La artillería de los Reyes Católicos durante la guerra de Granada y la de Carlos VIII de Francia durante su expedición en Italia


«En el mes de junio [del] año susodicho [de 1484] fue el Rey D. Fernando sobre Alora con gran hueste [...] é con mucha artillería; é púsole cerco y tomóla en dentro de ocho días por la fuerza de las lombardas, que á los primeros tiros derribaron gran parte de la villa é fortaleza, é luego los moros se dieron a partido y los dejaron ir».

Historia de los Reyes Católicos D. Fernando y Doña Isabel por Andrés Bernáldez


«y esta artillería questa asentada contra el arraual aunque el muro [es] Recio y [tiene] buenas torres por estar en llano no tirará mucho q no vaya al suelo todo»

Carta del Comendador Mayor de Castilla a la reina Isabel durante el asedio de Ronda, 16 de mayo de 1485


«E ha plazido a Nuestro Señor, de quien todo vençimiento e buena obra proçede, que en quinze días que he estado sobrella la he fecho de tal manera apretar, faziéndole tirar tan apriesa de noche e de día con las lonbardas e artellería e engenios, e tomándole el arrabal, que por combate el miércoles pasado se tomó, seyendo como es tan fuerte como la çibdad, e quitándole por minas el agua, que con muy grande dificultad se pudo fazer; en tanto que viéndose los moros perdidos porr la mucha gente quel artellería les mató en el conbate e fueron feridos e muertos, e perdida la esperança de ningund socorro, acordaron lo que avían de fazer por discurso de tienpo fazerlo luego. E asy, oy domingo, día de pascua de Spiritu Santo, me han dado la çibdad e puesto sus personas a mi merçed»

Carta de Fernando el Católico, Ronda, 22 de mayo de 1485



Lombarda portuguesa protegida tras mantelete durante el cerco de Arcila en 1471. Los Reyes Católicos emplearon como sus vecinos portugueses este tipo de artillería para la conquista del reino de Granada en la persistente guerra de Granada de 1482 a 1492, ofreciendo unos resultados muy buenos para el ejército real. Al fondo se ven los muros y las torres de piedra de la plaza magrebí. 



Durante el asedio de Álora, mencionado en la cita que encabeza este texto, los tiros de lombarda derrocaron dos torres y el lienzo de muralla que unía ambas, y la cadencia de tiro fue tal que no permitió a los defensores reparar la muralla. En 1407 dicha fortaleza había mostrado ser inexpugnable ante el asedio castellano. Los muros del arrabal de la ciudad de Ronda cayeron en apenas una semana; iniciado el cerco el día 8 de mayo, el día 22 se rendía.

La artillería de asedio demostró su efectividad durante la guerra de Granada y posibilitó la temprana toma de muchas plazas, pues los castillos de muros de piedra nazaríes no ofrecían suficiente resistencia frente a los impactos de las pelotas o bolaños de piedra disparadas por las lombardas que empleaba el ejército real. 

Por lo tanto, las lombardas de finales del XV tenían precisión y cadencia de tiro suficiente como para batir y tomar un castillo medieval en un plazo relativamente corto.


Detalle de la imagen anterior. Podemos ver el mantelete que protegía a los artilleros o lombarderos que servían la pieza, y que les protegía de los tiradores de la plaza asediada, que dispararían con ballestas, espingardas o, todavía en esta época, culebrinas de mano. El lombardero de la izquierda agachado, está preparado para dar fuego a la pieza. La lombarda se identificar claramente por los cercos, «cércoles» o aros que unen los manguitos del cañón, llamado «trompa» o «caña». La cámara o «servidor» se vislumbra en el extremo inferior, reconocible por su diámetro inferior al de la caña. 



Pero aún siendo efectivas contra castillos medievales, estas piezas de artillería presentaban varios defectos:

La cadencia de tiro era bastante baja dado que las lombardas se componían de dos partes, el cañón, llamado «trompa» o «caña» y el servidor, en el cual se cargaba la pólvora. Para cargar la pieza tras el disparo, había que separar las dos partes que iban montadas sobre un «afuste» en el que estaban falcadas o calzadas con un «zoquete» de madera para que quedasen unidas. Para agilizar el proceso de recarga, las lombardas solían disponer de dos servidores, de manera que el segundo ya estuviera cargado y preparado para el segundo disparo.

