCº alemanes q faltauan por embarcar q[ue]rian alos españoles mudar los o repartir los en otras naos o desembarcarlos para q quedassen /»

Vemos pues que estos 400 españoles se marchan del ejército de Lombardía sin licencia, pero que cuestionado su general Antonio de Leyva, éste responde que «holgaua q hiziesen lo q quisiesen», porque aunque los retuviera entonces, después acabarían yéndose si esa era su voluntad.

El futuro tercio de Lombardía - entonces no tenía esa denominación - lo integraban por entonces apenas 1.800 hombres en 5 compañías [3], por lo que la pérdida de esos 400 no era baladí, pero Leyva dice no preocuparle esta marcha sin licencia de soldados. 

De hecho, en el plano organizativo asume que los va a sustituir fácilmente con alemanes del Tirol. En el plano económico se les debían al menos dos pagas a la infantería española; si se marchaban sería un ahorro [4].


Ahora veamos el papel jugado por el marqués del Vasto, que fue capitán general en la jornada de Túnez en la parte terrestre.

Una de las más célebres pinturas que representa a Alfonso de Ávalos o Dávalos, marqués del Vasto, es la «Alocución del marqués del Vasto a sus soldados». En ella, el marqués es retratado junto a su hijo, el cual hubiera estado dispuesto a entregar como rehén a las tropas españoles amotinadas durante el infausto motín de 1538. La relación entre el alto mando y los soldados no siempre estaba en la «Intelligencia», y eran habituales y reiterados los conflictos. Para saber más acerca de este episodio, véase el libro de Idan Sherer, Italia mi ventura. El soldado español en las Guerras de Italia, editado por Desperta Ferro en 2024, al que haremos referencia más adelante.


El marqués del Vasto no sólo no rechaza a estos soldados, de hecho tiene «Intelligencia» con ellos para que se embarquen en el armada, ocupando un lugar en las naos de transporte de tropas y reciban bastimentos.

Esto, como comenta Andalot, suponía competir con los alemanes por el espacio en las naos y por los bastimentos que se calculaban a tanto por hombre. Las fuentes indican que se embarcan, pero no se les otorga paga alguna. A esto volveremos más adelante.

El 15 de mayo de 1535 se daba a la vela en La Spezia la armada que debía recoger hombres y bastimentos en Nápoles y Sicilia. Gómez Suárez de Figueroa informaba que iban 39 galeras y 50 naves en que iban embarcados la infantería alemana e italiana y «parte de la española».

Aunque los soldados iban por su cuenta «sin capitan ni perssona de cabo» esto tan solo pudo producirse  con la aquiesciencia pasiva de Leyva que les dejaba «q hiziesen lo q quisiesen» y la implicación personal de Del Vasto. Nadie juzgó a esos hombres por abandonar sus puestos: Leyva no los persiguió y Del Vasto los admitió en la armada. 

Según explica Sanabria, Luis de Alcocer arboló bandera en Cerdeña y se convirtió en capitán de estos cuatrocientos hombres. 

Según Cerezeda esa compañía se formó en La Goleta. 

Según Francisco Duarte, contador del sueldo y por entonces comisario de la infantería española al acabar la campaña tunecina «la conpanya de Luys de Alcoçer q es de treziºs ynfantes muy buenos por conducta del marques del gasto [... ] han servido y siruen con las otras vanderas de napoles y no han rescibido mas de sola una paga en dinero y el bastimento q han comido en estos seys meses».

Vemos pues que esos hombres solo recibieron una paga durante la empresa en Berbería y sirvieron básicamente a cambio de los bastimentos que comieron. No se puede apreciar interés pecuniario alguno por ir a Túnez y participar en la jornada, y todo indica que su interés personal se basaba en buscar «guerra viva».

De hecho, las compañías de Lombardía que continuaron sirviendo en Lombardía y en Génova, aunque con retrasos, intermitencias y con pérdida de una paga - a la cual renunciaron a cambio de un pronto pago - fueron recibiendo sus pagas.

Esto nos ofrece una imagen muy alejada del clásico pobre soldado que va a la guerra por necesidad. Aquí vemos a unos soldados buscando poder combatir, siendo la alternativa permanecer en los presidios de Lombardía en un año en el que no hubo guerra abierta con Francia. 

