De pólvoras de artillería, esmeril y escopeta

 A primeros de 1528, el proveedor general de la armada, mícer Juan Rena, requería al capitán Juan de Portuondo que le hiciera llegar la pólvora que tuviera a su cargo para dotar a los navíos de la armada que estaba preparando para su majestad, Carlos I de España.

Portuondo le respondió que solo tenía 4 o 5 quintales [184 a 230 kgs], pero esa pólvora era de esmeriles y arcabuces que se hizo a posta. Según Portuondo, dicha pólvora «para los tiros de las naos es muy faziosa q[ue] donde es menester dies libras un tiro de artilleria no sofrira cinco libras della por ser ella refinada». 

Por su carta, queda claro que esta pólvora de esmeriles, si se empleaba «para los tiros de las naos», o sea, para piezas de artillería mayores, era «muy faziosa», o sea, muy inquieta o muy revoltosa, o sea, que se trataba de una pólvora muy potente, estimando una relación de potencia entre ambas de 10:5 o sea, de 2:1. Portuondo determinaba que esa mayor potencia venía dada por ser dicha pólvora refinada.

El esmeril era una pieza de artillería ligera que disparaba pelotas de 6 a 12 onzas de peso de plomo con dado de hierro. Este proyectil con núcleo de hierro era más ligero que la pelota de plomo de la escopeta, y algo más pesado que la pelota de hierro colado que tiraban los cañones, pero con más capacidad de penetración dada la mayor dureza del hierro en relación al plomo. 

Esmeril: pieza de artillería ligera de retrocarga que, en este caso, dispara una pelota de 6 onzas. Aunque esta pieza fuera de defensa de una plaza fuerte - en la relación se indica que 6 piezas como la de la imagen fueron sacadas de un castillo - la pieza que se empleaba en las naos era similar, excepto que disponía de una rabera para apuntarla. Discurso del artilleria del Invictissim. Emperador Carolo V, semper Aug. Tambien de 149 pieças de la fundicion de Sua Mag. Caes. que de muchos otros, lo[s] quales se sacaron de diversas tierras [h.1548]


A primeros de marzo de 1528 se compró en Málaga a Joan Ochoa, polvorista, 2 arrobas de salitre, que debían librarse a Alonso de Morillas, también polvorista vecino de Málaga, para que refinase con ellas 3 quintales de pólvora de esmeriles, para labrar pólvora de escopetas que debía repartirse entre los escopeteros de la armada. 

Teniendo en cuenta que un quintal eran cuatro arrobas, vemos que para refinar pólvora de esmeril hasta convertirla en pólvora de escopetas, la proporción era de 2:12, o sea, de 1 parte de salitre por 6 de pólvora de esmeril.

Para 1534, una de las fórmulas empleadas para labrar pólvoras de artillería y arcabucería era la siguiente:

Pólvora de artillería: 9 partes de salitre : 1 y 1/2 de azufre : 2 partes de carbón

Pólvora de arcabucería: 11 partes de salitre : 1 parte de azufre : 2 partes de carbón

Aunque la parte de azufre la vemos reducida de artillería a arcabucería, la proporción de salitre de 11:9 implica aumentarlo un 22,2%, mientras que en la proporción que debía emplear Alonso de Morillas en 1528, el salitre aumentaba un 16,66%, pero debemos contar con que era pólvora de esmeril, que ya tendría más salitre que la de artillería.

Pero el refinado no solo implicaba aumentar la proporción de salitre - nitrato de potasio - sino, como sugiere la propia palabra, hacer el grano más fino a la par que uniforme. Efectivamente, el grano de la pólvora de artillería era grueso «como grano de pimienta» y podía ser menos uniforme, mientras que el de escopeta era «mas menudo y parejo»; o sea, más fino y uniforme. Podemos asumir que el grano de la pólvora de esmeril sería un intermedio entre ambos. 


Tanto los tratadistas militares, como los polvoristas, como los artilleros o los oficiales del rey que tuvieran cargo del artillería - mayordomos del artillería, capitanes del artillería, etc - tenían su fórmula para elaborar pólvora, fórmula que fue variando en el tiempo, pero es evidente que había, al menos, 4 tipos de pólvora: de artillería gruesa, de artillería ligera, de escopeta y arcabuz, y el llamado polvorín, que tan solo se empleaba para cedar la cazoleta de estas dos últimas armas portátiles. En estas pólvoras así ordenadas, el grano se reducía al tiempo que la potencia aumentaba. Imagen: pólvora a granel, quemando y en barriles, del Zeugbuch Kaiser Maximilians I, del año de 1502.


A grano más fino, mejor quemaba la pólvora, y esto era importante, sobretodo, en pequeñas cantidades. Un cañón que cargase 20 libras de pólvora podía «permitirse» que hubiera granos gruesos que no quemaran bien, porque, sino prendía una parte, el tiro podía aún así ser efectivo. Un esmeril, que tiraba balas de 6 a 12 onzas, debía emplear una pólvora más fina que un cañón, pero podía ser más gruesa que la de una escopeta. Una escopeta que disparase con 5/8 de onza, no podía permitirse que la pólvora no quemara bien, porque se perdería la potencia, o aún no llegaría a prender bien al iniciar la explosión el polvorín depositado en la cazoleta a través del «oído» que comunicaba la cámara con la cazoleta. 

Por esa razón, la de facilitar la ignición inicial, había otro tipo de pólvora aún más fina, llamada «polvorín» con la cual se cebaba la cazoleta en que caería la mecha de la escopeta, iniciando el proceso de ignición. 

Además, claro, los maestres polvoristas, artilleros y oficiales del rey encargados de pertrechar las armadas y ejércitos, debían contar con las diferencias de peso de las pelotas por los diferentes metales empleados en su construcción: balas de hierro colado para artillería pesada, balas de plomo con «dado» - núcleo - de hierro para los esmeriles, y balas de plomo para las escopetas. 


Escopeteros de la conquista de Orán [1509]. Juan de Borgoña, Detalle la conquista de Orán, h. 1514, Capilla Mozárabe de la Catedral de Toledo


A bala más «pesada» - dada la mayor densidad del metal - la pólvora debía ser más potente, pero también había que tener en cuenta la resistencia del metal de la propia pieza, que no podían admitir cualquier pólvora, ni en cantidad ni en caldiad: «trabaja la pieza mas en despedir la pelota pesada que la ligera y á causa de esto revientan por que reciben demasía».

El proceso de refinado era complejo, laboriososo y peligroso, y lo debían hacer maestres polvoristas experimentados en molinos especiales con instrumental específico. Por eso, no deja de sorprender que se repartiera en dicha armada salitre “directamente” a los escopeteros, «para con que refinen la dicha polvora ques desmeriles».

Parece que no pudiendo tener a tiempo toda la pólvora de escopetas necesaria para que los escopeteros sirviesen con las armas propioas de su oficio, se les repartió directamente pólvora de esmeriles acompañada de salitre. 

Pensar que una operación tan compleja y peligrosa como era la del refinado de pólvora se llevaría a término a bordo de un navío sin material para ello, y con permiso de los patrones de las naos es difícil de creer, pero sirva el ejemplo para apreciar las diferentes calidades de la pólvora de la época y los problemas de suministro que afrontaban los oficiales reales encargados de proveer los ejércitos y armadas de sus príncipes.


Imágenes:








El Gran Capitán, la familia Abravanel y los judíos del reino de Nápoles



A tenor de este mapa, uno podría preguntarse porqué los Reyes Católicos expulsaron de sus reinos de España, Cerdeña y Sicilia a los judíos en 1492, pero en el reino de Nápoles no se expulsaron hasta 1541.

Evidentemente, en 1492 no se pudo ordenar dicha expulsión, porque la corona napolitana estaba en manos de la rama napolitana de los Trástamara de Aragón, y no sería hasta 1504 cuando el Gran Capitán culminaría la conquista del reino para sus monarcas.

Pero ya en octubre de 1501, tomadas las provincias de la Puglia y Calabria, los RRCC ordenaban a don Gonzalo Fernández de Córdoba que «provea luego que salgan los judíos de aquellos ducados, que le mandamos que assi se ponga en obra sin dilación alguna». 

Pero sí hubo dilación en poner en obra el mandamiento real. 

En julio de 1503 se reiteraba dicha orden: «Ya sabe quantos años ha que mandamos echar de todos nuestros reynos los iudios que en ellos havia, per escusar las offensas de Nuestro Señor, que se seguian de su estada dellos; y, porque no queremos que haya iudios en ninguna parte de nuestros reynos, y mucho menos en aquel reyno, querriamos trabajar de alimpiarle de todas las cosas que offendan a nuestro Señor, y le mandamos que, quando el viere que sea tiempo, provea en echar todos los iudios de dicho reyno»

Pero don Gonzalo, como en 1501, no vio el tiempo para cumplir dicha orden. 


«Lo s[ignor] Consaruo Ferrando», o sea, «el señor Gonzalo Fernández» en la Cronaca della Napoli Aragonese, 259. MS M.801, fol. 127r


Se puede argumentar que el Gran Capitán estaba demasiado ocupado en la guerra como para ocuparse de asuntos que podían ser considerados menores, pero también que no tenía ningún interés en cumplir dicho mandato. 