Además, las lombardas, tradionalmente se solían montar sobre un «afuste» sencillo que se asentaba en una estructura de madera que no permitía apuntar con facilidad, porque la elevación de la pieza dependía de dicha estructura. La fijación de la lombarda en el afuste muchas veces se realizaba mediante cuerdas o cadenas que había que liberar en parte para cargar el servidor y volver a amarrar o encadenar para poder tornar a efectuar el disparo. 


Lombarda portuguesa protegida tras mantelete durante el cerco de Arcila en 1471. La lombarda está en un afuste que descansa sobre un caballete de madera abigarrado que sugiere una compleja, sino imposible, corrección de la elevación una vez se ha asentado la pieza. 




Afuste de una lombarda por Arántegui y Sanz basado en las piezas que pueden verse en la sillería de la Catedral de Toledo que representan episodios de la Guerra de Granada. La lombarda va unida al fuste o «afuste» mediante cuerdas que abrazan las duelas y que pasan las argollas. La elevación de la pieza es rudimentaria y no permite cambios precisos de angulación.  



Esta lombarda va montada sobre una cureña que descansa en eje sobre ruedas, pero al carecer de muñones la pieza y descansar sobre este tipo de afuste, su elevación máxima venía limitada por la cola de la cureña. 


Esta lombarda alemana del Zeugbuch Kaiser Maximilians I de 1502 presenta, sin embargo, muñones, lo cual permitiría una elevación relativamente fácil de la pieza. Sin embargo, esto parece que no se implementó hasta finales del siglo XV, cuando ya habían irrumpido los cañones de fundición. 


La unión de servidor y caña era imperfecta, y las dos partes se componían de piezas longitudinales de hierro forjadas llamadas «duelas» que se unían mediante manguitos que a su vez se aseguraban con aros o «cércoles». Las piezas así construidas a modo de un barril con sus aros, tendían a reventar con bastante frecuencia por las numerosas juntas de la caña, bien por la unión entre servidor y caña, bien por la poca ductilidad del hierro forjado de que estaban hechas. 


Lombarda o bombarda dibujada por Arántegui y Sanz. Estructura de la caña o trompa de una lombarda, parte destinada a la conducción del proyectil. Nótese la estructura en forma de barril: las duelas longitudinales, juntadas con manguitos y reforzadas con cercos. Las piezas así conformadas tenían multitud de juntas por donde reventar.

Servidor - izquierda - y caña o trompa - derecha de una lombarda del siglo XV. El servidor debía cargar a 3/5 partes con pólvora y se "cerraba" con un taco de madera. Las lombardas solían disponer de dos servidores, de manera que se agilizase la recarga de la pieza. 


Para reforzar la pieza, se podía «enforrar», o sea colocar la lombarda en un molde, y verter en ella bronce quedando la lombarda de hierro como núcleo, pero eso hacía una pieza demasiado pesada e inoperativa para trasladarla en operaciones de asedio.

Este tipo de artillería, aún con todos sus defectos, era el que se empleaba en esta época en toda Europa, que tan buen resultado dio en la guerra de Granada, pero en 1494, el ejército de Carlos VIII de Francia irrumpió en Italia con un tren de artillería compuesto por lo que serían poco después llamados en la Europa meridional «cañones a la francesa». 

Piezas de artillería según la Cronaca della Napoli aragonese de 1498 , f122r. La pieza de la izquierda está labrada al estilo del siglo XV; se pueden ver los distintos cércoles que revisten tanto caña como servidor. La de la derecha se trata de un cañón a la francesa. Fundido en una sola pieza, las posibilidades de que reventase eran mucho menores.


