El saqueo de los mercaderes por parte de los los soldados españoles del ejército imperial durante la jornada de Túnez

Amén de los célebres sacos o saqueos protagonizados por la infantería española en el siglo XVI - el de Prato en 1512, el de Roma en 1527 o el de Amberes en 1576 - se produjeron otros más modestos. 

Hubo uno, además, que tuvo lugar en el propio campo del ejército imperial. 

A primeros de agosto de 1535, con el ejército imperial estando en Rada preparándose para embarcar de regreso a España o a Italia, se dieron órdenes en forma de bando pregonado en el campo imperial para que los vivanderos - llamados entonces mercaderes, tenderos y taberneros - así como las mujeres que seguían el ejército se embarcasen, de manera que quedase por seguridad la gente de guerra los últimos para la embarcación.

En esos días de estancia en Rada se produjo un episodio que otros cronistas resumieron con brevedad: el del saqueo de los «mercaderes» por parte de la infantería española del ejército imperial. 

Martín García Cerezeda, soldado viejo de la infantería de Sicilia, al que copia el cronista real Alonso de Santa Cruz, dice que la orden de saco la dio Carlos V contra un mercader en particular que vendía vino, y el castigo se salió de madre:

«a uno que estaba con una bota de vino por embarcar, se la mandó saquear a los soldados y marineros, y los demas que allí se hallaron meten a saco el vino, y como Su Majestad fuese algo desviado de allí, meten a saco todas las otras boticas que se hallaron no ser embarcadas».

Sin embargo, el licenciado Arcos se prodiga más en detalles y su versión parece más verosímil. Al fin y al cabo, el médico se embarcó con la infantería nueva en la armada de Málaga, conocía a los capitanes e incluso pudo dar en su relato nombres de los protagonistas:


«[...] se mando dar e se dio vando o pregon por todo el Real y en la Goleta que dentro de tres dias primeros siguie[n]tes todos los mercaderes y tauerneros que alli estavan y todas las mugeres se enbarcasen so pena dela vida: porque enbarcados estos se avia de enbarcar toda la gente de guerra. E luego algunas destas gentes se enbarcaron aunque fueron pocos.»


En esta escena de uno de los cartones de Jan Cornelisz Vermeyen sobre la conquista de Túnez, podemos ver en primer plano a un par de personas - una mujer y un joven - guisando en sendos calderos, mientras que los soldados reciben la vianda en sus platos. A la derecha, sobre un barril,  varios soldados se sirven vino en unas vasijas. Al fondo vemos varias tiendas: la de la izquierda expone su mercancía - que no se puede apreciar - mientras la gente del ejército pasea delante de ella. Vemos, pues, una representación somera de la llamada «calle de las tiendas», donde mercaderes, tenderos y taberneros, ofrecían sus productos y servicios, convirtiéndose dicha calle en un espacio de encuentro y socialización.


«Los mercaderes estauan con todo esto ala orilla dela mar hecha vna gran calle de todas las tiendas donde vendian todas quantas cosas quisiesen pedir. Ansi Ropas como joias plata y oro labrado y todas cosas de comer y beuer: tan abundante mente como podian estar en vna ciudad. Y todos estos mercaderes aunque se dio aquel pregon por mandado desu Magestad y otros pregones que cada dia se dauan para que luego se enbarcasen: nolo avian querido hazer ni aun lo ponian por obra. 

E un dia pasando su Magestad por donde aquellos mercaderes estavan: aconpañado de muchos Caualleros que con el yuan: y uiendo alli todavia los mercaderes tan de Reposo: como sino les ovieran mandado quese enbarcasen: les dixo atodos yendo por la calle adelante. Vosotros porque no os enbarcais: Pues que ya os lo an mandado tantas vezes emos destar aqui detenidos tanto tienpo queno nos enbarquemos por v[uest]ra causa: yo os prometo que si mañana a esta ora no os aveis enbarcado que a vosotros os pese dello


Carlos V en Túnez. El emperador, cuya mandíbula prognática le delata, aparece aquí en este cartón con ropa de paseo: capa, sombrero emplumado, jubón y borceguíes para la monta, muy diferente de los otros cartones, donde aparece siempre armado con diversas armas defensivas para el combate.


«Hallaronse presentes a esto por aquella calle algunos soldados e oyeron aquellas palabras que su Magestad dixo: e tuvieron cuenta en ello: y dixeronlo vnos a otros diziendo quesi otro dia aquella ora no es tuviesen enbarcados quelos mandaria saquear. Demanera que supieron esto muchos soldados. Otro dia ala ora que su Magestad avia pasado por alli e les mando que se en barcasen: vinieron alli muchos soldados a comer y beuer y a pasearse por aquella calle de las tiendas: y dos o tres soldados de aquellos començaron a dezir a bozes: saco: saco: saco: e luego todos juntamente començaron a saquear no solamente a los tauerneros que les dauan de comer: mas aun a todos los otros tenderos les tomaron muchas ropas y sedas y dineros y otras mercaderias loque cada vno queria mas presto apañar. Fue tanto el alboroto que huvo e la grita e Rebuelta: que se penso que todo el canpo se Reboluia e se matauan unos a otros.


Una parte importante del botín obtenido en los saqueos de ciudades eran la ropa y los tejidos. De hecho, durante todo el siglo XVI se denominaba a la posesión en bienes muebles de los soldados, y aún de los civiles, con el término genérico «ropa» - aunque incluyera otras posesiones valiosas como la vajilla, denotando que la ropa era un bien valioso y preciado. Túnez era conocido por sus sedas, mejores y más caras que las que se labraban en Granada, así como por sus paños y sus telas de lino de Alejandría. Una parte significativa del botín obtenido en la plaza consistió en estos tejidos. Juan de Cuenca, vecino de Granada, escudero de una compañía de jinetes de Andalucía, tomó junto a cuatro compañeros el siguiente botín: «çinco líos de ropa y dos cofres y vna poca de seda en maço y çiertos pedaçuelos de brocado y vna taçuela de plata». Aunque como el propio Cuenca eran muchos los soldados que se embarcaban con el botín de regreso a casa, otros preferían vender - y en caso de esta abundancia repentina, malvender - lo tomado a quiénes, como los mercaderes, podían transformar o vender los tejidos, y pagar por ellos en dinero sonante inmediatamente. Este intercambio desigual y la ostentación de la abundancia, sumados al rencor que podía haberse producido entre los soldados menos afortunados en el saco de Túnez, pudo provocar la animadversión y codicia de dichos soldados.


A la sazon su Magestad se hallo algo desviado de alli: y acudio luego a gran priesa al mas correr desu cauallo con mucha gente que le seguia e junto conel venia el Marques del Vasto y el alcalde de corte que se dezia Mercado: que todos con el enperador se hallaron. E llegados alli el Marques del Vasto dixo a bozes ahorquenlos. E la gente de pie y otros que yuan con el enperador y con el al[ca]ld[e] Mercado tomaron luego a muchos de aquellos soldados para los ahorcar. E los primeros que ahorcaron de presto fueron dos: el uno dellos ahorcaron de vna entena de vna galeota que estaua a la lengua del agua: y este se dezia Rios soldado viejo y era de la conpañia del capitan Varaez y muy buen soldado. El otro era natural de Caçalla que se dezia Bartolome de Real y a este pusieron en vna horca y era soldado delos nueuos. E su Magestad desque los vido ahorcados le peso mucho e mando que no ahorcasen mas: porque en la verdad el Enperador era muy enemigo deque Castigasen alos soldados de aquella manera y si el los viera antes quelos ahorcaran no lo consintiera en ninguna manera e mando luego que se hiziese informacion de todo loque avian saqueado los soldados: e que todo se numerase entre todos los mercaderes que tanto avia Reçebido de daño cada uno. E que todo sele pagase luego loque a cada uno le avian tomado los soldados con juramento. Fue numerado segun los mercaderes dezian e jurauan que les faltauan a todos mas de diez mill ducados. E su Magestad mando que les diesen ocho mill ducados: e que lo demas perdiesen los mercaderes en pena deno auer hecho libremente loque su Magestad les mando que era en barcarse

De esta escena podemos sacar varios datos interesantes sobre la organización de los ejércitos de la época y la disciplina militar:

1. Los ejércitos tenían lo que se denominaba «seguidores»: estos seguidores podían ser mujeres - como las que se ordena embarcar - mozos o criados de los soldados, y un sinfín de personas de oficios diversos que se ganaban la vida en los ejércitos, como podían ser zapateros, boneteros, espaderos, u otros como «tenderos», «mercaderes» y «taberneros».