En ello pesaban razones de índole personal, y de índole práctico.


Por la parte personal, don Gonzalo no tenía ninguna antipatía hacia los judíos. Más bien al contrario. Durante la revuelta o progromo de Córdoba en 1473, su familia, y él en persona, defendieron a sus vecinos judíos de la turba. En 1492, tras la toma de Granada, se instaló en la «Garnatha al Jahud» [la Granada de los judíos], la antigua judería. 

Por el decreto de expulsión de 1492, cerca de 500 judíos granadinos salieron de la ciudad, buena parte, con destino a Nápoles. 

También a Nápoles se dirigieron los Abravanel, una familia sefardí portuguesa con vínculos con la corona y con el propio Fernández de Córdoba. 

El patriarca de la familia, Isaac, se había instalado en España en 1483 huyendo del rey Juan II, que tras decapitar a su patrón, el duque de Braganza, acusado de conspiración, había ordenado aprehender y ejecutar a Isaac, acusándolo de cómplice y espía en una supuesta conjura contra Juan II.  

Isaac había prestado, junto a otros dos hombres de negocios judíos, la suma de 4 millones de reales al padre de Juan II, Alfonso V. 

En España, Isaac se convirtió en recaudador de impuestos para Pedro González de Mendoza, arzobispo de Toledo, y prestó la suma de 1,5 millones de maravedíes a los RRCC para financiar la guerra de Granada.

Cabe destacar que don Samuel, el abuelo de Isaac, que había sido «contador mayor de cuentas» del rey Enrique III de Castilla, se convirtió al cristianismo pasando a ser Juan Sánchez de Sevilla, para después marchar a Portugal donde retornó a la fe de sus padres.


Entre los miembros de los Abravanel se encontraba el médico Joseph, amigo personal del Gran Capitán. Ambos se reencontrarían en «Zaragoza de Sicilia» o Siracusa en febrero de 1501. Pero el año anterior, el doctor, «rico y muy amigo del capitán», había servido de enlace entre «don Gonsalvo» y la Señoría de Venecia para emprender la jornada de Cefalonia. 

Además, Joseph Abravanel procuró armas para la armada hispana, 1.000 lanzas y petos para armar a los peones de los Reyes Católicos en la jornada contra el turco. 




También proveyó de bastimentos a la corona entre 1503 y 1505, y un Abravanelli, probablemente el propio Joseph, proveía trigo aún en 1507. 


En esta segunda faceta de hombres de negocios, mercaderes o conseguidores, podemos ver a “los judíos del Gran Capitán”, además de como amigos, como parte del necesario entramado mercantil napolitano. El hermano de Joseph, Jacob, era también hombre de negocios asentado en Bari. 

Pero también se vincularon profesionalmente en servicios personales. Yehudá o Judah Abravanel, el primo de Joseph, se convirtió en el médico personal de don Gonzalo, desplazándose con su ejército entre 1501 y 1503. Yehuda ben Yitzhak Abravanel escribiría, bajo el pseudónimo de Leone Hebreo unos Dialoghi d’amore, o Diálogos de amor que fueron traducidos póstumamente en tiempos de Felipe II por el Inca Garcilaso de la Vega

Judah Abravanel, médico, astrónomo, profesor y escritor, servidor de Gonzalo Fernádez de Córdoba como médico personal durante su etapa en Nápoles, según una edición francesas de sus diálogos, del año 1595, que no es ni puede ser considerado retrato fidedigno del autor, fallecido varias décadas atrás. 


Sin embargo, el patriarca de la familia, don Isaac Abravanel, prefirió quedarse en Monopoli, ciudad en manos venecianas.  Ya había vivido dos salidas forzosas: la de Portugal en 1483 y la de España en 1492. No se quiso arriesgar a una tercera. 

Con la muerte de la reina Isabel en noviembre de 1504, Fernando el Católico pareció perder temporalmente la pasión expulsora y se dejó convencer por don Gonzalo.


Según Zurita, «se dexo de executar entonces el mandamiento del Rey, quanto concernia a la expulsion de los ludios», alegando el Gran Capitán ser pocos los que lo eran públicamente, y «por entender que en echando aquellos, se huyrian todos los otros y seria muy euidente daño, y detrimento de toda la tierra».

«Los otros» eran todos los conversos que «se boluieron Christianos por fuerça». El Gran Capitán, proponía, en todo caso, que el Santo Oficio persiguiera a todos esos «malos christianos» que vivían en privado «como antes», o sea, practicando su religión en secreto, y se olvidarán de perseguir a los judíos públicos. 

Pero el Santo Oficio ni siquiera estaba implantado en Nápoles. Lo que es evidente, es que don Gonzalo prefería que no se expulsase a los judíos del reino y por acción u omisión, lo logró.


El 19 de octubre de 1506, el Rey Católico aportaba en Gaeta. El día 13 de noviembre se emitía una orden por la cual todos los judíos del reino debían llevar cosido al pecho una «rotella» roja. 

En este caso, se trata de judíos alemanes, pero llevan también una «rotella» cosida al pecho; en este caso, amarilla.


En junio de 1507, don Gonzalo partía de Nápoles; su época como virrey había acabado.


Aunque es difícil que el Gran Capitán fuera «benefactor» de los judíos más allá de la familia Abravanel, lo que sí es cierto es que bien por simpatía, bien por cuestiones prácticas, dlilató y no halló tiempo durante su virreinato para aplicar las órdenes reales relativas a su expulsión.


En 1510, el virrey Ramón de Cardona promulgó una pragmática de expulsión de los judíos del reino de Nápoles, pero aunque masivo [afectó a 30.000 personas] no fue universal: se expulsaba a todos menos a 200 familias que debían pagar conjuntamente un tributo de 2.000 ducados anuales. 

Entre dichas familias se encontraban los Abravanel. Como otros judíos, eran prestamistas de la corona. En 1533 el virrey Toledo informaba que Letizia Abravanel de la familia de «judíos españoles llamados Abreuaneles» reclamaba «cerca de onze mil ducados que prestaron a la corte en tiempo de mucha necesidad».

Ese mismo año se renovó el «privilegio» para los judíos de habitar y morar «salvos y seguros ellos y sus familias y bienes» en Nápoles, privilegio por el cual «dichos iudios pagaran ala dicha regia Corte dos mil ducados corrientes de tributo en cada uno año de dichos diez años».


El privilegio era por una década, o sea, hasta 1543, y aún entonces se podría renovar: «passados dichos diez años, por el tiempo que de mas staran dichos iudios e nel Reyno con el beneplacido de su Maiestad sin que seles haga desdicha, hayan de pagar mil ducados de tributo a l'año».

La orden de Carlos V al virrey don Pedro de Toledo era clara: que se sacase lo «que pudresdes saccar de los iudios desse reyno», a cambio de «permitir que queden algun tiempo».

Pero como sucedió con los Reyes Católicos, ese papel de recurentes prestamistas y buenos contribuyentes no les acabaría congraciando con su monarca. 

En 1541, aún a pesar de los «privilegios» otorgados por diez años en 1533, se ordenó la expulsión definitiva de todos los linajes judíos del reino de Nápoles. 

En 1543, Samuel Abravanel, quinto hijo del célebre Isaac, obtenía salvoconducto del virrey para llevar todos sus bienes muebles fuera del reino. 

El “último” de los Abravanel de Nápoles moriría en Ferrara en 1547




Como curiosidad, apuntar que el estudio clásico sobre la familia Abravanel es «Don Isaac Abravanel, statesman and philosopher», de Benzion Netanyahu, padre del actual primer ministro israelí.

El apelativo de don «Gonsalvo de Cordova» como «benefactor» de Judah es suyo.




Arcabuceros españoles contra corredores turcos y tártaros de Solimán [1529-1532]

Veamos un par de acciones menores, pero significativas de los soldados de infantería española en la defensa de las fronteras orientales del imperio durante el reinado de Carlos V.  Dos encuentros, el de 500 arcabuceros españoles con 4000 tártaros del ejército de Solimán, durante la intentona sobre viena en el año de 1532 y el de 500 arcabuceros españoles en «Esclavonia» en junio de 1529.


Tártaros, según el Códice de Trajes de 1547,  Biblioteca Nacional de España



Los corredores tártaros y valacos del Gran Señor

Los tártaros no eran súbditos de Solimán, ni tampoco mercenarios, sino «aventureros» que iban acompañando el ejército del Gran Señor como «corredores».

Aunque en el asedio de una ciudad como Viena directamente no tenían mucho que hacer, estos corredores tenían su importancia.

Los corredores podían avanzarse al ejército del sultán, realizando tareas importantes, como imponer una atmósfera de terror con sus saqueos, asesinatos y capturas de cautivos. 

La gente común estaría menos dispuesta a defenderse y sería más proclive a aceptar el vasallaje.