Según Pablo Jovio, al pueblo italiano le causó «grande admiración y miedo mas de treynta y seys pieças dartilleria encaualgadas en sus carretones, las quales tirauan cauallos con increyble ligereza assi por lo llano como por lugares asperos»

El tren de artillería del rey de Francia disponía de cañones que disparaban pelotas de hierro de 50 libras, serpentinas que tiraban balas de hierro de 35 libras y culebrinas que tiraban pelotas de 22 libras y media a 32 libras, así como piezas de artillería menores que disparaba pelotas de plomo. Las piezas de artillería iban cargadas sobre carretas de dos ruedas, y las mayores eran tiradas por 10 o 12 caballos.


«Artegliaria» francesa según la Cronaca della Napoli aragonese de 1498, fol 109v. Tanto italianos como españoles de la época transportaban sus lombardas en carretas tiradas por bueyes. La conducción de la artillería real para el asedio de Setenil en 1484 supuso el empleo de 434 pares de bueyes. Cuarenta años después, el emperador Carlos V, rey de España y nieto de los Reyes Católicos, emplearía caballos alemanes para conducir su artillería durante las campañas de Italia.



El obispo de Nocera realizó una sencilla descripción de la artillería de Carlos VIII haciendo equivalencias de las pelotas que disparaban con cabezas de hombres o naranjas, según su calibre: 

«Seria la mayor de las pieças tan larga como ocho pies y de peso a seys mill libras de bronze y llamauan se cañones.  Estos arrojauan vna pelota tan gruessa como la cabeça de vn hombre. Despues de los cañones eran mayores pieças las culebrinas las quales eran la mitad mas largas que los cañones pero de mas delgada caña y que arrojauan menor pelota. Tras estas venian luego los falconetes vnos mayores que otros pero de tal proporcion que con la menor pieça se tiraua vna pelota tamaña como vna naranja».

Pero otra cosa a destacar era su encabalgamiento y su tiro con caballos, mientras que italianos - y españoles - habían empleado tradicionalmente bueyes, cosa que permitía un rápido desplazamiento: 

«Todas estas pieças iuan encaualgadas en dos gruessos exes y atadas con sus correas y quando era necessario disparar las, sopesauan las con sus asas y para apuntar bien el golpe assestauan las en mitad del exe. Las pieças pequeñas iuan sobre dos ruedas y las grandes sobre quatro, delas quales las dos traseras se podian quitar para aguijar o parar en el camino. Los maestros y carreteros del artilleria caminauan con tanta presteza donde querian q en los lugares llanos y de buen camino los cauallos aguijados con el açote o bozes de los carreteros igualauan la carrera de ligeros cauallos».

Estas piezas de artillería fundidas en bronce en una pieza y montadas sobre cureñas que desacansaban en ejes de ruedas, permitían una recarga rápida y una fácil elevación para apuntar al blanco. Además, reventaban con menos frecuencia y permitían tiros más potentes y precisos, y podían disparar pelotas de hierro. 


Podemos ver en esta pieza de artillería del Zeugbuch Kaiser Maximilians I de 1502 una pieza de fundición encabalgada sobre su cureña y su eje de ruedas herradas, y una pieza sin encabalgar junto a una cureña. Los muñones situados al costado de la pieza asentarían en las rebajes de la cureña - las muñoneras - permitirían una fácil elevación de la pieza sobre el eje formado por los dos muñones. Nótese la diferencia con las lombardas encabalgadas rígidamente en el asedio de Arcila de 1471.

En este Tratado dela artilleria y uso della de Diego de Ufano publicado en 1613, podemos ver como se eleva un cañón de batir plazas fuertes, pivotando la pieza sobre los muñones asentados en las muñoneras de la cureña. 


Anteriormente se habían fabricado piezas de artillería labradas de una sola fundición en bronce, y no hechas con partes unidas por «cércoles», de la misma manera que se fundían campanas, pero en general, esas eran piezas de artillería menores que no tiraban más que pelotas de hasta 8 o 10 libras a lo sumo y aún las piezas menores solían disponer de servidor. 

Los problemas en la fundición de piezas de artillería hechas de una sola fundición, o sea con cámara y cañón en un mismo cuerpo continuaron apareciendo hasta, por lo menos, el siglo XVII, como prueban diversos tratados donde se ocupan de ello.