2. Los tenderos y mercaderes vendían sus productos a los soldados y demás seguidores del campo - desde prendas de ropa, a velas de sebo o jabón -  y los taberneros, en palabras del licenciado Arcos, daban de comer a los soldados. Aunque los soldados durante esta campaña recibieron bastimentos que les fueron descontados de su sueldo - con una orden similar y un “menú” parecido al de las armadas - y bien los guisaban ellos, sus criados o sus mujeres, parece que también acudían a estos taberneros para que les dieran de comer y de beber. 

3. En el campo o «real» - hoy hablaríamos de campamento - se reservaba una calle para estos mercaderes, tenderos y taberneros: la «calle de las tiendas». En el relato de Arcos queda claro que amén de ir a comer y a beber, los soldados paseaban por esa calle, convirtiéndose pues dicha calle en un espacio de socialización.

4. Aunque los soldados dispusieron de tres días para saquear Túnez, parte de las riquezas habían sido sacadas con anterioridad, y buena parte del botín consistió en cautivos que serían, en muchos casos, malvendidos en el mismo Túnez a personas que los revenderían a su vez en España o Italia. Los mercaderes, por su parte, también estuvieron en disposición de comprar a los soldados mucha ropa, paños de lino y seda tomada en la ciudad. Muchos de los soldados procedían a malvender este botín a quien tuviera dinero para pagarlo y voluntad para comerciarlo, prefiriendo el dinero sonante a productos. En este caso, los mercaderes eran los grandes beneficiados: no arriesgaban sus vidas en la guerra, pero se podían lucrar del botín conseguido por los soldados. Además, debió de haber muchos soldados, sobretodo, de los «noveles», porque quedaron en un principio fuera de Túnez mientras que la infantería vieja asaltaba la plaza, que no conseguirían botín ni cautivo alguno.

5. Como era habitual, las órdenes reales, proclamadas en forma de bando pregonado, no se cumplían a rajatabla. Este incumplimiento provocó la indignación de Carlos V y la consiguiente amenaza: «yo os prometo que si mañana a esta ora no os aveis enbarcado que a vosotros os pese dello». Dicha amenaza fue cogida al vuelo por unos soldados españoles que la tomaron como base para protagonizar el saco al día siguiente.

6. El saqueo lo inician dos o tres soldados, pero parece evidente que ya se habían reunido allí muchos soldados con la intención de saquear a los mercaderes: tan solo hizo falta gritar a viva voz las palabras mágicas: «¡Saco! ¡Saco! ¡Saco!». El licenciado Arcos menciona que se pensó «que todo el canpo se Reboluia e se matauan unos a otros», indicando un temor real, y era que los soldados del ejército imperial, sobretodo, organizados en naciones, se enfrentarán unos a otros.

7. Al alboroto acuden rápidamente tres figuras principales: Carlos V, el marqués del Vasto, y el licenciado Mercado, alcalde de corte y encargado de la justicia militar de una parte del ejército.


Había diversos oficiales de justicia en el ejército: desde el capitán de campaña o barrachel del tercio, al alcalde de corte, pasando por los alguaciles de la armada, había oficiales de justicia particulares y generales. En este caso, el licenciado Mercado de Peñalosa, alcaide de corte, se ocupaba de la justicia sobre los españoles, así como sobre los criados de la casa del rey y los cortesanos. Los oficiales de justicia militar, como los civiles, se identificaban con una vara.


8. El alboroto parece aplacarse rápidamente ante la llegada de estos personajes, que parecen ejecutar la justicia con «la gente de pie y otros que yuan con el enperador», lo que parece una forma de referirse a las guardias alemana y española de Carlos V. Aunque no se menciona el número de participantes en el saqueo, no debieron de ser pocos, y es probable que amén de los alabardazos de las guardias alemanes, y de los golpes de partesana de las guardias españolas, la gente alborotada se viera intimidada por las figuras de autoridad con el propio emperador en persona, y tomaran conciencia de que se le había ido de las manos el negocio, o que lo que les habían dicho sus compañeros que la orden de saqueo era del propio emperador, quizá no era muy certero.

Las guardias a pie acompañaban al emperador y tenían como misión defender su persona, pero también podían intervenir como lo hacían los hombres del capitán de campaña o barrachel, o los hombres de los alguaciles, y actuar como policía militar. Aquí vemos a un guardia español con partesana y rodela, teniendo la rodela pintada las columnas de Hércules, emblema personal de Carlos V.


9. La justicia en este caso es sumarísima pero ejemplarizante: a la orden del marqués del Vasto de «¡ahorquenlos!», solo se ejecuta a dos soldados: uno viejo, aunque de una compañía nueva embarcada en Málaga, y otro soldado nuevo, lo cual indica que parte de los instigadores del saqueo eran de las compañías de «soldados noveles» que vinieron en la armada de Málaga.

10. El licenciado Arcos atribuye piedad al emperador, e indica que se podían haber ahorcado a más soldados sino hubiera sido porque Carlos V «era muy enemigo deque Castigasen alos soldados de aquella manera», pero otras fuentes nos muestran a un Carlos poco remiso al ahorcamiento, e incluso ordenádolo él mismo. Veamos lo que dice Cerezeda de la estancia de Carlos V en Sicilia, tras haber completado exitosamente la jornada de Túnez, como aplica la justicia rigurosamente en dicho reino, aunque sea este caso ejemplo de justicia civil y no militar:

«Ansí se estuvo el Emperador en Palermo, haciendo muy entera justicia, como por ellos le fué pedida; y se hizo tanta cuanta ellos no la habian visto ni pedido: y estando desorejando, cortando manos y cabezas, ahorcando, descuartizando, abrasando por sodomitas, echando en galeras, restituyendo á cada uno en lo suyo, dándoles visorey, persona que amaba la justicia. Despues de haber hecho Su Majestad lo que convenia en el gobierno deste reino, y haber dado cargo de visorey á don Hernando de Gonzaga, da órden á su partida, que fué á los trece de Otubre, un miércoles, pasado el mediodia»

Lo que sí parece evidente, es que el castigo que se prefería debía serl ejemplarizante, y proceder a ejecutar tan solo a, como se solía decir entonces, “los mas culpados”. 

11. A los mercaderes, tenderos y taberneros se les indemniza, pero el emperador les aplica un descuento que implica una sanción por su desobediencia a la hora de embarcarse. 