La escena,  plasmada por el grabador Hans Guldenmund sobre un dibujo de Erhard Schön - «Greueltaten im Wienerwald» o atrocidades en los bosques de Viena - puede ser exagerado, sino inverosímil; el empalamiento se aplicaba a combatientes masculinos adultos, y además, las mujeres valían más como cautivas que muertas, pero sirve para ilustrar el imaginario de terror presente en las sociedades de frontera de la época. Imaginario en el cual los corredores jugaban un papel fundamental. Imagen: Wienmuseum


Por otra, los defensores locales, aquellos hombres que tenían que prestar servicio armado en los apercibimientos, estarían menos dispuestos a acudir a defender plazas estratégicas. 

Si el turco amenaza mi pueblo, mi familia, mi ganado, ¿qué se me ha perdido a mí en Viena?

Los locales quedaban, en palabras de Nicolaus Gerendi: «en grandissima desesparacion», «con llanto lloro y lagrimas [...] todos espantados y de los enemygos escarnescidos [...] y nostros amigos huidos y deshechos». 

Mientras que los atacantes se envalentonaban con el éxito de sus acciones, quedando «en su porposito esforçados».

A la estela de Solimán acudían corredores de otras naciones. 

En octubre de 1529, mientras el turco se retiraba del cerco de Viena, Gerendi, obispo de Hermannstadt, ciudad sajona en la provincia de Transilvania del reino de Hungría, escribía con desespero a Fernando de Austria:

«entraron los Valacos de Valaquia y corriendo todo el Reyno qremaron muchos lugares Saxones suditos de uestra magestad». 

Esta acción fue aprovechado por Juan Zápoliya, vaivoda de Hungría y vasallo de Solimán, para tomar varias ciudades:

«los del Juan en todo destruieron qremaron robaron y mataron y las fuertalesas tienen en su poder, salvo las ciudades Cibinio et Brassovia viam Zazbes ha qual ya a gran tiempo cercaron y cada dia pelean muy reziamiente».

Las ciudades quedaban desabastecidas y no se podían por mucho tiempo sostener «por que los lugares donde uvieron el vastimento, todos estan qremados y en poder de los enemigos y todos los caminos con grand crueldad guarchados que ninguno de nos otros osa salir en el campo».

Además de desabastecer ciudades enemigas, los corredores servían para alimentar el ejército del Gran Señor.

En junio de 1529, unos turcos corrían las tierras de «Esclavonia» apresando ganado. 

500 arcabuceros españoles se emboscaron, mataron a 80 de ellos y apresaron a 40 o 50 y recuperaron unas 200 cabezas de ganado.

Los corredores también hacían cautivos. 

Sipahi con prisioneros, 1529 Grabado de Hans Guldenmund sobre un dibujo de Erhard Schön, Wienmuseum


Los tártaros de 1532, según el capitán español de Linz, «pactaron con el turco antes que de su tierra saliesen, que de cualesquier cristianos que aprendiesen, les fuese dado un ducado de oro».

El terror en la población, el desabastecimiento del enemigo y el abastecimiento propio, hacía de esta caballería aventurera y oportunista, una herramienta muy importante para la estrategia de expansión militar de la Sublime Puerta, fueran o no estos corredores «gente de cuenta».

El capitán informaba de que «a los cuatro de agosto llegaron á este campo treinta mill tártaros, los cuales atravesaron por caminos muy largos, é vinieron en favor del turco». 

Cruzaban los ríos sobre sus caballos: «han pasado muchas veces el Danubio, y han hecho mucho daño».

Pero una vez «quinientos arcabuceros españoles salieron de Viena contra cuatro mill tártaros destos, y los desbarataron y metieron en huida, tanto, que los unos á los otros no se esperaban, huyendo cuanto mas podian de manera que cuando llegaron á pasar el rio, se ahogaron mas de trecientos; asi que cuando les muestran la cara, son muy ruin gente, ansí como son los villanos de Italia y aun son peores».

Pero ruín gente o no, bien lo sabía el obispo de Hermannstadt, cumplían su función.




El reparto de las presas obtenidas en combate de galeras y la tasación de los corsarios apresados. Los forzados en combate naval.

En el siglo XVI uno de los incentivos para que los súbditos del rey de España armasen galeras era el reparto de las presas. 

De lo capturado a las naves enemigas se hacían cinco partes: el quinto real para el rey, otro quinto para el capitán general de la escuadra, y las tres quintas partes restantes se repartían entre la gente de cabo y los remeros, siendo el doble para la gente de cabo que para la gente de remo.





Los remeros a los cuales correspondía una parte de la presa eran los llamados «remeros de buena boya», gente que remaba voluntariamente [y llegado el caso, combatía] a cambio de un sueldo inferior al de la gente de cabo.


Disposición real para el reparto de las presas tomadas por las galeras en que se indica que a la gente de «buena volla» - buena boya - les corresponde una parte justa. 



La gente de cabo de las galeras eran tanto los «compañeros» o «sobresalientes» o soldados - toda la gente de pelea embarcada - como los oficiales, artilleros y marineros de la galera. Los galeotes o «forzados» - hombres condenados a galeras por crímenes diversos en todos los territorios de la monarquía - y los esclavos - generalmente, musulmanes capturados en combate naval o en «cabalgadas» - no tenían derecho alguno.


Galeras disparando sus piezas de proa. Detalle de uno de los cartones sobre la conquista de Túnez en 1535, obra de Jan Cornelisz Vermeyen. 



Una parte importante del botín eran los enemigos capturados, que en caso de ser musulmanes eran esclavizados ipso facto.


Llegados a puerto, se hacía una «apreciación» - hoy diríamos tasación - de estos corsarios capturados ya convertidos en esclavos y una «partición», repartiéndose lo capturado en derechos de cobro después de que hubiera sido establecido dicho precio justo. Se valoraban todos los esclavos capturados en moneda de cuenta, el maravadí, ya fueran sanos o heridos, se sumaban y se obtenía un importe. A cada uno de los actores implicados en que las galeras salieran al mar - desde el rey hasta el remero de buena bolla, pasando por los arcabuceros o los «lombarderos» o artilleros - le correspondía la parte correspondiente.


Los listados de tales particiones nos permiten conocer con mucho detalle, desde la parte española, la organización de las armadas y las dotaciones de las diferentes naves implicadas en las capturas. Pero también, por la parte contraria, de las tripulaciones de las naves enemigas apresadas, muchas veces integradas, como hemos comentado, por corsarios.


De los corsarios «apreciados» se recogía el nombre, la «nación» y los orígenes geográficos y su valor en moneda de cuenta: el maravedí. En ocasiones, también se tomaban, como a los soldados españoles cuando hacían el alarde, las «señas»: distintivos físicos para reconocerlos.


En una «apreciación» sencilla se podía recoger: «Mahami turco de Costantinopla doze mill mrs» o «Diego renegado morisco de tierra de Almeria a çinco mill mrs» o «Ayet moro viejo de Argel a dos mill quiºs mrs».


Evidentemente, la gente joven y fuerte valía más, pues podía tener una larga vida echado al remo. 


El destino final de la mayoría de corsarios capturados era ser echado al remo en las galeras del rey, o vendidos a capitanes que armaban galeras particulares. Por motivos de seguridad, no se consideraban aptos para el servicio agrícola o doméstico, destino habitual para habitantes norteafricanos capturados en cabalgadas. Detalle de uno de los cartones sobre la conquista de Túnez en 1535, obra de Jan Cornelisz Vermeyen. 




Entre las categorías más generales - moro, turco, negro, renegado - cabían otras más sutiles, como «moro alarve» - bereber arabizado - «moro negro» o «moro azuago».


Algunas referencias ponían en evidencia su origen peninsular, como «moro natural de Gandía» o «moro del Reyno de Valencia», y otras, resultan curiosas para mediados del XVI, como la terminología múdejar, empleadas para un «Abda Ramen mudexar» o un «Avdala mudexar de Segorbe».


Otros tenían categorías redundantes, como un «Mahamed morisco mudexar». Algunos de estos mudéjares se reconocían con nombres cristianos, como un «Gironimo de Aldobera mudexar». Algunos negros tenían también nombres cristianos, siendo el de Pedro el más popular.


Algunos caían de Guatemala a Guatepeor, como un «Fran[cis]co esclavo». De esclavo cristiano de los turcos o corsarios berberiscos a esclavo de los españoles sospechoso de haber renegado sin propósito de enmienda, pero eso sí, con nombre católico.


Algunos turcos eran jenízaros, como «Mostafa turco geniçaro de Celemque». Respecto al aspecto físico se recogían señas evidentes, como era el color del pelo o de la barba: «Hamete de Coron barbirroxo».



Turcos, el primero con una alborotada cabellera pelirroja. El segundo con el cabello corto, pero con una «guedeja» o coleta en la coronilla, típico peinado otomano. Detalle de uno de los cartones sobre la conquista de Túnez en 1535, obra de Jan Cornelisz Vermeyen. 


Algunos no tenían barba cerrada, y se destacaba esta condición, como la de un «Ali» al «que le apuntan las barbas».


Aspectos físicos poco destacables como ser moreno se podían apuntar. Si el corsario capturado era negro siempre se señalaba. Curiosamente, aparece un «Cara Culeyman turco de color de brenbillo».


