Carlos V como general, capitán y hombre de armas. La escaramuza del 19 de junio de 1535 durante la empresa de Túnez, desde el punto de vista del licenciado Arcos.

El 19 de junio de 1535, cuarto día desde el desembarco de las tropas que transportaba la armada imperial, tuvo lugar una escaramuza entre las tropas de Carlos V y las de Barbarroja. 

El licenciado Arcos, médico que se había embarcado en la armada de Málaga, recoge, como testigo presencial, un momento de dicho día.


Carlos V al frente del escuadrón real, escoltado por alabarderos de la guardia española, armados con partesanas y rodelas donde se pueden ver las columnas de Hércules, emblema personal de Carlos. Nótese la mandíbula prognática y el collar de jefe de la orden del Toisón de Oro. Según el licenciado Arcos, médico embarcado en la armada de Málaga, Carlos V era uno de los trece hombres de armas que se plantó delante del escuadrón de españoles noveles comandado por el maestre de campo Álvaro de Grado para hacer frente a las tropas de Barbarroja durante la escaramuza. [Cartón de la serie sobre la Jornada de Túnez en 1535 por Jan Cornelisz Vermeyen, KHMWien]

Antes de leer al propio licenciado, pongámonos en situación. El ejército imperial estaba en aquel moment repartido entre las llamadas Torre del Agua y Torre de la Sal, pero trece banderas de los «españoles noveles» que sumaban 4.300 hombres a cargo de Álvaro de Grado guardaban la torre que el licenciado llama «Cadarvella».

Esta torre estaba en «lo más alto de todo el campo», «señoreando» el terreno situado entre el «real» o campamento y la Goleta, la fortaleza que guardaba la bahía de Túnez que debía tomarse antes de marchar sobre dicha ciudad. Además, el escuadrón de españoles bisoños guardaba dos cisternas de agua potable aladeñas. Su emplazamiento elevado permitía controlar visualmente el terreno, y plantar allí artillería de campo era importante para el control y seguro del real.

La torre Cadarvella, no obstante su privilegiada posición, estaba «a dos tiros de piedra» de un gran olivar, y por él habían llegado «moros y alárabes» de Barbarroja para atacar a los soldados recién reclutados en Andalucía, Extremadura y Castilla La Nueva.

Estas compañías, aunque de soldados noveles, tenían en ellas muchos «soldados viejos» y eran gobernadas por «capitanes ordinarios de su magestad» y no se arredraron ante la ermbestida musulmana. Salieron contra los enemigos, bajando al valle y con tiros de arcabucería les hicieron retirarse momentáneamente.

En este momento, nos explica el licenciado Arcos, llegó el emperador con cuatro de caballo, y subió a un alto, pudiendo comprobar que había muchos más enemigos de los que habían trabado escaramuza inicialmente. Hecha esta comprobación, Carlos V se acercó al escuadrón mandado por Álvaro de Grado, llegando en aquel momento «ocho caualleros bien armados con sus arneses».


Nobles, caballeros, cortesanos y quizá algún servidor de la casa real, pasan muestra en la revista de tropas en Barcelona hecha en mayo de 1535, antes de embarcarse para la jornada contra Barbarroja. La mayoría lleva el yelmo puesto con la vista alzada y la lanza en la diestra [el cartón está en espejo], pero el caballero que sujeta el martillo de armas lleva una gorra negra. Será su paje quien le lleve el yelmo, las manoplas y la lanza. A esta imagen, Juan Molina me comenta en FB: «Probablemente el tipo del martillo ostenta una posición de mando, ya que usualmente los hombres de armas que ostentaban un mando se les representa con martillo, maza o hacha. Además lleva un sayo de medio cuerpo sobre la armadura, típico de torneos, pero también símbolo de mando».


Entre estos ocho caballeros estaban el duque de Alba, el conde de Benavente y don Luis de Ávila, «gentil honbre de la camara de su magestad». Juntándose los ocho recién llegados, los cuatro que acompañaban al emperador y el propio Carlos, Arcos considera que «todos eran treze honbres de armas».