Respecto a su marcha sin licencia, cabe tener en cuenta que lo que hoy sería un caso de desobediencia grave, entonces podía ser visto con otros ojos: dónde hoy vemos indisciplina, entonces podían ver a un grupo de hombres audaces que querían servir a su señor en una campaña. 

Tras Túnez, la compañía de Luis de Alcocer marchó al reino de Nápoles. Sirvió durante años para acabar tomando Castelnuovo en 1538. Su capitán Luis de Alcocer, enfermo, tuvo que marchar a curar, pero su compañía quedó en la plaza que fue asediada por los turcos el año siguiente.

En dicho asedio morirían casi todos los soldados, y el apelativo de «escogidos españoles» que les dedicara quizá inopinadamente Sandoval cuando se formó la compañía no resultó ser ni mucho menos inmerecido. 

En todo caso, anécdotas aparte, de la génesis de la compañía de Luis de Alcocer podemos extraer conclusiones muy interesantes:

1. La disciplina militar en la temprana Edad Moderna no era, ni mucho menos, prusiana. Los soldados tenían bastante margen de acción a la hora de tomar decisiones que afectaban a su “carrera” militar y a sus condiciones de servicio. Muchos autores - Geoffrey Parker o Idan Sherer, por ejemplo - se han ocupado por extenso de episodios en los cuales los soldados se organizaban para forzar al alto mando a mejorar dichas condiciones: los célebres motines de la infantería española, tanto en Italia durante la primera mitad del XVI [Sherer] como en Flandes para la segunda mitad del XVI y primeras décadas del XVII [Parker]. Pero conviene tener en cuenta otras decisiones unilaterales de los soldados para tener un retrato más completo. Este es el caso de soldados que marchaban sin licencia, pero no para desertar y marchar a sus casas o como protesta por la falta de pagas, sino porque podían considerar que una campaña les ofrecía unas oportunidades - opciones de saqueo, promoción, aventuras - que sus actuales condiciones de servicio no le podían proporcionar. Aunque muchos huían de la guerra, otros huían de la relativa paz de la guarnición. 

2. El alto mando no tenía demasiada capacidad - y en algunos casos, como parece ser el de Leyva, ni tan siquiera la intención - de perseguir lo que podían ver como una falta leve. Los motines solían acabar en una negociación y acuerdo entre las partes, y tan solo se podía aplicar un castigo a «los mal culpados» - habitualmente, los «electos» y cancilleres que lideraban dichos motines - resultando los «alborotos» en una gran inversión de tiempo, energía y recursos humanos. Acometer ese esfuerzo para perseguir a soldados que, al fin y al cabo, lo único que buscaban era servir a su rey de manera más activa, podía ser visto como un derroche.

3. Los soldados tenían capacidad de forzar, o al menos, de influir en las decisiones del alto mando. En este caso, los soldados acuerdan con Del Vasto su embarque en la armada, y logran ser agrupados bajo el mando de Luis de Alcocer una vez llegados a Cerdeña. Aunque la decisión de ponerlos a todos bajo una capitanía nos pueda parecer consecuente, lo cierto es que había muchas alternativas, como la de repartir a estos cuatrocientos hombres en las disminuidas compañías de Nápoles o Sicilia. Por lo tanto, se les da la oportunidad de servir a todos juntos, lo que parece más bien un premio a su audacia, que un castigo a su falta.

4. Conviene replantearse la imagen del pobre soldado del XVI que no tiene donde caerse muerto y que va la guerra porque carece de otra alternativa. Sin duda, cómo saben quiénes han estudiado el reclutamiento de la época, el dinero era una motivación básica, acaso la más importante, a la hora de decidirse a servir enrolándose en una compañía de nuevo cuño. Pero pasados unos años de servicio, esta motivación era una de ellas, y quizá no ya la más importante, para buena parte de los soldados. Los que tan solo acudían por necesidad, se marchaban en dos o tres años a sus casas con licencia o sin ellas. Por contra, los que quedaban habían hallado en la vida militar no sólo un modus vivendi en su acepción de modo de ganarse la vida, sino en su acepción más literal, de “modo de vivir”. Aunque la vida militar fuera extremadamente dura - pensemos en el final de estos hombres que nos sirven de base para esta disertación, asediados por el turco en una plaza en los Balcanes sin posibilidad de victoria - para muchos hombres era su vida, la vida que ellos habían elegido, y a la que, por cierto, podían renunciar, como hicieron muchos «soldados viejos» de Nápoles o Sicilia, los cuales acabada la jornada de Túnez regresaron a sus casas en España, siendo reemplazados por «soldados noveles» de la armada de Málaga. 