Muchos de los corsarios eran jóvenes, como un «Ali de Desmer turco de hedad de diezeocho años» apreciado en 10.000 mrs, y otros ya tenían sus años, como un «Mahoma moro natural de Gandia» de 56 años «barbicano» y «mediano de cuerpo» apreciado en 4000 mrs.


Pero como la mayoría ya tenía sus tiros pegados, buena parte tenía cicatrices que permitían identificarles. Así, un turco de 42 años tenía una «señal vieja de pelota de alcabus que le pasa la mano derecha» y otras dos señales redondas en el brazo izquierdo y la muñeca derecha.


Otro tenía una «herida de xara en el molledo del braço derecho» provocada por un disparo de ballesta. A un turco de Argel de 33 años otra jara le había dejado dos heridas en el muslo, de entrada y salida, fácilmente reconocibles por los oficiales que hicieron la «apreciación».

Y por si había dudas, dicho turco era «moreno y tiene en la cara hoyos», provocados por alguna viruela.


Casquillos de saetas de ballesta de distintas «suertes». Cada arma dejaba en la piel una cicatriz característica, fácilmente reconocible por los oficiales reales encargados de hacer la «apreciacion» de los corsarios capturados, a los cuales se les reconocía desnudos o en paños menores.


Otros tenían alguna «señal larga» o «señal grande de herida de cuchillada» recibida por espada de corte, quedando señalada la piel por el tajo recibido. Otros tenían señales «redonda de fuego». Otros tenían heridas de pedradas, o de espada, pero hecha de punta: «de punta de espada en la mexilla yzquierda cerca del ojo».


El catálogo de heridas era amplio, pero limitado, aunque un turco de 28 años tenía «cortada la mano derecha de una pieça de artilleria».


[Para saber más sobre las heridas provocadas por las armas de esta época: Heridas de guerra en el siglo XVI. Combates por mar y tierra de los tercios españoles]



Entre los presos, había heridos del combate naval sostenido; o sea, no se trataba de heridas cicatrizadas de lances pasados, sino de heridas frescas aún por curar. Algunos eran verdaderos supervivientes. Un turco de 41 años tenía una herida de arcabuz que le pasaba la barriga, otra de arcabuz que le pasaba el muslo derecho y una herida de jara junto al hombro izquierdo. 


Una cosa que permitió establecer señales, fue la costumbre de muchos bereberes de tatuarse. Estos tatuajes, vestigios de la época en que practicaban el cristianismo. Así, un «moro azuago» de 41 años tenía «una señal de crus + azul en el carrillo derecho» además de una herida de pica en el brazo izquierdo. Otro «Haçan de Bona» de 19 años tenía «rayas azules ençima de la mano derecha». Algunos se habían escarificado, dejando marcas «en la frente de la p[ar]te derecha f[ec]ha con una caña»


Aunque solo fuera por motivos prácticos, para identificar a los corsarios capturados y gestionarlos como una propiedad, estas listas tienen muchos detalles, y permiten conocer aspectos variados, desde lo puramente militar a lo etnográfico.




Los forzados en combate naval


Aunque la vida de los galeotes era muy dura, la condena a galeras te podía proporcionar la oportunidad de obtener la libertad por méritos de combate. 

En la batalla de Lepanto hubo «muchos forzados de nuestras galeras, que habiéndoles desherrado han peleado como leones».

Los forzados que así habían combatido fueron liberados y exonerados de sus penas, de manera que don Juan de Austria escribía al rey poco después del encuentro que «a causa de los muchos que se desherraron el dia de la batalla y otros que murieron, hállanse estas galeras muy faltas de chusma».

Pero para obtener la libertad no bastaba con que a uno le quitaran los hierros y le dieran una espada: había que probar que uno había actuado «como hombre de bien peleando con los dichos turcos», por lo cual era necesario hacer una «informacion» con testigos de vista.

Esclavos y forzados de una de las galeras de la armada para la empresa de Túnez [1535].  Detalle de uno de los cartones sobre la conquista de Túnez en 1535, obra de Jan Cornelisz Vermeyen. KHMWien



En dicha información el veedor de las galeras y su teniente recogían testimonios jurados de soldados que acreditasen que galeotes concretos habían contribuido a la victoria contra los enemigos. En 1540, el soldado Juan Pachecho de la galera Trinidad del capitán Enrique Enrríquez prestó juramento hallándose en el puerto de Gibraltar a bordo de la galera nombrada Ángel. 

Pacheco atestiguó que algunos forzados de los que se desherraron pelearon e «hizieron aquello que devian para aver la dicha libertad» y que cuando la Trinidad embistió con una fusta turca, vio como entraron en dicha fusta «peleando con los dichos turcos» los forzados Nicolás de Montesdoca, Juan Izquierdo, Pedro Bruego y Pedro de Escobar, y pelearon entre soldados y lo hicieron «como hombres de bien». Y rendida dicha fusta, la Trinidad embistió contra una galeota turca que se hallaba peleando contra una galera española, y que allí vio como dichos forzados actuaban bien. 

Otro soldado, apellidado también Pacheco, pero de nombre Francisco, pudo dar testimonio de la acción de otro forzado en la batalla, en este caso de un tal Juan Borgoñón flamenco.

El dicho Juan Borgoñón, flamenco de nación, no entró a pelear entre soldados en la fusta enemiga. Como había sido «lonbardero», o sea, artillero, Enrique Enrríquez le prometió «que sy ayudase bien al disparar e armar del artilleria a los lonbarderos» él le prometía la libertad.

Por lo tanto, si un forzado combatía «a la buelta de los soldados» y era «de los que se señalaron entre todos los otros forçados», o como en el caso del artillero flamenco, había trabajado bien «a lo que convenia al servicio del artilleria», uno podía obtener la libertad y el perdón de su pena. 

Es paradójico que se confiara en estos hombres hasta el punto de ponerlos a servir en el artillería, pero haciendo de necesidad virtud, el día de batalla, en el cual se arriesgaban las propias vidas, cualquier mano útil y potencialmente leal, era bienvenida.



De huertas, viñas, puercos, turcos y soldados desmandados. Dos desembarcos accidentados [Túnez 1535 y Gibraltar 1540]

El desembarco imperial en Túnez [1535]

Cuando el 16 de junio de 1535 las tropas de la armada imperial comenzaron a desembarcar en la costa tunecina, se publicó bando para que las tropas no se desmandasen, ni saltara nadie en tierra que no tuviera mandamiento para ello.

Podemos ver a los soldados del ejército imperial desembarcando en las playas de Túnez, cerca de Cabo Cartago, transportados a tierra por los bateles de las naos y los esquifes de las galeras. Esta escena condensaría varios días de desembarco. Sabemos que el día 16 de junio los únicos caballos que pisaron tierra fueron los de Carlos V, el marqués del Vasto y el del cuñado de Carlos, el infante Luis de Portugal. Detalle del cartón nº3 de la serie "La conquista de Túnez" por Jan Cornelisz Vermeyen titulado "Desembarco en la Goleta". KHM Wien.


Las desmandadas eran un peligro, porque soldados, marineros y mozos descuidados podían ser presa fácil para los enemigos, y los demás soldados, que se hallaban «bajo bandera» podían romper el orden con tal de socorrerlos.

La fortaleza de los ejércitos, en especial de la infantería, residía en el orden cerrado. Los soldados que se desmandaban del escuadrón podían poner en riesgo a sus compañeros, pues convirtiéndose en objetivos fáciles para la ágil caballería árabe, no solo se ponían ellos mismos en peligro, sino que podían empujar a sus camaradas de armas a socorrerlos, pudiéndose producir un desorden en los escuadrones.


Por ello se publicó bando que «so pena de vida» ninguno saliera «fuera de ordenanza».

Durante el desembarco, tanto Carlos V como el marqués del Vasto, corriendo a caballo entre los escuadrones, se tuvieron que emplear a fondo para que la gente no se desmandase a robar por las huertas.

Carlos V en Barcelona, asistiendo al alarde de los hombres de armas que se embarcaron para la jornada. El emperador actuó ya no como general de su ejército, sino como verdadero «capitán de campaña» acudiendo a todas partes procurando mantener el orden entre sus tropas. 


Aún así, como solía pasar, tras una tiempo embarcados con una dieta monótona basada en bizcocho, carnes saladas, tocino, legumbres y pescado en conserva, no fueron pocos los marineros, soldados y mozos que contra la orden se apartaron para buscar fruta fresca en las huertas.

Un testigo de vista dio cuenta de las bajas sufridas durante la jornada de desembarco: «y por los marineros y gente que se desmando creo que nos mataron mas gente ellos a nosotros que nosotros a ellos».

Aquello se prorrogó durante días. El 18 de junio «cada hora los alárabes venían con otros moros y cogían algunos marineros y soldados desmandados entre las huertas y olivares, que por coger fruta o hurtar algo, salían por allí».

El propio Carlos V, escribiendo a la emperatriz, su mujer, Isabel de Portugal, reconocía el día 30 que la mayoría de muertos eran «soldados de las galeras y gente inútil y de servicio que de ellas ha salido, y se desmandaban a tomar fruta y buscar agua».