Los 13 se pusieron delante del escuadrón de infantería novel «haziendo rostro a los moros», estando allí «buena pieça» de tiempo. Pasado un rato, Carlos encomendó al maestre de campo Grado y a los otros capitanes de las trece compañías de bisoños que guardaran aquel puesto, sin avanzar, y marchó para comprobar los movimientos de su ejército. Por su parte, el marqués del Vasto - esto no lo explica el licenciado, porque no tenía noticia de ello - se hallaba también escaramuzando con los moros a cargo de los españoles «viejos» que vinieron de Italia.

Aún con las órdenes de Carlos V, los arcabuceros de este escuadrón de infantería salían a escaramuzar tirando sus arcabuces contra «la multitud de moros que tantas flechas y pelotas descopeta les tiravan». Tampoco es que esto contraviniera las órdenes recibidas, porque el escuadrón, por entonces, no se movía. Pero los enemigos recibieron refuerzos, y los capitanes Lope de Xeres y Pedro de Videa rogaron a Grado que avanzasen contra ellos, porque al permanecer estáticos perdían la capacidad ofensiva.


Arcabuceros españoles escaramuzan con alárabes a caballo durante la jornada de Túnez. [Cartón de la serie sobre la Jornada de Túnez en 1535 por Jan Cornelisz Vermeyen, KHMWien]

Grado mandó a Gonçalo de Bonilla, alférez de Lope de Xeres que tomase a todos los arcabuceros y los pusiera delante del escuadrón. Los arcabuceros avanzaron disparando sus armas, con el escuadrón de pica siguiéndoles en orden «amparando» a los tiradores.

Los arcabuceros se envalentaronaron, y comenzaron a ir «muy adelante metiendose mucho en los moros con el grande animo y esfuerço que lleuavan», siendo seguidos por el escuadrón de picas e internándose todos en el olivar. 

En esto, apareció de nuevo en escena el emperador.

Hallándose el licenciado Arcos «que estaua a la sonbra de esta torre curando a un soldado de una flecha que le auian dado por vna pierna», ve llegar a Carlos V a caballo, acompañado solo por un paje, que le lleva el yelmo, la lanza y las manoplas, armas defensivas y ofensivas que el hombre de armas tomaba para cargar al enemigo:

«Estando en esto llego su magestad con vn paje que le traia la lança y el hielmo y las manoplas encima de un cavallo corriendo. E paro junto a la torre Cadarvella a la sombra della porque hazia muy rezio sol».


Paje en la Revista de tropas en Barcelona, segundo cartón de la serie de Vermeyen sobre la jornada de Túnez.
El jovencito lleva las manoplas, la lanza y el yelmo a su señor, y probablemente, cabalgue el caballo destrero de su señor, reservando al animal de la fatiga de llevar a su amo con el arnés justo para el combate.

[Cartón de la serie sobre la Jornada de Túnez en 1535 por Jan Cornelisz Vermeyen, KHMWien]




El emperador, que no solo no ve a la infantería española nueva donde la había dejado, sino que no la ve por ningún lado porque ya se ha internado en el olivar, le pregunta al licenciado Arcos dónde está el escuadrón de soldados noveles comandado por el maestre de campo Álvaro de Grado. 

El licenciado Arcos, habiendo venido a la guerra por ruegos del «señor Lope de Xexas, capitan ordinario de Su Magestad» siendo «util viaje» para acrecentarse en su oficio de médico «por la diversidad de heridas que en la guerra ay», se convierte, por un momento, en protagonista de la historia de la conquista de Túnez.

El médico le explicó a su señor lo sucedido, como los capitanes del escuadrón se habían visto obligados a cargar contra los moros ante el temor de verse sobrepasados. Al tener noticia de esto, Carlos ordenó que del escuadrón de los tudescos marchasen los arcabuceros para socorrer a los de Grado, y que los piqueros alemanes les siguiesen amparándoles.