En el Tratado dela artilleria y uso della de Diego de Ufano publicado en 1613, podemos ver la cruceta y la rodaga, pieza que se empleaba para comprobar si el barrenado de la pieza se había realizado correctamente, y el ánima del cañón estaba centrado respecto al cuerpo de la dicha pieza y las paredes, por lo tanto, eran de espesor uniforme.



Molde para la fundición de un cañón - izquierda - ánima y cruceta para fijar el ánima - centro - y molde de la culata, derecha, según el Discurso del capitan Cristoual Lechuga, en que trata de la artilleria, y de todo lo necessario a ella, publicado en 1611. Todavía en esta época se fundían muchas piezas defectuosas; prueba de ello son las páginas dedicadas en su libro a este menester, siendo un error común la «desigualdad» al desplazarse el ánima durante el vertido del metal fundido, como se puede ver en la ilustración siguiente [B] del mismo libro. 




Las clásicas lombardas eran piezas de artillería «pedreras», si bien en 1497 ya se fundían pelotas de hierro para tirar con ellas. La piedra, normalmente caliza, ofrecía ventajas, dado que había piedras por doquier [1] y no hacía falta un gran taller para labrarlas; tan solo eran necesarios oficiales canteros para extraer la piedra, así como «picapedreros para facer piedras de las lombardas», picos de piedra para labrarlas y medidas de hierro para calibrarlas. Además, las piedras podían obtenerse cerca de la plaza que debía ser asediada, con lo que se evitaba el transporte de pelotería.


Pico de picapedrero y bolaños de piedra del Zeugbuch Kaiser Maximilians I de 1502, los proyéctiles típicos de las grandes piezas de artillería del siglo XV.

Estos marcos se empleaban a principios del siglo XVII para calibrar balas de artillería. Los picapedreros usaban medidas de hierro similiares para guiarles a la hora de labrar los cantos hasta convertirlos en pelotas o bolaños. Durante la guerra de Granada, 5 picapedreros labraron en menos de un mes 275 piedras «escodadas, limpias e buenas a vista», revisadas por maestres artilleros, quedando desechadas aquellas que no fueron consideradas aptas para tirar a criterio de los artilleros.  



Pero aunque la piedra tuviera ventajas logísticas frente a las pelotas de hierro colado, tenía desventajas: era mucho menos densa [2,4 Kg/litro] que el hierro colado [7,2 kg/litro] y por lo tanto, a igual diámetro, el bolaño de piedra era mucho menos pesado que la pelota de hierro. Además, la piedra era más frágil, por lo que su impacto contra las murallas, que también eran de piedra, era mucho menos efectivo que el de los proyectiles de hierro. 

Aunque la expedición de Carlos VIII no fue ni mucho menos un paseo militar, la artillería que llevó facilitó la toma de varias plazas, anteriormente consideradas inexpugnables, y sobre todo, acortó los plazos de asedio. 

Según Marino Sanuto, el tren de artillería del rey de Francia traía «otra generación o suerte de artillería, llamadas por ellos diversamente, que tiraban pelotas de hierro de considerable grandeza» [2]. Según el compilador veneciano «los franceses no usaban lombardas como las nuestras italianas, más son a modo de pasavolantes, que tiran pelotas gruesísimas de metal y de hierro, y de esto viene que rompen los muros donde tiran, y tan de lejos como hicieron en Nápoles en Castil dil Uovo, que casi a dos millas se lombardeaba» [3]. Aunque quizá se exageraba el alcance efectivo de dichas piezas - hacia la década de 1530 se intentaba plantar los cañones de asedio a una distancia de 300 a 400 pasos de la muralla a batir - 

La experiencia italiana con este, “nuevo” tipo de artillería hizo que pronto comenzasen a fundirse por Italia «cañones a la francesa», siendo una de las primeras experiencias la del marqués de Mantua, que quebró y fundió sus lombardas para fundir cañones de nuevo cuño, aunque ya en noviembre de 1494 en Ferrara «maistro Zanin» presentó un modelo de pasavolante al «modo franzese». 

