El Gran Capitán, la familia Abravanel y los judíos del reino de Nápoles



A tenor de este mapa, uno podría preguntarse porqué los Reyes Católicos expulsaron de sus reinos de España, Cerdeña y Sicilia a los judíos en 1492, pero en el reino de Nápoles no se expulsaron hasta 1541.

Evidentemente, en 1492 no se pudo ordenar dicha expulsión, porque la corona napolitana estaba en manos de la rama napolitana de los Trástamara de Aragón, y no sería hasta 1504 cuando el Gran Capitán culminaría la conquista del reino para sus monarcas.

Pero ya en octubre de 1501, tomadas las provincias de la Puglia y Calabria, los RRCC ordenaban a don Gonzalo Fernández de Córdoba que «provea luego que salgan los judíos de aquellos ducados, que le mandamos que assi se ponga en obra sin dilación alguna». 

Pero sí hubo dilación en poner en obra el mandamiento real. 

En julio de 1503 se reiteraba dicha orden: «Ya sabe quantos años ha que mandamos echar de todos nuestros reynos los iudios que en ellos havia, per escusar las offensas de Nuestro Señor, que se seguian de su estada dellos; y, porque no queremos que haya iudios en ninguna parte de nuestros reynos, y mucho menos en aquel reyno, querriamos trabajar de alimpiarle de todas las cosas que offendan a nuestro Señor, y le mandamos que, quando el viere que sea tiempo, provea en echar todos los iudios de dicho reyno»

Pero don Gonzalo, como en 1501, no vio el tiempo para cumplir dicha orden. 


«Lo s[ignor] Consaruo Ferrando», o sea, «el señor Gonzalo Fernández» en la Cronaca della Napoli Aragonese, 259. MS M.801, fol. 127r


Se puede argumentar que el Gran Capitán estaba demasiado ocupado en la guerra como para ocuparse de asuntos que podían ser considerados menores, pero también que no tenía ningún interés en cumplir dicho mandato. 

En ello pesaban razones de índole personal, y de índole práctico.


Por la parte personal, don Gonzalo no tenía ninguna antipatía hacia los judíos. Más bien al contrario. Durante la revuelta o progromo de Córdoba en 1473, su familia, y él en persona, defendieron a sus vecinos judíos de la turba. En 1492, tras la toma de Granada, se instaló en la «Garnatha al Jahud» [la Granada de los judíos], la antigua judería. 

Por el decreto de expulsión de 1492, cerca de 500 judíos granadinos salieron de la ciudad, buena parte, con destino a Nápoles. 

También a Nápoles se dirigieron los Abravanel, una familia sefardí portuguesa con vínculos con la corona y con el propio Fernández de Córdoba. 

El patriarca de la familia, Isaac, se había instalado en España en 1483 huyendo del rey Juan II, que tras decapitar a su patrón, el duque de Braganza, acusado de conspiración, había ordenado aprehender y ejecutar a Isaac, acusándolo de cómplice y espía en una supuesta conjura contra Juan II.  

Isaac había prestado, junto a otros dos hombres de negocios judíos, la suma de 4 millones de reales al padre de Juan II, Alfonso V. 

En España, Isaac se convirtió en recaudador de impuestos para Pedro González de Mendoza, arzobispo de Toledo, y prestó la suma de 1,5 millones de maravedíes a los RRCC para financiar la guerra de Granada.

Cabe destacar que don Samuel, el abuelo de Isaac, que había sido «contador mayor de cuentas» del rey Enrique III de Castilla, se convirtió al cristianismo pasando a ser Juan Sánchez de Sevilla, para después marchar a Portugal donde retornó a la fe de sus padres.


Entre los miembros de los Abravanel se encontraba el médico Joseph, amigo personal del Gran Capitán. Ambos se reencontrarían en «Zaragoza de Sicilia» o Siracusa en febrero de 1501. Pero el año anterior, el doctor, «rico y muy amigo del capitán», había servido de enlace entre «don Gonsalvo» y la Señoría de Venecia para emprender la jornada de Cefalonia. 

Además, Joseph Abravanel procuró armas para la armada hispana, 1.000 lanzas y petos para armar a los peones de los Reyes Católicos en la jornada contra el turco. 




También proveyó de bastimentos a la corona entre 1503 y 1505, y un Abravanelli, probablemente el propio Joseph, proveía trigo aún en 1507. 


En esta segunda faceta de hombres de negocios, mercaderes o conseguidores, podemos ver a “los judíos del Gran Capitán”, además de como amigos, como parte del necesario entramado mercantil napolitano. El hermano de Joseph, Jacob, era también hombre de negocios asentado en Bari. 