El protagonismo de la historia vuelve pronto al rey de España, claro, que pasa de ejercer su oficio de «alférez de Cristo» en la empresa contra Barbarroja a capitán de su escuadrón de hombres de armas:

«Estando el emperador proveiendo esto subieron por el altura arriba hacia la torre Cadar vella donde su magestad estaua: todos los caualleros honbres de armas puestos en esquadron a galope. E su magestad quando oyo el tropel que los cauallos traian bolvio el rostro para ellos y dando con la mano y dando bozes dixo abaxo abajo. E como los caualleros y gente de armas vieron lo que su magestad mandava de presto boluieron las riendas a los cauallos y fueron por la ladera abajo donde su magestad mandava. E luego el Emperador se fue tras de ello al mas correr de su cauallo por la cuesta abajo e los alcanço e se puso delante del esquadron en las primeras hileras como buen Capitan. E ansi llegaron donde estauan los esquadrones de ynfanteria españoles soldados viejos e italianos»


El escuadrón real, a veces también llamado escuadrón imperial, estaba formado por grandes, nobles y caballeros de la corte de Carlos V, así como por las guardias, formando todos como hombres de armas. [Cartón de la serie sobre la Jornada de Túnez en 1535 por Jan Cornelisz Vermeyen, KHMWien]


 

La escaramuza acabó con el siguiente resultado: «Tomaron este dia cativos en esta escaramuça diez moros de caualllo: huvo muertos mas de ochenta y muchos heridos»

No fue un episodio trascendental, pero sí que resulta curioso darlo a la luz por varios aspectos:

  1. Por lo que parece, Carlos V ejerce de capitán general, o simplemente de general, moviéndose a caballo por el campo acompañado por pocos hombres. En un caso con cuatro de a caballo, aunque pronto se le suman otros ocho caballeros, entre los que podemos encontrar «personas de cuenta», como el duque de Alba, el conde de Benavente o Luis de Ávila. Pero la segunda ocasión aparece solo con su paje de hombre de armas. Carlos contaba con varios pajes; uno de ellos, por cierto, le llevaba un arcabuz.

  2. Carlos se mueve por el terreno tomando lo que hoy se denomina «conciencia situacional». Puede ver lo que hacen las tropas de Barbarroja que se encaminan contra la torre defendida por los soldados noveles a cargo de Álvaro de Grado, pero también puede abandonar la escena - el licenciado Arcos no sabe para qué, pero nosotros sí, dado que hay más fuentes sobre el tema - para ver lo que hace Del Gasto con los españoles viejos, o dónde están los alemanes e italianos, o dónde está el llamado «escuadrón real» o «escuadrón imperial», formado por caballeros de la corte, nobles y hombres de armas de las guardias.

  3. Carlos transmite órdenes firmes, pero los capitanes de infantería, así como el maestre de campo Grado, deciden “desobedecer”, tomando la decisión que consideran más oportuna para su limitado escenario de confrontación, careciendo de una visión de conjunto, pues únicamente están al tanto del enemigo directo que les ronda.

  4. Por último, Carlos se convierte en «capitán» de su escuadrón, y también en «hombre de armas», tomando posición en las primeras hileras. Esto es algo que veremos en otras ocasiones durante la campaña en Túnez. Carlos está armado para el combate y toma posición de combate. 


Juan Cortés, compañero recreador, me apunta, además, la siguiente reflexión que incorporo prestada:

«Otro aspecto a resaltar en este texto, en el que se menciona dos veces y que se repite en crónicas ya muy posteriores, es que la batalla se da con los arcabuceros y las picas van detras dando amparo. La imágen que tenemos por las películas y las recreaciones, de grandes choques de picas no se corresponden con lo que hacían los españoles o en su caso las tropas imperiales. En muchas de las crónicas se puede ver que las batallas las ganaban por maniobra y potencia de fuego de la arcabucería.»