El desembarco turco en Gibraltar [1540]

Cinco años más tarde, en septiembre de 1540, eran corsarios turcos con «algunos moros valençianos» quienes desembarcaban en las costas de Andalucía, produciéndose el asalto y saqueo de Gibraltar.

Álvaro de Bazán padre narró como el alcaide de Gibraltar salió de la plaza «con quinze de a caballo y prendio eftos tres y mato veinte». Los tres presos eran «tres moros que se tomaron enlas viñas que salieron muchos a coxer hubas».

Los tres moros capturados pudieron dar aviso de la composición de la armada corsaria: «tres galeras de a tres Remos, y dos galeotas de a vejnte y dos Remos y vna galeota de a vejnte y vno y dos de a vejnte / y seis fustas y dos vergantjnes». «Los nabjos venjan bjen en horden de todo syno de artjllerja que trayan muy poca las galeras y las galeotas casi njnguna». La armada «traya noveçientos cristianos al rremo. La jente que traya de cabo eran los mas turcos y algunos moros valençianos».


Galeras de la armada imperial frente a las costas de Túnez en 1535. Detalle del cartón nº3 de la serie "La conquista de Túnez" por Jan Cornelisz Vermeyen titulado "Desembarco en la Goleta". KHM Wien.


Por lo tanto, los desmandados no solo afectaban al orden de los ejércitos o de las armadas corsarias, también eran fuente de información para el enemigo, porque una vez capturados podían ser torturados, o simplemente coaccionados, para poder obtener de ellos valiosa información.

Por todo eso, no es sorprendente la reacción de Carlos V en Túnez: «Enojado se mostró este día el Emperador con los desmandados, diciéndoles palabras de ira, y, la espada desnuda, arremetió contra algunos, y sucedió que yendo así para herir a un soldado, el soldado huía, y como vió que el Emperador le alcanzaba, volvióse a él de rodillas, suplicándole mostrase en él su clemencia»

La querencia de turcos y moros por el saqueo para buscar comida es equiparable a la de españoles y otras naciones cristianas. Pero los primeros mostraron en Gibraltar remilgos a causa de los mandatos religiosos.

Pedro Barrantes Maldonado narra como «fueron á la playa de Mayorgas [...] y saltaron en tierra algunos turcos y fueron do estaban docientas y tantas botas llenas de vino [...] y era cada bota de veintiocho arrobas hasta treinta, y, desfondándolas, derramaron todo el vino, que eran más de seis mil arrobas».

En su obra a modo de diálogo, pone en voz del personaje «extranjero»: «Más valiera beberlo». A lo que respondía el autor: «Más, salvo que á ellos le es prohibido en su ley; y ansí quisieron ser el perro del hortelano».

Además de derramar el vino, los asaltantes mahometanos viendo «que estaban allí comiendo el borujo muchos puercos, mataron trecientos dellos á cuchilladas».

Barrantes ironizó sobre el indeseado resultado de la improductiva matanza: «Gozaron del mal olor dellos aquellos tres dias».

Poco después del combate contra los puercos, los turcos «derramáronse por entre las viñas á comer uvas, y salió la gente de caballo, que estaba en Gibraltar, y fueron contra ellos, y allí en las viñas mataron catorce ó quince dellos y prendieron tres».

Esta gente de caballo a cargo del alcaide de Gibraltar eran jinetes «con lanzas, adargas y corazas», panoplia que sorprendería al extranjero del diálogo de Barrantes, pues, según el personaje, este tipo de caballería así armada parecía «la resurrección de la conquista del reino de Granada».

Como fuera, el hambre animaba a muchos a perder la «buena orden de guerra», aún a riesgo de la propia vida, sin tener muy en cuenta ni los mandatos reales, ni la buena disciplina militar.

Fueran españoles o turcos, la tentación de la uva y la fruta fresca era irresistible para muchos. 




Heridas de guerra en el siglo XVI. Soldados portugueses heridos durante la defensa de Diu frente al asedio indio-otomano de 1546


En el subcontiente indio se produjo una extensión de la llamada «revolución militar moderna», protagonizada por portugueses, turcos e indios. Durante el segundo asedio de Diu [20 de abril - 10 de noviembre de 1546], la guarnición portuguesa de esta plaza del Gujarat fue asediada por un ejército conjunto gujaratí-otomano. Tanto otomanos, como gujaratíes, y evidentemente, portugueses, combatían, hasta cierto punto, a la «europea»: o sea, empleaban armas de fuego portátiles y artillería. Es este un capítulo interesante de la historia militar de la temprana Edad Moderna que conviene revisar.

Durante el asedio se produjeron certeros tiros de artillería, aunque los proyectiles eran en su mayoría de piedra, y según relataban "su pólvora era tan excelente que cualquier tiro de metal - piezas de artillería menores - pasaba una pipa - especie de tonel - llena de tierra de banda a banda".  Los cronistas que recogieron el asedio sin duda exageraban al decir que la «espingardaria» o escopetería enemiga era tan certera, que por cualquiera agujero del tamaño de dos tostones - una moneda - acertaban. Pero el caso es que turcos y gujaratíes dominaban el empleo de artillería y armas de fuego portátil.  

Es por todo ello que una nómina de heridos portugueses durante el cerco donde se detallan las heridas sufridas nos puede servir para seguir con esta serie de artículos sobre heridas de guerra en el siglo XVI, del que hemos tratado en líneas generales, y seguiremos tratando en casos particulares como este. 

Las heridas de guerra de la época nos resultan muy interesantes: por un lado, nos hablan del armamento empleado, tanto ofensivo como defensivo, así como de las técnicas y tácticas de combate empleadas. Por otro, nos dan unos apuntes de sanidad militar y de calidad de vida de los soldados implicados en dichos combates. 

Además, a partir de un listado que recoja un buen número de casos se pueden extraer ciertas conclusiones que los casos particulares, por separado, no podrían proporcionar.



Armamento empleado por los atacantes

Artillería 
  • Artillería gruesa que tiraba fundamentalmente pelotas de piedra, pero también pelotas de hierro colado
  • Artillería menuda

Fuegos artificiales arrojados a mano [«artificios de fogo»]
  • «panellas de polvora»: Alcancías de pólvora
  • «panellas de fogo»: Alcancías de fuegos artificiales (de resina, pez o alquitrán)

Minas explosivas

Armas de tiro
  • «espingardas» o escopetas que disparan pelotas de plomo
  • Flechas disparadas por arcos
  • Dardos
  • Piedras

Armas blancas
  • Lanzas
  • Terciados o alfanjes

Los fuegos articiales se usaron con fruición por ambos bandos; cuando don Joaô de Castro socorrió la plaza y desbarató a los capitanes del rey de «Cambaya» o «Soltão
Mamundo de Guzarat», les tomó 8000 alcancías de pólvora vacías grandes y pequeñas y 450 llenas. Los defensores portugueses refirieron que las «paneladas nunca cessavão de voar». Un capitán portugués, escaseando las alcancías, improvisó unas empleando dos tejas unidas con paños embreados por los costados y cabezas, con sus mechas y rellenas de pólvora. 

Las piedras parece que se tiraban tanto a mano como con hondas y ganchos de hierro. Los portugueses refieren que recibían infinitas pedradas. Dom Alvoro de Crasto recibió una pedrada por encima del capacete que se lo aplastó, provocándole un gran chichón en la cabeza, que, eso sí, no le dejó fuera de combate. Dichas pedradas llegaban a abollar los coseletes y los capacetes, llegando a producirse heridas en el cráneo; imaginemos por un momento que el infante hubiera carecido de armadura de cabeza, como pasaba en muchos casos. Las pedradas de esta suerte, recibidas en un torso sin armar, podían llegar a quebrar las costillas, y cuanto menos, a magullarlas. 

as pedradas que os jmigos tyravão [...] amollão os cosoletes pelos espigões e os capacetes fazê amolar na cabeça e arrebentar pelos lugares majs fortes e fazê feridas ate ho casco, mas se dão em parte desarmada, aleijão e quebrantão e fazem triste guerra, por que como custa pouco, não descansão nem falecem.


También podían dejar fuera de combate, momentáneamente aturdidos, a los combatientes. Manoel de Souza de Sepulveda recibió un canto en la cabeza y otro en el rostro, del cual lo «desatinaron, más tornando en sí, torno a entrar en la batalla». 

Al sacerdote de la plaza en un asalto le dieron una pedrada en el crucifijo que llevaba, de la cual le quebraron el brazo de su persona, y un brazo de la cruz.