12. De los 8.400 escudos en que se tasaron los daños sufridos por los mercaderes, se hicieron dos descuentos en las pagas de los soldados: a la infantería vieja de Italia se les descontaron a cada soldado 4 tarines - apenas un tercio de escudo - mientras que a la infantería nueva 1 escudo completo. Este reparto desigual de la sanción mostraría que los que más participaron en el saco fueron los soldados nuevos, quizá por el hecho de verse o sentirse menos agraciados en el precedente saqueo de Túnez.

13. Vemos que la sanción es general, pagando justos por pecadores. En Málaga se embarcaron 8.400 hombres, la infantería vieja que vino de Italia eran unos 3.600 hombres, a los que se sumaron tres compañías de Mallorca y Menorca. En total, unos doce mil hombres, que, evidentemente, no pudieron participar en el saco en su totalidad, pero dado que era en ocasiones complicado ejecutar la justicia individualmente, se resolvió el caso solidariamente con un castigo general.


Apuntar además, como curiosidad, pero también como evidencia de como se trasladaban estos eventos a la posterioridad, el resumen del caso que hizo el cronista real Prudencio de Sandoval, cronista del reinado de Carlos V:

«De Luda se pasó 1.º de agosto a la torre del Agua, donde parte de los soldados tudescos y italianos saquearon los tenderos del real, diciendo que no habían habido nada en Túnez, como los españoles, mas fueron castigados, y el Emperador mandó repartir doce mil ducados, en que se apreció el daño que los mercaderes recibieron».

El cronista, malinterpretando o quizá tergiversando las fuentes que tenía al alcance - cuanto menos, disponía de la crónica de Alonso de Santa Cruz, donde los protagonistas del saco son soldados españoles - hace a los protagonistas del saco a los lansquenetes alemanes y a los soldados italianos.

En todo caso, sí que cabe destacar un apunte del obispo Sandoval: y es que los saqueadores alegan «que no habían habido nada en Túnez», poniendo como excusa el no haberse beneficiado del saco de la ciudad norteafricana.


Para saber más:

1) Túnez 1535. Carlos V contra Barbarroja, Desperta Ferro Historia Moderna, nº74. Febrero 2025

2) Ajusticamiento de un soldado durante la jornada de Túnez en 1535

3) La disciplina en los Tercios a mediados del siglo XVI. Ordenanza para el ejército sobre Metz [1552] Ordenanza para el ejército de Italia [1555]


Bibliografía:

Historia y Conquista de Tunez, por el licenciado Arcos

Tratado de las campañas y otros acontecimientos de los ejércitos del Emperador Carlos V en Italia, Francia, Austria,... (1876) - García Cerezeda, Martín , v2.

Los soldados que conquistaron Túnez para el emperador Carlos V: las tropas de la Armada de Málaga, Rafael Gutiérrez Cruz. Baética: Estudios de Historia Moderna y Contemporánea, nº43, 2023


Imágenes:

Cartones de la serie «La conquista de Túnez», por Jan Cornelisz Vermeyen. KHM Wien.


Combate singular de jinetes andaluces y árabes durante la jornada de Túnez [1535]

Este jinete norteafricano con la rodela embrazada en la zurda - recordemos el espejo en que están los cartones - lleva una lanza en la diestra, y demuestra su habilidad en la monta plegándose sobre su caballo para ofrecer el mínimo blanco a los arcabuceros imperiales. Nótese lo flexionadas que están las piernas y lo corto de los estribos. Cartón de Jan Cornelisz Vermeyen, KHMWien


«Eran tan diestros los alárabes y moros ºen el pelear á caballo, y tenían á los nuestros tan conocida ventaja en el saberse menear, y en sufrir el calor y los otros trabajos de aquella calurosísima tierra, que se conocía bien que viniendo a batalla campal se habia de tener harto trabajo en la Vitoria»

Jornada de Túnez por Gonzalo de Illescas


En los primeros días de la jornada de Túnez se vivieron encuentros singulares entre las tropas de Carlos V y las de Barbarroja. Uno de esos encuentros enfrentó a jinetes de Andalucía con jinetes árabes o moros.

Hallándose uno de los escuadrones de soldados españoles noveles cerca de la torre Cadarvella a cargo del maestre de campo Álvaro de Grado, vinieron moros y turcos a escaramuzar. Aunque los infantes tenían órdenes de no dejar el escuadrón, unos 300 arcabuceros abandonaron el amparo de la formación de picas para adelantarse a escaramuzar con los jinetes. Estos arcabuceros estaban en una ladera «muy en orden» sin que ninguno peligrase, pero hubo seis de ellos que «se metieron tanto en los moros con la codiçia que lleuauan por la ladera arriba» que se llegaron a ver casi cercados, arremetiendo contra ellos moros a caballo.

Estos seis hombres intentaron regresar corriendo al escuadrón ladera abajo, pero dos de ellos quedaron atrasados, siendo perseguidos por dos moros a caballo. 

Viendo esta escena, dos jinetes de Andalucía de la compañía del duque de Medina Sidonia acudieron en su socorro.

Escuadrón de jinetes andaluces durante la jornada de Túnez. Los hombres siguen el estandarte en que aparece el patrón Santiago. Cartón de Jan Cornelisz Vermeyen, KHMWien




Aquí vale la pena copiar a la letra el testimonio del licenciado Arcos, médico que se había embarcado en el armada de Málaga junto a la infantería nueva y los jinetes andaluces:

«Arremetieron los dos ginetes de presto por el recuesto arriba con sus lanças en ristradas a encontrarse con los moros y defender a los dos soldados que no los matasen y matar a los moros si pudiesen. 

Vista por los moros la determinacion delos ginetes y la furia que lleuauan para los encontrar, cada uno dellos bolvio las riendas a su cauallo el vno a la mano yzquierda y el otro ala mano derecha. 

Y esto fue al tienpo que se auian de encontrar. 

E los dos ginetes pasaron por ellos sin poder encontrar con ellos, mas el ginete que yua ala mano derecha Reboluio de presto sobre el un moro e lo tomo cuesta abaxo que yua bueltas las riendas huiendo: e diole por el lado yzquierdo vna lançada quelo paso de vna parte a otra: y el moro caio luego del cauallo en tierra muerto: e luego algu[n]os soldados arremetieron de presto e tomaron el cauallo e despojaron al moro. 

El otro ginete que yua ala mano yzquierda aRemetio sobre el moro que yua a su mano: mas el moro se dio tanta priesa y tan buena maña que se escapo del ginete sin que ningun daño le hiziese: por quel cauallo del christiano no se Reboluio tan presto sobre el moro como el del otro su compañero: y ansi no lo pudo alcançar por que no lo oso seguir por causa que aquella vanda por dondel moro yua huiendo estauan muchos moros que lo defendieran».

Esta escena nos aporta varios datos sobre las tropas de caballería ligera a la jineta:

1. El autor indica que los jinetes andaluces eran del duque de Medina Sidonia. Efectivamente, en Málaga se habían embarcado 101 jinetes de la compañía de dicho duque, que tenía su señorío en tierras de la actual provincia de Cádiz, aunque también tenía otros títulos en la actual provincia de Huelva.


Vemos a tres jinetes andaluces, el de la izquierda lleva las manos desnudas, pero los dos de la derecha llevan guanteletes de launas protegiéndole las manos, la zurda - el cartón está en espejo - gobernando las riendas, y la diestra asiendo la lanza, llamada lanza jineta.


2. El licenciado Arcos comenta que los jinetes andaluces cargaron ladera arriba, por un «recuesto», y aún así iban con «furia», o sea, con velocidad, para «encontrar», o sea, para darles un «encuentro» de lanza a los jinetes moros, y efectivamente, los alcanzan con rápidez. Se puede argumentar que los caballos andaluces estaban descansados - Arcos los sitúa inicialmente parados al lado del escuadrón de infanería - pero también que eran caballos ágiles y suficientemente fuertes para la carrera.