Víctor Manuel Lázaro Escudero me comenta que le parece que escuadrón es un término utilizado para denominar orgánicamente un conjunto de compañias: «Me ha llamado la atención que en todo momento las dos unidades de infantería reciben el nombre de " escuadrón " . No sólo como tipo de formación para el combate , sino como grupo orgánico y jerárquico articulado» Era ese el nombre de la Unidad desde principios de los 20 hasta su cambio paulatino o inducido por la redacción de la " Instrucción de pago de 1536"?Veamos lo que comenta el licenciado Arcos:

«Otro dia jueves de mañana el sargento maior y los maestres de canpo repartieron los esquadrones desta manera. Los soldados viejos que vinieron de Italia que eran quatro mill los dividieron en tres tercios: al uno llamaron el tercio de Santiago: al otro el terçio de Sant Jorje: al otro el terçio de Sant M[art]in. Delos italianos hizieron dos esquadrones: y de los tudescos se hizo vno. Delos españoles que de España fueron nueua mente se hizieron dos esquadrones y todos los capitanes del vn terçio destos eran capitanes ordinarios y muy vsados en la guerra. en el qual auia muchos Soldados viejos. Deste esquadron era Maestre de campo Aluaro de Grado honbre principal: y del otro esquadron era maestre de canpo don Phelipe Ceruellon cauallero Catalan muy valiente honbre y buen capitan. Hechos todos estos esquadrones y puestos en orden: luego començaron a uenir mucha cantidad de moros de Cauallo y de pie que [...]»

Por lo que parece, tenemos dos términos para denominar una agrupación de soldados o de compañías: «tercio», en el caso de la infantería vieja que venía de Italia [de los reinos de Nápoles y Sicilia] y «esquadron», en el caso de la infantería nueva que vino de España. La infantería nueva queda dividida pues en dos «esquadrones» cada uno al mando de un maestre de campo: Álvaro de Grado, y el catalán don Felipe de Cervellón. La infantería vieja queda agrupada en tres «tercios», pero en este caso, esta agrupación era para organizar las tropas en campaña; una vez acabada, las compañías regresaron a sus "bases" en Italia organizadas territorialmente con sus sendos maestres de campo por cada reino.


Bibliografía 



La artillería de los Reyes Católicos durante la guerra de Granada y la de Carlos VIII de Francia durante su expedición en Italia


«En el mes de junio [del] año susodicho [de 1484] fue el Rey D. Fernando sobre Alora con gran hueste [...] é con mucha artillería; é púsole cerco y tomóla en dentro de ocho días por la fuerza de las lombardas, que á los primeros tiros derribaron gran parte de la villa é fortaleza, é luego los moros se dieron a partido y los dejaron ir».

Historia de los Reyes Católicos D. Fernando y Doña Isabel por Andrés Bernáldez


«y esta artillería questa asentada contra el arraual aunque el muro [es] Recio y [tiene] buenas torres por estar en llano no tirará mucho q no vaya al suelo todo»

Carta del Comendador Mayor de Castilla a la reina Isabel durante el asedio de Ronda, 16 de mayo de 1485


«E ha plazido a Nuestro Señor, de quien todo vençimiento e buena obra proçede, que en quinze días que he estado sobrella la he fecho de tal manera apretar, faziéndole tirar tan apriesa de noche e de día con las lonbardas e artellería e engenios, e tomándole el arrabal, que por combate el miércoles pasado se tomó, seyendo como es tan fuerte como la çibdad, e quitándole por minas el agua, que con muy grande dificultad se pudo fazer; en tanto que viéndose los moros perdidos porr la mucha gente quel artellería les mató en el conbate e fueron feridos e muertos, e perdida la esperança de ningund socorro, acordaron lo que avían de fazer por discurso de tienpo fazerlo luego. E asy, oy domingo, día de pascua de Spiritu Santo, me han dado la çibdad e puesto sus personas a mi merçed»

Carta de Fernando el Católico, Ronda, 22 de mayo de 1485



Lombarda portuguesa protegida tras mantelete durante el cerco de Arcila en 1471. Los Reyes Católicos emplearon como sus vecinos portugueses este tipo de artillería para la conquista del reino de Granada en la persistente guerra de Granada de 1482 a 1492, ofreciendo unos resultados muy buenos para el ejército real. Al fondo se ven los muros y las torres de piedra de la plaza magrebí. 