También, claro, este tipo de artillería llegó a España. En 1499 ya se fundían en Málaga cañones de bronce [aleación de cobre al 91% y estaño al 9%], alguno con la denominación de «cañon serpentino francés», piezas que tiraban pelotas de 16 a 36 libras. 

Se pueden ver claramente la rápida adopción por la menor cantidad de piezas denominadas «lombardas» en los inventarios de artillería real, y también se puede apreciar por el gradual declive del oficio de picapedrero durante la década de 1500, así como del auge en paralelo de la fundición de pelotas de hierro colado de gran tamaño en las funciones reales y del propio oficio de «maestro fundidor de hacer pelotas», fuera en Málaga o en Burgos. 

Curiosamente, a las pelotas se les denominó también «piedras», y cuando pasaron a fundirse en hierro se las denominó por un tiempo «piedras de hierro», hasta que se abandonó definitivamente tal denominación. 

Asimismo, a los artilleros se les continuó denominando «lombarderos» hasta finales de la década de 1520, a pesar de que para entonces las lombardas eran casi reliquias.

Las piedras tan solo quedaron reservadas como proyectirles para ciertas piezas, pues convenía su fragilidad para que al romperse tras el impacto los fragmentos de la misma se proyectaran como metralla.


Bibliografía



Notas

[1] No obstante, durante el asedio de Loja en 1486, los pedreros del ejército real recibieron el sueldo de mayo a junio en balde, «porque no fizieron en todo el dho t[iem]po ninguna cosa asy porque el artillería no era llegada como porque no se fallaban canteras». 

[2]Texto original:

«Havea zerca colpi 60 de artigliarie su carete, zoè spingardi, passavolanti,et altre generatione o vero sorta de artiglierie, variamente per loro chiamate, et butavano ballotte de ferro de assà grandezza»

La spedizione di Carlos VIII in Italia, p.473

[3] Texto original:

«Et Franzesi , i quali non usano bombarde come le nostre italiane, ma sono a modo passavolanti, che buttano ballotte grossissime di metallo et ferro, et questo vien che sbusano li muri dove trazeno, et assà da longi, come faceva a Napoli a Castel dil Uovo, che quasi do mia lontano lo bombardava»

La spedizione di Carlos VIII in Italia, p.265







Ajusticiamiento de un soldado durante la jornada de Túnez en 1535

En una escena de uno de los detallados cartones que Jan Cornelisz Vermeyen, testigo presencial de los hechos que detalla, pintó sobre la jornada de Túnez en 1535, podemos ver el ajusticiamiento de un hombre del ejército imperial.




Dos alabarderos encabezan la comitiva seguidos por un soldado en mangas de camisa que guía la bestia que arrastra al hombre que ha de ser ajusticiado.




El hombre está atado de pies y manos, y es conducido a la horca arrastrado por un dromedario - la nota pintoresca de la escena - que le tira por una cuerda anudada a los tobillos. Es harto probable que en otras latitudes se hiciera lo propio empleando un caballo o una mula. 



El hombre se halla en mangas de camisa; podemos ver perfectamente lo que llamaban la «blancor» del lino, y lleva la cabeza descubierta. Evidentemente, no lleva ni cinto, ni talabarte, ni puñal ni espada. Las ropas que vistiera originalmente pudieran ser como las del galano soldado del cartón nº7 de la misma serie, que se cubre con bonete emplumando y arma una partesana de hierro corto y dorado:




El condenado no es un mozalbete, porque se le pueden ver perfectamente las barbas, así que no puede ser un mozo o criado, sino un soldado o marinero, siendo lo más probable que fuera soldado, porque los marineros de la armada recibieron órdenes reiteradas de no desembarcar, aunque algunos lo hicieron. 


Por las calzas, con un corte bastante ajustado al muslo natural, parece que no se trata de un soldado alemán, sino italiano, o lo más probable, español, dada la mayor proporción de soldados de esa nación en el ejército imperial sobre Túnez.


Un clérigo regular, puede que un fraile fransciscano, le amonesta cruz en mano, quizá oyendo su última confesión o encomendándole para que la realice antes de ser ahorcado. 