Los «mouros» también protagonizaron varios asaltos con armas blancas, combatiendo básicamente con alfanjes o terciados. Hay una descripción del armamento que llevaban durante uno de los asaltos fallidos:

«la que gente que para aquella empresa venia parecía ser ecogida entre los mejores de todo su ejército, porque los muertos traían coseletes y corazas y terciados y adargas muy guarnecidas de plata, y eran hombres de gentil apariencia y disposición»

ha gente que para aquela jmpressa vinha parecia ser escolheita por milhor antre todo seu exercito porque hos mortos traziam cosoletes e couraças e terçados e adagas muy goarnecidas de prata e erão homens de gentys apparencias e desposisões; 


El día 22 de agosto, los sitiadores protagonizaron un asalto. Al estar lloviendo, no pudieron aprovecharse ni asaltantes ni defensores de armas de fuego, o fuegos artificiales, así que se peleó a lanzadas y cuchilladas, mientras que los asaltantes empleaban flechas tiradas con sus arcos. Aclarándose el día por la tarde, los portugueses emplearon espingardas y alcancías de pólvora, cosa que les permitió rechazar a los enemigos. 




Armamento defensivo empleado por los portugueses



Armas de cuerpo

Armaduras de cabeza
  • Capacetes, celadas o morriones
  • Cervilleras

Escudos



Coseletes portugueses, con tambor y pífano, liderados por un montantero. Tapices de las empresas de Joao de Castro, gobernador de Goa, tejidos h.1554-1560 [KHM, Wien]. Los coseletes aquí retratados llevan diversas armaduras de cabeza y cuerpo, aunque en algún caso [segundo por la izquierda] la celada o morrión es sustituida por un sombrero. Los coseletes protegen el torso, pero carecen de escarcelas que guarden los muslos. Ninguno de estos coseletes lleva brazales o manoplas, quedando los brazos desprotegidos, salvo la zona del hombro y la axila, que quedan cubiertos por un guardabrazo de launas, o un gocete de malla, como se puede ver en el segundo soldado por la izquierda, y el segundo por la derecha. Las celadas, como solía pasar, eran de diversas «suertes»: unas tenían guardanucas y viseras, otras carrilleras, pero en general dejan nuca, oreja y carrillos desprotegidos. 


El gobernador de Goa, Joaô de Castro, armado de punta en blanco, aunque con morrión y sin guanteletes. Pocos hombres irían armados de pies a cuello como dom Joaô, que lleva brazales, quijotes, grevas y escarpes de hierro, con las piernas y los brazos totalmente protegidos. Al contrario, veremos que las heridas en las extremidades son las más comunes. 



La nónima de heridos

La nómina de heridos presenta una lista de 97 hombres que recibieron, al menos, una herida de importancia, o que sufrieron quemaduras. En general, la mayoría presenta múltiples heridas.

Las más comunes son:
  • Quemaduras
  • Disparos de espingarda
  • Flechazos
Heridas sufridas tras voladura de mina, como la del baluarte de San Joaô
  • La mayoría son quemaduras
  • Otros aparecen clasificadas como herido tras haber volado
  • En algún caso se espicifica que se quebró las piernas al caer, o quedó maltratado de las piernas tras volar





Veamos, por ejemplo, el caso de Antonio Botelho:
Antonio Botelho quejmado nas pernas e hûa espimgardada na cabeça e hûa frechada é huû braço.

Antonio Botelho recibió heridas típicas de la guerra en la Europa continental occidental, pero también de las que se tenían en enfrentamientos con naciones como los turcos o indios, donde el empleo de arqueros era algo habitual:

  • Resultó quemado en las piernas
  • Herido de un tiro de espingarda/escopeta en la cabeza
  • Y de un flechazo en el brazo

Amén de esta nómina, aparecen algunos que recibieron mercedes, como Antonio de Brito, que resultó quemado en el cerco de Diu, y quedó ciego de un ojo por quemaduras de pólvora.



Heridos de arma blanca

Tan solo aparecen dos listados heridos por «cutiladas» o cuchilladas, la típica voz que se empleaba para los cortes producidos por armas cortantes como espadas o alfanjes cuando herían de filo. En caso de herir de punta, se empleaba el término «estocada».

Soldado gujaratí con alfanje y rodela. Detalle de uno de los tapices de la serie mencionada.


En la crónica, las «cutilladas» aparecen acompañadas de «lançadas»; sin embargo, en la nómina de heridos no se refiere ninguna de estas últimas heridas producidas por armas de asta. 

Evidentemente, para poder llegar a dar un cuchillada con un terciado o alfanje, había que llegar a combatir a las manos. Aunque los sitiadores protagonizaron varios asaltos, en general fueron repelidos con fuego de espingarda y alcancías de fuego, y fueron menores los combates cuerpo a cuerpo. Aún así, el 28 de julio, los portugueses rechazaron un asalto con lanzadas y cuchilladas y alcancías grandes de pólvora que hacían gran «chamusco en los enemigos». En dicho asalto, murieron tres portugueses, y fueron heridos y quemados más de treinta.

Amén de la nómina, aparecen varios hombres que padecieron heridas diversas. Jorge de Meneses quedó «todo atasajado de cuchilladas y con una espingardada en la cadera muy ruin», por lo cual fue enviado a curarse a Goa, y es quizá por ello que no aparece en la nómina de heridos.

Otros quedaron muy maltratados y murieron al momento. En el último combate que se dio, en el socorro del 10 de noviembre liderado por el gobernador Joaô de Castro, a Cosme de Paiva le cortaron la pierna por el muslo de un golpe, golpe que hizo saltar un pedazo de carne. A Vasco Fernandez no le valió el sayo de malla, pues un golpe por la espalda le cortó el sayo y el cuerpo. A otro hombre le cortaron media cabeza de un golpe. Evidentemente, las armas pesadas tajadores como los alfanjes manejadas con fuerza y destreza podían infligir heridas terribles. 



Heridos por disparos de artillería

Fernaô Llopes y Vasco Preto quedaron lisiado de sendas «bombardadas» que recibieron en una pierna. Gonçalo Fernandez fue herido por otra «bombardada» en la cabeza, de lo cual quedó «mal tratado». Bertolameu Coelho recibió otra «bombardada» en una pierna, Bras Jorge en un brazo.  

André Lopez fue herido en el rostro por una pelota de cañón

Las bombardas y cañones empleadas por los atacantes disparaban tanto balas de hierro - normalmente, hierro colado - como balas de piedra. 

Los atacantes tenían un basilisco que disparaba 66 libras de pelota cuyo viento - o sea, el aire que desplazaba la pelota tras ser disparada - ya provocaba daños. Los portugueses tenían varias piezas cuyas bocas eran de palmo a dos palmos y medio, y un cuarto de cañón que disparaba una pelota de 8 palmos de perímetro, lo que da, más o menos, esos dos palmos y medio de boca. 

Cabe creer que esos portugueses anteriormente listados serían heridos por piezas de artillería menor, o fragmentos de las pelotas de piedra que se rompían al impactar. En todo caso, no se nos ocurre defensa alguna contra dichas armas, más de allá de estar convenientemente parapetados tras un muro o una almena. 



Quemaduras 

Los 48 quemados - algunos, con varias partes del cuerpo afectadas - lo son en piernas [16] y pies [3] así como en manos [28], que reciben la mayoría de quemaduras. También el rostro [12 ocasiones] y el pescuezo [7] aparecen mencionados. 

Solo en un caso aparece el torso quemado, el de Gregoryo de Vascogomçellos:

Gregoryo de Vascogomçellos quejmado no pescoso e ê hûa jlharga e ferydo na cabeça e hûa espjmgardada per hûu braço de que he maltratado. 

Gregoryo de Vascogomçellos sufrió las heridas siguientes:
  • Fue quemado en el pescuezo o cuello y en un costado, lo cual nos indica del empleo de algún tipo de fuego artificial, fuera de resina, alquitrán o pólvora por parte de los atacantes. Además, podemos inferir que ni el cuello ni el torso se hallaban protegidos, como veremos. 
  • Fue herido en la cabeza; no sabemos la arma que lo produjo ni el alcance de las heridas.
  • Un tiro de espingarda [los portugueses tardarían décadas en usar la voz arcabuz] le causó daños importantes en el brazo. 
Además, Jorge Pereira quedó «todo asado», indicando el breve apunte que las quemaduras fueron generalizadas. 


Antonio Pesoa, Antonio Moniz, Jeronimo Butaca, Garcia Roiz de Tavora, Dom Alfonso de Môroyo, Ruj Daraujo, Manoell Daraujo y Gonçalo Fernandez, sufrieron quemaduras en manos y rostro.

Luis de Sousa fue dos veces quemado en piernas y rostro. Antonio Pacheco recibió idénticas heridas, pero solo una vez.

Antonio Gil, quzá de modo más signiticativo, recibió quemaduras en rostro, manos y piernas. 

Las quemaduras parecían - con la excepción de Vascogomçellos - evitar el torso. Quizá las personas que eran totalmente abrasadas morían, y no hay relación de ellas, pero también es harto probable que las armas defensivas como coseletes y corazas, cuyo metal es ignífugo, protegieran de las quemaduras en una época y un cerco, en el que hemos visto que las alcancías de resinas o de pólvora eran muy usadas por uno y otro bando. 