Durante el asedio de Álora, mencionado en la cita que encabeza este texto, los tiros de lombarda derrocaron dos torres y el lienzo de muralla que unía ambas, y la cadencia de tiro fue tal que no permitió a los defensores reparar la muralla. En 1407 dicha fortaleza había mostrado ser inexpugnable ante el asedio castellano. Los muros del arrabal de la ciudad de Ronda cayeron en apenas una semana; iniciado el cerco el día 8 de mayo, el día 22 se rendía.

La artillería de asedio demostró su efectividad durante la guerra de Granada y posibilitó la temprana toma de muchas plazas, pues los castillos de muros de piedra nazaríes no ofrecían suficiente resistencia frente a los impactos de las pelotas o bolaños de piedra disparadas por las lombardas que empleaba el ejército real. 

Por lo tanto, las lombardas de finales del XV tenían precisión y cadencia de tiro suficiente como para batir y tomar un castillo medieval en un plazo relativamente corto.


Detalle de la imagen anterior. Podemos ver el mantelete que protegía a los artilleros o lombarderos que servían la pieza, y que les protegía de los tiradores de la plaza asediada, que dispararían con ballestas, espingardas o, todavía en esta época, culebrinas de mano. El lombardero de la izquierda agachado, está preparado para dar fuego a la pieza. La lombarda se identificar claramente por los cercos, «cércoles» o aros que unen los manguitos del cañón, llamado «trompa» o «caña». La cámara o «servidor» se vislumbra en el extremo inferior, reconocible por su diámetro inferior al de la caña. 



Pero aún siendo efectivas contra castillos medievales, estas piezas de artillería presentaban varios defectos:

La cadencia de tiro era bastante baja dado que las lombardas se componían de dos partes, el cañón, llamado «trompa» o «caña» y el servidor, en el cual se cargaba la pólvora. Para cargar la pieza tras el disparo, había que separar las dos partes que iban montadas sobre un «afuste» en el que estaban falcadas o calzadas con un «zoquete» de madera para que quedasen unidas. Para agilizar el proceso de recarga, las lombardas solían disponer de dos servidores, de manera que el segundo ya estuviera cargado y preparado para el segundo disparo.

Además, las lombardas, tradionalmente se solían montar sobre un «afuste» sencillo que se asentaba en una estructura de madera que no permitía apuntar con facilidad, porque la elevación de la pieza dependía de dicha estructura. La fijación de la lombarda en el afuste muchas veces se realizaba mediante cuerdas o cadenas que había que liberar en parte para cargar el servidor y volver a amarrar o encadenar para poder tornar a efectuar el disparo. 


Lombarda portuguesa protegida tras mantelete durante el cerco de Arcila en 1471. La lombarda está en un afuste que descansa sobre un caballete de madera abigarrado que sugiere una compleja, sino imposible, corrección de la elevación una vez se ha asentado la pieza. 




Afuste de una lombarda por Arántegui y Sanz basado en las piezas que pueden verse en la sillería de la Catedral de Toledo que representan episodios de la Guerra de Granada. La lombarda va unida al fuste o «afuste» mediante cuerdas que abrazan las duelas y que pasan las argollas. La elevación de la pieza es rudimentaria y no permite cambios precisos de angulación.  



Esta lombarda va montada sobre una cureña que descansa en eje sobre ruedas, pero al carecer de muñones la pieza y descansar sobre este tipo de afuste, su elevación máxima venía limitada por la cola de la cureña. 


Esta lombarda alemana del Zeugbuch Kaiser Maximilians I de 1502 presenta, sin embargo, muñones, lo cual permitiría una elevación relativamente fácil de la pieza. Sin embargo, esto parece que no se implementó hasta finales del siglo XV, cuando ya habían irrumpido los cañones de fundición. 


La unión de servidor y caña era imperfecta, y las dos partes se componían de piezas longitudinales de hierro forjadas llamadas «duelas» que se unían mediante manguitos que a su vez se aseguraban con aros o «cércoles». Las piezas así construidas a modo de un barril con sus aros, tendían a reventar con bastante frecuencia por las numerosas juntas de la caña, bien por la unión entre servidor y caña, bien por la poca ductilidad del hierro forjado de que estaban hechas. 