5. Aunque en principio siempre se minusvaloró al bisoño, y esto en buena medida era así por no ser «pláticos» o «fogueados en la guerra», es muy probable que entre los noveles hubiera mayor proporción de soldados por necesidad y carentes de vocación. Con el paso del tiempo, la gente para la cual la vida militar era insoportable renunciaría a servir, y quedarían tan solo los «soldados viejos», que no eran únicamente veteranos, sino hombres - como razonó por extenso Idan Sherer - con verdadera vocación. Con esto en mente, se pueden explicar lo que supusieron verdaderas pruebas de resistencia “más allá del deber” como la de Castelnuovo en 1539 y también podemos entender porque 400 hombres dejaron sus guarniciones en Lombardía para ir a la guerra, no obteniendo en este cambio ninguna ventaja material aparente.


Notas

[1] A este respecto hubo disparidad de pareceres. Del Gasto y Andrea Doria consideraron que la infantería de Lombardía sí que podía acudir. Finalmente, de las cinco banderas, dos quedaron acantonadas para la defensa de Génova, y las otras tres quedaron en el ducado de Milán.

«Al principe de Melfi [Andrea Doria] y al marques del Gasto les parece q seria bien que la Infanteria q esta en lonbardia fuese en este Jornada por ser buena gente y platica y pues no puede venir otra despaña para quedar ensu lugar se podria tomar vn medio q quedase con Antonio de Leyua mill alemanes y las dos vanderas que dize ultimamente dela gente que vino de Coron / y que las otras tres vanderas q tiene a cargo el maestro de campo don Jeronimo de Mendoça fuesen enel armada / no se si Antonio de Leyua lo haura por bien haujendo de quedar aca pues en todas partes paresçe q seran menester /».

Carta de Gómez Suárez de Figueroa, fechada en Génova a diez de marzo de 1535. Archivo General de Simancas, EST,LEG,1368,23-26, 

[2] Fuente: AGS, EST, Leg.1368,36

[3] Cifra estimada a partir de la cantidad consignada para su paga, según aparece en la correspondencia de Gómez Suárez de Figueroa.

[4] Para el tema de la paga, asunto siempre importante en la correspondencia de estado, vénase varias referencias del Archivo General de Simancas, 

AGS, EST,LEG,1368,50, 1535-05-04

Se les pagan dos pagas atrasadas y se les deben dos más que suman 10.700 escudos = a 3 escudos salen 1.783 hombres; a 3,88 escudos salen 1379 hombres. A  Génova se envían las compañías de don Jerónimo de Mendoza y de don Pedro de Acuña, las cuales ha de sufragar Génova con la excusa de Barbarroja. Dicen que vinieron 500 hombres de la empresa de Corón, y que cada vienen más.

AGS, EST,LEG,1368,48, 1535-05-10

Habla de las 5 banderas que están en Lombardía, y se les deben hasta 15 de mayo dos pagas. Jerónimo de Mendoza tiene concertado que perdonen una paga. 

AGS, EST,LEG,1368,57, 1535-05-22

La mitad de la paga de la gente de Lombardía suma 2.675 escudos [la cuarta parte de 10.700]

AGS, EST,LEG,1368,59-60, 1535-06-07

Idem. Pagan una tercera paga. La infantería perdona la cuarta que se le debía. 

AGS, EST,LEG,1368,74, 1535-07-22

5.350 escudos tomados en Sicilia para pagar las 5 banderas de infantería española de la paga de 15 de mayo a 15 de junio. 

AGS, EST,LEG,1368,85, 1535-08-04

1.955 escudos para pagar las dos compañías que están en Génova [651 hombres a 3 escudos] , que son las del maestre de campo Juan de Vargas y la de Hurtado de Mendoza. No halla dinero para las tres banderas que están en Lombardía. 

AGS, EST,LEG,1368,89-90, 1535-09-04

En Génova queda la compañía de Juan de Vargas [en carta de XVIII de septiembre dice que son 300 infantes = y cobran 1.164 escudos según carta de 1 de octubre; 3,88 escudos / infante]. Deudas a las diferentes compañías. 

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