3. El autor indica que los jinetes «enristran» sus lanzas para el «encuentro». La terminología empleada por Arcos no es precisa, aunque sí comprensible: para enristrar hace falta un ristre, una pieza de apoyo volante atornillada al peto del arnés, y los jinetes no llevaban arnés ni ristre, pero se entiende que la lanza estaba en una posición análoga a la de la lanza de armas de la caballería pesada; esto es, con el brazo doblado y el asta de la lanza en el costado derecho bajo la axila, sosteniendo la lanza en una posición más o menos paralela al terreno. Las representaciones que tenemos de los jinetes de la conquista de Orán en 1509 [pintados por Juan de Borgoña hacia 1514] nos representan a los jinetes castellanos con adarga y lanza de mano en la misma posición que combatían los árabes: con la lanza sostenida con el brazo elevado sobre el hombro, pero cargar con esta posición de enristre que declara Arcos era posible, del mismo modo que lo hicieron caballeros medievales en el siglo XII armados con cotas de malla y sin ristre, o lanceros de las guerras napoleónicas vestidos con casacas. 
  • Jinete andaluz durante la jornada de Túnez. Nótese la adarga llevada al brazo, aunque sin embrazar, o sea, sin tenerla en posición defensiva. Aunque no se aprecian otras armas defensivas que la celada emplumada, se podía llevar la coraza bajo la ropa.
4. Los dos jinetes moros esquivan el encuentro «revolviéndose», pasando de largo los jinetes andaluces que cargaban contra ellos, pero al menos uno de los jinetes andaluces es capaz a su vez de «revolver» sobre su trayectoria, y perseguir a su presa a la que alcanza ladera abajo. Vemos una monta muy ágil en las sillas a la jineta de arzones bajos y estribos cortos, en la cual el caballo es capaz de girar completamente casi ipso facto. Un caballo «corsier» o «destrero» que hubiera ido al galope no hubiera sido capaz de ello, ni el hombre de armas montado en silla de arzones altos y estribos largos hubiera sido capaz de gobernar a su montura para que se «revolviera».

5. El jinete moro que es encontrado por el andaluz, «recibe vna lançada quelo paso de vna parte a otra». Amén de que el andaluz tenía la ventaja de ir tras el moro cuesta abajo, buena parte de los jinetes berberiscos solían acudir al combate sin armas defensivas - aunque algún autor refiere la popularidad del «jaco de malla», llevado en secreto bajo la ropa -  por lo cual, la profundidad de la lanzada, aunque impresionante, tampoco es increíble. Cabe tener en cuenta, por comparar, que en otro combate, el marqués de Mondéjar, capitán general de los jinetes de Andalucía, recibió una lanzada que le pasó las corazas un jeme [la distancia entre las puntas del pulgar y el índice]. Aunque en el caso de Mondéjar, la lanza, una lanza corta y no una lanza jineta, fue arrojada, es evidente que si el moro hubiera llevado una coraza o un jaco de malla, aunque quizá no hubiera salvado la vida como la salvó el marqués, no hubiera sido pasado de una parte a otra. 


Este otro jinete norteafricano lleva lanza y adarga, con la adarga protege el costado izquierdo y la diestra maneja la lanza. El caballo es gobernado con los pies, para lo cual, el estribo ha de ser corto para picar los flancos del animal y dirigirlo a voluntad. Evidentemente, tal destreza, tanto de jinete como de caballo, no se adquiere en un día.

6. El armamento del jinete andaluz consistía en esta época de “corazas, mangas de malla, morriones o casquetes, gorjales, faldas y lanzas con sus adargas”. Estaban, por lo tanto, bien protegidos, tanto en torso, como en brazos, como en cuello y cabeza, quedando únicamente sin defender piernas, manos y rostro, aunque en los cartones de Vermeyen podemos ver guanteletes defendiendo las manos de dicho jinetes. Es en esta profusión de armas defensivas en lo que se distingue el jinete andaluz cristiano del norteafricano, pero también en la lanza: no se menciona el uso de lanza arrojadiza por parte de los jinetes andaluces, que parecen combatir siempre con una lanza jineta, apropiada para «encontrar» con ella, pero no para arrojar.


Este jinete moro o alárabe, alancea a dos manos un arcabucero español durante la llamada "batalla en los pozos de Túnez". fechada el 19 de julio de 1535. La lanza era muy larga y flexible: los españoles las llamaban «bimbrantes», y tenían dos hierros teniendo la posibilidad el que la llevaba de herir al perseguidor si la sabía jugar bien.

7. El segundo jinete moro logra huir y ponerse a salvo, porque, según el licenciado Arcos, el caballo del jinete andaluz «no se Reboluio tan presto sobre el moro como el del otro su compañero». Aquí se atribuye la falta al caballo, aunque bien pudiera ser cosa del jinete, pero en todo caso, queda claro que la monta a la jineta debía ser suficientemente ágil como para «revolverse» y cambiar el sentido de la marcha casi de inmediato, porque tanto los jinetes moros como el compañero andaluz que cazó a su oponente, lo pudieron hacer. 


Bibliografía: 

“Historia y conquista de Túnez” por el licenciado Arcos. CAP. XXVIII, f50r [p,53d]

Los soldados que conquistaron Túnez para el emperador Carlos V: las tropas de la Armada de Málaga, Rafael Gutiérrez Cruz. Baética: Estudios de Historia Moderna y Contemporánea, nº43, 2023

Imágenes:

Cartones de la serie “La Conquista de Túnez”, por Jan Cornelisz Vermeyen. KHM,Wien


Carlos V como general, capitán y hombre de armas. La escaramuza del 19 de junio de 1535 durante la empresa de Túnez, desde el punto de vista del licenciado Arcos.

El 19 de junio de 1535, cuarto día desde el desembarco de las tropas que transportaba la armada imperial, tuvo lugar una escaramuza entre las tropas de Carlos V y las de Barbarroja. 

El licenciado Arcos, médico que se había embarcado en la armada de Málaga, recoge, como testigo presencial, un momento de dicho día.


Carlos V al frente del escuadrón real, escoltado por alabarderos de la guardia española, armados con partesanas y rodelas donde se pueden ver las columnas de Hércules, emblema personal de Carlos. Nótese la mandíbula prognática y el collar de jefe de la orden del Toisón de Oro. Según el licenciado Arcos, médico embarcado en la armada de Málaga, Carlos V era uno de los trece hombres de armas que se plantó delante del escuadrón de españoles noveles comandado por el maestre de campo Álvaro de Grado para hacer frente a las tropas de Barbarroja durante la escaramuza. [Cartón de la serie sobre la Jornada de Túnez en 1535 por Jan Cornelisz Vermeyen, KHMWien]

Antes de leer al propio licenciado, pongámonos en situación. El ejército imperial estaba en aquel moment repartido entre las llamadas Torre del Agua y Torre de la Sal, pero trece banderas de los «españoles noveles» que sumaban 4.300 hombres a cargo de Álvaro de Grado guardaban la torre que el licenciado llama «Cadarvella».

Esta torre estaba en «lo más alto de todo el campo», «señoreando» el terreno situado entre el «real» o campamento y la Goleta, la fortaleza que guardaba la bahía de Túnez que debía tomarse antes de marchar sobre dicha ciudad. Además, el escuadrón de españoles bisoños guardaba dos cisternas de agua potable aladeñas. Su emplazamiento elevado permitía controlar visualmente el terreno, y plantar allí artillería de campo era importante para el control y seguro del real.