Lombarda o bombarda dibujada por Arántegui y Sanz. Estructura de la caña o trompa de una lombarda, parte destinada a la conducción del proyectil. Nótese la estructura en forma de barril: las duelas longitudinales, juntadas con manguitos y reforzadas con cercos. Las piezas así conformadas tenían multitud de juntas por donde reventar.

Servidor - izquierda - y caña o trompa - derecha de una lombarda del siglo XV. El servidor debía cargar a 3/5 partes con pólvora y se "cerraba" con un taco de madera. Las lombardas solían disponer de dos servidores, de manera que se agilizase la recarga de la pieza. 


Para reforzar la pieza, se podía «enforrar», o sea colocar la lombarda en un molde, y verter en ella bronce quedando la lombarda de hierro como núcleo, pero eso hacía una pieza demasiado pesada e inoperativa para trasladarla en operaciones de asedio.

Este tipo de artillería, aún con todos sus defectos, era el que se empleaba en esta época en toda Europa, que tan buen resultado dio en la guerra de Granada, pero en 1494, el ejército de Carlos VIII de Francia irrumpió en Italia con un tren de artillería compuesto por lo que serían poco después llamados en la Europa meridional «cañones a la francesa». 

Piezas de artillería según la Cronaca della Napoli aragonese de 1498 , f122r. La pieza de la izquierda está labrada al estilo del siglo XV; se pueden ver los distintos cércoles que revisten tanto caña como servidor. La de la derecha se trata de un cañón a la francesa. Fundido en una sola pieza, las posibilidades de que reventase eran mucho menores.


Según Pablo Jovio, al pueblo italiano le causó «grande admiración y miedo mas de treynta y seys pieças dartilleria encaualgadas en sus carretones, las quales tirauan cauallos con increyble ligereza assi por lo llano como por lugares asperos»

El tren de artillería del rey de Francia disponía de cañones que disparaban pelotas de hierro de 50 libras, serpentinas que tiraban balas de hierro de 35 libras y culebrinas que tiraban pelotas de 22 libras y media a 32 libras, así como piezas de artillería menores que disparaba pelotas de plomo. Las piezas de artillería iban cargadas sobre carretas de dos ruedas, y las mayores eran tiradas por 10 o 12 caballos.


«Artegliaria» francesa según la Cronaca della Napoli aragonese de 1498, fol 109v. Tanto italianos como españoles de la época transportaban sus lombardas en carretas tiradas por bueyes. La conducción de la artillería real para el asedio de Setenil en 1484 supuso el empleo de 434 pares de bueyes. Cuarenta años después, el emperador Carlos V, rey de España y nieto de los Reyes Católicos, emplearía caballos alemanes para conducir su artillería durante las campañas de Italia.



El obispo de Nocera realizó una sencilla descripción de la artillería de Carlos VIII haciendo equivalencias de las pelotas que disparaban con cabezas de hombres o naranjas, según su calibre: 

«Seria la mayor de las pieças tan larga como ocho pies y de peso a seys mill libras de bronze y llamauan se cañones.  Estos arrojauan vna pelota tan gruessa como la cabeça de vn hombre. Despues de los cañones eran mayores pieças las culebrinas las quales eran la mitad mas largas que los cañones pero de mas delgada caña y que arrojauan menor pelota. Tras estas venian luego los falconetes vnos mayores que otros pero de tal proporcion que con la menor pieça se tiraua vna pelota tamaña como vna naranja».

Pero otra cosa a destacar era su encabalgamiento y su tiro con caballos, mientras que italianos - y españoles - habían empleado tradicionalmente bueyes, cosa que permitía un rápido desplazamiento: 

«Todas estas pieças iuan encaualgadas en dos gruessos exes y atadas con sus correas y quando era necessario disparar las, sopesauan las con sus asas y para apuntar bien el golpe assestauan las en mitad del exe. Las pieças pequeñas iuan sobre dos ruedas y las grandes sobre quatro, delas quales las dos traseras se podian quitar para aguijar o parar en el camino. Los maestros y carreteros del artilleria caminauan con tanta presteza donde querian q en los lugares llanos y de buen camino los cauallos aguijados con el açote o bozes de los carreteros igualauan la carrera de ligeros cauallos».