Aquí vemos a otro grupo de soldados portugueses en otro tapiz de la misma serie de triunfos de Joaô de Castro. En este caso, estos soldados armados con armas de asta corta - presumiblemente, las lanzas que tanto aparecen en la crónica de Nunes - llevan los torsos protegidos con corazas - lo que en la literatura actual se denomina brigantina - la típica arma defensiva de peón de finales del siglo XV y principios del XVI en la península ibérica, que seguían usando los jinetes españoles y los soldados embarcados en galeras. En un cuerpo de cuero, se roblonaban o remachaban internamente unas láminas metálicas horizontales; son las cabezas de los remaches lo que destacan en el cuerpo de cuero. Estos soldados llevan tipos parecidos de celadas o morriones, algunos, con una corona de rama ceñida, símbolo de su triunfal campaña. El primer soldado por la derecha lleva una armadura de cabeza algo más arcaica para esta época. 



Flechazos

Además de escudos de diversas suertes, estos soldados gujaratíes portaban arcos largos. Detalle de un tapiz de la serie de empresas de Joaô de Castro.



Las 14 flechadas se reciben en cabeza [1], rostro [1], boca [1], pierna o muslo [6], brazo [5], barriga [1], cadera [1] y costado [1]. Como vemos, la mayoría de heridas se producen en extremidades, piernas, muslos y brazos, partes poco o nada defendidas. Solo en un caso se refiere la cabeza, y en ese caso, el herido es un «padre de misa», que no llevaría armadura de cabeza, claro. Las flechas que dieron por el rostro y boca no pueden ser protegidas por las armaduras de cabeza típicas de esta época que dejan el rostros a descubierto. El torso - barriga, cadera y costado - sí que puede ser protegido, tanto por un peto, como por un coselete, como por las corazas; así que es probable que se tratase de soldados que no los llevasen. En todo caso, parece acertado pensar que las heridas mayoritariamente se recibieron en partes desprotegidas del cuerpo, como son piernas y brazos, amén del rostro.



Disparos de espingardas 
Mem Lopez quejmado e ferydo nûa jlharga e hûa espimgardada por huû joelho de que he mall tratado.
Mem Lopez recibió varias heridas:
  • Resultó quemado.
  • Resultó herido en un costado.
  • Un disparo de espingarda / escopeta le pasó la rodilla, herida por la cual quedó en mal estado.


De las 24 heridas producida por disparos de espingarda, la mitad se recogen en la parte superior:  cabeza [7], boca [2], ojo [1] rostro [1] y cuello [1]. Esto podía deberse a que es la cabeza lo que suele asomar de un muro a la hora de efectuar el disparo, o simplemente, a la hora de otear y vigilar las acciones del enemigo, y por lo tanto, se hallaba con más frecuencia a tiro del enemigo. 

Las extremidades, sobre todo, las inferiores, reciben casi todo el resto de heridas: muslo [4], pierna [1], rodilla [1], brazo [4].

Amén de una herida en un lugar no identificado, tan solo un Francisco de Moraes recibió un disparo en el pecho: «hûa espimgardada pelos pejtos». 

Esta distribución, que, como en el caso de los flechazos, parece esquivar el torso, tiene dos posibles explicaciones no necesariamente contradictorias:

1) Las heridas de bala en el torso o abdomen suelen afectar a algún órgano; son difíciles de tratar y las complicaciones suelen ser inmediatas deviniendo en muchos casos en la muerte temprana.

2) El uso de armas de cuerpo como el coselete, el peto, o aún la coraza, podría disminuir la cantidad y gravedad de heridas de armas de fuego, máxime cuando estas parece dispararse casi todas desde posiciones de cerco, alejadas de la plaza, y por lo tanto, susceptibles de haber perdido potencia al hallar su blanco en los muros y baluartes de la plaza fuerte. A esto último se le debe oponer más que una tesis, una certeza, el defensor por excelencia de una plaza fuerte durante un asedio es un arcabucero; el coselete, en todo caso, estaba para defender los muros de asaltos, por lo tanto, y dado que los arcabuceros no solían emplear armas defensivas de cuerpo, quizá la anomalía estadística se deba a lo expresado en el punto número 1. Esto también explicaría la gran cantidad de heridos en cabeza, rostro y cuello, heridas que en otras tierras y ejército se solventaron con el empleo de celadas y morriones.  


Buena parte de los soldados portugueses eran «espingardeiros» o arcabuceros, como los de este tapiz de la misma serie. Aunque algunos podrían llevar algún «capaçete» o morrión, como el último de esta escena, buena parte iban al combate sin armaduras de cabeza, con gorras a la moda portuguesa, algo más ceñidas y recogidas que las españolas. Se recomendaba que el arcabucero llevara, amén de sus «calças e jubaô», un coleto o cuero, como el que lleva el tercero por la izquierda, entre cuyas faldas destaca la típica prominente bragueta de la época. Como curiosidad, llevan frasquillos de pólvora colgando del pescuezo - «cornjnhos de cevar dos pescoços».  



Vale la pena recoger el juicio del cronista, Leonardo Nunes, al respecto de la poca defensa que ofrecían las armas defensivas frente a las espingardas:

«[el] acometimiento de los enemigo causó que con la multitud no se pudiesen todos cubri, por la cual razón, de las torres y del cubelo fueron muchos los muertos, porque aunque estuviesen muy bien armados, para bombardadas y espingardadas, no aprovechan armas [defensivas]»

acommetimento dos ymigos causou que com ha multidão não se podessé todos cobrir, pela quoal rezão, das torres e do cubelo forão muytos deles mortos, porque, posto que viesse armados muyto bem, pera bombardadas e espingardadas, não aproveitão armas. 


En todo caso, este juicio no invalida lo anterior; el episodio que narra el cronista es el de un asalto a la batería, y se combatía cerradamente. La defensa que apuntamos pueden ofrecer las armas defensivas frente a la espingardería o escopetería enemiga es a distancia de defensa ordinaria de una plaza fuerte. O sea, generalmente, a tiro de artillería, a cerca de 300 pasos, distancia a la cual, la pelota de una escopeta ya ha perdido parte de su energía cinética.


En el mismo tapiz, vemos varios coseletes - el primero, sin armadura de cabeza - y un piquero que defiende el torso con un típico gorjal de malla a la tudesca. Aunque las modas portuguesa y española diferían en detalles, las tipologías de armamento defensivo y ofensivo eran bastante equiparables. El tercer coselete, que porta un morrión con carrilleras dorado - símbolo de que se trata de un oficial, caballero o soldado aventajado - se protege el inicio de los muslos con unas faldas de malla, solución más ligera que la de las escarcelas, que además protege el pubis y la entrepierna. 





Voladuras de minas

Las minas, claro, no eran un «arma» comúnmente usada, pero dada su potencia, podían causar estragos importantes, afectando una sola detonación a decenas de defensores.

Cuando los atacantes volaron la mina del baluarte de Rama, el cronista Leonardo Nunes recogió como aquellos que estaban en medio del baluarte, volaron tan alto con la fuerza de la pólvora que cayeron dentro de la fortaleza, mezclados en la voladura con las piedras que les acabaron enterrando. Otros cuerpos cayeron hechos pedazos sobre los enemigos, los cuales, les tomaron las cabezas como trofeo. Murieron en dicha voladura más de cincuenta hombres, muchos de ellos «fidalgos e cavaleyros mujto honrrados», y lograron escapar veintitrés con vida con heridas de diversa gravedad, de los cuales, tres murieron después. 

Por contra, «los hombres que estaban con las lanzas sobre los escombros fueron lanzados en la cava (foso) en los costados y en el campo, los cuales, como no cayeron de muy alto, unos con los brazos quebrados, otros con las piernas torcidas, y otros pisados, con los ojos y el rostros descalabrados, unos por la puerta, y otros por el baluarte, se recogieron dentro de la plaza». 

Luis de Mello y Antonio Roiz se hallaban con dos o tres soldados en el baluarte del mar, volaron con sus lanzas y rodelas en las manos; en el vuelo «cayeronles las espadas y los cuernecillos de cebar de los cuelos, y los capacetes de las cabezas y los zapatos de los pies». Aún así, sobrevivieron, y maltratados se refugiaron en la fortaleza, donde Mello moriría de enfermedad durante el cerco.

De Antonio Dazevedo sabemos que «voló y cayó por la banda de los moros y hubo una herida en la cabeza y muchos moretones por el cuerpo de que está mal tratado»

«avoou e cayo pera a bamda dos mouros e ouve huã feryda na cabeça e mujtas pisaduras pelo corpo de que he mal tratado». 


Alv.º Paez «cuando reventó el baluarte quedó enterrado todo debajo de piedras, de que hubo muchas magulladuras, e anda mal dispuesto». 

«quamdo arebêtou o baluarte ficou écravado todo debaixo de pedras de que ouve mujtas pisaduras e he ajmda mal despostoFernaô Llopes aleijado dãa bôbardada dúa perna. ».  



Las minas que volaban los lienzos y baluartes de la fortaleza afectaban a los soldados que las defendían, lanzándolos por los aires. Si la explosión no los mataba, las quemaduras, contusiones y huesos rotos tras la caída eran algo habitual.  


« »

Jorge Nunez de Lyaô «voló y se quebró un brazo y tuvo muchas contusiones en el cuerpo y en en rostro de lo cual ha quedado lisiado». 