La torre Cadarvella, no obstante su privilegiada posición, estaba «a dos tiros de piedra» de un gran olivar, y por él habían llegado «moros y alárabes» de Barbarroja para atacar a los soldados recién reclutados en Andalucía, Extremadura y Castilla La Nueva.

Estas compañías, aunque de soldados noveles, tenían en ellas muchos «soldados viejos» y eran gobernadas por «capitanes ordinarios de su magestad» y no se arredraron ante la ermbestida musulmana. Salieron contra los enemigos, bajando al valle y con tiros de arcabucería les hicieron retirarse momentáneamente.

En este momento, nos explica el licenciado Arcos, llegó el emperador con cuatro de caballo, y subió a un alto, pudiendo comprobar que había muchos más enemigos de los que habían trabado escaramuza inicialmente. Hecha esta comprobación, Carlos V se acercó al escuadrón mandado por Álvaro de Grado, llegando en aquel momento «ocho caualleros bien armados con sus arneses».


Nobles, caballeros, cortesanos y quizá algún servidor de la casa real, pasan muestra en la revista de tropas en Barcelona hecha en mayo de 1535, antes de embarcarse para la jornada contra Barbarroja. La mayoría lleva el yelmo puesto con la vista alzada y la lanza en la diestra [el cartón está en espejo], pero el caballero que sujeta el martillo de armas lleva una gorra negra. Será su paje quien le lleve el yelmo, las manoplas y la lanza. A esta imagen, Juan Molina me comenta en FB: «Probablemente el tipo del martillo ostenta una posición de mando, ya que usualmente los hombres de armas que ostentaban un mando se les representa con martillo, maza o hacha. Además lleva un sayo de medio cuerpo sobre la armadura, típico de torneos, pero también símbolo de mando».


Entre estos ocho caballeros estaban el duque de Alba, el conde de Benavente y don Luis de Ávila, «gentil honbre de la camara de su magestad». Juntándose los ocho recién llegados, los cuatro que acompañaban al emperador y el propio Carlos, Arcos considera que «todos eran treze honbres de armas».

Los 13 se pusieron delante del escuadrón de infantería novel «haziendo rostro a los moros», estando allí «buena pieça» de tiempo. Pasado un rato, Carlos encomendó al maestre de campo Grado y a los otros capitanes de las trece compañías de bisoños que guardaran aquel puesto, sin avanzar, y marchó para comprobar los movimientos de su ejército. Por su parte, el marqués del Vasto - esto no lo explica el licenciado, porque no tenía noticia de ello - se hallaba también escaramuzando con los moros a cargo de los españoles «viejos» que vinieron de Italia.

Aún con las órdenes de Carlos V, los arcabuceros de este escuadrón de infantería salían a escaramuzar tirando sus arcabuces contra «la multitud de moros que tantas flechas y pelotas descopeta les tiravan». Tampoco es que esto contraviniera las órdenes recibidas, porque el escuadrón, por entonces, no se movía. Pero los enemigos recibieron refuerzos, y los capitanes Lope de Xeres y Pedro de Videa rogaron a Grado que avanzasen contra ellos, porque al permanecer estáticos perdían la capacidad ofensiva.


Arcabuceros españoles escaramuzan con alárabes a caballo durante la jornada de Túnez. [Cartón de la serie sobre la Jornada de Túnez en 1535 por Jan Cornelisz Vermeyen, KHMWien]

Grado mandó a Gonçalo de Bonilla, alférez de Lope de Xeres que tomase a todos los arcabuceros y los pusiera delante del escuadrón. Los arcabuceros avanzaron disparando sus armas, con el escuadrón de pica siguiéndoles en orden «amparando» a los tiradores.

Los arcabuceros se envalentaronaron, y comenzaron a ir «muy adelante metiendose mucho en los moros con el grande animo y esfuerço que lleuavan», siendo seguidos por el escuadrón de picas e internándose todos en el olivar. 

En esto, apareció de nuevo en escena el emperador.

Hallándose el licenciado Arcos «que estaua a la sonbra de esta torre curando a un soldado de una flecha que le auian dado por vna pierna», ve llegar a Carlos V a caballo, acompañado solo por un paje, que le lleva el yelmo, la lanza y las manoplas, armas defensivas y ofensivas que el hombre de armas tomaba para cargar al enemigo:

«Estando en esto llego su magestad con vn paje que le traia la lança y el hielmo y las manoplas encima de un cavallo corriendo. E paro junto a la torre Cadarvella a la sombra della porque hazia muy rezio sol».


Paje en la Revista de tropas en Barcelona, segundo cartón de la serie de Vermeyen sobre la jornada de Túnez.
El jovencito lleva las manoplas, la lanza y el yelmo a su señor, y probablemente, cabalgue el caballo destrero de su señor, reservando al animal de la fatiga de llevar a su amo con el arnés justo para el combate.

[Cartón de la serie sobre la Jornada de Túnez en 1535 por Jan Cornelisz Vermeyen, KHMWien]




El emperador, que no solo no ve a la infantería española nueva donde la había dejado, sino que no la ve por ningún lado porque ya se ha internado en el olivar, le pregunta al licenciado Arcos dónde está el escuadrón de soldados noveles comandado por el maestre de campo Álvaro de Grado. 

El licenciado Arcos, habiendo venido a la guerra por ruegos del «señor Lope de Xexas, capitan ordinario de Su Magestad» siendo «util viaje» para acrecentarse en su oficio de médico «por la diversidad de heridas que en la guerra ay», se convierte, por un momento, en protagonista de la historia de la conquista de Túnez.

El médico le explicó a su señor lo sucedido, como los capitanes del escuadrón se habían visto obligados a cargar contra los moros ante el temor de verse sobrepasados. Al tener noticia de esto, Carlos ordenó que del escuadrón de los tudescos marchasen los arcabuceros para socorrer a los de Grado, y que los piqueros alemanes les siguiesen amparándoles.

El protagonismo de la historia vuelve pronto al rey de España, claro, que pasa de ejercer su oficio de «alférez de Cristo» en la empresa contra Barbarroja a capitán de su escuadrón de hombres de armas:

«Estando el emperador proveiendo esto subieron por el altura arriba hacia la torre Cadar vella donde su magestad estaua: todos los caualleros honbres de armas puestos en esquadron a galope. E su magestad quando oyo el tropel que los cauallos traian bolvio el rostro para ellos y dando con la mano y dando bozes dixo abaxo abajo. E como los caualleros y gente de armas vieron lo que su magestad mandava de presto boluieron las riendas a los cauallos y fueron por la ladera abajo donde su magestad mandava. E luego el Emperador se fue tras de ello al mas correr de su cauallo por la cuesta abajo e los alcanço e se puso delante del esquadron en las primeras hileras como buen Capitan. E ansi llegaron donde estauan los esquadrones de ynfanteria españoles soldados viejos e italianos»


El escuadrón real, a veces también llamado escuadrón imperial, estaba formado por grandes, nobles y caballeros de la corte de Carlos V, así como por las guardias, formando todos como hombres de armas. [Cartón de la serie sobre la Jornada de Túnez en 1535 por Jan Cornelisz Vermeyen, KHMWien]


 

La escaramuza acabó con el siguiente resultado: «Tomaron este dia cativos en esta escaramuça diez moros de caualllo: huvo muertos mas de ochenta y muchos heridos»

No fue un episodio trascendental, pero sí que resulta curioso darlo a la luz por varios aspectos:

  1. Por lo que parece, Carlos V ejerce de capitán general, o simplemente de general, moviéndose a caballo por el campo acompañado por pocos hombres. En un caso con cuatro de a caballo, aunque pronto se le suman otros ocho caballeros, entre los que podemos encontrar «personas de cuenta», como el duque de Alba, el conde de Benavente o Luis de Ávila. Pero la segunda ocasión aparece solo con su paje de hombre de armas. Carlos contaba con varios pajes; uno de ellos, por cierto, le llevaba un arcabuz.