Estas piezas de artillería fundidas en bronce en una pieza y montadas sobre cureñas que desacansaban en ejes de ruedas, permitían una recarga rápida y una fácil elevación para apuntar al blanco. Además, reventaban con menos frecuencia y permitían tiros más potentes y precisos, y podían disparar pelotas de hierro. 


Podemos ver en esta pieza de artillería del Zeugbuch Kaiser Maximilians I de 1502 una pieza de fundición encabalgada sobre su cureña y su eje de ruedas herradas, y una pieza sin encabalgar junto a una cureña. Los muñones situados al costado de la pieza asentarían en las rebajes de la cureña - las muñoneras - permitirían una fácil elevación de la pieza sobre el eje formado por los dos muñones. Nótese la diferencia con las lombardas encabalgadas rígidamente en el asedio de Arcila de 1471.

En este Tratado dela artilleria y uso della de Diego de Ufano publicado en 1613, podemos ver como se eleva un cañón de batir plazas fuertes, pivotando la pieza sobre los muñones asentados en las muñoneras de la cureña. 


Anteriormente se habían fabricado piezas de artillería labradas de una sola fundición en bronce, y no hechas con partes unidas por «cércoles», de la misma manera que se fundían campanas, pero en general, esas eran piezas de artillería menores que no tiraban más que pelotas de hasta 8 o 10 libras a lo sumo y aún las piezas menores solían disponer de servidor. 

Los problemas en la fundición de piezas de artillería hechas de una sola fundición, o sea con cámara y cañón en un mismo cuerpo continuaron apareciendo hasta, por lo menos, el siglo XVII, como prueban diversos tratados donde se ocupan de ello.


En el Tratado dela artilleria y uso della de Diego de Ufano publicado en 1613, podemos ver la cruceta y la rodaga, pieza que se empleaba para comprobar si el barrenado de la pieza se había realizado correctamente, y el ánima del cañón estaba centrado respecto al cuerpo de la dicha pieza y las paredes, por lo tanto, eran de espesor uniforme.



Molde para la fundición de un cañón - izquierda - ánima y cruceta para fijar el ánima - centro - y molde de la culata, derecha, según el Discurso del capitan Cristoual Lechuga, en que trata de la artilleria, y de todo lo necessario a ella, publicado en 1611. Todavía en esta época se fundían muchas piezas defectuosas; prueba de ello son las páginas dedicadas en su libro a este menester, siendo un error común la «desigualdad» al desplazarse el ánima durante el vertido del metal fundido, como se puede ver en la ilustración siguiente [B] del mismo libro. 




Las clásicas lombardas eran piezas de artillería «pedreras», si bien en 1497 ya se fundían pelotas de hierro para tirar con ellas. La piedra, normalmente caliza, ofrecía ventajas, dado que había piedras por doquier [1] y no hacía falta un gran taller para labrarlas; tan solo eran necesarios oficiales canteros para extraer la piedra, así como «picapedreros para facer piedras de las lombardas», picos de piedra para labrarlas y medidas de hierro para calibrarlas. Además, las piedras podían obtenerse cerca de la plaza que debía ser asediada, con lo que se evitaba el transporte de pelotería.


Pico de picapedrero y bolaños de piedra del Zeugbuch Kaiser Maximilians I de 1502, los proyéctiles típicos de las grandes piezas de artillería del siglo XV.

Estos marcos se empleaban a principios del siglo XVII para calibrar balas de artillería. Los picapedreros usaban medidas de hierro similiares para guiarles a la hora de labrar los cantos hasta convertirlos en pelotas o bolaños. Durante la guerra de Granada, 5 picapedreros labraron en menos de un mes 275 piedras «escodadas, limpias e buenas a vista», revisadas por maestres artilleros, quedando desechadas aquellas que no fueron consideradas aptas para tirar a criterio de los artilleros.  