Pero también se vincularon profesionalmente en servicios personales. Yehudá o Judah Abravanel, el primo de Joseph, se convirtió en el médico personal de don Gonzalo, desplazándose con su ejército entre 1501 y 1503. Yehuda ben Yitzhak Abravanel escribiría, bajo el pseudónimo de Leone Hebreo unos Dialoghi d’amore, o Diálogos de amor que fueron traducidos póstumamente en tiempos de Felipe II por el Inca Garcilaso de la Vega

Judah Abravanel, médico, astrónomo, profesor y escritor, servidor de Gonzalo Fernádez de Córdoba como médico personal durante su etapa en Nápoles, según una edición francesas de sus diálogos, del año 1595, que no es ni puede ser considerado retrato fidedigno del autor, fallecido varias décadas atrás. 


Sin embargo, el patriarca de la familia, don Isaac Abravanel, prefirió quedarse en Monopoli, ciudad en manos venecianas.  Ya había vivido dos salidas forzosas: la de Portugal en 1483 y la de España en 1492. No se quiso arriesgar a una tercera. 

Con la muerte de la reina Isabel en noviembre de 1504, Fernando el Católico pareció perder temporalmente la pasión expulsora y se dejó convencer por don Gonzalo.


Según Zurita, «se dexo de executar entonces el mandamiento del Rey, quanto concernia a la expulsion de los ludios», alegando el Gran Capitán ser pocos los que lo eran públicamente, y «por entender que en echando aquellos, se huyrian todos los otros y seria muy euidente daño, y detrimento de toda la tierra».

«Los otros» eran todos los conversos que «se boluieron Christianos por fuerça». El Gran Capitán, proponía, en todo caso, que el Santo Oficio persiguiera a todos esos «malos christianos» que vivían en privado «como antes», o sea, practicando su religión en secreto, y se olvidarán de perseguir a los judíos públicos. 

Pero el Santo Oficio ni siquiera estaba implantado en Nápoles. Lo que es evidente, es que don Gonzalo prefería que no se expulsase a los judíos del reino y por acción u omisión, lo logró.


El 19 de octubre de 1506, el Rey Católico aportaba en Gaeta. El día 13 de noviembre se emitía una orden por la cual todos los judíos del reino debían llevar cosido al pecho una «rotella» roja. 

En este caso, se trata de judíos alemanes, pero llevan también una «rotella» cosida al pecho; en este caso, amarilla.


En junio de 1507, don Gonzalo partía de Nápoles; su época como virrey había acabado.


Aunque es difícil que el Gran Capitán fuera «benefactor» de los judíos más allá de la familia Abravanel, lo que sí es cierto es que bien por simpatía, bien por cuestiones prácticas, dlilató y no halló tiempo durante su virreinato para aplicar las órdenes reales relativas a su expulsión.


En 1510, el virrey Ramón de Cardona promulgó una pragmática de expulsión de los judíos del reino de Nápoles, pero aunque masivo [afectó a 30.000 personas] no fue universal: se expulsaba a todos menos a 200 familias que debían pagar conjuntamente un tributo de 2.000 ducados anuales. 

Entre dichas familias se encontraban los Abravanel. Como otros judíos, eran prestamistas de la corona. En 1533 el virrey Toledo informaba que Letizia Abravanel de la familia de «judíos españoles llamados Abreuaneles» reclamaba «cerca de onze mil ducados que prestaron a la corte en tiempo de mucha necesidad».

Ese mismo año se renovó el «privilegio» para los judíos de habitar y morar «salvos y seguros ellos y sus familias y bienes» en Nápoles, privilegio por el cual «dichos iudios pagaran ala dicha regia Corte dos mil ducados corrientes de tributo en cada uno año de dichos diez años».


El privilegio era por una década, o sea, hasta 1543, y aún entonces se podría renovar: «passados dichos diez años, por el tiempo que de mas staran dichos iudios e nel Reyno con el beneplacido de su Maiestad sin que seles haga desdicha, hayan de pagar mil ducados de tributo a l'año».

La orden de Carlos V al virrey don Pedro de Toledo era clara: que se sacase lo «que pudresdes saccar de los iudios desse reyno», a cambio de «permitir que queden algun tiempo».

Pero como sucedió con los Reyes Católicos, ese papel de recurentes prestamistas y buenos contribuyentes no les acabaría congraciando con su monarca. 

En 1541, aún a pesar de los «privilegios» otorgados por diez años en 1533, se ordenó la expulsión definitiva de todos los linajes judíos del reino de Nápoles. 

En 1543, Samuel Abravanel, quinto hijo del célebre Isaac, obtenía salvoconducto del virrey para llevar todos sus bienes muebles fuera del reino. 

El “último” de los Abravanel de Nápoles moriría en Ferrara en 1547




Como curiosidad, apuntar que el estudio clásico sobre la familia Abravanel es «Don Isaac Abravanel, statesman and philosopher», de Benzion Netanyahu, padre del actual primer ministro israelí.

El apelativo de don «Gonsalvo de Cordova» como «benefactor» de Judah es suyo.




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