  2. Carlos se mueve por el terreno tomando lo que hoy se denomina «conciencia situacional». Puede ver lo que hacen las tropas de Barbarroja que se encaminan contra la torre defendida por los soldados noveles a cargo de Álvaro de Grado, pero también puede abandonar la escena - el licenciado Arcos no sabe para qué, pero nosotros sí, dado que hay más fuentes sobre el tema - para ver lo que hace Del Gasto con los españoles viejos, o dónde están los alemanes e italianos, o dónde está el llamado «escuadrón real» o «escuadrón imperial», formado por caballeros de la corte, nobles y hombres de armas de las guardias.

  3. Carlos transmite órdenes firmes, pero los capitanes de infantería, así como el maestre de campo Grado, deciden “desobedecer”, tomando la decisión que consideran más oportuna para su limitado escenario de confrontación, careciendo de una visión de conjunto, pues únicamente están al tanto del enemigo directo que les ronda.

  4. Por último, Carlos se convierte en «capitán» de su escuadrón, y también en «hombre de armas», tomando posición en las primeras hileras. Esto es algo que veremos en otras ocasiones durante la campaña en Túnez. Carlos está armado para el combate y toma posición de combate. 


Juan Cortés, compañero recreador, me apunta, además, la siguiente reflexión que incorporo prestada:

«Otro aspecto a resaltar en este texto, en el que se menciona dos veces y que se repite en crónicas ya muy posteriores, es que la batalla se da con los arcabuceros y las picas van detras dando amparo. La imágen que tenemos por las películas y las recreaciones, de grandes choques de picas no se corresponden con lo que hacían los españoles o en su caso las tropas imperiales. En muchas de las crónicas se puede ver que las batallas las ganaban por maniobra y potencia de fuego de la arcabucería.»


Víctor Manuel Lázaro Escudero me comenta que le parece que escuadrón es un término utilizado para denominar orgánicamente un conjunto de compañias: «Me ha llamado la atención que en todo momento las dos unidades de infantería reciben el nombre de " escuadrón " . No sólo como tipo de formación para el combate , sino como grupo orgánico y jerárquico articulado» Era ese el nombre de la Unidad desde principios de los 20 hasta su cambio paulatino o inducido por la redacción de la " Instrucción de pago de 1536"?Veamos lo que comenta el licenciado Arcos:

«Otro dia jueves de mañana el sargento maior y los maestres de canpo repartieron los esquadrones desta manera. Los soldados viejos que vinieron de Italia que eran quatro mill los dividieron en tres tercios: al uno llamaron el tercio de Santiago: al otro el terçio de Sant Jorje: al otro el terçio de Sant M[art]in. Delos italianos hizieron dos esquadrones: y de los tudescos se hizo vno. Delos españoles que de España fueron nueua mente se hizieron dos esquadrones y todos los capitanes del vn terçio destos eran capitanes ordinarios y muy vsados en la guerra. en el qual auia muchos Soldados viejos. Deste esquadron era Maestre de campo Aluaro de Grado honbre principal: y del otro esquadron era maestre de canpo don Phelipe Ceruellon cauallero Catalan muy valiente honbre y buen capitan. Hechos todos estos esquadrones y puestos en orden: luego començaron a uenir mucha cantidad de moros de Cauallo y de pie que [...]»

Por lo que parece, tenemos dos términos para denominar una agrupación de soldados o de compañías: «tercio», en el caso de la infantería vieja que venía de Italia [de los reinos de Nápoles y Sicilia] y «esquadron», en el caso de la infantería nueva que vino de España. La infantería nueva queda dividida pues en dos «esquadrones» cada uno al mando de un maestre de campo: Álvaro de Grado, y el catalán don Felipe de Cervellón. La infantería vieja queda agrupada en tres «tercios», pero en este caso, esta agrupación era para organizar las tropas en campaña; una vez acabada, las compañías regresaron a sus "bases" en Italia organizadas territorialmente con sus sendos maestres de campo por cada reino.


Bibliografía 



La artillería de los Reyes Católicos durante la guerra de Granada y la de Carlos VIII de Francia durante su expedición en Italia


«En el mes de junio [del] año susodicho [de 1484] fue el Rey D. Fernando sobre Alora con gran hueste [...] é con mucha artillería; é púsole cerco y tomóla en dentro de ocho días por la fuerza de las lombardas, que á los primeros tiros derribaron gran parte de la villa é fortaleza, é luego los moros se dieron a partido y los dejaron ir».

Historia de los Reyes Católicos D. Fernando y Doña Isabel por Andrés Bernáldez


«y esta artillería questa asentada contra el arraual aunque el muro [es] Recio y [tiene] buenas torres por estar en llano no tirará mucho q no vaya al suelo todo»

Carta del Comendador Mayor de Castilla a la reina Isabel durante el asedio de Ronda, 16 de mayo de 1485


«E ha plazido a Nuestro Señor, de quien todo vençimiento e buena obra proçede, que en quinze días que he estado sobrella la he fecho de tal manera apretar, faziéndole tirar tan apriesa de noche e de día con las lonbardas e artellería e engenios, e tomándole el arrabal, que por combate el miércoles pasado se tomó, seyendo como es tan fuerte como la çibdad, e quitándole por minas el agua, que con muy grande dificultad se pudo fazer; en tanto que viéndose los moros perdidos porr la mucha gente quel artellería les mató en el conbate e fueron feridos e muertos, e perdida la esperança de ningund socorro, acordaron lo que avían de fazer por discurso de tienpo fazerlo luego. E asy, oy domingo, día de pascua de Spiritu Santo, me han dado la çibdad e puesto sus personas a mi merçed»

Carta de Fernando el Católico, Ronda, 22 de mayo de 1485



Lombarda portuguesa protegida tras mantelete durante el cerco de Arcila en 1471. Los Reyes Católicos emplearon como sus vecinos portugueses este tipo de artillería para la conquista del reino de Granada en la persistente guerra de Granada de 1482 a 1492, ofreciendo unos resultados muy buenos para el ejército real. Al fondo se ven los muros y las torres de piedra de la plaza magrebí. 



Durante el asedio de Álora, mencionado en la cita que encabeza este texto, los tiros de lombarda derrocaron dos torres y el lienzo de muralla que unía ambas, y la cadencia de tiro fue tal que no permitió a los defensores reparar la muralla. En 1407 dicha fortaleza había mostrado ser inexpugnable ante el asedio castellano. Los muros del arrabal de la ciudad de Ronda cayeron en apenas una semana; iniciado el cerco el día 8 de mayo, el día 22 se rendía.

La artillería de asedio demostró su efectividad durante la guerra de Granada y posibilitó la temprana toma de muchas plazas, pues los castillos de muros de piedra nazaríes no ofrecían suficiente resistencia frente a los impactos de las pelotas o bolaños de piedra disparadas por las lombardas que empleaba el ejército real. 

Por lo tanto, las lombardas de finales del XV tenían precisión y cadencia de tiro suficiente como para batir y tomar un castillo medieval en un plazo relativamente corto.