Johaô Mjz Fr. «voló y tuvo muchas contusiones en el rostro y quemadas las manos, y un brazo quebrado de lo cual está maltratado». 

Alvaro Páez quedó enterrado debajo de muchas piedras con la voladura del baluarte, de lo cual recibió muchas contusiones y andaba mal dispuesto. Varios quedaron «maltratados» o lisiados de las piernas, como Antonio Mor, «aleijado dâbas as pernas». 


Aparte de la relación de heridos, bastante breve, como solía pasar, los que sirvieron en esas jornadas hicieron relación de méritos y servicios, y cuando fueron heridos, relataron su suerte como un mérito de guerra en servicio de su rey. Diego Ortiz de Tavora escribía en 1549 que fue «fui muito queimado com polvora e ferido». 



Relatos de muertes notables

«e assy foy morto Baltazar Jorge, juiz da alfandega, de hum só golpe de traçado, que lhe deu hum mouro por cima de hum hombro, com que lhe cortou huma saya de malha e o braço com toda a espadoa». 

Este Baltazar Jorge, a pesar de llevar un sayo o camisa de malla, recibió un golpe con arma cortante sobre el hombro que le cortó la camisa y el brazo con parte de la espalda. Esta arma, que el escritor llama aquí «traçado», en otras aparece como «terçado» o terciado, que no sería otra cosa que un alfanje, como podemos ver en los tapices de las empresas de Joao de Castro:

Buena parte de las tropas gujaratíes tendría, como este caballero y este infante, armas tradicionales, de asta - como los dardos que ambos llevan - o de mano, como el alfanje o terciado que lleva el caballero pendiente del cinto. No obstante, para llegar al cuerpo a cuerpo, antes había que realizar un asedio en el que únicamente las armas de tiro tenían capacidad de ofender. Durante un asalto, 40 caballeros «moros» subieron a un baluarte; armados de terciados, los portugueses los rechazaron lanzándoles alcancías de pólvora que les abrasaban vivos. 

Coju-Sofar, el napolitano renegado que se hallaba a cargo del contingente turco, cuando estaba oteando la fortaleza el 24 de junio por la tarde, día de San Juan, recibió un tiro perdido de bombarda portuguesa que le llevó la mano y la mitad de la cabeza, de lo cual, claro, murió.



Muertos de enfermedad

os omês com o trabalho e com o vegiar de dia aa calma e de noite ao sereno adoeçem cada dia e convaleçem muyto mall. 
 los hombres, con el trabajo y con vigilar de día al sol y de noche al sereno, adolecen cada día y padecen mucho mal

Nesta fortalleza ha mujtos doemtes e asy ferydos
como queymados e os majs doemtes saô de feveres e
camaras; 
  
  En este fortaleza hay muchos dolientes, así como heridos y quemados, y los más dolientes son de fiebre y de cámaras




A finales de julio, Nunes narraba que habían muerto ya 150 defensores durante el cerco «a ferro e de doença», o sea, «a hierro» - durante el combate - y por dolencias o enfermedad; otros cincuenta hombres se hallaban dolientes. A mediados de agosto, la nómina era de 250 muertos. 

A primeros de octubre, Mascarenhas informaba que había más de 200 dolientes en dos hospitales, y otros 170 fuera de ellos. Al final del cerco eran 550 los muertos, la mayoría a hierro, pero también muchos habían fallecido por enfermedades.  

En algunos casos se trataba de heridos que estaban recuperándose. En muchos otros, eran dolientes de hospital, o sea, personas que habían enfermado y se hallaban dolientes «de grandes febres». El día 5 de septiembre, Vasco da Cunha refería que eran 1300 hombres en Dio, de los que había 300 dolientes, la mayoría, de fiebres. 

Se habló de las dolencias causadas de «maus comeres e trabalhos». El cerco provocó una escasez y carestía de alimentos. A los tres meses de comenzado ya no había carne sino de gatos, y la gente se alimentaba con arroz, grano y lentejas, complementadas con dátiles, pasas y almendras que fueron llegados en naves que socorrían la plaza. Cuanto menos, los aportes de fruta desecada prevenían de enfermedades como el escorbuto, algo que se podía producir durante un cerco, como les sucedió a los franceses cercados en el castillo de Milán entre 1522 y 1523.

Además de la mala alimentación, se consideraban los «trabajos» sufridos durante el cerco la causa o agravantes de las dolencias: el agotamiento físico del combate y de las obras para reforzar las murallas con el continuo acarreo de piedras y de tierra, agravado por hallarse en muchas ocasiones durmiendo al raso bajo la lluvia, o insolados bajo el sol tropical veraniego, por tener que estar en lugares expuestos para realizar las vigilancias. En muchos casos, también los hombres debían descansar al raso, dado que parte de los edificios habían sido derrocados para construir caballeros [«cubellos»], contramuros y reparos interiores para disponer de una segunda línea de defensa interior. Todo ello estaba causando estragos y debilitaba a los hombres que eran presa de enfermedades tropicales comunes, fiebres e intestinales. 

Nunes también habla del agotamiento nervioso provocado por los continuos asaltos o rebatos con infinitas pedradas, que desinquietaban el juicio: «desenquietado ho juizo».  El cronista refiere que no hallaban otra consolación ni placer que desplegar las banderas el día del combate, porque les daba dios gloriosa victoria. Es probable que esto fuera más allá de la retórica heroica, y que, efectivamente, la adrenalina generada durante el combate les hiciera olvidar momentáneamente todos los males, tanto los físicos, como los emocionales, cosa que indica Idan Sherer en su trabajo sobre los soldados españoles durante las guerras de Italia. 

A los dolientes se les trataba en hospital, y como era típico en la época, se les daba caldo de gallina, remedio que se consideraba valía para muchos males, pero la duración del cerco hizo escasear, encarecer, y a última hora - mediados de octubre - agotar este recurso. A primeros de septiembre, el gobernador de la India, Joaô de Castro, envió a Dio un socorro en que viajaba Symão Alvares boticario con medicinas y cosas de botica para curar los dolientes, pero a 5 de octubre, el gobernador Mascarenhas reclamaba que se enviaran más remedios, pues Alvarez no había venido muy bien provisto. A finales de septiembre, fray Paulo de Santarê, franciscano encargado en el hospital, reclamaba el envío de algunos maestros para curar enfermos, alegando que uno o dos solos - se refería, probablemente a Symaô Alvarez y Joaô Garces, boticarios -  no podían acudir a todos. 

Los apuntes anteriores nos indican que había una cierta atención sanitaria, aunque insuficiente en medios humanos y materiales. En los hospitales, sino recibía un tratamiento médico óptimo, al menos, el enfermo podía reposar y ser consolado por enfermeros y parientes.  


Para saber más





Apéndice. Las heridas de las mujeres portuguesas durante el asedio de Diu en 1546 por las tropas del rey de Cambaya o sultán de Gujarat.





Tampoco hay por qué pasar con silencio la excelente virtud y el hermoso espíritu de las virtuosas mujeres casadas y de todas las otras mujeres solteras e de cualquier estado que sea, que en este año en el cerco se hallaron [...] porque nunca tal se vio en ningún tiempo, las cuales durante todo el cerco con sus familias trabajaron en acarrear piedra y tierra, y servir en los combates sin miedo alguno, ya que con ánimos y corazones varoniles repartían alcancías de pólvora a los soldados que con ellas peleaban. 
E acontecía que las flechaban algunas veces por las piernas y otras por los brazos, y por todo el cuerpo, de que morían algunas y otras quebraban las flechas y las sacaban fuera de sí, y vendadas las heridas con un paño, tornaban a sus trabajos. 
Y había algunas dellas que se detenían en sus maridos muertos y en sus hijos heridos, y otras personas de su afinidad y parentesco, cuyos males tenían razón de sentir, más andaban tan prontas en servicio de Dios y del Rey Nuestro Señor, que hasta que no era acabada la pelea no trataban con ellas, ni hasta después de haberlas enterrado las lloraban [...] 
Y acabada la batalla, ayudaban a los soldados con cosas para esforzarlos, cada una con lo que mejor podía, y dabánles de comer con las manos, con mucha buen agua fría [...] 
Y creo que esta su piedad parecía verdadera religión de gentes que votaron castidad y humildad y paciencia y amor fraternal [...]

Entre esas mujeres se mostraron por principales en este servicio Isabel Madeira, mujer del maestre Johã, muy moza y hermosa, y Gracia Roiz, mujer de Ruy Freire y Caterina Lopez, mujer de Antonio Gil, factor que era desta fortaleza e Isabel Diaz, mujer de Gaspar Roiz, factor del capitán, las cuales, amén de sus trabajos, sus asuntos eran verdaderamente espirituales, y sus haciendas eran gastadas en servicio de Dios y del Rey Nuestro Señor, y otras que no por no nombrarlas pierden su mérito. 

Leonardo Nunes, Do acontecido en Dio, sendo capitam desta fortaleza Dom Joham
Mascarenhas e governador da India Dom Joham De Castro ho anno de 1547.