La religión no era un asunto baladí en esta época. Aunque se condenara la carne, el espíritu se podía salvar y los ajusticiados recibían asistencia espiritual hasta el último momento, de manera que el reo pudiera confesarse y hallar medio con que salvar su alma. 



Tras el fraile, hay tres hombres a caballo con varas de justicia. Aunque había varios cargos en el ejército y la armada que podían llevar varas de justicia, como los alguaciles de las armadas, o los alcaides de corte, es más que probable que alguno de estos hombres fuera un «barrachel» o «capitán de campaña», un oficial encargado de la justicia y policía militar, y que también asistiría a las ejecuciones, pues de él dependía el verdugo.

También es probable que una de esas tres figuras fuera uno de los alguaciles del ejército. En Túnez había un alguacil Salinas, que sabemos asistió a una de las particulares ejecuciones que trataremos aparte. 



Para el ejétcito de Italia, según se establece en la ordenanza de Génova de 1536, había «dos barrachelos de campaña» encargados de la «ejecución de la nuestra justicia y castigo de los delictos» dependientes del capitán general, así como alguaciles que dependían de los maestres de campo.


En 1529, Chistoph Weiditz, un dibujante alemán, viajó por España realizando dibujos costumbristas que recogió en su Trachtenbuch. En la lámina 63 aparece un alguacil español del reino de Valencia: Ein spanischer Polizist - Spazierritt der Bürger zu Valencia. Aunque este alguacil aquí retratado era lo que se denominaba «justicia ordinaria» y tenía un carácter civil, parece evidente que las justicias militares empleaban los mismos distintivos: la inconfundible «vara de justicia» que identificaba al portador como brazo ejecutor de la justicia real, en este caso, aplicada al ámbito militar.



Para la jornada de Túnez, Carlos V señaló a dos jueces y alcaides de corte, Mercado de Peñalosa y Bernardo de Sanches Ariete «para las cosas de justicia», ocupándose el doctor Ariete de aplicar la justicia a los súbitos de los reinos de Nápoles, Sicilia e islas de la corona de Aragón, asi como a los italianos, mientras que el licenciado Mercado se ocupaba de la justicia sobre los españoles, así como sobre los criados de la casa del rey y los cortesanos. 


La infantería alemana, asimismo, disponía de su propia estructura judicial; cabe tener en cuenta que para cada nación se debían resolver las causas en su propio idioma, y si era fácil que el doctor Ariete hablara italiano, es más difícil hallar doctores españoles en leyes que hablaran alemán. Además, era preferible que cada nación fuera juzgada por un natural, para que sus compañeros no se agraviasen en exceso si la justicia era demasiado severa.


Tras los oficiales de justicia a caballo, van otros soldados a pie con armas de asta corta - se vislumbra una alabarda - y, al menos uno de ellos, con una rodela embrazada.  

  

Junto a la estructura de la horca, al hombre llevado a rastras le aguardan unos soldados armados con alabardas y partesanas de hierros largos. 




Tratándose de una ajusticiamiento en la horca, podemos aventurar que el soldado no era hidalgo ni noble, pues la horca - salvo excepciones ominosas - no se podía aplicar a nobles, caballeros e hijosdalgo, que debían ser decapitados. 


Había numerosas causas por las que un soldado o marinero podía incurrir en pena de vida. Las ordenanzas militares se pregonaban en los cuatro idiomas del ejército, casa y corte - español, italiano, alemán y francés - y se hacían copias para que dispusieran de ellas los oficiales encargados de la justicia, así como los coroneles y maestres de campo. Además, se pregonaban órdenes específicas, o se hacía recordartorio de ellas, de manera que nadie pudiera alegar desconocimiento. 


En uno de esos pregones particulares, según recoge Prudencio de Sandoval, «mandó el Emperador pregonar que ninguno fuese osado, so pena de la vida, de quemar casa, ni pajar, ni talar árboles ni panes, porque muchos se habían ya desmandado sin respeto de Su Majestad a lo hacer, y robado las aldeas vecinas».