Detalle de la imagen anterior. Podemos ver el mantelete que protegía a los artilleros o lombarderos que servían la pieza, y que les protegía de los tiradores de la plaza asediada, que dispararían con ballestas, espingardas o, todavía en esta época, culebrinas de mano. El lombardero de la izquierda agachado, está preparado para dar fuego a la pieza. La lombarda se identificar claramente por los cercos, «cércoles» o aros que unen los manguitos del cañón, llamado «trompa» o «caña». La cámara o «servidor» se vislumbra en el extremo inferior, reconocible por su diámetro inferior al de la caña. 



Pero aún siendo efectivas contra castillos medievales, estas piezas de artillería presentaban varios defectos:

La cadencia de tiro era bastante baja dado que las lombardas se componían de dos partes, el cañón, llamado «trompa» o «caña» y el servidor, en el cual se cargaba la pólvora. Para cargar la pieza tras el disparo, había que separar las dos partes que iban montadas sobre un «afuste» en el que estaban falcadas o calzadas con un «zoquete» de madera para que quedasen unidas. Para agilizar el proceso de recarga, las lombardas solían disponer de dos servidores, de manera que el segundo ya estuviera cargado y preparado para el segundo disparo.

Además, las lombardas, tradionalmente se solían montar sobre un «afuste» sencillo que se asentaba en una estructura de madera que no permitía apuntar con facilidad, porque la elevación de la pieza dependía de dicha estructura. La fijación de la lombarda en el afuste muchas veces se realizaba mediante cuerdas o cadenas que había que liberar en parte para cargar el servidor y volver a amarrar o encadenar para poder tornar a efectuar el disparo. 


Lombarda portuguesa protegida tras mantelete durante el cerco de Arcila en 1471. La lombarda está en un afuste que descansa sobre un caballete de madera abigarrado que sugiere una compleja, sino imposible, corrección de la elevación una vez se ha asentado la pieza. 




Afuste de una lombarda por Arántegui y Sanz basado en las piezas que pueden verse en la sillería de la Catedral de Toledo que representan episodios de la Guerra de Granada. La lombarda va unida al fuste o «afuste» mediante cuerdas que abrazan las duelas y que pasan las argollas. La elevación de la pieza es rudimentaria y no permite cambios precisos de angulación.  



Esta lombarda va montada sobre una cureña que descansa en eje sobre ruedas, pero al carecer de muñones la pieza y descansar sobre este tipo de afuste, su elevación máxima venía limitada por la cola de la cureña. 


Esta lombarda alemana del Zeugbuch Kaiser Maximilians I de 1502 presenta, sin embargo, muñones, lo cual permitiría una elevación relativamente fácil de la pieza. Sin embargo, esto parece que no se implementó hasta finales del siglo XV, cuando ya habían irrumpido los cañones de fundición. 


La unión de servidor y caña era imperfecta, y las dos partes se componían de piezas longitudinales de hierro forjadas llamadas «duelas» que se unían mediante manguitos que a su vez se aseguraban con aros o «cércoles». Las piezas así construidas a modo de un barril con sus aros, tendían a reventar con bastante frecuencia por las numerosas juntas de la caña, bien por la unión entre servidor y caña, bien por la poca ductilidad del hierro forjado de que estaban hechas. 


Lombarda o bombarda dibujada por Arántegui y Sanz. Estructura de la caña o trompa de una lombarda, parte destinada a la conducción del proyectil. Nótese la estructura en forma de barril: las duelas longitudinales, juntadas con manguitos y reforzadas con cercos. Las piezas así conformadas tenían multitud de juntas por donde reventar.

Servidor - izquierda - y caña o trompa - derecha de una lombarda del siglo XV. El servidor debía cargar a 3/5 partes con pólvora y se "cerraba" con un taco de madera. Las lombardas solían disponer de dos servidores, de manera que se agilizase la recarga de la pieza. 


Para reforzar la pieza, se podía «enforrar», o sea colocar la lombarda en un molde, y verter en ella bronce quedando la lombarda de hierro como núcleo, pero eso hacía una pieza demasiado pesada e inoperativa para trasladarla en operaciones de asedio.

Este tipo de artillería, aún con todos sus defectos, era el que se empleaba en esta época en toda Europa, que tan buen resultado dio en la guerra de Granada, pero en 1494, el ejército de Carlos VIII de Francia irrumpió en Italia con un tren de artillería compuesto por lo que serían poco después llamados en la Europa meridional «cañones a la francesa». 

Piezas de artillería según la Cronaca della Napoli aragonese de 1498 , f122r. La pieza de la izquierda está labrada al estilo del siglo XV; se pueden ver los distintos cércoles que revisten tanto caña como servidor. La de la derecha se trata de un cañón a la francesa. Fundido en una sola pieza, las posibilidades de que reventase eran mucho menores.


Según Pablo Jovio, al pueblo italiano le causó «grande admiración y miedo mas de treynta y seys pieças dartilleria encaualgadas en sus carretones, las quales tirauan cauallos con increyble ligereza assi por lo llano como por lugares asperos»

El tren de artillería del rey de Francia disponía de cañones que disparaban pelotas de hierro de 50 libras, serpentinas que tiraban balas de hierro de 35 libras y culebrinas que tiraban pelotas de 22 libras y media a 32 libras, así como piezas de artillería menores que disparaba pelotas de plomo. Las piezas de artillería iban cargadas sobre carretas de dos ruedas, y las mayores eran tiradas por 10 o 12 caballos.


«Artegliaria» francesa según la Cronaca della Napoli aragonese de 1498, fol 109v. Tanto italianos como españoles de la época transportaban sus lombardas en carretas tiradas por bueyes. La conducción de la artillería real para el asedio de Setenil en 1484 supuso el empleo de 434 pares de bueyes. Cuarenta años después, el emperador Carlos V, rey de España y nieto de los Reyes Católicos, emplearía caballos alemanes para conducir su artillería durante las campañas de Italia.



El obispo de Nocera realizó una sencilla descripción de la artillería de Carlos VIII haciendo equivalencias de las pelotas que disparaban con cabezas de hombres o naranjas, según su calibre: 

«Seria la mayor de las pieças tan larga como ocho pies y de peso a seys mill libras de bronze y llamauan se cañones.  Estos arrojauan vna pelota tan gruessa como la cabeça de vn hombre. Despues de los cañones eran mayores pieças las culebrinas las quales eran la mitad mas largas que los cañones pero de mas delgada caña y que arrojauan menor pelota. Tras estas venian luego los falconetes vnos mayores que otros pero de tal proporcion que con la menor pieça se tiraua vna pelota tamaña como vna naranja».

Pero otra cosa a destacar era su encabalgamiento y su tiro con caballos, mientras que italianos - y españoles - habían empleado tradicionalmente bueyes, cosa que permitía un rápido desplazamiento: 

«Todas estas pieças iuan encaualgadas en dos gruessos exes y atadas con sus correas y quando era necessario disparar las, sopesauan las con sus asas y para apuntar bien el golpe assestauan las en mitad del exe. Las pieças pequeñas iuan sobre dos ruedas y las grandes sobre quatro, delas quales las dos traseras se podian quitar para aguijar o parar en el camino. Los maestros y carreteros del artilleria caminauan con tanta presteza donde querian q en los lugares llanos y de buen camino los cauallos aguijados con el açote o bozes de los carreteros igualauan la carrera de ligeros cauallos».

Estas piezas de artillería fundidas en bronce en una pieza y montadas sobre cureñas que desacansaban en ejes de ruedas, permitían una recarga rápida y una fácil elevación para apuntar al blanco. Además, reventaban con menos frecuencia y permitían tiros más potentes y precisos, y podían disparar pelotas de hierro. 