Pero aunque la piedra tuviera ventajas logísticas frente a las pelotas de hierro colado, tenía desventajas: era mucho menos densa [2,4 Kg/litro] que el hierro colado [7,2 kg/litro] y por lo tanto, a igual diámetro, el bolaño de piedra era mucho menos pesado que la pelota de hierro. Además, la piedra era más frágil, por lo que su impacto contra las murallas, que también eran de piedra, era mucho menos efectivo que el de los proyectiles de hierro. 

Aunque la expedición de Carlos VIII no fue ni mucho menos un paseo militar, la artillería que llevó facilitó la toma de varias plazas, anteriormente consideradas inexpugnables, y sobre todo, acortó los plazos de asedio. 

Según Marino Sanuto, el tren de artillería del rey de Francia traía «otra generación o suerte de artillería, llamadas por ellos diversamente, que tiraban pelotas de hierro de considerable grandeza» [2]. Según el compilador veneciano «los franceses no usaban lombardas como las nuestras italianas, más son a modo de pasavolantes, que tiran pelotas gruesísimas de metal y de hierro, y de esto viene que rompen los muros donde tiran, y tan de lejos como hicieron en Nápoles en Castil dil Uovo, que casi a dos millas se lombardeaba» [3]. Aunque quizá se exageraba el alcance efectivo de dichas piezas - hacia la década de 1530 se intentaba plantar los cañones de asedio a una distancia de 300 a 400 pasos de la muralla a batir - 

La experiencia italiana con este, “nuevo” tipo de artillería hizo que pronto comenzasen a fundirse por Italia «cañones a la francesa», siendo una de las primeras experiencias la del marqués de Mantua, que quebró y fundió sus lombardas para fundir cañones de nuevo cuño, aunque ya en noviembre de 1494 en Ferrara «maistro Zanin» presentó un modelo de pasavolante al «modo franzese». 

También, claro, este tipo de artillería llegó a España. En 1499 ya se fundían en Málaga cañones de bronce [aleación de cobre al 91% y estaño al 9%], alguno con la denominación de «cañon serpentino francés», piezas que tiraban pelotas de 16 a 36 libras. 

Se pueden ver claramente la rápida adopción por la menor cantidad de piezas denominadas «lombardas» en los inventarios de artillería real, y también se puede apreciar por el gradual declive del oficio de picapedrero durante la década de 1500, así como del auge en paralelo de la fundición de pelotas de hierro colado de gran tamaño en las funciones reales y del propio oficio de «maestro fundidor de hacer pelotas», fuera en Málaga o en Burgos. 

Curiosamente, a las pelotas se les denominó también «piedras», y cuando pasaron a fundirse en hierro se las denominó por un tiempo «piedras de hierro», hasta que se abandonó definitivamente tal denominación. 

Asimismo, a los artilleros se les continuó denominando «lombarderos» hasta finales de la década de 1520, a pesar de que para entonces las lombardas eran casi reliquias.

Las piedras tan solo quedaron reservadas como proyectirles para ciertas piezas, pues convenía su fragilidad para que al romperse tras el impacto los fragmentos de la misma se proyectaran como metralla.


Bibliografía



Notas

[1] No obstante, durante el asedio de Loja en 1486, los pedreros del ejército real recibieron el sueldo de mayo a junio en balde, «porque no fizieron en todo el dho t[iem]po ninguna cosa asy porque el artillería no era llegada como porque no se fallaban canteras». 

[2]Texto original:

«Havea zerca colpi 60 de artigliarie su carete, zoè spingardi, passavolanti,et altre generatione o vero sorta de artiglierie, variamente per loro chiamate, et butavano ballotte de ferro de assà grandezza»

La spedizione di Carlos VIII in Italia, p.473

[3] Texto original:

«Et Franzesi , i quali non usano bombarde come le nostre italiane, ma sono a modo passavolanti, che buttano ballotte grossissime di metallo et ferro, et questo vien che sbusano li muri dove trazeno, et assà da longi, come faceva a Napoli a Castel dil Uovo, che quasi do mia lontano lo bombardava»

La spedizione di Carlos VIII in Italia, p.265