Aunque la orden pudiera parecer rigurosa, la buena disciplina exigía que los hombres no se «desmandasen» a su voluntad, pues no solo se ponían en peligro ellos, sino que podían generar el desorden total al poner a sus compañeros en la tesitura de acudir a socorrerlos si eran, como fue el caso en repetidas ocasiones, emboscados por los enemigos.



Agradecimientos: a  Emilio Sola, del Archivo de la Frontera, que me compartió amablemente el nombramiento de Bernardo Ariete como alcaide de corte del ejército y armada de la jornada de Túnez.  


Imágenes: Cartón nº7, titulado «Asedio de la Goleta», de la serie «La conquista de Túnez en 1535» por Jan Cornelisz Vermeyen. KHM Wien. 


Par saber más sobre la justicia militar de la época:

La disciplina en los Tercios a mediados del siglo XVI. Ordenanza para el ejército sobre Metz [1552] Ordenanza para el ejército de Italia [1555]




De pólvoras de artillería, esmeril y escopeta

 A primeros de 1528, el proveedor general de la armada, mícer Juan Rena, requería al capitán Juan de Portuondo que le hiciera llegar la pólvora que tuviera a su cargo para dotar a los navíos de la armada que estaba preparando para su majestad, Carlos I de España.

Portuondo le respondió que solo tenía 4 o 5 quintales [184 a 230 kgs], pero esa pólvora era de esmeriles y arcabuces que se hizo a posta. Según Portuondo, dicha pólvora «para los tiros de las naos es muy faziosa q[ue] donde es menester dies libras un tiro de artilleria no sofrira cinco libras della por ser ella refinada». 

Por su carta, queda claro que esta pólvora de esmeriles, si se empleaba «para los tiros de las naos», o sea, para piezas de artillería mayores, era «muy faziosa», o sea, muy inquieta o muy revoltosa, o sea, que se trataba de una pólvora muy potente, estimando una relación de potencia entre ambas de 10:5 o sea, de 2:1. Portuondo determinaba que esa mayor potencia venía dada por ser dicha pólvora refinada.

El esmeril era una pieza de artillería ligera que disparaba pelotas de 6 a 12 onzas de peso de plomo con dado de hierro. Este proyectil con núcleo de hierro era más ligero que la pelota de plomo de la escopeta, y algo más pesado que la pelota de hierro colado que tiraban los cañones, pero con más capacidad de penetración dada la mayor dureza del hierro en relación al plomo. 

Esmeril: pieza de artillería ligera de retrocarga que, en este caso, dispara una pelota de 6 onzas. Aunque esta pieza fuera de defensa de una plaza fuerte - en la relación se indica que 6 piezas como la de la imagen fueron sacadas de un castillo - la pieza que se empleaba en las naos era similar, excepto que disponía de una rabera para apuntarla. Discurso del artilleria del Invictissim. Emperador Carolo V, semper Aug. Tambien de 149 pieças de la fundicion de Sua Mag. Caes. que de muchos otros, lo[s] quales se sacaron de diversas tierras [h.1548]


A primeros de marzo de 1528 se compró en Málaga a Joan Ochoa, polvorista, 2 arrobas de salitre, que debían librarse a Alonso de Morillas, también polvorista vecino de Málaga, para que refinase con ellas 3 quintales de pólvora de esmeriles, para labrar pólvora de escopetas que debía repartirse entre los escopeteros de la armada. 

Teniendo en cuenta que un quintal eran cuatro arrobas, vemos que para refinar pólvora de esmeril hasta convertirla en pólvora de escopetas, la proporción era de 2:12, o sea, de 1 parte de salitre por 6 de pólvora de esmeril.

Para 1534, una de las fórmulas empleadas para labrar pólvoras de artillería y arcabucería era la siguiente:

Pólvora de artillería: 9 partes de salitre : 1 y 1/2 de azufre : 2 partes de carbón

Pólvora de arcabucería: 11 partes de salitre : 1 parte de azufre : 2 partes de carbón

Aunque la parte de azufre la vemos reducida de artillería a arcabucería, la proporción de salitre de 11:9 implica aumentarlo un 22,2%, mientras que en la proporción que debía emplear Alonso de Morillas en 1528, el salitre aumentaba un 16,66%, pero debemos contar con que era pólvora de esmeril, que ya tendría más salitre que la de artillería.