Podemos ver en esta pieza de artillería del Zeugbuch Kaiser Maximilians I de 1502 una pieza de fundición encabalgada sobre su cureña y su eje de ruedas herradas, y una pieza sin encabalgar junto a una cureña. Los muñones situados al costado de la pieza asentarían en las rebajes de la cureña - las muñoneras - permitirían una fácil elevación de la pieza sobre el eje formado por los dos muñones. Nótese la diferencia con las lombardas encabalgadas rígidamente en el asedio de Arcila de 1471.

En este Tratado dela artilleria y uso della de Diego de Ufano publicado en 1613, podemos ver como se eleva un cañón de batir plazas fuertes, pivotando la pieza sobre los muñones asentados en las muñoneras de la cureña. 


Anteriormente se habían fabricado piezas de artillería labradas de una sola fundición en bronce, y no hechas con partes unidas por «cércoles», de la misma manera que se fundían campanas, pero en general, esas eran piezas de artillería menores que no tiraban más que pelotas de hasta 8 o 10 libras a lo sumo y aún las piezas menores solían disponer de servidor. 

Los problemas en la fundición de piezas de artillería hechas de una sola fundición, o sea con cámara y cañón en un mismo cuerpo continuaron apareciendo hasta, por lo menos, el siglo XVII, como prueban diversos tratados donde se ocupan de ello.


En el Tratado dela artilleria y uso della de Diego de Ufano publicado en 1613, podemos ver la cruceta y la rodaga, pieza que se empleaba para comprobar si el barrenado de la pieza se había realizado correctamente, y el ánima del cañón estaba centrado respecto al cuerpo de la dicha pieza y las paredes, por lo tanto, eran de espesor uniforme.



Molde para la fundición de un cañón - izquierda - ánima y cruceta para fijar el ánima - centro - y molde de la culata, derecha, según el Discurso del capitan Cristoual Lechuga, en que trata de la artilleria, y de todo lo necessario a ella, publicado en 1611. Todavía en esta época se fundían muchas piezas defectuosas; prueba de ello son las páginas dedicadas en su libro a este menester, siendo un error común la «desigualdad» al desplazarse el ánima durante el vertido del metal fundido, como se puede ver en la ilustración siguiente [B] del mismo libro. 




Las clásicas lombardas eran piezas de artillería «pedreras», si bien en 1497 ya se fundían pelotas de hierro para tirar con ellas. La piedra, normalmente caliza, ofrecía ventajas, dado que había piedras por doquier [1] y no hacía falta un gran taller para labrarlas; tan solo eran necesarios oficiales canteros para extraer la piedra, así como «picapedreros para facer piedras de las lombardas», picos de piedra para labrarlas y medidas de hierro para calibrarlas. Además, las piedras podían obtenerse cerca de la plaza que debía ser asediada, con lo que se evitaba el transporte de pelotería.


Pico de picapedrero y bolaños de piedra del Zeugbuch Kaiser Maximilians I de 1502, los proyéctiles típicos de las grandes piezas de artillería del siglo XV.

Estos marcos se empleaban a principios del siglo XVII para calibrar balas de artillería. Los picapedreros usaban medidas de hierro similiares para guiarles a la hora de labrar los cantos hasta convertirlos en pelotas o bolaños. Durante la guerra de Granada, 5 picapedreros labraron en menos de un mes 275 piedras «escodadas, limpias e buenas a vista», revisadas por maestres artilleros, quedando desechadas aquellas que no fueron consideradas aptas para tirar a criterio de los artilleros.  



Pero aunque la piedra tuviera ventajas logísticas frente a las pelotas de hierro colado, tenía desventajas: era mucho menos densa [2,4 Kg/litro] que el hierro colado [7,2 kg/litro] y por lo tanto, a igual diámetro, el bolaño de piedra era mucho menos pesado que la pelota de hierro. Además, la piedra era más frágil, por lo que su impacto contra las murallas, que también eran de piedra, era mucho menos efectivo que el de los proyectiles de hierro. 

Aunque la expedición de Carlos VIII no fue ni mucho menos un paseo militar, la artillería que llevó facilitó la toma de varias plazas, anteriormente consideradas inexpugnables, y sobre todo, acortó los plazos de asedio. 

Según Marino Sanuto, el tren de artillería del rey de Francia traía «otra generación o suerte de artillería, llamadas por ellos diversamente, que tiraban pelotas de hierro de considerable grandeza» [2]. Según el compilador veneciano «los franceses no usaban lombardas como las nuestras italianas, más son a modo de pasavolantes, que tiran pelotas gruesísimas de metal y de hierro, y de esto viene que rompen los muros donde tiran, y tan de lejos como hicieron en Nápoles en Castil dil Uovo, que casi a dos millas se lombardeaba» [3]. Aunque quizá se exageraba el alcance efectivo de dichas piezas - hacia la década de 1530 se intentaba plantar los cañones de asedio a una distancia de 300 a 400 pasos de la muralla a batir - 

La experiencia italiana con este, “nuevo” tipo de artillería hizo que pronto comenzasen a fundirse por Italia «cañones a la francesa», siendo una de las primeras experiencias la del marqués de Mantua, que quebró y fundió sus lombardas para fundir cañones de nuevo cuño, aunque ya en noviembre de 1494 en Ferrara «maistro Zanin» presentó un modelo de pasavolante al «modo franzese». 

También, claro, este tipo de artillería llegó a España. En 1499 ya se fundían en Málaga cañones de bronce [aleación de cobre al 91% y estaño al 9%], alguno con la denominación de «cañon serpentino francés», piezas que tiraban pelotas de 16 a 36 libras. 

Se pueden ver claramente la rápida adopción por la menor cantidad de piezas denominadas «lombardas» en los inventarios de artillería real, y también se puede apreciar por el gradual declive del oficio de picapedrero durante la década de 1500, así como del auge en paralelo de la fundición de pelotas de hierro colado de gran tamaño en las funciones reales y del propio oficio de «maestro fundidor de hacer pelotas», fuera en Málaga o en Burgos. 

Curiosamente, a las pelotas se les denominó también «piedras», y cuando pasaron a fundirse en hierro se las denominó por un tiempo «piedras de hierro», hasta que se abandonó definitivamente tal denominación. 

Asimismo, a los artilleros se les continuó denominando «lombarderos» hasta finales de la década de 1520, a pesar de que para entonces las lombardas eran casi reliquias.

Las piedras tan solo quedaron reservadas como proyectirles para ciertas piezas, pues convenía su fragilidad para que al romperse tras el impacto los fragmentos de la misma se proyectaran como metralla.


Bibliografía



Notas

[1] No obstante, durante el asedio de Loja en 1486, los pedreros del ejército real recibieron el sueldo de mayo a junio en balde, «porque no fizieron en todo el dho t[iem]po ninguna cosa asy porque el artillería no era llegada como porque no se fallaban canteras». 

[2]Texto original:

«Havea zerca colpi 60 de artigliarie su carete, zoè spingardi, passavolanti,et altre generatione o vero sorta de artiglierie, variamente per loro chiamate, et butavano ballotte de ferro de assà grandezza»

La spedizione di Carlos VIII in Italia, p.473

[3] Texto original:

«Et Franzesi , i quali non usano bombarde come le nostre italiane, ma sono a modo passavolanti, che buttano ballotte grossissime di metallo et ferro, et questo vien che sbusano li muri dove trazeno, et assà da longi, come faceva a Napoli a Castel dil Uovo, che quasi do mia lontano lo bombardava»

La spedizione di Carlos VIII in Italia, p.265