Pero el refinado no solo implicaba aumentar la proporción de salitre - nitrato de potasio - sino, como sugiere la propia palabra, hacer el grano más fino a la par que uniforme. Efectivamente, el grano de la pólvora de artillería era grueso «como grano de pimienta» y podía ser menos uniforme, mientras que el de escopeta era «mas menudo y parejo»; o sea, más fino y uniforme. Podemos asumir que el grano de la pólvora de esmeril sería un intermedio entre ambos. 


Tanto los tratadistas militares, como los polvoristas, como los artilleros o los oficiales del rey que tuvieran cargo del artillería - mayordomos del artillería, capitanes del artillería, etc - tenían su fórmula para elaborar pólvora, fórmula que fue variando en el tiempo, pero es evidente que había, al menos, 4 tipos de pólvora: de artillería gruesa, de artillería ligera, de escopeta y arcabuz, y el llamado polvorín, que tan solo se empleaba para cedar la cazoleta de estas dos últimas armas portátiles. En estas pólvoras así ordenadas, el grano se reducía al tiempo que la potencia aumentaba. Imagen: pólvora a granel, quemando y en barriles, del Zeugbuch Kaiser Maximilians I, del año de 1502.


A grano más fino, mejor quemaba la pólvora, y esto era importante, sobretodo, en pequeñas cantidades. Un cañón que cargase 20 libras de pólvora podía «permitirse» que hubiera granos gruesos que no quemaran bien, porque, sino prendía una parte, el tiro podía aún así ser efectivo. Un esmeril, que tiraba balas de 6 a 12 onzas, debía emplear una pólvora más fina que un cañón, pero podía ser más gruesa que la de una escopeta. Una escopeta que disparase con 5/8 de onza, no podía permitirse que la pólvora no quemara bien, porque se perdería la potencia, o aún no llegaría a prender bien al iniciar la explosión el polvorín depositado en la cazoleta a través del «oído» que comunicaba la cámara con la cazoleta. 

Por esa razón, la de facilitar la ignición inicial, había otro tipo de pólvora aún más fina, llamada «polvorín» con la cual se cebaba la cazoleta en que caería la mecha de la escopeta, iniciando el proceso de ignición. 

Además, claro, los maestres polvoristas, artilleros y oficiales del rey encargados de pertrechar las armadas y ejércitos, debían contar con las diferencias de peso de las pelotas por los diferentes metales empleados en su construcción: balas de hierro colado para artillería pesada, balas de plomo con «dado» - núcleo - de hierro para los esmeriles, y balas de plomo para las escopetas. 


Escopeteros de la conquista de Orán [1509]. Juan de Borgoña, Detalle la conquista de Orán, h. 1514, Capilla Mozárabe de la Catedral de Toledo


A bala más «pesada» - dada la mayor densidad del metal - la pólvora debía ser más potente, pero también había que tener en cuenta la resistencia del metal de la propia pieza, que no podían admitir cualquier pólvora, ni en cantidad ni en caldiad: «trabaja la pieza mas en despedir la pelota pesada que la ligera y á causa de esto revientan por que reciben demasía».

El proceso de refinado era complejo, laboriososo y peligroso, y lo debían hacer maestres polvoristas experimentados en molinos especiales con instrumental específico. Por eso, no deja de sorprender que se repartiera en dicha armada salitre “directamente” a los escopeteros, «para con que refinen la dicha polvora ques desmeriles».

Parece que no pudiendo tener a tiempo toda la pólvora de escopetas necesaria para que los escopeteros sirviesen con las armas propioas de su oficio, se les repartió directamente pólvora de esmeriles acompañada de salitre. 

Pensar que una operación tan compleja y peligrosa como era la del refinado de pólvora se llevaría a término a bordo de un navío sin material para ello, y con permiso de los patrones de las naos es difícil de creer, pero sirva el ejemplo para apreciar las diferentes calidades de la pólvora de la época y los problemas de suministro que afrontaban los oficiales reales encargados de proveer los ejércitos y armadas de sus príncipes.


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